jueves, 21 de abril de 2011

Un recuerdo...

Son curiosas las gentes de Terrain (¿se escribirá así? ¿Me lincharían las masas si escribiera mal el nombre de su tierra?), y sobre todo sus mercados. No solo venden comidas extrañas, de sabores contradictorios como frutas con sabor a dulce, sino que son muy valoradas las artes...¡y qué artes!
Londres me gustaba, pero allí el arte era para la alta sociedad, era...¿valioso? Pero aquí las artes son tan valiosas que viven en todas partes, expuestas para todo el mundo, de cualquier clase y condición. Aquello no se parecía en nada nuestro mundo. En nuestro mundo el progreso es la industrialización, la búsqueda del menor coste y mayor producción y beneficios. Pero aquí parece que no se han olvidado del progreso "humano" (entre comillas porque visto lo visto en Metáfora lo humano no predomina mucho): la sociabilidad sin intereses, las artes, los sueños, las ilusiones...aquello sí que era un progreso que nuestra sociedad no es capaz de vislumbrar, quizás porque no es material. Allí había dos malabaristas, que hacían trucos que ni yo hubiera imaginado a soñar. Habían acabado y contaban sus monedas recaudadas.
-Disculpad.
-¿Si?- dijo el muchacho levantando la vista justo después de contar las monedas equitativamente entre los dos malabaristas.
-Son...buenos trucos. ¿Cómo los hacéis?
-¿De farsante a farsante?- preguntó él con una sonrisa irónica.
-¿Perdón, farsante?
-Sabemos reconocernos entre nosotros, somos como del gremio.
-Eh, ya.
-¿Qué queréis aprender?
-¿Los trucos que hacéis son con magia...o tienen truco?
-Ilusiones...solo ilusiones.
-No os comprendo.
-¿Cómo lo hacéis entonces?
-Pues, con trucos.
-Os enseñaré pero, ¿de cuanto hablamos?
-Os enseñaré un truco si me enseñáis a hacer ilusiones.
-Trato hecho.
Le enseñé un truco bastante simple, sacar una moneda tras la oreja, pañuelos inexistentes de la boca, incluso hacer aparecer cosas que él mismo llevaba en el bolsillo.
-Vuestro turno.
Él se crujió los dedos:
-Bien, realmente no hay ningún truco, solo usamos las ilusiones del espectador. Bien, pon las palmas de las manos juntas. Imagina lo que quieras...y aparecerá.
-No sé...
-Venga, una madeja de hilo.
-Vale. -accedí no muy convencido.
-Una madeja de hilo, una madeja de hilo, una madeja de hilo.- repetía concentrándose mientras yo miraba incrédulo.-¿En qué piensas?
-En que no va a aparecer una madeja de hilo.
-¡Vamos! ¡Esa no es la actitud! Tienes que creérlo, si no no saldrá.
-Bien...lo intentaré.

"Una madeja de hilo, una madeja de hilo, una madeja de hilo...vamos Eddy, solo tienes que creer"

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-Vamos Eddy, solo tienes que creer.
-Evelyn, no le hagas perder el tiempo al crío.- dijo un señor bigotudo ataviado con un traje de levita, que leía el Times con una pipa en la boca, sentado en un butacón de roble.
-No seas duro, Max.- le dijo la mujer-. A él le gusta.
-Tonterías.- respondió el caballero con un bufido mientras volvía a la lectura de finanzas.
-No es una tontería.- dijo el niño concentrado en medio del salón.- Mamá lo conseguirá.
El salón era enorme y las ventanas gigantescas estaban acompañadas de fantasmales cortinas, pero padres e hijo estaban concentrados al lado de la chimenea. No había mejor manera de pasar la lluviosa tarde de un sábado que al lado del fuego con la familia.
-Venga Eddy, solo tienes que creer. ¿Qué crees que aparecerá en mi mano?
-¡Una madeja de hilo!- gritó el niño, cuyo eco resonó en toda la estancia.
-¡Voilá!- gritó la madre haciendo aparecer una madeja de hilo de la nada.
-¡Bravo! ¡Bravo!- aplaudió el niño con fervor y admiración.

