lunes, 28 de febrero de 2011

Colores

El paisaje es de ceniza, la madera de los árboles se deshace en mis dedos al pasarlos por ahí. Phoenix me ofrece pintar el mundo, literalmente. Con brochas y muchos colores, creamos un lugar para nosotros, con flores de infinitos colores y la hierba verde azulada. Al pasar los pinceles por el agua, se dispersa, y en los peces que comienzan a nadar.

-Aún nos queda algo.

-¿El cielo? ¿Pero cómo?-Pregunto.

Phoenix se limita a quitarme los brazaletes que me impiden elevarme para que juntos lleguemos al cielo y lo cubramos de un color morado suave, para que no llegue a ser del todo oscuro. Las flores, la brisa, todo junto forman sonidos acompasados. Comenzamos a bailar, por el cielo, nuestro cielo como queríamos que fuera, y nuestro lugar. No sé exactamente como, pero bailamos y no existe nada aparte de todo aquello.

No lo entiendo… ¿cómo puede ser tan maravilloso? Él, sus ideas, sus sorpresas, sus gestos y tengo tanto que descubrir. Descendemos poco a poco de nuevo hacia el suelo. Ya no puedo aguantarlo más, he de proponérselo o de lo contrario nunca podré conocerle mejor.

-Phoenix… ¿quieres jugar a un juego?

-Claro.-Sonríe, curioso e interesante, como solo él sabe.

-Consiste en hacer preguntas, y responder con sinceridad.-Asiente con la cabeza, aún sonriendo.-De acuerdo… empieza tú.

Hace un breve silencio, no aparta su mirada, tierna, de mí. -¿Por qué eres tan bonita?- Empezamos bien… que rápido sabe sacarme los colores.

-Porque tú me ves con esos ojos.

-Cierto, es una manera de verlo.

-Me toca… ¿Por qué me ves con esos ojos?

-Porque eres maravillosa. ¿Cuál es tu color favorito?

-El morado, ¿es qué aún no te has dado cuenta?- Digo eso mientras miro al cielo.

-¿Has tenido a algún niño antes que a mí?

-Sí…-Su mirada cambia de repente, con un tono de felicidad y tristeza al mismo tiempo.- ¿Hay algo de tu vida que hubieras querido cambiar?

-Pues... haber reaccionado a tiempo.

-¿A qué te refieres?

-Me toca a mí.- Continuamos con más preguntas. Descubro que antes de mí hubo un niño y parece según le observo, que le apreciaba mucho. Le confieso a su vez, que me hubiera gustado reaccionar al trato que me sometían mis padres, y él defiende que no era más que una niña. Él me dice que su recuerdo más bonito es uno en el cual está en una cabecera de una cama, mirándome dormir. Con ese recuerdo me enternece.

-¿Cuál es esa pregunta que esconden tus labios?-Me pregunta en su nuevo turno. Desde luego no esperaba esa pregunta, y cierto es, que no sé la respuesta con claridad. Tengo tantas cosas que preguntarle, y que decirle, y que mostrarle…

-¿Qué recuerdas de tu pasado?

-Pues, si te digo la verdad, mi pasado es ese niño del que te he hablado. Es mi turno…¿Cuál es tu estación favorita?

-El otoño, es algo intermedio, y la primavera da alergia, a todo el mundo. Bueno... me toca. ¿Cuál es la pregunta que guardas tú en tus labios?

-No quieres saberlo.-Sonríe de forma pícara.

-Claro que quiero, venga, dímelo.

-¿Segura?

-Sí.

-¿Quieres besarme?

No puedo creer que me esté preguntando eso, ¡pues claro que quiero! ¿o no quiero? No, puedo perder su amistad si pasa algo, pero ¿por qué me pregunta esto? ¿Es qué él quiere besarme a mí?

-No…lo…sé. ¿Y tú quieres, besarme?- Casi me cuesta pronunciar mis palabras, mi garganta está encogida, y tengo un nudo en el estómago, aunque es agradable, y extraño.

-Sí, quiero besarte.- ¿Y por qué no lo haces? ¡Dios, hazlo! O no, no lo hagas. ¡Socorro! -¿Qué prefieres que construya aquí, una casa o un embarcadero?

