domingo, 20 de mayo de 2012

Cae el telón


La noche en el teatro no es igual que en las calles. Gran parte de la ciudad se ha ido a dormir, mientras que todo lo que se considera de “baja ralea” acaba de salir a cazar.
Así es Londres, un callejón lleno de sombras. Pero no aquí dentro, y por supuesto no en su compañía.
Doy un leve tirón de los lazos de las zapatillas, que me cubren solo las puntas de los pies y doblo los dedos varias veces, giro los brazos y los estiro, alzo la vista y la veo haciendo lo mismo. La noche está siendo más larga de lo que pensaba, pero nunca lo suficiente.
Después de todo lo que ha pasado, se lo merece, se merece esto. ¿Por quién sino por ella iba a estar aquí? Hace unos años pensaba que ni siquiera sacaría monedas bailando en la calle, mucho menos soñaba con pisar las tablas, y hoy… bueno, hoy aquí estamos, ensayando la última noche antes del estreno. Se lo debo a ella, a su persistencia.
Mañana es nuestro pequeño gran momento. El Royal Dreury Lane no es el mejor teatro de Londres, pero es mucho más de lo que podíamos haber imaginado en todos estos años. El señor Ivanova se sentirá orgulloso mañana. Ella estará radiante, mejor incluso que habitualmente. Desde que le dije que podríamos actuar en el teatro jamás la he visto dejar de sonreír, y eso es inevitablemente contagioso.
-          ¿Raphael? – vuelvo a enfocar la vista cuando me llama, me había perdido entre pensamientos
-          Perdona – sonrío - ¿Decías algo?
-          Muchas cosas – se ríe tapándose la boca con la mano – ¿Estás bien?
-          Sí… sí, ya soñaba con mañana – me acerco a ella y las tablas del escenario crujen bajo mis pies
-          Mañana queda demasiado cerca – se retuerce los dedos y me tiende la mano – Y aún nos queda el último porté
-          No te apures, lo sacaremos – recojo su mano entre las mías
-          Sí, bueno… eso dijimos hace cinco horas – sonríe y y chasquea ligeramente la lengua - ¿De nuevo?
-          Por supuesto – asiento y suelto su mano, sabiendo la eternidad que pasará hasta que vuelva a sujetarla
Un giro y otro, el escenario parece hecho para ella. Aunque quisiera, sé que no podría dejar de mirarla. Tiene la ligereza de una pluma que el viento mueve a su antojo, se posa en el suelo y alza el vuelo como una mariposa, pequeña y delicada, capaz de pintar de color la más absoluta oscuridad con un solo aleteo.
Salgo a su encuentro, un paso tras otro, varios giros de ambos y mis manos se estrechan en su cintura para ayudarla en el salto. Mi mente se queda en blanco, solo bailamos. Podría entrar cualquiera, aplaudir, gritar o formar un escándalo tal que estremeciera las calles de Londres, pero nosotros permaneceríamos ajenos a ello.
De nuevo llega el fatídico salto. Si sale bien será un final precioso, pero claro… tiene que salir bien. Después de todo este tiempo, ya es hora. Cuando está en el aire se pone nerviosa y se queda rígida, tiene que destensar el cuerpo, relajarlo…
Me acerco a ella de nuevo y cojo su mano para hacerla girar, coloco una mano en su cintura y ella salta para propulsarse. Casi cruzo los dedos, pero no hace falta. Como si se desmayase, se deja caer para que yo la recoja en el último momento.

“Un cierre perfecto”. No puedo evitar reírme.

-          ¿Quién dijo que no saldría? – sonrío – Ha sido genial, Luna - ¿Luna? – Eh, está bien, ¿te has lastimado?
Silencio. ¿Silencio? ¡Ha salido! Ni una risa, ni una queja, ni un… ¿suspiro?
-          ¡Luna! – apoyo su cuerpo en mi regazo y tomo su cara entre las manos – Luna, ¿qué…? – sus ojos están en blanco, sin nada de color – Luna… - susurro, trato de ¿despertarla? – Luna, ¡Luna! – acerco mi cabeza a su pecho y no obtengo respuesta alguna, mis labios a los suyos y no hay rastro de aliento – No, no, no, no, no… ¿qué…? Luna, tienes que volver conmigo… - las lágrimas se me agolpan en los ojos y empapan mi rostro – Vuelve conmigo... – la abrazo mientras sigo llamándola en voz baja, o a voces… realmente no lo sé, ni me importa.

Nos quedamos ahí toda la noche, sobre el escenario, a oscuras. Y por más que la llamo, no responde, por más que la estrecho… no consigo traerla de vuelta.

jueves, 17 de mayo de 2012

Ese instante compartido de silencio


Y las nubes se despejaron en aquel instante cálido. Ligeramente húmedo como la caricia de la ola que deja la espuna en la orilla, breve como el canto de un mirlo y se anida a tu piel, fresca, como el rocío de la mañana... Supongo que podría buscar mil y una palabras, lugares, sensaciones que lo acercaran pero no encuentro nada que se le pueda parecer.

Quizás es lo que tiene ese instante compartido de silencio

... Supongo

martes, 1 de mayo de 2012

Por amor


Quizá lo he negado tantas veces que, ahora que la verdad sale contundente de sus labios, cae sobre mí como un muro pesado derruido por la realidad. Aquel que me impedía ver lo que él había hecho. Y ahora... ¿Podré salir de estos escombros que se han precipitado violentamente sobre mí? ¿Será cierto que el amor lo puede y lo perdona todo?

¿Cuáles son mis prioridades? ¿Perdonaré algo tan ruín como un asesinato... siendo este el de mis padres? A manos de la persona que más quiero en este mundo.

No soy una santa ni mucho menos la chica inocente que aparece por lugares inesperados. Más de una vez deseé la muerte de esos bastardos que me hacían sangrar día tras día.

Y sí... ¿fuese al revés? Que yo fuera la amiga imaginaria y viera como a Phoenix no le dejan un solo minuto de paz, dolorido tras una brutal paliza... ¿habría asesinado yo a aquellos que le hacían daño? ¿Lo haría alguna vez en mi presente?

Y... ¿Él me perdonaría a mí? ¿Cómo me sentiría yo si no lo hiciera? Dolida, hundida, sin ganas de querer caminar si no es a su lado. Yo no quiero que él sienta ese vacío.
Por amor se hacen grandes locuras. Y por amor se perdonan esas locuras.

¿O no?