Cuando se apagaron las risas, Evelyn miró por la ventana y sonrió tan ilusionada como el niño.
-¡Anda, pero si ha escampado!
-¡Viva!
-¿Por qué no sacas a Nala y jugáis en el jardín?
-¡Síii!- gritó él mientras llamaba a gritos al cachorro de golden terrier-. ¡Nala! ¡Nala!

Cuando el niño salió al jardín de la mansión, su madre los observó cómo jugaban en el jardín con una sonrisa en los labios. De repente notó la presencia de su esposo detrás.
-Evelyn, se nos acaba el dinero.
A ella se le borró la sonrisa.
-¿Y qué vamos a hacer?
-Tendremos que deshacernos del perro...es una boca que alimentar que no nos podemos permitir.
-¡Le romperás el corazón a Eddy! Max...no lo hagas. ¡Te juro que mi manager me dará lo que me debe! Me lo juró tras la última actuación en Londres...
-Olvídalo. No volverás a ver al canalla de Mark Anderson. Ha desaparecido y mis acreedores cada vez están más impacientes. Puede que incluso tengamos que vender la casa.
-Oh, Max...
-Hay que deshacerse del perro.
-¿Y qué le diremos a Eddy?
-La verdad, ya va siendo hora de que crezca y se convierta en un hombre. Y llámalo Edward, que ya es mayorcito. Tengo que irme, mis acreedores tampoco esperan.

El hombre cogió su maletín, su bastón, su traje y chistera y salió de casa, sombrío. Evelyn soltó una lágrima al ver cómo su esposo despedía a su hijo fríamente en el jardín.

"Es hora de que crezca"

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"Una madeja de hilo, una madeja de hilo, una madeja de hilo..."

Levanté la palma de la mano...y allí estaba, de la nada, una madeja de hilo. El ilusionista quedó también impresionado.

-La verdad...te quería estafar, iba a apelar a tu ineptitud, pero resulta que has podido. ¿Tienes sangre de ilusionista?
-No...no lo sé.

Ya no sé apenas ni quién soy. Cada vez me percato del enorme puzzle que son nuestras vidas, y como todo empieza a encajar.

miércoles, 20 de abril de 2011

Tortura

No hacía mucho que me habían dejado sola para investigar el burdel abandonado. Algo me intuía, no me pareció buena idea quedarme ahí sin nadie. Pero tarde o temprano tenía que pasar, era algo que supe poco después de que alguien me cubriera los ojos tras decirme algunas palabras.

Me encontraba en un lugar desconocido, con las muñecas atadas con algo que, sin embargo, no era doloroso. Los ojos estaban vendados lo cual hacía que me sitiera más insegura aún.

-¿Chystalle, no?- No contesté. Era una voz desconocida de un hombre. Me agarró de los hombros.- ¿Sois o no sois Chrystalle?

-Sí, lo soy.

-Bien.- Sentí unas manos cubiertas por guantes de cuero en mi rostro.- Entonces tenéis algo muy importante. Igual ni siquiera sabéis la importancia que tiene.

Me mantuve en silencio. Pensé que igual se refería a eso, pero de igual modo ya no quedaba nada de lo que contenía.

-¿Conocéis una caja que posee muchos candados?

-No sé de qué me habláis.- Sus manos apretaron mis hombros y noté como se movía a mi alrededor. Me cogió del mentón tras ponerse al otro lado y me hizo levantar el rostro hacia, tal vez, sus ojos.

-Chrystalle, juguemos a algo. Yo no miento y vos no mentís. Además debería añadir que los amigos invisibles no son inmortales.

Hubiera preferido que me amenazara con mi muerte o con otra cosa referida a mí misma. No sabía cómo era posible que conociera la existencia de Phoenix y me aterró pensar en el hecho de que pudiera hacerle daño o…

-De acuerdo, comencemos desde el principio.- Prosiguió él.- Tenéis algo que es muy importante y que muchos buscan. Se trata de una caja con…

-No hace falta que repitáis el mismo cuento.