-Una casa.-Vaya cambio de tema.-Me toca, ¿Por qué tuviste que dejar a tu otro niño?

-Pues… murió.-Su rostro de repente se apaga. Vaya, lo último que quería era esto. Bajo la mirada, y él continúa.- ¿Cuál fue tu momento más feliz?

-¿De mi infancia o en general?

-De lo que quieras.

-Creo… que cuando te conocí. ¿Vas a desaparecer algún día de mi lado?

-Si tú no lo quieres, no.-Es un alivio, en serio.- ¿Te caí bien la primera vez que me viste?

-Bueno… al principio me costó un poco, pero después me acostumbré a tus cosas.-Creo que va siendo hora de preguntar lo que quieres preguntar, Crhystalle… allá vamos.- ¿Por qué quieres besarme?

-¿Por qué las personas quieren besarse?- Es obvio, pero ¿de verdad sientes eso por mí?

-No lo sé.

-Oh, sí que lo sabes.

-Prefiero que me lo digas tú.

-Porque eres muy importante para mí. Y… no hay otras palabras mejores para definirlo.

Se hace un silencio tras ello, y nos quedamos mirándonos. Me armo de valor, y aunque siempre he sido y soy tímida, en este momento lo único que deseo es estar cerca de él, lo máximo posible. Observo sus labios, tan suaves que parecen cómodos para dormir sobre ellos. Y sin pensarlo, le beso. No es un beso largo, es más bien un roce. Pero es dulce, cálido, y tierno. Sus labios apenas se mueven, se han dejado llevar. Al separarnos y encontrarnos de nuevo, me observa pícaro.

-Sabes tan dulce como eres.

-Tú… también eres muy dulce.

No recuerdo bien lo que dijo, ni recuerdo bien que fue lo que le reproché nuevamente por algunas de sus tonterías, solo sé que tras algunas palabras sueltas y sin haberme dejado terminar mi frase, de nuevo me besa, y con este beso, terminan las preguntas y comienza una nueva vida. La nuestra.

Así que dime...

Porque si fuera poeta
te escribiría versos dignos de una princesa.
Podría mover las nubes
y dibujar con las estrellas tu nombre.
Lo haría… si fuera un mago.
¡Juglar!
Oh, si juglar fuera
entonaría una canción…
y no una cualquiera.
Pero solo soy un hombre,
solo una sombra a la que eclipsa
sin saberlo esa sonrisa.
Así que dime sin más,
¿por qué eres tan bonita?

Sangre en las manos

En mi escritorio las velas se consumen lentamente, casi por el influjo de mi mirada, que quiere expresar todas las que tengo de huir de ese momento. Vergüenza, aflicción, frialdad. Ese frío en el pecho, que no consigo aliviar de ningún modo.
Sus palabras impregnan cada recuerdo, aquel desprecio hacia la vida en su expresión. Su apego a nada en concreto, solo hacia sí misma. Yo no sé que pensar. No sé decir si soy mejor o peor persona. Evito hacer juicios, pero me dictaminé a mí misma como juez y además verdugo.
Las lágrimas empañan este pergamino, apenas puedo ver ya

Ni siquiera sé porque ocultaba el temblor de mis manos mientras la empujaba contra el agua. Un rastro de emoción que no fuera el desdén. Un rastro de humanidad, de arrepentimiento. De añoranza hacia el pasado. Sus crueles palabras que tocaban el punto más frágil, dolían más allá de lo que yo misma esperaba. La vida de Donald. El afecto que sentía o que fingía sentir en un pasado. Algo debía de haber, ¡algo, maldita sea!

Todos esos pensamientos recorrían mi mente mientras sostenía su cabeza bajo el agua. Una y otra vez. Casi la dejo morir ahogada, mientras reflexionaba. Sus sacudidas eran intensas, lo único que podía devolverme a la realidad.

