lunes, 31 de octubre de 2011

¿Quieres que te cuente un cuento?


Érase una vez, hace mucho tiempo y en un reino muyyyy lejano... una princesa.

Esa princesa tenía una extraña habilidad, un don increíble... Podía soñar que se cumplían todos sus sueños. Cuando ella dormía, podía por ejemplo desear: "Quiero la luna". Y una laaaarga escalera, hecha con polvo de estrellas, caía desde la luna para que pudiera acceder a ella.

Transcurrió así su infancia. Pidiendo cada noche un deseo distinto, que le era concedido en el acto, superando siempre todas sus expectativas. Pero sucedió que tan hermosos eran sus sueños, tan apacibles sus noches... que cuando despertaba, el mundo real le parecía yermo y gris. Tan infeliz se sentía durante el día, que comenzó a vivir pensando sólo en el momento en que las estrellas poblaran el cielo, y ella pudiera sumergirse a través de almohadones de plumas y sábanas blancas, en un profundo sueño.

Un buen día, la madre de la princesa entró en su alcoba y le dijo:

-Hija mía, ya va siendo hora de que sientes la cabeza, no puedes vivir sólo de tus sueños, has de convertirte en una mujer y por eso has de casarte. Te hemos elegido un marido, que no podrás conocer hasta el día de tu boda.

La noche anterior al tan temido acontecimiento, la princesa se durmió y pidió un deseo especial... uno que no se había atrevido a pedir hasta ese momento, pues temía que por primera vez, su deseo no se viese cumplido.

"Deseo que mi sueño más hermoso se haga realidad y que no desaparezca cuando despierte". Y esa noche ya no soñó nada más. Cuando la luz del alba rozó sus ojos ella despertó y miró esperanzada a su alrededor. Entonces vio, posado sobre el alféizar de su ventana, un pequeño pájaro azul que la observaba en silencio.

-¿Eres tú mi sueño? - le preguntó al pajarillo sin esperar respuesta, pero para su sorpresa éste asintió y voló por el cuarto hasta posarse a los pies de su cama.

-¿Pero cómo es posible? - preguntó la princesa sin salir de su asombro.

-Es posible porque hay cosas en este mundo y en el otro que tienen más poder del que se pueda imaginar y los sueños son una de ellas. - contestó el pajarillo ladeando ligeramente la cabeza.

-Ojalá pudiera soñar siempre - dijo ella.

-Nadie puede hacer tal cosa, pero sí podemos en cambio, hacer que la realidad se parezca lo más posible a nuestros sueños.

-Mis sueños han de acabar hoy, porque he de casarme, debo convertirme en una mujer.

El pajarillo la miró un momento de forma enigmática y salió volando rápidamente por la ventana.

-¡No te vayas! - gritó la princesa, pero ya no había nadie, volvía a encontrarse sola en su habitación.

Su madre entró en ese momento, seguida por un séquito de sirvientes que la lavaron y vistieron para la ceremonia. La princesa les dejó hacer, sin ser muy consciente en realidad de lo que ocurría a su alrededor. Tenía la sensación de observarlo todo desde fuera... Como en un cuento en el que ella fuera la lectora, en lugar de la protagonista.

Llegó el carruaje, tirado por siete hermosos caballos blancos, que habían de llevarla hasta la iglesia. Ella hizo el viaje en silencio, mirando por la ventanilla, y le pareció ver en algunos momentos, entre las ramas de los árboles, un destello azul que la seguía. El pajarillo apareció de pronto con un revoloteo y se posó en la ventanilla del carruaje.

-Tienes que ayudarme - le dijo ella desesperada -, no sé qué debo hacer. No quiero casarme.

-Entonces no lo hagáis - respondió él simplemente.

-Pero tengo que hacerlo, es mi deber...

-¿De veras? Yo no lo creo, las personas deben hacer lo que sientan y cuando lo sientan.

-Cuando lo sientan... pero yo ni siquiera le conozco.

-Conocedlo entonces.

En ese momento todo se volvió difuso, y la princesa abrió los ojos. Se dio cuenta de que se encontraba en su alcoba, había estado dormida todo el tiempo; era en efecto el día de su boda, pero aún ni siquiera había amanecido.

Se levantó de la cama, y sin saber muy bien por qué, escapó de su palacio, pues sentía la imperiosa necesidad de conocer al hombre con el que iba a casarse antes de pasar por el altar. Corrió y corrió por los páramos hasta llegar a la casa de él, y se coló dentro a hurtadillas.

-¿Quién anda ahí? - oyó una voz a su espalda y sintió el corazón en un puño.

Ella se giró, intentando vislumbrarlo entre las sombras de la habitación, pero sólo alcanzó a ver una oscura silueta que caminaba despacio, girando en torno a ella. Observándola.

"¿Te has perdido, pequeña Caperucita?" Le pareció que susurraban burlonamente las sombras, pero cuando él por fin despegó los labios, lo que dijo fue simplemente:

-¿Puedo ofreceros un té?

La princesa no podía creerlo. La locura que se había apoderado de ella y la había hecho ir hasta allí comenzaba a desvanecerse; en su lugar comenzó a sentir miedo, un miedo extraño, distinto del que había conocido hasta el momento.

-He venido porque tenía que conoceros antes de la boda, pero ahora tengo que irme.

-Os llevaré a casa entonces. -contestó él, e hizo preparar su calesa, donde ambos se sumieron en un profundo silencio durante el viaje; un silencio lleno de preguntas que flotaban sobre ellos, como mariposas.

Al llegar a su destino él bajó de la calesa para acompañarla hasta la puerta de palacio.

-Hasta mañana, pues - dijo inclinándose en una profunda reverencia, y ella hizo lo propio, devolviéndole la inclinación. Pero al levantarse, durante una fracción de segundo, la luz de la luna iluminó los ojos de él cuando sus miradas se encontraron y arrancó de ellos un destello azul que ella supo reconocer...

Él sonrió de forma enigmática y se dio la vuelta.

-Hasta mañana - dijo ella observando la silueta que se alejaba con una sonrisa. Supo entonces que el deseo de su sueño realmente se había cumplido y que, aunque quizá las circunstancias externas no eran las más apropiadas, tenían ante ellos la posibilidad de ser felices y comer perdices.



FIN

1 comentario:

  1. Los sueños toman a menudo formas curiosas y difíciles de desentrañar, pero si llegas al final puedes encontrarle sentido al enigma... a veces.

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