-Acabo de decir que empezábamos desde el principio, ¿no? Sin mentiras. Así que…Hola, Chrystalle.

-Hola, Desconocido.-Dije con un matiz claro de desdén.

-Muy bien. ¿Sabéis dónde está esa caja?

-Tal vez.- Intenté mantenerme firme para evitar histerismos. Esa caja ya no contenía nada dentro, y sabía que eso me traería más problemas.

-Así me gusta.- Durante toda la conversación estuvo acariciándome el rostro o tocándome los hombros, me hacía sentir bastante nerviosa.- Esa caja tiene un contenido especial. Algo que no es fácil de conseguir.

-Entiendo.

-Sangre de ninfa. Pero no de una cualquiera, sino de una de las cuatro primeras. Como comprenderás, en el caso de que el contenido de la caja se haya perdido o destruido, habrá que conseguirlo de nuevo.

No quería hablar. Eso significaba que tendría que buscar a esa ninfa y ¿matarla? No podía, era inaudito.

-¿Dónde está la caja?

-Depende de dónde estemos ahora.-Al fin y al cabo ¿Dónde estaba yo?

-Oh, estamos en Metáfora, en Üshar.

-Entonces cerca.-Me limité a decir.

-¿Y el contenido?- De nuevo me acarició.

-Más cerca aún.

-¿Cuánto de cerca?- En mi sangre, pero suponía que eso ya lo sabría.

-Mucho.

-De acuerdo. En ese caso, tenéis tres días para devolverme esa caja con el contenido y dejarla en una pequeña casa en las cercanías del puerto. Sabréis dónde es el lugar cuando lleguéis. ¿Habéis entendido? Tres días. Uno.- Me dio un leve golpe en la barbilla con el dedo.- Dos.-Repitió de nuevo el acto.-Y tres.-Y finalizó con otro más.

-Sí, lo he entendido.

Me mantuve firme. Aunque realmente estaba aterrada. El desconocido continuó apretando con sus manos mis hombros, y finalmente decidió desatarme.
El silencio inundó la estancia y lentamente decidí quitarme la venda de los ojos. Me sorprendí al ver que estaba en mi habitación del castillo, en Üshar, tal y como dijo.

Tenía que medir mis siguientes pasos, no quería decírselo a nadie, ya había demasiados problemas aquí. Quería intentar evitar a Phoenix e irme yo sola en busca de la ninfa, pero al abrir la puerta él estaba ahí, de frente. Un nuevo viaje nos espera a ambos, y por suerte hemos encontrado medios para llevarlo a cabo.
Phoenix, aunque muera en el intento, te prometo que haré lo posible para evitar que te dañen.

miércoles, 13 de abril de 2011

Recuerdos XI

El tiempo desde entonces había pasado demasiado rápido. Sí, comenzaba a conocer la felicidad y aunque Phoenix era una persona bastante misteriosa, no me importaba, con que estuviera a mi lado siempre me era suficiente. Pasaron los años que fueron festejados como nunca antes, siendo cada año diferente al anterior. Jugábamos todo el tiempo, y sentía cada vez más penetrantes las miradas de incertidumbre de mis compañeros. Pero intentaba no hacerles caso.

Recuerdo que una vez le hice a Phoenix un dibujo de nosotros, la verdad es que ahora que lo pienso era bastante feo. Pero era el dibujo de una niña de nueve años, no podía pedir demasiado. Aunque él insistió en que le gustó mucho y se lo guardó. Me resultaba algo incómodo no poder hacerle tantos regalos como él me hacía a mí. No solía dibujar demasiado, tan solo cuando realmente me interesaba porque pensaba que recordaría mejor cada dibujo que había hecho si resultaban ser pocos. Y ese quería recordarlo. Pero en esos años que pasaron no pude regalarle nada más y Phoenix, sin embargo, solía frecuentarme con algún nuevo tesoro que guardar en mis recuerdos. Realmente su compañía ya era el mejor tesoro que podía ofrecerme.