La dejé incosciente en una arboleda, a merced del frío y de las bestias. He vuelto a hacerlo. Un monstruo. Casi la dejo morir, por los dioses. Que tengan piedad de mí, toda la que no tengo con el resto

A pesar de las palabras de consuelo, no consigo encontrar esa parte de mí, aquel calor que inundaba el pecho constantemente. Me siento fría, cada vez más deshumanizada. Tal vez el encierro tenga la cura, tarde o temprano. El poder no está en arrebatar una vida, sino en perdonarla.

En un palacio tan inmenso, el silencio y la soledad se hacen más que palpables.
Fortaleza y piedad

sábado, 19 de febrero de 2011

De cuento

Brisa de pétalos mojados
y rumor de los viejos vientos,
su caricia fresca y los rayos
de más de un solo Sol.
¿No es fantástico?

Flores que conversan contigo;
por el color no me decido,
es como de un cuento perdido
que espera escondido.
¿No es muy divertido?

Llaves que esconden los secretos
de unos candados poco escuetos,
el temblor de una torre; espero
que no cunda el miedo.
¡Por fín se ha abierto!

Bebidas mágicas encuentro.
Ahora sí parece un cuento,
junto la brisa ahora vuelo
sin verme en el suelo.
¡Y no quiero verlo!

Entre páginas

"El Gato Risón tiene todas las respuestas, pero no siempre las da..."

Durante unos momentos, ignoro cuanto tiempo fue, pues los relojes marcan la hora a su propia voluntad en el País de las Maravillas, sin contar para nada con la inercia de este. Se siente poder al conocer todas las verdades del mundo, aunque sea en un mundo de fantasía.

Mi risa, algo maníaca, recorre todo el mundo, mientras intento guiar los pasos de la dulce Alicia.

Perdidos entre mundos de cuento, buscando la varita robada y los finales felices...

El gran erudito encontró su templo, entre miriadas de libros vivientes, cada uno con una historia por contar. En un techo de estrellas, otea el su paraíso particular.

Estamos solos, cada uno en su propio camino. Cada uno en su propio cuento

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Recuerdos que llegan a la mente durante la duermevela, haciendome sonreír a la oscuridad. Aún estabamos viajando por aquel entonces... Como ha cambiado todo...

viernes, 18 de febrero de 2011

Recuerdos II

Empecé a dejar de ir a la escuela. Mi madre me obligaba a quedarme en casa y no ir, debido a los comentarios que se escuchaban por todas partes sobre mis padres y mis heridas. Yo, a regañadientes, la ayudaba con las tareas del hogar, o más bien, empecé a hacerlas.

Yo quería, más bien, necesitaba ir a la escuela ya que aparte de los libros, mis compañeros de clase y mis profesores me ayudaban a evadirme de mi realidad. Pensaba en uno de mis recuerdos más felices, en el cual estaba en clase, y me sentaba al lado de mi compañera Victoria. Mientras mi profesora favorita daba clases, yo me limitaba a escuchar todo lo que decía, y escribía lo que podía de la explicación. Al terminar la clase, empecé a recoger mi maleta y me dispuse a irme, pero mi profesora, Diana, me pidió un momento para hablar conmigo. Una vez estado la sala vacía, mi profesora me preguntó:

-¿Cómo te has hecho esa herida en el labio, Chrystalle?

Mi madre me tenía dicho que jamás dijera que me lo había provocado ella o mi padre, ya que podrían apartarme de su lado, y yo no quería eso, decía ella.

-Me he caído.-No sabía mentir, por lo que me limitaba a decir frases cortas.

-¿Estás segura? Sabes que puedes contarme lo que quieras, yo no se lo diré a nadie.

-Sí, señorita, y también sé que puedo confiar en vos.

Diana se limitó a sonreír, y aunque crean que los niños no sabíamos lo que sentían los adultos, pude ver perfectamente tristeza en su mirada. Tras ello, acercó su mano lentamente a mi mejilla y con la parte superior de ella, me acarició. Continué soñando con esa caricia durante noches.

Pero cuando mi madre me hubo prohibido ir a la escuela, toda la poca felicidad que tenía desapareció. Mientras, mi madre se dedicó a pasar sus horas, sentada y leyendo mientras yo me encargaba de limpiar y cocinar.

