viernes, 26 de octubre de 2012

ABCdario Común Metáfora



Este es el abecedario del idioma común que se habla en Metáfora. Por si lo queréis tener ^^.

martes, 16 de octubre de 2012

Una carta por enviar

Se acerca el final de muchísimas cosas en tan poco tiempo. Una liberación. Un miedo que paraliza, y después la paz. En caso de no conseguirlo, partiremos en direcciones distintas, y tal vez nos podamos reencontrar si existe algo más.

Te robé un un momento, algo que ni siquiera reclamaste de vuelta. Me lo guardo como el regalo de algo que nunca se llegó a fraguar del todo, algo que podría haber crecido. De igual modo, siempre van a quedar momentos perdidos. La duda, la desconfianza, la incertidumbre, las respuestas a medias verdades.
Aunque tarde para mí, me has enseñado a valorar lo que tengo. Y lo más importante. A valorarme a mí misma, a entender como soy. Mejor tarde que no hacerlo nunca.

Ojalá llegues a leer esta carta. Tal vez signifique que serás libre, que estaré de vuelta antes de que ocurra lo peor. Que podamos retomar nuestras vidas donde las dejamos, hace mucho tiempo. Al menos, en mi caso, dejé mi vida hace mucho tiempo, cuando la ambición dejó paso a otras cosas. Entonces, comenzó algo diferente.
Quedan tantas cosas por saber

lunes, 15 de octubre de 2012

Pagar con la misma moneda.

La noche había caído en el Londres victoriano. Las calles de su centro estaban de una forma especialmente vacía, y es que la niebla aquella noche fue más densa de lo normal. Hacía un frío terrible y la gente que podía permitírselo quemaba carbón a mansalva, por lo que la polución había acentuado la niebla amarillenta que los londinenses denominaba "puré de guisantes". Esa noche no había sido puesta en el escenario para ser disfrutada en las calles oscuras de Londres, sino que se esperaba que la gente se quedara en casa, con sus familias arrimados al fuego.

Pero eso era algo para pobres de dineros pero ricos en el amor. Además, no existía familia alguna para mi con la que volver. Ni casa en pie sobre la que volver a dormir. El camino se hacía con la mirada al frente, ¡nada de mirar atrás!


¿Entonces qué diablos se podía hacer aquella noche tan fría? Ah, amigo...el dinero te podía abrir las puertas de los solicitados clubes nocturnos de Londres. Y ahí se encontraba nuestro amigo el "caballero" Mark Anderson. Había entrado de forma disimulada con su enorme tripa de burgués, que a punto estaba de reventar su hortera faja roja que alcanzaba a asomarse desde una camisa que ya le quedaba pequeña: su espeso bigote flotaba sobre sus gruesos labios como un perro yorkshire inquieto por pulgas; los ojillos, ocultos en la sombra de un sombrero hongo muy feo, denotaban que estaba nervioso y que a la vez reconocía unas calles que hacía mucho que no visitaba. Mucho, mucho tiempo. Se sentía como un marinero que había esperado a que pasara la tormenta para cruzar un océano...y aún así se temía que le pillara el mal temporal. Y eso fue lo que pasó ¡pero no adelantemos acontecimientos! Sigamos con el señor Anderson, ¿qué tramará semejante personaje? Shhh, vamos a observarlo.