Y llegaron mis doce años. Bueno, como ya he mencionado, los años pasaron rápido y nuestra amistad llevaba creciendo desde hacía cuatro años y un mes. Me resultaba curioso, pues él nunca celebraba su cumpleaños y tampoco sabía que día era. No quería preguntarle, pretendía que algún día el me lo dijese, pues sabía que a algunos adultos no les gustaba que le recordaran su edad. Sin embargo Phoenix era diferente, por lo que me extrañaba aún más, además de que parecía que los años no pasaban igual que para mí. “Serán imaginaciones mías”, pensaba yo.
Me desperté esa mañana de mi doce cumpleaños, el 13 de diciembre, y para variar (hablando de forma irónica) no había sol y la lluvia golpeaba con fuerza los cristales de la habitación. Eso significa que ese día no podría salir a jugar, lo que me entristeció un poco.

-Jo…-Musité. Miré alrededor y no vi a nadie. Mis compañeras se fueron y no se habían molestado en despertarme.

Me levanté y me vestí, yendo tras ello al comedor y contemplando como todos los niños estaban terminando de desayunar. Fui a buscar algo de comer, pero el lugar donde solía estar mi comida estaba vacío. Era extraño pues siempre había un plato de comida ahí. Pensé que tal vez era mi castigo por llegar tarde, así que suspiré y con el estómago gruñéndome, apechugué con ello.

-Vaya día.- Murmuré tras un largo suspiro. Claudia pasó por mi lado después de comer mientras se reía. No sabía si se reía de mí, pero la verdad, ya estaba acostumbrada.

De nuevo volví a mi habitación y encima de mi cama encontré a una muchacha cambiándose de ropa. Parecía haberse manchado de algo e incluso pensé que tal vez Claudia se rió por ese motivo.

-¿Quieres ayuda?- Le propuse pensando en lo mal que sienta que se rían de ti después de mancharte. Pero no me respondió y siguió vistiéndose sin mirarme.- Vale, pues no quieres ayuda.- Gruñí por lo bajini molesta de que no me hiciera caso, mientras iba hacia la ventana.

En ella había sentada una chica dónde Phoenix solía ponerme a mí. Pensé que no era la única que incumplía esa norma y me sentí un poco mejor con mi consciencia. Pero tampoco es que me cargara demasiado. Por lo que salí de la habitación. Me crucé con un montón de gente pero nadie se dignó a mirarme, nadie se dignó a hablarme…
Me asusté mucho, pensé que eran imaginaciones mías, pero era cierto que nadie me hacía caso. Salí corriendo en busca de Phoenix y llegaron las tres de la tarde. Ni rastro de él. Nadie me hablaba, ni siquiera Claudia para meterse conmigo, por lo que fui a buscarla. Estaba cerca, sentada con unas amigas y me acerqué con gesto enfadado, asustado y me puse delante de ella.

-Oye, ¿ya ni siquiera te apetece meterte conmigo? Esta broma no me hace ninguna gracia.

- Pues claro, cuando sea mayor me iré de aquí.-Dijo Claudia.

- ¿De verdad? ¿A dónde?- Continuó una de las chicas.

- Yo también me largaré, nos largaremos todas.- Finalizó la última.

-¡Eh! ¡Te estoy hablando! ¡Maleducada!- Pude reprocharle mientras hice el gesto de agarrarla del brazo. Digo que hice el gesto porque no fue más que eso, ya que mi mano atravesó su brazo. Volví a intentarlo de nuevo y lo atravesó otra vez. El pánico me invadió.

-No puede ser, esto no puede estar pasando… ¿¿Hola?? ¿¿Alguien me oye??- Grité en gesto desesperado. Pero no había respuesta. Ellas se levantaron y se marcharon.

