viernes, 19 de septiembre de 2014

Diario de a bordo

Theris, Olson, Meior y Florence han caído.
Ni siquiera hemos podido darles una despedida digna, solo unos minutos de silencio han debido bastar. Espero que encuentren el camino a través de las profundidades.
Las Fauces no nos lo han puesto fácil. Los daños en cubierta son inestimables, pero sin duda lo peor es el ánimo de la tripulación. Por suerte el casco no está dañado, pero habrá que hacer algo con la mayor y el trinquete si queremos llegar a tierra… sea lo que sea eso al otro lado del fin del mundo.
El cielo tiene un tono violeta al atardecer y es aún más difícil que de costumbre distinguir el horizonte. Las aguas son tan negras como el cielo cuando cae la noche, y parece que el barco flota en la inmensidad de un océano negro y desconocido.
Dos días después de navegar más allá de Las Fauces aún no hemos avistado tierra, ni otro navío, ni siquiera un pájaro… nada.

¿Serán ciertas, después de todo, tantas leyendas sobre este inhóspito lugar?
Supongo que pronto lo averiguaremos.




James Hook

martes, 22 de julio de 2014

Guardemos el secreto

"Espera fuera", me dice. Por supuesto, obedezco.

Debo reconocer que es una princesa bastante particular, que desde luego no tiene la etiqueta requerida pero que... bueno, lo intenta. En más de una ocasión debe olvidar que permanezco invisible y atento tras ella, cubriendo sus espaldas para cualquier ataque improvisto... debe olvidarlo porque pierde las formas sobremanera. Sin embargo no estoy en mi posición para juzgar, ni siquiera para opinar. Mi trabajo es sencillo: protegerla.

Nada más, y nada menos.

Pasan las horas y con su paso la lluvia aprieta fuera. Busco algún sitio que me permita estar a resguardo sin apartarme y sin perder de vista la entrada de la pequeña casa del lago. Por suerte la naturaleza decide apiadarse de mí y encuentro un árbol más o menos grande, pero hueco. A las ardillas que duermen dentro no parece importarles dejarme un rincón.
En este lapso de tiempo me llama la atención ver al señor Sheldon salir con un vestido sucio en las manos, empaparlo en el lago, frotar lo suficiente y después volver a entrar en la casa con la ropa chorreando.

Enarco una ceja, pero nada más.

No pasa demasiado rato hasta que veo salir a la princesa, y me dispongo a levantarme y seguirla a pocos metros, como es costumbre, cuando algo me deja parado en el sitio... El señor Sheldon sale tras ella, coge su rostro entre las manos y la besa en los labios. Durante un momento mi mano va al arma, pero solo puedo sonreír y negar con la cabeza cuando la respuesta de ella es una sonrisa triste, un gesto de despedida y una frase que el bosque y yo guardaremos en secreto.

lunes, 21 de julio de 2014

Esto me convierte en... ¿pirata?

Desde que llegué a Metáfora, la vida no ha dejado de darme sorpresas.
Descubrí que estoy maldita. Averigüé que nací aquí. Conocí en persona al mismísimo Hans Christian Andersen y eso me hizo un poco más feliz.
He aprendido que los tratos... se deben hacer con mucho más cuidado. O mejor, evitarlos.

Que las historias no son siempre como nos las cuentan.
¿Quién iba a imaginar que una de mis favoritas se convertiría en mi realidad?

Una de las primeras Niñas Perdidas... junto con mi hermano.
Ahora sé que me lo he encontrado, o eso... insinuó. ¿Pero quién es?
No, esa no es una de las noticias más inquietantes de mi vida.
Todo han sido mentiras.

¿Será verdad esto?
¿Será verdad que... él... es mi padre?

Quiero creer que lo es, quiero encontrarlo, saber si me quiere o ya se ha olvidado de mí. Lo peor de todo es que también me lo he cruzado, ¡incluso me salvó!
¡Maldita sea! ¿Por qué?

Al fin comienzo a saber... quién soy.
Pero aún no me lo puedo creer.
Es imposible.
Mi padre es...
Mi padre es... James Hook.


¡El Capitán Garfio!

jueves, 20 de marzo de 2014

Una noche cualquiera...