Con los puños enguantados y después de levantarse el cuello de su caro abrigo, el gordo y sudoroso caballero subió las escaleras del umbral del edificio de fachada clásica. Atravesó el umbral de columnas blancas y una vez en el elegante porche golpeó la puerta, donde le abrió un mayordomo estirado y regio que recogió su abrigo y le invitó a pasar cuando lo reconoció. Después de mucho tiempo desaparecido, Mark Anderson, el orondo asesor y representantes de artistas conocido especialmente en el distrito de West End, había vuelto a aparecer en Londres, más concretamente en el club nocturno del Athenaeum, en el 107 de Pall Mall. Entró con aire preocupado a los salones imbuidos del humo de los puros, pipas y a perfume caro. Los sucesivos personajes con los que se cruzaban lo miraban por encima y al no reconocerlo apartaban su mirada con frivolidad. Corrillos de señores y damas hablaban de poesía, del último grito en moda, o de acciones en bolsa. Los miembros del club Atheaneum eran mayormente intelectuales: científicos, literatos, artistas de las artes escénicas y caballeros ingleses patronatos de las artes y de las ciencias. Ahí era donde había encajado una vez el señor Anderson hacía 10 años, como patrón de las artes escénicas; aunque realmente no fuera uno de los más conocidos. El burgués siguió caminando evitando las miradas altaneras de los socios del club y se dirigió hacia una barra americana, donde un barman muy diestro servía refrigerios. El gordo y hortera caballero se quitó el sombrero hongo de la cabeza y se lo puso al pecho mientras se sentaba torpemente en el taburete. A su lado, un hombre joven, de melena rubia y alborotada, se había desaflojado los tirantes y estaba en mangas de camisa, mientras fumaba despreocupadamente uno de los recientemente creados cigarrillos de liar. Mr. Anderson llamó la atención del barman, que limpiando indiferentemente un vaso se acercó a la barra.


-Disculpe, joven- dijo Anderson mientras acercaba el rostro al barman- Hace un tiempo salí de viaje y no he vuelto en años. Quería preguntar un poco sobre la actualidad del lugar.


El barman sonrió mientras se echaba la toalla por encima del hombro.


-Algo me dice, caballero, que tiene una pregunta ya formulada en su cabeza. ¡Adelante! No hace falta que se ande con rodeos. Esto es un club de sociedad, ni se imagina la de gente que viene aquí solo a buscar información o a escuchar cotilleos muy personales...


-Oh, claro- afirmó Anderson mientras se secaba el sudor con un feo pañuelo-. Quería saber si la señorita Evelyn Austen seguía acudiendo al Athenaeum Club. O su marido, el conde Maximilian Blair- susurró nerviosamente mientra miraba hacia los lados. El mozo rubio de su lado echaba una calada larga a su cigarro mientras jugaba a darle vueltas a su copa.


-¿Cómo...? Pero es que no lo sabe, caballero- respondió el joven rubio con un acento francés pobre, interrumpiendo la conversación-. ¿Acaso no se enteró? Debe haber estado lejos si no se había enterado de la desgracia que acechó al conde. Los Blair se arruinaron por las deudas que debían y no tardaron en llegar los buitres: un grupo de burgueses se encargó de abusar de ellos y así rapiñar las pequeñas fortunas que les quedaban. Para mayor desgracia para ellos, los títulos de nobleza perdieron sus beneficios para ser solo honoríficos por orden de la reina Victoria, por lo que su patrimonio ha sido prácticamente nulo. Ruina total.


Anderson asintió con la cabeza ansioso. Esa historia ya la conocía de sobra...él fue uno de esos buitres que se aprovechó de los problemas de una familia para arruinarla y forrarse a costa de la familia noble. Calló mientras esperaba las historia más recientes de los Blair. Lo que le interesaban eran las novedades.


-Pero eso ya no importa- siguió relatando el joven-. Oficialmente los Blair están disueltos y su condado expropiado tanto por los socios capitalistas como por el Estado. La señorita Evelyn Austen murió de peste blanca y su único hijo heredero, el señorito Edward Blair, se escapó de casa con unos tiernos 13 años para no volver jamás; dejando a un padre solitario que murió por la pena de la soledad y la pobreza sobre el butacón de una mansión que se inundaba de enredaderas. Al menos esos son los rumores que han llegado desde St. Helens. Lo cierto es que se celebraron los funerales tanto por el matrimonio del condado como por el...niño, al que dieron por fallecido.


El señor Anderson parecía claramente sorprendido por las noticias de los últimos 10 años que había estado fuera, como si el cambio hubiera sido drástico. Cuando se marchó, lo único que sabía era que los Blair se arruinaban. Las noticias le venían muy pero que muy bien, pero aquello...era exagerado. Tampoco deseaba la muerte de aquellas personas, por mucho que las estafara; aunque por otro lado, le aliviaba saber que no había posibilidad de encontrarse con ninguno de los Blair. Después de todo, abandonó a su mejor artista, a la dama Evelyn, cuando más lo necesitaba, mientras se llevaba su dinero.