Pasaron los días hasta que por fin llegó mi cumpleaños. Yo estaba muy ilusionada esa mañana, pues me hacía mayor ya que estaba cumpliendo seis años. Me imaginé que como a mis antiguos compañeros de clase, me prepararían el desayuno y me lo traerían a la cama. O que me esperaba una tarta sobre la mesa de la cocina con algún que otro regalo. E incluso me ilusioné pensando que el regalo de mis padres sería una fiesta sorpresa con mis antiguos compañeros del colegio y algunos profesores, y me volverían a dejar estar con ellos en la escuela. Pero en lugar de ello, me levanté y vi lo mismo de siempre. Mis padres ni me miraron esa mañana. Fui a hacerles el desayuno, y al acabar fui a mi habitación y esperé durante horas por si mis padres venían a felicitarme. Mientras tanto, estuve imaginando que todo lo anterior estaba pasando, mientras que en mi vida real, mis pómulos no podían aguantar el peso de todas mis lágrimas. A la tarde, mis padres salieron, y yo ilusionada pensé que iban a comprarme un regalo. Pasó el tiempo, y me quedé sola hasta altas horas de la madrugada. Mis padres regresaron a las tres y media de la noche y escuché a mi padre desde la entrada:

-Chrystalle, ¿dónde estás?

Asustada y con mi sentido del peligro activado, salí de la habitación y fui a dónde mi padre me reclamó. Los vi a los dos, extraños, tambaleándose. Mi madre estaba despeinada, y parecía muy contenta, pues estaba riéndose a carcajada limpia. Mi padre, sin embargo, parecía enfadado. Ambos olían extraños, era un olor fuerte y desagradable.

-¿Qué has estado haciendo, mocosa? La casa está asquerosa.-Mi padre me agarró del brazo, entonces pude sentir desde más cerca ese olor, que provenía de su boca e incluso pude distinguir sus ropajes mojados por aquella sustancia que encimaba tal aroma.

-Es cierto estúpida, hazle caso a tu padre, y a mí.- Se acercó a mí y clavó sus uñas en mi rostro.-Que divertido es esto, por lo menos eres algo útil.

Mi padre la imitó, pero lo que hizo fue tirarme del pelo. Yo descendí hasta el suelo, debido al dolor y la tirantez. Mi madre empezó a reírse aún más mientras me clavaba su zapato en el costado y mi padre me pateaba por la espalda. Continuaron riéndose de mí y dándome patadas, puñetazos, me cogía en brazos y me dejaban descender de nuevo al suelo, con golpes secos. Por suerte, no a mucha altura de él. Los segundos eran horas, cada golpe era mayor al anterior, cada grito de auxilio era más flojo y sabía que nadie los escucharía. Terminaron los golpes, y no sabía cuánto tiempo había pasado. Estaba muy débil, tirada en el suelo y queriendo morir para no sentir tanto dolor. Finalmente, se marcharon a sus habitaciones y no salieron de ahí.

Yo… me quedé tirada en el suelo del salón. Apenas podía moverme y sabía que había perdido mucho esa noche, aunque por suerte, no todo. Cuando por fin pude moverme, me arrastré hacia mi habitación. Al asomarme al espejo no me reconocí; tenía el labio aún peor que la otra vez, me sangraba la nariz, pero sabía que no estaba rota. Por lo menos, no me habían roto nada, y aún sigo intentando explicarme como lo hicieron para no romperme nada interno. Tenía el ojo derecho morado e hinchado y un cardenal que ocupaba toda mi mejilla izquierda. Mi cuerpo estaba lleno de arañazos y moratones, sobre todo por el costado y no quería imaginar cómo estaba mi espalda. Limpié las heridas que pude mientras meditaba en todo lo que me había pasado.

-No…es…justo.-Me limité a decir. Me pareció injusto no tener una vida como la de mis compañeros, o al menos, deseaba no padecer tanto dolor. No entendía porque no podía tener derecho al amor fraternal, no había sido tan mala, ¿no?