La ciudad se encontraba en calma, las calles desiertas y la Torre de la Luna se alejaba poco a poco mientras sus pasos le conducían a ninguna parte. Námerok era un reino curioso, con una corte más curiosa aún y que siempre se encontraba envuelto en un sinfín de movimientos incesantes, como una partida de ajedrez que no terminaba, solo paraba para respirar brevemente.
Solía escabullirse algunas noches, en compañía de al menos una de las lunas, para salir a pasear por la ciudad. Le encantaba el silencio, la apariencia de tranquilidad. Imaginarse a las familias cenando sentadas a la mesa de un fuego pobre agonizando en una chimenea. Le gustaba la idea del niño colgado del cuello de su padre, pidiéndole que lo lleve a dormir o incluso que le lea alguna historia. Una postal de cuento. Una postal, al fin y al cabo.
Caminaba tranquilo, cuando un llanto le desconcertó. ¿Un bebé? “No… un bebé no suplica”.
Se acercó con el paso acelerado al lugar de donde provenía el ruido, parándose en la entrada de un pequeño cobertizo y contemplando la escena desde las sombras. Un hombre corpulento, bien parecido pero con el ceño visiblemente fruncido asestó un golpe a una joven que le miraba con cara de horror y los ojos cuajados de lágrimas. La chica cayó al suelo inmediatamente después de que el hombre le cruzase la cara, pero la cosa no terminó ahí. Ella se cubría el rostro y la cabeza con las manos, y aquel mastodonte le propinó una patada en el estómago. Mario dio un paso, lento pero firme. El tipo lanzó otra patada, y Mario continuó avanzando hacia él hasta quedarse a escasos metros.

- Disculpad – carraspeó y el hombre se giró con brusquedad
- ¿Qué demonios quieres? – su expresión era la de un animal enloquecido, incapaz de contenerse, escupió al hablar
- Que paréis
- ¿Y a ti que te importa? – el hombre dio un paso hacia él, amenazador - ¡Largo! – gritó haciendo aspavientos con la mano
- Veréis, de hecho sí que me importa. Respondedme a una pregunta, ¿cómo puede vivir un hombre con el corazón tan frío? – Mario permaneció quieto, viendo acercarse al tipo y dejando que este le cogiera de la blusa y lo levantase
- Mira, pequeñajo, voy…

Pero no pudo, sea lo que fuera que quería hacer. Las palabras no salieron de su boca, solo un aliento frío. El hombretón dejó caer a Mario, que se ajustó la camisa mientras la tez del tipo palidecía por momentos. Sus ojos comenzaron a perder el color, sus labios a amoratarse, su piel a llenarse de escarcha y su cuerpo a quedarse cada vez más rígido. Mario dio un paso atrás cuando una estaca de hielo carmesí nació del corazón del hombre atravesándole el pecho, sin más sobresalto que el sonido de algo rompiéndose.

- Ya veo… - Mario sonrió – No puede

Pasó al lado de la macabra estatua y se acuclilló al lado de la muchacha, que había caído inconsciente a la segunda patada. Le apartó el cabello del rostro, que estaba cubierto de sangre, y descubrió un feo golpe en la sien. Negó en silencio y le acarició la cabeza con ternura.

- ¿Qué hago ahora con vos?

miércoles, 19 de marzo de 2014

El Rey Bastardo

Todo dormía en aquel pequeño fuerte donde la propia piedra les ofrecía cobijo y reposo. No había sido una noche sencilla, pero como siempre el momento de descansar había sido abrazado con mucho gusto por la mayoría.
La piedra que hacía de puerta en aquella extraña posada conocida como “El Rey Bastardo” se abrió despacio y sin hacer ruido. Un hombre de aspecto fatigado pero con los ojos vivos y atentos lanzó un vistazo alrededor antes de descubrirse el rostro echando la capa sobre una silla. Solo una persona se encontraba despierta aún, y el muchacho le observó de arriba abajo, buscando heridas y otras pistas que le pudieran resumir su última escapada.

- ¿Los demás? – el recién llegado se dejó caer sobre una de las sillas apretando los ojos con fuerza
- Descansando, Rasour… - el joven cerró el libro que tenía entre las manos y se acercó a su compañero, apoyándose en la mesa que tenía en frente y negando con la cabeza – Tenéis un aspecto horrible
- Siempre tan amable, señor Givyn – sonrió
- Oh, creedme, he sido amable – asintió haciendo un amago de acercarse al hombre - ¿Puedo?
- ¿Serviría de algo que dijera que no?
 - No, pero como decís, intentaba ser amable… - con un gesto de manos lento, unos dedos de humo comenzaron a filtrarse por el chaleco de Rasour, abriéndolo y dejando a la vista una camisola que en algún momento al principio de la noche debió ser blanca – Muy bonito… ¿cómo lo habéis hecho? Doña Solana os curó esa herida
- Sí, antes de salir, fuera la cosa se complicó
- ¿Vais a decirme ahora para qué esta… escapada?
- Liberamos a demasiada gente esta noche, muchos iban a estar correteando por ahí hasta que la guardia los volviera a coger, la emprendiera a golpes con ellos y les encerrasen de nuevo, o les matasen
- Y los habéis puesto…
- A salvo – suspiró - ¿Cómo va todo por arriba?
- Todos descansan, Elden sigue en la habitación con ella… pero no sé si pasará de esta noche
- Tiene que hacerlo – Rasour lanzó un vistazo hacia las escaleras – Si ha sobrevivido a aquello puede con esta noche. ¿Qué hay de los nuevos?
- El muchacho… el… ¿granjero?
- Ya… granjero… - Rasour sonrió – No sé qué historia trae consigo, pero no es un simple agricultor, metería la mano en el fuego por ello
- Mejor dejad de heriros gratuitamente esta noche – Givyn soltó una carcajada – Pero es cierto… es más que eso – se encogió de hombros - ¿Quién sabe? Quizás más allá del espejo los granjeros sean distintos… - añadió despreocupadamente
- ¿Más allá del espejo? – Rasour se inclinó hacia su compañero – Contadme más