-Por cierto- continuó diciendo el joven rubiales-. Mi nombre es François Leveque, soy poeta y miembro del club literario del Atheaneum. Enchanté, messier.


-Encantado, joven. Mark Anderson, representante de artistas- apretón de manos.


- Es un placer, messier Anderson. ¿Qué asuntos le traen por aquí?


-Oh...nada en especial...asuntos de negocios- respondió evitando el tema, tenía cosas que hacer.


-Negocios, ¿eh? Eso no es nada nuevo en el Athenaeum Club´s. Todos aquí tratamos con dinero, después de todo estamos en uno de los clubes elitistas de Londres...aunque no por ello todo sea...legítimo. ¿Me sigue?


El burgués ignoró a su interlocutor e iba a volverse al camarero para buscar más información, pero se lo pensó mejor, volviendo a mirar al francés enarcando una ceja, pensando en lo que significaba eso último que había dicho. Anderson acabó decidiendo que el joven François sabría encontrar lo que buscaba mucho mejor que un camarero, así que se decidió a preguntar.


- Usted parece llevar tiempo en este club y en Londres, y parece estar al tanto de lo que acontece en la ciudad


-Oui, messier. Dispare...¿qué quiere saber?- le animó el francés mientras estiraba una y otra vez sus tirantes.


- ¿Conocéis algún asesor financiero, bancario...o lo que sea?- dijo despacio como buscando las palabras adecuadas.


François tuvo que reprimir una sincera aunque maliciosa sonrisa, y respondió:


-Por supuesto, messier. Conozco a un miembro de la Building Society, la sociedad de préstamo inmobiliario.   Ese hombre podría hacer cualquier cosa con el dinero.


-¿Cualquier cosa...? -preguntó avaricioso Anderson.


François volvió a reprimirse, y respondió de forma indiferente.


-Por supuesto- dijo acercándose más para hablar más bajo-. Si le interesa, Mr. Robertson podría hacer parecer que los fondos más sucios se conviertan en algo más blanco que la nieve...si sabe a lo que me refiero.


-¿Y eso es legal?


El joven rió ante la pregunta de forma complaciente.


-Por supuesto que no, pero...¿quién está libre de pecado en este club? - preguntó maliciosamente mientras se colocaba los tirantes y el chaleco.


La idea de que muchos personajes importantes de la sociedad londinense cometieran tales actos fraudulentos animó al manager de artes escénicas.


-¿Y dónde podría encontrarlo?- preguntó impaciente el burgués.


François miró a un lado y a otro, por si alguien indebido escuchara la conversación.


-Está usted de suerte, hoy mismo mi colega se encuentra en el club. ¿Quiere que hable con él? Somos grandes socios.


-¡Sería un placer hacer negocios con el señor Robertson! Yo mismo le acompaño...


François cogió un rebote nervioso y rápidamente sentó al señor Anderson en su taburete.


-¡No! ¡No! Usted espere aquí. A Robertson no le gusta que... le atosiguen. Tenga paciencia ¿Ve aquella puerta del salón? Pues diríjase al despacho nº 7 allá en 5 minutos ¿de acuerdo?


-Sí, sí...¡lo que sea! Gracias, no tenéis ni idea del favor que me hacéis, extranjero.


Pero François no se encontraba ya allí, sino que había desaparecido corriendo salón abajo con gran prisa torpe, esquivando mayordomos y caballeros y damas por igual. Finalmente entró en el despacho solo.


"Toc, toc."


Anderson golpeó tal y como habían acordado dentro de cinco minutos en el despacho nº 7 del club nocturno. No había vuelto a ver a François, pero ni le importó. Estaba deseando ver a ese hombre que iba a transformar todo el dinero robado a la fallecida Evelyn Austen en dinero blanco...


Nadie abría la puerta. Solo escuchaba a alguien carraspear al otro lado, como si alguien fuera a dar un discurso o a aclarar su voz. Finalmente la impaciencia le pudo y entró, pillando a un señor Robertson carraspeanado mientras sacudía un pañuelo rojo por la ventana del despacho. Robertson era una persona mayor, de pelo y barba castaña con largas patillas y descuidadas, bien trajeado y unos ojos cansados tras unos anteojos limpios. Robertson abrió mucho los ojos claramente sorprendido, pegó un bote inesperado y guardó el pañuelo en la solapa de su bolsillo externo mientras cerraba la ventana adornada por unas enormes cortinas blancas que podrían esconder a todo un ejército.