Desde entonces, no quise volver a referirme a esas personas como “padres”, estaba segura de que no lo eran, y si lo eran, el destino se había equivocado al unirme a ellos. La Señora Bibi y el Señor Erwin, o los señores Lennon, así los llamaría desde entonces. Pasé todo el día siguiente durmiendo, o intentándolo al menos. Las pesadillas desde ese día comenzaron a visitarme. Recuerdo una de ellas en las que aparecían los señores Lennon ahogándose en un mar oscuro y con el agua tan sucia que tenía el mismo aroma que esa sustancia a la que olían mis padres. Después se hundieron y vi como debajo del agua desaparecían. Ellos me arrastraban consigo pero antes de descender con ellos, desperté. Estaba sudorosa y llorando, pensé que incluso había estado gritando. Por suerte, ellos o no me escucharon o me ignoraron y yo lo agradecí.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Bonitovestido!

- Phoenix, ¿estás bien? – escuchaba su voz lejana, como si proviniera del otro confín del mundo - ¿Phoenix?
- Ehhh... sí, vaya, emh... esto... es... bonitovestido – ¿bonito vestido? ¿es lo mejor que se te ocurre decir? Dile que está preciosa. Vamos, díselo.
- Ah, gracias – sonrió, como solo ella sabe hacerlo
- Teesperofuera – por favor, estás haciendo el ridículo.


Salí de la tienda de máscaras a esa oscura callejuela donde incluso el jaleo que se producía a pocos pasos parecía tener prohibida la entrada.

Eres un crío. ¿Era tan difícil? Ay que ver, con lo fácil que es mentirle a una mujer y decirle que es bonita cuando no es así... y lo que cuesta encontrar algún adjetivo que haga más justicia que “preciosa” para ella.


··Pnx··

Recuerdos I

Me sentía pequeña, frágil. En silencio, volvía a casa después de un día largo en el colegio, dónde algunos de mi compañeros contaban lo que el día anterior sus padres les habían hecho. A unos los sacaban a pasear por la calle, cogidos de la mano los tres y mi compañero Nicolás en medio descolgándose de vez en cuando en sus brazos. A otros la noche anterior les contaron un cuento, que hablaban sobre lugares mágicos, sobre hadas, duendes, gigantes, enanos, unicornios… Yo ya conocía todos esos cuentos, pero no tenía la suerte de que mis padres me los contaran. Siempre me ha gustado leerlos, aunque fuera pequeña, eran mi rincón secreto donde me evadía del mundo real. A mis compañeros, sus padres iban a recogerles a la salida del colegio y les preguntaban cómo han pasado el día. Pero mis padres, cada vez que les preguntaba por qué no venían a por mí me respondían:

- El colegio está cerca, al menos tendrás un poco de inteligencia como para no perderte en esa pequeña ruta, ¿no Chrystalle?

-No, padre.-Le contestaba yo, cabizbaja y mirando de reojo el rostro burlón de mi madre.

En mi camino hacia casa imaginaba que iba paseando por un bosque lleno de hadas, que me ponían flores sobre la cabeza y me lanzaban polvos mágicos para que volara con ellas. La realidad me sorprendió al chocarme de bruces con mi madre, que me estaba esperando en la puerta de pie y con los brazos cruzados.

-¿Otra vez te has retrasado? Siempre con ese aire soñador, a saber en qué cosas piensas. Te tengo dicho que vengas directamente a casa y pensando únicamente en volver. Siempre tenemos que esperarte para comer, y ya sabes que a tu padre no le gusta comerse la sopa fría.- En definitiva, me soltó de nuevo ese discurso de que era una egoísta por pensar solo en mí, pero aunque fuera muy repetido, aún se me saltaban las lágrimas.

Me agarró del brazo, haciéndome un nuevo cardenal, y me metió en la casa, llevándome al comedor, quitándome la mochila y dejándola en el suelo, y sentándome en la silla.

-Me tienes harto.- Se limitó a decirme mi padre, sin mirarme, mientras comenzaba a comer de su plato.

