martes, 18 de octubre de 2011

Motivos personales

- ¡¿Qué?! – no pudo evitar alzar ligeramente la voz y el semigigante trató sin éxito de esconderse tras la barra, asustado
- Vinieron cuando cerramos… - respondió con voz temblorosa
- De acuerdo… - suspiró y se pasó la mano por el mentón – No te preocupes, Hermanito
- ¿Qué vamos a hacer? – al notar de nuevo el tono calmado de su amigo salió de su indiscreto escondite
- Voy a palacio – se ajustó el chaleco de un tirón y sonrió – Es mejor que te quedes aquí
- Pero… yo… los guardias… - se retorcía los enormes dedos, nervioso
- Los guardias no me supondrán un problema, ¿recuerdas? Me dejarán entrar – puso su mano sobre la de Hermanito y le dio un leve apretón – No pasa nada, la traeré de vuelta – el semigigante asintió tragando saliva, como si ante la determinación de su amigo no pudiera hacer otra cosa

Hacía ya varias horas que el sol se había ido a dormir y su compañera montaba guardia en su lugar. El silencio en las calles era abrumador, las ventanas estaban cerradas y las puertas se sabían apuntaladas. Un par de soldados fingían vigilar cuando él pasó cerca y al alejarse uno de ellos sacó una bota de vino guardada con premura.
Sus ojos estaban fijos en un solo punto: el castillo. Si se cruzó con alguien o no, no podría recordarlo. Traspasó el puesto de guardia y la entrada principal, subió las escaleras y llegó ante las puertas de la sala del trono. En otras circunstancias se hubiera aclarado levemente la voz, hubiera golpeado tres veces con los nudillos y esperado una respuesta para entrar, pero no era momento para pantomimas, de modo que en lugar de eso abrió sin más preámbulos.
Había dos personas en el salón separadas entre sí algunos metros. Uno de ellos era perfectamente reconocible, sentado en el trono de la forma menos decorosa posible, con una capa exageradamente adornada sobre los hombros y con una corona que más que investirle respeto te hacía dudar sobre si se trataba de un hombre o de un pavo real. El otro vestía los colores negro y rojo borgoña y el pelo, recogido con un lazo oscuro, le caía hasta media espalda. Su porte denotaba cierta autoridad y despedía elegancia en cada leve ademán que hacía con los dedos.
El muchacho del trono abrió desmesuradamente los ojos con una mezcla entre la sorpresa y la ofensa que le producía semejante entrada. Por otra parte, el hombre que estaba de pie y casi de espaldas se tomó su tiempo en girar ligeramente el rostro para encontrar su mirada con la del intruso y tras hacerlo esbozó una leve sonrisa.

- Majestad – el recién llegado hizo una cortés pero frívola inclinación
- ¿A qué se debe tu intromisión? – el Rey parecía realmente disgustado con todo aquello
- Su Majestad ha cometido un error, vengo a ofreceros mi ayuda para solventarlo
- Un… ¿error? – el muchacho se levantó y comenzó a caminar por la sala, divagando, probablemente preguntándose en qué podía haber fallado ÉL
- Céfiro – el joven le tendió la mano al hombre de rojo, que había retrocedido un par de pasos manteniéndose en cauteloso silencio
- Johel – recibió su gesto con un apretón amistoso disfrazado de diplomacia y tras separarse ambos posaron sus ojos sobre el monarca
- ¿Qué error puedo haber cometido, Johel Zor? – se había quedado parado y lo miraba fijamente con la incomprensión y la indignación dibujadas en su rostro
- Habéis mandado arrestar, imagino que para gustos y placeres personales, a una joven del pueblo – afirmó
- Oh… no vamos a volver con eso, ¿verdad? Es mi derec…
- No pretendo discutir vuestros derechos – esa palabra se le atragantaba refiriéndose a semejante patán
- ¿Entonces qué?
- Es sencillo, Majestad. Todo cuanto tenéis que hacer para solucionar ese desliz es dejar libre a la chica
- ¿Por qué habría de hacer semejante cosa? – rió el joven monarca
- Esa muchacha es mi prometida, señor… - hizo una leve pausa para buscar los ojos de su interlocutor – Así que permitidme recomendaros que lo hagáis
- ¿Me amenazáis, Johel? ¿A mí?
- En absoluto, Majestad, os aconsejo a favor de vuestro beneficio, ya que me parece que no os convienen ciertas consecuencias que puedan ocurrir
- Sois un hombre de paz, Johel
- Para hacer la paz hay que conocer la guerra, Majestad

Durante unos segundos que se hicieron eternos, ambos se mantuvieron la mirada mientras otros ojos no perdían detalle de ambos varios pasos atrás. Finalmente el gobernante bajó la vista apretando los puños y simplemente anunció:

- La mandaré traer de inmediato
- Muy sensato, Majestad

4 comentarios:

  1. Comentaría algo más profundo, pero es que me he quedado muy pillada D:

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  2. Al fin y al cabo, la mayor estratagema política está movida por el menor capricho mundano. Al fin y al cabo, por mucha máscara que se lleve en corte siempre, siempre será personal. Chapó para vos, Johel Zor, puesto que no dudáis en mantener la cabeza alta y enfrentarte ante las idioteces de los caprichosos nobles y monarcas que solo piensan en sus partes bajas o en aumentar las arcas (a veces incluso las dos cosas a la vez). Además, me atrevería a decir que Elena (si no me equivoco) merece vuestro acto de valentía...

    Me quito el sombrero ante vos. Aplaudo vuestra entrada en escena- Eddy

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