-Usted debe ser el hombre del que me habló François. ¿El señor Mark Anderson, asesor de artistas de artes escénicas?


El patrón artístico había cogido su sombrero hongo y miraba desconfiado. La actitud del asesor financiero como el desorden que había en el despacho era algo que le desquiciaba de aquella situación ¡por el amor de dios, si incluso había ropa tirada por el suelo! Además, había otra cosa que le extrañaba.


-¿Cómo es posible? No he visto salir al joven François- dijo mientras intentaba inspeccionar con la mirada todo el despacho, pero el excéntrico señor Robertson se puso en mitad de su línea de visión torpemente, casi tropezando.


-Oh...¿en serio?- respondió el señor Robertson con una voz demasiado aguda-. No se preocupe, es un joven muy escurridizo. Tranquilo, me ha puesto al tanto de todo- decía Robertson mientras se atusaba una y otra vez las feas patillas, como si le picaran o algo.


-¿Se encuentra bien?


-Síiii, síii por supueeessstooo. No se preocupe señor, siéntese y hablemos de negocios. ¿Así que quiere blanquear su dinero en Londres?


Anderson parecía incómodo ante las maneras de decir las cosas, pero por mucho que le doliera, eso era lo que quería. Así que asintió levemente con la cabeza.


-Pues...sí, así es. ¿Cómo puede ayudarme?


Un estornudo se escapó de algún lugar del salón. Robertson y Anderson respondieron a la vez.


-Salud.


Ambos dudaron atónitos, pero nadie preguntó nada. Mr. Robertson rápidamente lo hizo tomar asiento lo más cercano posible al escritorio. El asesor se sentó al lado del ventanal por donde toda la niebla se desenvolvía como una enorme calada de humo y entrelazó sus dedos por encima del escritorio de caoba.


-Verá...como ya le habrán dicho por el club, pertenezco a la Building Society, por lo que soy uno de los socios de la sociedad de préstamos inmobiliario y asesor de bolsa en el Royal Exchange. Seré breve, ¿tiene alguna posesión altamente valorada?


-Oh, sí. Tengo a mi nombre un enorme edificio en la avenida Shaftesbury. Apenas lo uso...


-¡Perfecto! Verá, puedo otorgarle un seguro como cooperativa de ahorros. Es sencillo, usted asegura su edificio por una buena fortuna...


-¿Cuánto?


-5.000 £ al mes.


-¡¿Cómo?! ¡¿Al mes?! ¡Si 5.000 es todo lo que tengo!- exclamó Anderson mientras hacía ademán de levantarse y marcharse de allí.


Robertson levantó enérgicamente los brazos para llamar la atención de su interlocutor.


-¡Tranquilo! Lo único que tiene que hacer es darme 5.000 libras esterlina y yo le aseguro su propiedad. Esta misma noche usted organiza un ataque a su local y yo le valoro los daños en 4.000 libras, que volverían a usted. Todo legal.


-¿Y las otras 1.000 libras?


-Serían mis honorarios por hacer la vista gorda y por mis servicios. Entonces usted tendría 4.000 libras en blanco y yo 1.000 por mis servicios. Una vez pasado esto, daremos por finalizado nuestro contrato y no me volverá a ver la cara. Pase lo que pase, usted sale ganando.


-Comprendo...-meditó Anderson-. Mandaré ahora mismo a gente a asaltar mi propiedad.


Después de enviar a unos muertos de hambre a asaltar la propiedad de Mr. Anderson en la avenida Shaftesbury en el distrito teatral de West End, Robertson preparaba un té cítrico para su socio mientras charlaban.


-¿Puedo preguntar cómo consiguió el dinero? Solo por curiosidad. Ya sabe...por si algún día necesitara dinero.


Anderson se sentó una vez dada la orden de asaltar su propiedad. Tenía el contrato en la mesa y lo leía con detenimiento, si no fuera por las interrupciones del señor Robertson.