Empecé a comer sin decir palabra. Tenía tantas ganas de que me preguntaran por mi día, que me pidieran que les enseñara el trabajo de arte que había estado preparando toda la semana, reconocía que era uno de los más bonitos, ya que era una figura con forma de pegaso, con unas alas inmensas. Me puse a buscar plumas de pájaros por el suelo para que no fueran simplemente de cartón, y las pegué una por una en un orden específico para que quedaran más bonitas. Y mi profesora me dio un trozo de terciopelo blanco, para poder hacer el cuerpo con esa textura. Para la crin utilicé hilo plateado, que tenía mi madre guardado para sus costuras “más finas”, o eso decía ella.
Terminé de comer y fui a mi habitación. Busqué algún libro con el cuál entretenerme. Y pasé parte de la tarde leyendo.

-¡Chrystalle!- Gritó mi madre en el salón, desviándome de la lectura.

Salí de mi habitación con un mal presentimiento. Era una sensación extraña, como si se me activara una alarma de peligro en mi mente y me dijera “no vayas”, en ocasiones aún la percibo.

-¿Sí, madre?- Antes de mirar que estaba haciendo, recibí de lleno un tortazo en la cara, de esos que me desgarraban por dentro y por fuera al mismo tiempo.

-¿Eres tonta o qué? Siempre igual, ¿pero quién te crees para gastarme todo el hilo de seda plateado para hacer una mierda de caballo?- Dicho esto, empezó a desmenuzarlo, quitándole las plumas, arrancándole las alas y partiéndolo en dos, finalmente, lo tiró al suelo.

Por mi parte, yo me quedé callada, mirando lo que hacía con mi pegaso, mientras ella lo recogía y lo tiraba a la chimenea. Me agarró del pelo, y me llevó a mi habitación, quejándose de los disgustos que le doy y de lo inútil que era.

Pasaron las horas y se hizo de noche. Mientras, permanecí en mi habitación, tirada en la cama en posición fetal. Me levanté y me miré al espejo, y tras ello, fui a por un paño y lo mojé ligeramente por el borde, colocándomelo sobre los dedos y limpiando la herida de mi labio superior. Durante la cena procuré estar callada. Mis padres no me miraron y yo me limité a masticar y tragar. Al terminar limpié mis platos y volví de nuevo a mi habitación. No existían esos besos de buenas noches que me cuentan mis compañeros, ni esas formas de arropar a los hijos que hacían las madres antes de irse a dormir. Ni siquiera existía una apertura de la puerta abierta en la que se asomaban los padres para ver que el hijo está bien. “Mienten, no existe nada.” Me decía para mí misma.

De nuevo continué con la lectura, hasta que el sueño de apoderó de mí.

Renacer

Abro los ojos, creo que por primera vez en mucho tiempo. La luz es cegadora, me atraviesa las córneas sin compasión. Me cubro el rostro con las manos y me incorporo. Tengo la sensación de estar hecho de aire, de ser inmaterial... de nuevo.

- ¿Estás despierto? – esa voz es como una brisa, jamás he visto a su dueño y no cuento con ello.
- De nuevo, después de tanto... – estiro los dedos, recupero la movilidad en ellos
- Espero que estés recuperado de la última vez y...
- Lo estoy – le interrumpo - ¿De quién se trata? – hace demasiado de aquello, pero no he olvidado el protocolo, así que termino de levantarme y me dirijo al enorme espejo. Siempre me ha recordado al del cuento de Blancanieves, solo que este no te tira los tejos ni tontea contigo. El cristal es negro y no refleja la luz. Apoyo la palma de la mano sobre él y siento frío. Mal empezamos, primera toma de contacto y... ¿frío? ¿Quién serás? – Muéstrame su rostro

Espero impaciente y la oscuridad comienza a desvanecerse. Una melena oscura se derrama sobre la pequeña carita de una niña que llora. Parece frágil, y desprotegida, como una flor en medio de una tormenta.

- No pierdas tiempo – la voz saca de mis pensamientos
- No lo haré – hundo la mano en el espejo y comienzo a fundirme con él. De repente paro en seco – No... no recuerdo mi nombre... Hace tanto que nadie me llama por él... – suplico con los ojos una respuesta que se desliza silenciosa en mi interior mientras paso al otro lado del cristal: “Phoenix”.