Salí corriendo de ahí, gritando lo mismo, pidiendo al menos una mirada o un gesto de desaprobación. Incluso preferí que me castigaran por estar corriendo y gritando por el orfanato. Pero nada. “¿Estaré muerta? Si la muerte es así no quiero pasar la eternidad sola.” Fue un pensamiento que se me cruzó. Me hice a la idea de que era cierto y que estaba muerta. No quería pensar en una eternidad de soledad, era abismal, casi me cortaba la respiración, aunque me dije a mí misma que ya no tenía de eso. Había estado corriendo y traspasando a muchas personas durante un rato, y por fin al final de un pasillo conseguí ver a Phoenix de espaldas.
Me dije a mí misma: “Igual él puede verme y ayudarme, nunca me abandonaría.” Y corrí hacía él mientras lloraba como nunca antes. Tan solo para decepcionarme al ver que se daba la vuelta hacia mí y caminaba, traspasándome como todos los demás.

De nuevo estaba en el dormitorio. La luz del sol me cegó un momento ya que había abierto los ojos demasiado rápido. Sentía un sudor frío por todo el cuerpo y adiviné que había estado llorando mientras dormía. Fue instintivo. Miré alrededor para cerciorarme de que realmente fue una pesadilla y que podían verme.

-¿Estás bien?- Una de mis compañeras me miraba. Fue un verdadero alivio.

-Euh… sí, no pasa nada, gracias.

-Vale.- Me sonrió y se fue.

En efecto era el día de mi doce cumpleaños, y la verdad después de cuatro años, me extrañaba haber tenido una pesadilla ese día. No empezó del todo bien. Me incorporé y me fijé en que ya todas las chicas se habían ido, y a los pies de mí cama, estaba Phoenix sonriéndome.

-¡Phoenix!-Exclamé mientras me acercaba y lo abrazaba.

-¡Eh! ¿Qué te ocurre?

-He tenido una pesadilla…

- Lo sé... – Me abrazó de nuevo. - Y lo siento.

-¿Por qué? bueno... cuando duermes conmigo no las tengo, pero supongo que habrás tenido que hacer algo durante la noche...- Al fin y al cabo aunque él era el remedio contra mis pesadillas no podía exigirle que estuviera siempre conmigo para ayudarme.

- No... – Se sentó a mi lado en la cama - Esa pesadilla era el inicio de mi regalo de cumpleaños... aunque te resulte extraño.-“Y tanto, ni que fuera cosa de él”, pensé.

-¿Cómo?- Lo miré extrañada.- Que gracioso, ni que tú pudieras causarme pesadillas.- Me reí entendiendo su broma realizada para animarme.

- Oh... sí que puedo. ¿Me dejarás explicártelo?

-Eh... claro.-Parecía ir en serio, lo cual me asustaba.

- Mi regalo... es una explicación. La explicación de por qué nadie me hace caso, de por qué juego contigo y los demás te miran raro.- Me quedé observándole con la cara más sorprendida que jamás había puesto nunca.

-Será porque les extraña ver a un adulto jugar con una niña, ¿no?

-No. Es porque solo tú puedes verme.- Me miró muy serio.- Esa pesadilla, que siento haberte provocado, era para que pudieras comprender más fácilmente a qué me refiero.

-¿Cómo? No, espera, no...- En ese momento lo entendía todo, las risas, las miradas de incertidumbre, la gente señalándome. Me puse más seria que nunca encajando piezas.- Estoy loca, ¿verdad?

-No, no lo estás.

-Claro que sí, nadie puede verte salvo yo y eres precisamente lo que busco... lo estoy, estoy chalada.- Aunque no me extrañaba.

- Jaja... no, preciosa.- Me puso la mano en la mejilla.- Lo cierto es que no estás loca. Lo cierto es que a los míos nos llaman "amigos invisibles".

-¿Amigo invisible? Ah, ya, mi subconsciente intenta decirme eso para no hacerme ver que estoy loca.- “Porque un amigo invisible es demasiado bonito en comparación con mis delirios.” Pensé.

- No, tonta.- En ese momento, una niña entró en la habitación y Phoenix se levantó de la cama. Se colocó delante de ella, le habló… y ella ni siquiera se inmutó. Antes de irse la chica me hizo un gesto de despedida.