- ¿Tráfico de armas?


Anderson levantó la vista del papel.


-¡Por dios, no!


-¿Opio?


-¡Le he dicho que no!


-¿Entonces?


-Oiga, mire...no sé si quiero firmar esto...


Robertson se fue hacia las cortinas, mirando el poco paisaje que podía dejar entrever la niebla.


-Claro, puede probar suerte con otros asesores más legales. Cobran demasiado como para dejarse sobornar, no va a encontrar a ninguno como yo. Solo le pido saber cómo lo hizo, cómo consiguió todo ese dinero. No me irá a decir que representando a actores...


-No...claro que no. Representé durante un largo periodo de tiempo a la esposa de un alto miembro de la sociedad,  de Maximilian Blair. Su esposa, Evelyn Austen, era bastante buena actriz, hacía ilusionismo, escapismo y era una gran actriz de vaudeville. No sabe lo difícil que es conseguir que una mujer triunfe sobre los escenarios hoy día, así que cobraba una gran cantidad de dinero por hacer que pudiera actuar, pero no era suficiente. También llevaba los fondos del teatro Vaudeville, donde ella tenía una compañía.


-¿Y entonces usted se larga con el dinero? ¿Así como así...? ¿Nadie le denunció?


-No...aproveché un momento de debilidad. La señorita Evelyn contrajo una enfermedad. Temía muchísimo a su fiel esposo, pero esa fue la distracción que me permitió marcharme con todos los fondos de la compañía y de Evelyn fuera del país. Lo que no sabía hasta hoy es que el matrimonio y su primogénito, el chico de 13 años Edward Blair, habían fallecido de una forma tan dramática.


- A lo mejor si usted no se hubiera ido con todo el poco dinero que le quedaba a la familia Blair hubieran podido asistir a la mujer y tratar su peste blanca, su primogénito no se habría escapado de casa causando su muerte y el conde no hubiera muerto de pena y soledad en su casa ¿lo había pensado?


Anderson se quedó en silencio. ¿Su avaricia había asesinado realmente a toda una familia? No, era imposible que fuera culpa suya.


-Así que destrozó la infancia de un niño, Edward Blair, por avaricia...


-El muchacho no mostraba aptitudes de todas formas. Solo era un niño estúpido al que no le interesaba la vida real. Su padre estaba deseando enderezarlo como un hombre, pero el niño solo prefería jugar con su madre por todos los teatros que visitaba. Hágame caso, esa familia ya estaba destrozada de por sí, sin yo actuar.


Robertson se quedó en silencio mientras seguía rascándose sus patillas con preocupación.


-Entiendo.


Un grito femenino de sorpresa se escuchó desde el salón, parecía haber ajetreo en los salones, como si una estampida de animales hubiera irrumpido por el club nocturno.


-¿Qué demonios es eso?- dijo Anderson mientras se levantaba.


Robertson pegó un golpe en la mesa colocando el contrato.


-Rápido, firme y tendrá su dinero.


Anderson no dudó, firmó mientras deslizaba un fajo de billetes donde iban las 5.000 libras, pero seguía intrigado con lo que pasaba fuera. Cuando terminó de firmar el gentío y la marabunta de pasos que se escuchaba fuera llegó hasta la puerta del despacho nº 7.


-¡Abran a Scotland Yard!


Anderson se levantó tembloroso, mientras que Robertson se quedaba sentado tomando su té.


-¡Imposible!


La puerta cedió, y un par de guardias uniformados venían acompañados de un inspector fumando pipa y mirando su reloj aburrido.


-Mark Anderson, por orden del estado Británico está usted detenido por desfalco, fraude y blanqueo de dinero.


Los agentes esposaron al gordo, que no opuso resistencia alguna.


-¡Imposible! ¡Este hombre es el causante de todo!- gritó señalando a Robertson.


El inspector de Scotland Yard cerró su reloj de bolsillo y le dio un apretón de mano a Robertson.


-Buen trabajo, Smith. Es la primera vez que me das un buen chivatazo. Va a ser verdad que puedes ser un valioso enlace a Scotland Yard.


Robertson...o Smith, quien fuera, asintió con la cabeza con una sonrisa de oreja a oreja. Pero Anderson seguía gritando.