Conmemoratio

Sin duda alguna allí estaba el día en que la conocí. Allí se mostraba, majetuosa, elegante; inquietante pero cercana... Todo aquello que nos hace despertar del letargo del corazón. Esos rayitos de luz que hacen que las mariposas del estómago abran sus alas y comiencen a revolotear por nuestras entrañas haciéndonos cometer, quizá demasiadas, locuras.

Y de nuevo nos encontrábamos en ese lugar que tanto significaba para nosotros. Y yo, en contra de mis principios, luchando en contra de ese cristal que todos colocamos en nuestro mundo, rasgándome las paredes del corazón... Fui tan estúpido... No debería...

Pero ella siempre me cuidaba, me escuchaba, me comprendía. Se había convertido en mi cómplice, mi pequeño idilio recóndito escondido en las esquinas de los parques, y con la que con una sonrisa hacía florecer cada gota de rocío de su alrededor.

¿Por qué tuviste que hechizarme? ¿POR QUÉ? Sabías que algún día podría ocurrir algo así, sabías que algún día... Algún día. Ahora sonrío pensando en algún día. Algún día en el que fuimos las personas más felices del mundo, algún día en que vimos a nuestro hijo pequeño nacer.

Pero no quiero llorar, cielo. Verte allí esperándome me rompía el alma sabiendo que debía irme. Sabiendo que aunque te veía después de tantas odiseas, debía dejarte allí, en nuestro rinconcito de siempre.

Dile a Dylan que le quiero... No quiero que veas mis lágrimas. No te las mereces. No te merezco. No... hasta siempre mi vida.

Otros tiempos

- Sánale – no parece un ruego. No lo es.
- ¿Señor? – le miro, incrédulo
- ¿Sí, Athor? ¿Hay algún problema? – la voz de este crío es de las pocas cosas que consigue irritarme
- Está destrozado, señor. Tardará tiempo en sanar.
- Sí – se ríe – Destrozado, McCleod ha hecho muy bien su trabajo. Estabilízalo, luego volverá a las mazmorras.
- Lo lamento, señor, pero no puedo sanarle para devolverlo después a ese infierno. No lo haré – es una de las pocas veces en mi larga vida en la que se me pasa por la cabeza acabar con el sufrimiento del hombre que hay en el suelo, ahora más parecido a un trozo de trapo, mugriento y destrozado.
- No lo harás… ¿sabes?, yo creo que sí lo harás y, ¿sabes por qué lo creo? Porque hay personas bajo tu cuidado en un estado de salud… lamentable, muy frágil, y no queremos que sufran ninguna desgracia, ¿verdad? – se pasea por la sala marcando cada paso, pero no con más elegancia que la de un perro con zapatos
- Señor, este hombre no debe saber nada más. McCleod es un maestro en su arte, si no ha confesado hasta ahora lo que sea que guarda, no lo hará por mucho que volváis a hacerle bajar allí – intento apelar a su… ¿conciencia? ¿De qué hablo? Me sorprende que sepa enlazar una palabra con la siguiente. Valiente hijo de puta…
- En un rato un par de estos señores – señala a dos guardias a su espalda y hace caso omiso de lo que le digo – Lo llevarán a sus aposentos. Espero que cumpla con su trabajo, doctor - sale de la sala y dos brazos me levantan del suelo de malas maneras – Algún día... – murmuro.

sábado, 12 de febrero de 2011

Curiosidad

Y si las cerraduras son un obstáculo, ¡que me aspen! ¡No existe obstáculo para mí! Entre doscientas llaves escojo diez y tres de ellas son las acertadas.
Cuando dicen que la curiosidad mató al gato... ¡mienten! a mí me hace volar y literalmente. Phoenix se lo pierde, nunca fue tan curioso como yo. Aunque sería divertido "volar" juntos. De todas formas siempre me verán solo a mí.

-Si tuvieras que pedir un deseo, ¿cuál sería?- Me pregunta Phoenix en uno de nuestros cambios de tema repentinos.

-Pues... no lo sé... y aunque lo supiera no te lo diría.

-¿¿Por qué??

-Porque si lo cuentas no se cumple.- Le respondo en tono burlón, para dejarle con la intriga de un deseo que ni siquiera yo sé cuál es.

-Después te llevaré a un sitio que he encontrado.