-Bueno, es obvio que mi imaginación no puede hacerse escuchar por la gente.- Incluso a mí me sorprendía razonar de esa manera. Pero no podía haber otra explicación, ¿no?

-No estás loca, Chrystalle.- Se volvió a acercar y me dio un beso en la mejilla.- ¿Sientes esto?

-Sí…- Claro que lo sentía, eran esos besos y esos abrazos que tanto me reconfortaban. ¿Cómo no iba a sentirlos? Le acaricié el rostro para cerciorarme aún así de que realmente estaba ahí.- Lo cierto es que eres tan real…

-Las sensaciones no se pueden imaginar, existen o no. Y yo existo, estoy aquí. Si prefieres creer que soy un sueño, has de saber que puedo serlo si así lo quieres... pero desde luego seguiré velando los tuyos.- Me miró fijamente y yo escuché con atención cada palabra.

-Pues empieza por... no provocarme pesadillas.-Le dije mirándole con broma y sonriendo, pero en seguida borré la sonrisa.- Espera... entonces... ¿tú te sientes así?

- A veces, hasta que apareces.- Sonrió.

-Entonces intentaré no ignorarte mucho.- Volví a sacar mi sonrisa.- Aunque es difícil hacerlo, destacas demasiado- Lancé una mirada pícara.

- Oh, será un placer que no me ignores.- Y él me la devolvió. Me acerqué de nuevo a él y le di un abrazo.

-Eso quiere decir que nunca te iras de mi lado, ¿verdad?

-¡Por los dioses! ¡Qué niña tan inteligente!- Se burló.

-¡Já!- Yo también seguí burlándome, pero de pronto me enfadé cayendo en algo.- ¡Pero espera! ¿Por qué has tardado tanto en decírmelo? ¡Llevamos siendo amigos cuatro años y un mes!

- Lo sé... pero... ¿sabes? Me daba miedo decírtelo.

-¿Por qué? No ha sido para tanto... bueno, me siento un poco rara, pero me acostumbraré, no sé, ya sabes que puedes contarme lo que sea.

- Bueno, ¡quizá pensabas que yo era el loco y renegabas de mí!

-Yo sí que estaría loca para renegar de un amigo como tú.- Hice un gesto de “mosqueo”.

- Bueno, eso es cierto.- Me hizo cosquillas. Desde luego modesto no era, pero siempre me hizo gracia eso. No pude contener la risa y en venganza también le hice cosquillas yo a él.

-Y ahora señorita... tu otro regalo.- Dijo mientras se levantaba de la cama.

-No tienes por qué regalarme nada.- Continué en mis pensamientos con un: “Después no puedo devolverte el regalo.” Me entregó algo envuelto bastante grande.

-¿Qué será?- Solté mientras lo tocaba por todas partes intentando adivinar lo que era. Estaba muy blando.- Que blandito.- Comencé a abrirlo poco a poco, no me gustaba romper el papel.

Me encontré tras desprenderme de todo el papel con una almohada enorme llena de lunas en sus distintas fases. Me recordó a la primera noche que pasé con Phoenix y además pude observar que estaban pintadas a mano. No sé cuánto tiempo me quedé mirándola con cara de boba hasta que volví en mí.

-¿La has pintado tú?

- Garabateado más bien, pero sí.- Me dedicó media sonrisa. Aparté la almohada y fui a abrazarle.

-Perdona, pero con mi almohada no te metas, que es una obra de arte.- Dije con gesto “amenazador”. El se rió, se separó de mí y me observó fijamente.

-¡Esa sonrisa sí que es una obra de arte!- Siempre sabía darme en mi punto sensible, me daba mucha vergüenza cada vez que me decía algo por el estilo. No sé si me sonrojé o no, pero intente evitarlo.

-No, que va... bueno... muchas gracias, me encanta.