-¡Esto es inaudito! ¡No tienen pruebas!


El inspector levantó el contrato fraudulento y se lo estampó delante de su cara.


-Tenemos una prueba firmada contra usted por blanqueo de dinero. Y un testigo presencial de la policía.


De entre las cortinas, estornudando, salía un agente torpe de la policía de Scotland Yard. Había estado aguantando todos sus estornudos todo lo que podía. Lo había conseguido, pues tenía un resfriado de tres pares por culpa de un incidente en el Támesis.


-¡Y lo he escuchado todo! ¡Atchís!


Pero Anderson seguía en sus treces.

-¡No os saldréis con la vuestra! ¡Tengo una propiedad con la que puedo pagar mi fianza!

El recién nombrado Smith (o Robertson, para Anderson), replicó:

- Claro, con su enorme propiedad que ha mandado a destrozar. Una lástima. 

-¡No!- gritó Anderson al percatarse de la metida de pata que había cometido.

El inspector se acercó a Smith, su investigador independiente y le susurró:

-¿Tienes el dinero de este canalla?

-Pues no, la verdad es que no ha traído el dinero, pero ha confesado.

Obviamente, era mentira, Smith/Robertson había hecho desaparecer las 5.000 libras como por arte de magia, como un truco de prestidigitación practicado y ensayado.

-Lástima. Se lo sonsacaremos a él- concluyó señalando a Anderson.

El inspector salió fuera con motivo de contactar con base. A Anderson lo arrastraban entre los dos policías hacia el exterior. Entonces, desde la puerta, pudo ver toda la habitación, y como en un hueco, había ropa tirada.


Había unos tirantes y un chaleco. Anderson enloqueció.

-¡Tú, traidor! ¡Tú eras el francés, el tal François que me trajo aquí! ¡También eras Robertson, el asesor financiero! ¡También eres un investigador independiente, el señor Smith!- Anderson reía de forma enloquecida.


El personaje se quitó las patillas falsas que tanto le incomodaban, así como la peluca castaña, dejando ver un pelo rubio frondoso. Acto seguido, mientras se acercaba a Anderson, se sacudió el pelo dejando caer un polvo amarillento que daba lugar al rubio de François para pasar a un color castaño natural. Al final quedaba una cara que no había visto nunca. François/Robertson/Smith se colocó su traje de frac, una chistera y un bastón. Anderson seguía gritando mientras los guardias lo llevaban fuera a rastras.


-¡¿Quién demonios eres tú?!


El enigmático personaje se acercó a él.


-Nadie. Porque ahora sé que estoy muerto, en parte por tu culpa.


Mark Anderson reprimió un grito de sorpresa al saber lo que ocurría.


-¡Edward Blair!


El extraño negó con la cabeza.


-No...Edward Austen. Y no temas, viejo amigo...que yo seguiré dando mal uso a tu nombre por ti. Te lo aseguro.


Yo, Edward Austen, salí del club con 5.000 libras en mi bolsillo, los cuales se perdieron en volver a abrir el arruinado teatro Vaudeville. Y una vez sin dinero,
 tenía que pensar en otro golpe. Se hablaba mucho de los banqueros Doyle, y eso me llamaba mucho la atención. Al fin y al cabo, el dinero llama al dinero.

Scotland Yard encarceló a Mark Anderson, el canalla representante de artistas. Sin embargo, hubo gente que seguía maldiciéndolo, pues a pesar de estar entre rejas parecía seguir haciendo de las suyas. Quizás alguien que se hacía pasar por él.



Y esto es lo que pasa cuando te pagan con tu misma moneda.


jueves, 4 de octubre de 2012

Lo esperado

Ya ha ocurrido.
Ha llegado la hora de pagar mi deuda.
Sé perfectamente que él esperaba que eligiera la segunda opción, a pesar de hacerme creer que me ha dejado decidir entre ambas.
Pero no importa, al fin y al cabo tenía que pasar.
No conozco lo suficientemente este mundo como para saber dónde, cómo y con quién mantener una conversación. Mucho menos un trato.
Ahora sé al menos con quién no.
Pero si siempre sale ganando, ¿por qué todo el mundo recurre a él? No debo dar por sentado que no habrá un "nunca más". Al menos sí un "ten cautela".