-¿A dónde?

-Si te lo digo no se cumple.-Sí, Phoenix es el ejemplo amigoinvisiblizado de que la venganza se sirve en un plato frío.

Bueno, la curiosidad me mata, pero tendré que pasar el tiempo de alguna forma hasta que llegue la noche, ¿no?
Y siempre he vivido con el defecto de no poder decir que no cuando me proponen algo, porque odio que me digan que no a mí.

-¿Y quién es la señorita?- Pregunta el hermano de Elisabeth.

-No, no, otra más no.- Elisabeth se queja de que hace algo otra vez.

-¿Queréis ir a tomar algo, señorita?

-Bueno, vale.-Lo dicho, tengo ese defecto. Pero si ni siquiera sé su nombre.

-¿Os gusta la cerveza?

-Pues... no.- Aunque la verdad, nunca la he probado, pero siempre me han dicho que no la beba.

Elisabeth por el fondo, parece reirse. Por algo no me gusta decir que no, seguro que ahora me manda a tomar vientos.

-Entonces iremos a tomar otra cosa, si deseáis.

-De acuerdo.- Pues no va tan mal. - Disculpadme, pero aún no sé su nombre.

-Oh, perdonad.-Me dedica una media sonrisa y me tiende la mano.-Me llamo Luca.

-Yo soy Crhystalle.-Le devuelvo el saludo.

Nuestras sombras se alargan en el camino que nos dirijimos hacia la posada, mientras tanto, me pregunto cuál será la sorpresa que me está preparando Phoenix.

[La curiosidad no es mala, es una forma diferente de ver la vida.]

viernes, 11 de febrero de 2011

Valle de los Perdidos


Lo que no te cuentan, lo que nunca se escribe son las historias que no tienen un final feliz, las que no traen sonrisas implícitas en sus páginas.
Se dice que hay un sitio, más allá de las promesas y la esperanza, de los sueños y las alegrías, un lugar donde terminan las aventuras y ningún color tiene sentido... un lugar donde va a parar quien se rinde, quien abandona...
Un cementerio de almas, un amplio valle cubierto por un manto plomizo que nunca desaparece. Y clavados a sus entrañas, como orgullosos estandartes de muerte, un sinfín de espantapájaros que lloran ceniza y barro cuando comprenden que nunca debieron dejarse morir en vida, pues los sueños son lo único que tenemos. Despojados de ellos, no somos sino huesos y silencio.

jueves, 10 de febrero de 2011

Diario (II)

Dormí mal aquella noche. El frío calaba hasta los huesos, y no había forma de olvidar que estaba en la interperie, a merced de cualquier arbitrariedad o altercado. De vez en cuando me despertaban las voces de algún que otro paseante nocturno más o menos ebrio. Mi respuesta era encogerme más sobre mí misma e intentar hacerme invisible para todo el mundo. Hasta que llegara la nueva luz del día.
Fue entonces cuando me pregunté que paso sería el próximo. No tenía dinero, tampoco comida. Tan solo la ropa que había conseguido robar a uno de los criados. Cavilaba en esto cuando me topé con un hombre rudo que me empujó para seguir su camino.
- ¡Mira por donde vas, desgraciado! - me gritó entre el gentío.
Nadie percibió nada extraño, parecía que aquello era el pan de cada día. Debía marchar con cuidado. También me sorprendió el que me confundiera con un muchacho. Mi cabellera recogida sobre la ajada gorra y la amplia chaqueta habían producido aquel efecto. Tal vez fuera mejor así.

Caminé por las calles, intentando reconocer lugares y otros puntos de referencia lejos de la zona que solía frecuentar, que a pesar de todo era escasa. Pronto azuzó el hambre. El acto más atrevido del día fue el robar una manzana. No era bueno su aspecto, no mucho mejor su sabor, pero algo era algo. Me arrepentí al principio, pero el hambre acalló la voz de culpabilidad. Pero otros cumplieron la labor de mi conciencia.
Una mano me cogió del amplio cuello de mi chaqueta y me arrastró de mi seguro rincón. Al principio fue terror, pero quien me iba a decir en aquellos instantes que me salvaría la vida