- Llegas tarde a comer, Chrystalle.- Se levantó de la cama de un salto.- Esta noche dormiremos más cómodos, ya verás.- Acercó su boca a mi oído y susurró.- Esta almohada es más grande, para que quepamos los dos mejor.

-¡Bien!- Exclamé mientras sonreía de forma abierta. -Y sí, llego tarde a comer y me van a echar la bronca.- Lo miré con una mirada penetrante haciendo como que maquinaba algo malévolo.

- Pues corre, ¡vamos!- Me dio un leve empujón. Parecía que no adivinó mis intenciones.

-Y... ya que eres invisible, ¿por qué no aprovechamos, coges comida y vamos a comer a otro sitio?- Dije dándome la vuelta para echarle una "mirada tierna". En fin, tenía que acostumbrarme a que era invisible, y además me podría “aprovechar” de ello. Tenía en parte algo bueno y quería que entendiera que no me importaba lo que fuese, siempre que estuviera a mi lado.

Al darme la vuelta ya no estaba y me fijé de pronto en la ventana, que estaba abierta. No, antes no lo estaba.

-¡Ay!- Exclamé del pequeño susto que me di al no verle y encontrarme con eso. Me tendría que acostumbrar a todo ello.

Fui hacia la ventana y me asomé. Entre las ramitas de un pequeño matorral, por fuera, bajo la ventana, pude ver perfectamente un bote de pintura color plata. El mismo color que el que tenían las lunas de la almohada. Me imaginé a Phoenix entre esos matorrales, con la almohada en las piernas y pintando las lunas con gesto de concentración (es decir, el ceño fruncido y mordiéndose levemente la lengua), lo cual me hizo gracia. Comprendí que las cosas cambiarían de nuevo, ya que sabía algo de la identidad de mi amigo. Sonreí de forma sesgada mientras salía de la habitación, en busca de mi desayuno tal vez a solas con Phoenix en algún lugar escondido de ojos ajenos.

domingo, 10 de abril de 2011

Confesiones a media noche

El palacio se encontraba sumido en un profundo silencio. La noche entraba a raudales por las ventanas y la luna lanzaba pinceladas sobre sus paredes y se derramaba por los pasillos, como si los vistieran largas alfombras plateadas. En una de las habitaciones más alejadas del habitual barullo diurno, temblaban la luz de una vela y las manos de una muchacha.


- Lo... lamento... – la voz de ella apenas era un susurro, asustadiza o quizá arrepentida


- No, no tienes nada que lamentar – la de él, tranquila, como el agua de un riachuelo que corre apacible


- No soy nadie para... no pretendía que me correspondierais, no quería incomodaros, yo... lo siento por todo ésto. Os parecerá ridículo que alguien de mi condición se enamore – demasiadas palabras cruzaban por su cabeza y pocas se atrevían a escapar de su garganta


- Me temo que he de contradecirte. No creo que no seas nadie, no me incomodas y desde luego nome parece ridículo que te enamores, ni que sientas esa quemazón tan intensa de la que antes me hablaste


- Pero no me correspondéis, soy... una estúpida por habéroslo contado – terminó cabizbaja


- Basta – le levantó el rostro con dulzura y pidió más que ordenó – Para. Ojala alguna vez yo hubiera sido tan estúpido como dices, ojalá supiera lo que es esa llama... Porque el amor no debe ser tan fantástico solo cuando es correspondido, sino por la intensidad con la que se viven cada sonrisa y cada lágrima mientras ese fuego perdura – había algo en sus palabras, una calidez desmedida en la mano que tocaba su mejilla y retiraba un mechón de cabello de su rostro, algo que la tranquilizaba y calmaba su agitación.


- ¿Po... podré seguir viniendo a veros? – sonrió ella, al fin


- ¿Puedes? ¡Debes! Me encantaría seguir disfrutando de tu compañía – le respondió devolviéndole la sonrisa


- ¿Qué he de hacer mientras?


- ¿Mientras? – se quedó pensativo un momento – Sueña con un hombre mejor – le sacó la lengua, divertido


- No se me ocurre uno mejor, Athor...