No sé como voy a llevar a cabo mi pago, ni tampoco puedo pedir ayuda. Aunque es mejor, porque ya ha llegado el momento de pagar por mis propios problemas sin pedir ayuda a los demás. Podré hacerlo, y si no... ¿y si no qué?
Ni siquiera me he atrevido a preguntar.

Con su misterio, su conveniencia y su capacidad para conseguir lo que desea... más que un hombre llamado Petrelli, se asemeja a un Rumplestinski que ha olvidado su nombre.
Solo que este cuento no tiene aún su final feliz.

lunes, 1 de octubre de 2012

Mensaje en una botella




"Amor mío…
Hay tantas cosas que tras todo este tiempo podría contaros…
No sé ya qué hacer, cómo hacer para que mis palabras lleguen a vosotros, pues no confío en los dioses como portadores, no porque piense que se les van a caer de los bolsillos, sino porque dudo que sepan expresarlas igual que yo.
Es posible que el viento te las lleve cuando las guarde con secretos entre mis manos, y luego… bueno, está esto.
Hay confines de Metáfora que quedan más allá de la imaginación, más allá de los sueños, dicen. Solo se me ocurre una cosa que pueda haber en ese lugar tan absolutamente maravilloso, y esa cosa sois vosotros. He pensado que quizás, si escribo estas letras, las encierro dentro de una botella, como en tantos cuentos se hace, y la lanzo al mar, llegará al puerto donde os encontréis.
Este mundo sigue siendo igual que el anterior, que el que nosotros vimos. Los mismos amaneceres vuelven cada mañana, creo que esperan que algún día os asoméis de nuevo a la ventana y les sonriáis. Llueve aun, y la lluvia, como los sueños, tampoco se ha perdido, ni las flores, ni la bruma. Tampoco las estrellas, siguen ahí arriba, mudas y temblorosas.
Son tantos los cuentos nuevos que podría contaros… hay nuevos héroes, nuevas batallas, nuevos amores imposibles y amistades inquebrantables. Hay nuevos monstruos también, y villanos, y brujas ¡y pesadillas! ¡Pero hay nuevos valientes que se atreven a enfrentarlas! Valientes de los que os gustaría disfrazaros, que desearíais ser algún día, y ella y yo os miraríamos combatir lo inimaginable, soñar con lo improbable.
Os extraño tanto…
Un día, quizá pronto o quizá no, estaré con vosotros. Hasta entonces tendré que conformarme con escribiros y con deciros de forma breve, pero intensa, que os quiero."

"Bajo agua"


“Bajo agua”. Ese era el nombre con el que comúnmente los piratas y otros hombres de mar, conocían aquel extraño lugar. Lancel se había tomado al pie de la letra el dicho que reza “el capitán se hunde con el barco”, y para demostrarlo, cuando su propio barco encalló en la costa de Puerto Viejo, cansadas ya sus gastadas tablas de tanta agua y tormenta enfrentadas, decidió que era hora de echar amarras por última vez. Orillado y hundido, el viejo navío descansaba desde hacia bastantes años. La proa salía parcialmente a la superficie, permitiendo a los visitantes entrar por la escotilla para descender al interior, que a pesar de la pronunciada inclinación del barco, estaba plagado de mesas y sillas, e incluso una barra digna de cualquier posada, dispuestas para cualquier pirata o corsario que quisiera echar un trago, una siesta, o lo que se terciase.