lunes, 17 de febrero de 2014

Paseos a media noche

Era ya muy tarde, y su mirada no se apartaba de la ventana. No dejaba de dar vueltas en la cama, nerviosa. Normalmente no le costaba en absoluto conciliar el sueño, pero esa noche era distinto. Tenía dentro de sí un extraño sentimiento de inquietud que no podía comprender. Retiró la sábana despacio, como niña que huye en la noche. Se colocó un batín de seda de color rosa pálido sobre el camisón, y abrió la puerta con cuidado, mordiéndose los labios como si aquello pudiera evitar que los goznes chirriaran. Miró a izquierda y derecha y suspiró de alivio al ver el pasillo vacío.
Puso un pie descalzo fuera, y luego otro, y sonrió como si hubiera superado la primera prueba de una gran aventura. Avanzó por el enorme corredor con cuidado, sin hacer el menor ruido. El castillo siempre se le hacía inmenso de noche, se sentía tan pequeña como si estuviera perdida en cualquier calle de la capital. Sus pasos la llevaban sin preguntarle a la cabeza dónde quería ir, hasta que prácticamente se topó con una puerta. Tenía el marco adornado con pequeñas lunas, al igual que la suya, y la abrió sin miedo, sabiendo que se encontraría vacía. Entró y cerró tras de sí, apoyándose sobre la madera y mirando la habitación.
La ventana estaba abierta y algo de brisa mecía las cortinas azuladas hacia adentro, como si fueran espectros asomándose al dormitorio. Avanzó hasta el tocador y abrió el cajón, buscando su tesoro. Aquel dibujo siempre la hacía sonreír, le hacía imaginar partes de su niñez que no recordaba. En él aparecían dos niñas, una más pequeña que otra. La mayor tenía en sus manos un cesto de fresas y la pequeña parecía afanarse por cogerlas. No es que fueran los mejores trazos del mundo, pero sí que eran las mejores sonrisas jamás dibujadas.
Paseó los dedos por las redondas caritas de las niñas y un gesto de melancolía turbó su expresión. Apenas un segundo después, sacudió la cabeza un par de veces, soltó el dibujo rápidamente y cerró el cajón con un sonido sordo de forma repentina. Lanzó un último vistazo a la sala, esperando encontrar a alguien, y salió dando la espalda a aquello, como quien huye asustado de un fantasma.
Cruzó el pasillo de nuevo, esta vez a la carrera y sabiendo muy bien adónde iba. Se detuvo delante de una puerta y tocó cuatro veces. Luego esperó. Mientras aguardaba, miró en todas direcciones, temiendo que alguien la hubiera visto. La puerta se abrió y dos ojos claros y serenos se cruzaron con los suyos, asustados y con promesa de lágrimas.
- ¿Qué os ocurre? – la voz de él era calmada y su mirada trataba de averiguar con premura qué podría pasarle a ella
- Céfiro… ¿puedo dormir con vos? – no había soberbia, no había orden en sus palabras. Era una niña, una niña con corona y pesadillas – Me… me siento sola
- Vos no estáis sola, Majestad – sonrió él tendiéndole la mano e invitándola a pasar

jueves, 2 de enero de 2014

Lealtad

Bajo la vista en este tétrico lugar. Definitivamente, la chaqueta hace mucho al vestir a un hombre. Aquí dentro ninguno lo parece, más bien somos bestias confinadas tras los barrotes. Saben los dioses que en muchos de los casos es precisamente ese el papel que encarnan los aquí presos. Otras veces, sin embargo, no son menos víctimas que las que suponen suyas.

Crímenes… lo único que está claro es que la sangre se paga con sangre, que la traición se paga con sangre, que la cobardía se paga con sangre, pero… ¿y la lealtad?

Hace años pagué un alto precio por esta corona que defiendo. No hay mayor herida que puedan hacerle a un hombre, y no hay herida que puedan hacerme para que traicione aquello en lo que creo.

Levanto la mirada, pero echo la vista atrás. Otros dirían que ha llegado el momento de rendirse, de bajar los brazos de una vez por todas y dejar al destino seguir su rumbo.

Pero no es eso lo que me enseñaron a hacer, y tampoco seré desleal a mí mismo.