Aquella noche el cielo traía quizá demasiadas nubes como para lanzarse a la mar, y un par de barcos se encontraban ya besando la costa de Puerto Viejo, y sus honrados tripulantes con un pie (o los dos) “Bajo agua”.
Dejando a varios marineros a cargo, el Nereida era otro de los barcos que acababa de echar amarras. Entre risas y promesas de un buen vino, varios de sus hombres bajaron las inclinadas escaleras de la ahora posada, y automáticamente una sonrisa se dibujó en el rostro de varios de ellos. Stefan miró a su alrededor, y ante ausencia de dama alguna desinfló el pecho y devolvió su espalda a su postura agazapada, a juego con los ojos. El capitán, como era su costumbre, echó un vistazo para anotar mentalmente quienes de los allí presentes podían conllevar problemas esa noche. Lobo y Florian, por su parte, se dirigieron hacia la barra sin más dilación que un par de saludos, de Florian con la mano alzada y de Lobo con una sonrisa amplia, respondidos de alguna forma por parte de quienes fueran (siempre, claro está, que no estuviera el saludado demasiado ebrio como para devolver el gesto).
Tras la antigua tabla por las que más de un prisionero o amotinado había paseado antiguamente, y que ahora servía a modo de barra, Lancel sonrió al verles.
- ¡Dichosos los ojos! ¿Ha sido el timón o el viento quien os traído hasta aquí? – Lancel puso un par de vasos sobre la tabla y vertió en ellos con rapidez lo que sabía más que de sobra que pediría cada uno de ellos
- El capitán, en realidad – Lobo sonrió y alzó su vaso a la altura de su nariz, aspirando el fuerte olor que desprendía – Ahhh… - suspiró – No se os olvida, ¿eh?
- Se me olvidará el día que a mis oídos llegue que navegáis cerca de esta costa y no echáis amarras para pasaros por aquí – rió
- Parece una noche tranquila – incluso fuera del barco, el capitán no bajaba la guardia ni despejaba sus formas
- Vamos, Razvan, relajaos – Lancel dio un leve empujón a su vaso, instándole a que lo cogiera – Y bueno… puede que para algunos no sea tan tranquila, o al menos noche al uso
- No hay mujeres, ¿qué tipo de barcos hay en puerto? – Stefan dio un trago rápido de su bebida y se frotó la nariz
- Dos, de piratas y corsarios con la cabeza llena de supercherías – asintió Lancel
- ¿Cómo puede traer mal fario llevar mujeres a bordo? ¡Al contrario! Es una bendición para los oídos, la vista… - Stefan negó con la cabeza con el ceño fruncido
- El tacto… - sonrió Lobo
- La música… - añadió Florian bebiéndose de un sorbo su vino, sin inmutarse por ello
- ¿La música? – Lancel lo miró extrañado
- Le gusta oír cantar a las mujeres – Lobo se encogió de hombros
- Hablando de… - Lancel retiró el vaso de las manos del joven pirata y lo apuró, soltándolo sobre la tabla con un leve golpe – Lobo – chasqueó la lengua – Debéis salir de mi barco
- ¿Qué?
- ¿Qué habéis hecho? – Razvan lo miró con severidad
- ¡Nada! ¡No me ha dado tiempo!
- A saber… - añadió Stefan mientras Florian asentía con la cabeza
- No ocurre nada, pero hacedme caso, os gustará salir, le he hecho cambios a la cubierta
- Os referiréis a la parte visible, imagino – supuso Lobo incorporándose sin entender muy bien aquello mientras el capitán escudriñaba el rostro de Lancel, que mostraba una amplia sonrisa
- Así, es, no perdáis detalle, os gustará lo que la vista ofrece
- Si vos lo decís…

Sólo nuestro



Un paso más, una nueva pincelada en el boceto y una nueva huella en nuestro camino. Cada momento tiene que ser intenso, y las decisiones más dulces son las que se toman de repente.
Lo llevaba pensando un tiempo, desde que lo encontré. Antes de hacerlo me sentía tan sola que no era capaz de irme a vivir a un lugar apartado de alguien. Pero ahora ya estaba lista para pedírselo, a la mínima oportunidad que me ofrecieran sus palabras.

Me encanta ser impulsiva en estos aspectos, al igual que me gusta que él también lo sea.
Parece tan grande en comparación a como lo imaginaba.
No sé que voy a hacer con tantas habitaciones. Quizá en un futuro se ocupen, pero ahora... pueden ser cualquier cosa que imaginemos.
Y su reacción al preguntárselo, al remar hacia nuestro refugio, al confirmar que nos quedaremos ahí... no quiero pensar en nada más.

Nunca pensé que tendría mi propio lugar, algo a lo que llamar hogar y que no esté ligado únicamente a personas.
¿Quién ha dicho que sólo podemos tener un hogar?