lunes, 31 de octubre de 2011

¿Quieres que te cuente un cuento?


Érase una vez, hace mucho tiempo y en un reino muyyyy lejano... una princesa.

Esa princesa tenía una extraña habilidad, un don increíble... Podía soñar que se cumplían todos sus sueños. Cuando ella dormía, podía por ejemplo desear: "Quiero la luna". Y una laaaarga escalera, hecha con polvo de estrellas, caía desde la luna para que pudiera acceder a ella.

Transcurrió así su infancia. Pidiendo cada noche un deseo distinto, que le era concedido en el acto, superando siempre todas sus expectativas. Pero sucedió que tan hermosos eran sus sueños, tan apacibles sus noches... que cuando despertaba, el mundo real le parecía yermo y gris. Tan infeliz se sentía durante el día, que comenzó a vivir pensando sólo en el momento en que las estrellas poblaran el cielo, y ella pudiera sumergirse a través de almohadones de plumas y sábanas blancas, en un profundo sueño.

Un buen día, la madre de la princesa entró en su alcoba y le dijo:

-Hija mía, ya va siendo hora de que sientes la cabeza, no puedes vivir sólo de tus sueños, has de convertirte en una mujer y por eso has de casarte. Te hemos elegido un marido, que no podrás conocer hasta el día de tu boda.

La noche anterior al tan temido acontecimiento, la princesa se durmió y pidió un deseo especial... uno que no se había atrevido a pedir hasta ese momento, pues temía que por primera vez, su deseo no se viese cumplido.

"Deseo que mi sueño más hermoso se haga realidad y que no desaparezca cuando despierte". Y esa noche ya no soñó nada más. Cuando la luz del alba rozó sus ojos ella despertó y miró esperanzada a su alrededor. Entonces vio, posado sobre el alféizar de su ventana, un pequeño pájaro azul que la observaba en silencio.

-¿Eres tú mi sueño? - le preguntó al pajarillo sin esperar respuesta, pero para su sorpresa éste asintió y voló por el cuarto hasta posarse a los pies de su cama.

-¿Pero cómo es posible? - preguntó la princesa sin salir de su asombro.

-Es posible porque hay cosas en este mundo y en el otro que tienen más poder del que se pueda imaginar y los sueños son una de ellas. - contestó el pajarillo ladeando ligeramente la cabeza.

-Ojalá pudiera soñar siempre - dijo ella.

-Nadie puede hacer tal cosa, pero sí podemos en cambio, hacer que la realidad se parezca lo más posible a nuestros sueños.

-Mis sueños han de acabar hoy, porque he de casarme, debo convertirme en una mujer.

El pajarillo la miró un momento de forma enigmática y salió volando rápidamente por la ventana.

-¡No te vayas! - gritó la princesa, pero ya no había nadie, volvía a encontrarse sola en su habitación.

Su madre entró en ese momento, seguida por un séquito de sirvientes que la lavaron y vistieron para la ceremonia. La princesa les dejó hacer, sin ser muy consciente en realidad de lo que ocurría a su alrededor. Tenía la sensación de observarlo todo desde fuera... Como en un cuento en el que ella fuera la lectora, en lugar de la protagonista.

Llegó el carruaje, tirado por siete hermosos caballos blancos, que habían de llevarla hasta la iglesia. Ella hizo el viaje en silencio, mirando por la ventanilla, y le pareció ver en algunos momentos, entre las ramas de los árboles, un destello azul que la seguía. El pajarillo apareció de pronto con un revoloteo y se posó en la ventanilla del carruaje.

-Tienes que ayudarme - le dijo ella desesperada -, no sé qué debo hacer. No quiero casarme.

-Entonces no lo hagáis - respondió él simplemente.

-Pero tengo que hacerlo, es mi deber...

-¿De veras? Yo no lo creo, las personas deben hacer lo que sientan y cuando lo sientan.

-Cuando lo sientan... pero yo ni siquiera le conozco.

-Conocedlo entonces.

En ese momento todo se volvió difuso, y la princesa abrió los ojos. Se dio cuenta de que se encontraba en su alcoba, había estado dormida todo el tiempo; era en efecto el día de su boda, pero aún ni siquiera había amanecido.

Se levantó de la cama, y sin saber muy bien por qué, escapó de su palacio, pues sentía la imperiosa necesidad de conocer al hombre con el que iba a casarse antes de pasar por el altar. Corrió y corrió por los páramos hasta llegar a la casa de él, y se coló dentro a hurtadillas.

-¿Quién anda ahí? - oyó una voz a su espalda y sintió el corazón en un puño.

Ella se giró, intentando vislumbrarlo entre las sombras de la habitación, pero sólo alcanzó a ver una oscura silueta que caminaba despacio, girando en torno a ella. Observándola.

"¿Te has perdido, pequeña Caperucita?" Le pareció que susurraban burlonamente las sombras, pero cuando él por fin despegó los labios, lo que dijo fue simplemente:

-¿Puedo ofreceros un té?

La princesa no podía creerlo. La locura que se había apoderado de ella y la había hecho ir hasta allí comenzaba a desvanecerse; en su lugar comenzó a sentir miedo, un miedo extraño, distinto del que había conocido hasta el momento.

-He venido porque tenía que conoceros antes de la boda, pero ahora tengo que irme.

-Os llevaré a casa entonces. -contestó él, e hizo preparar su calesa, donde ambos se sumieron en un profundo silencio durante el viaje; un silencio lleno de preguntas que flotaban sobre ellos, como mariposas.

Al llegar a su destino él bajó de la calesa para acompañarla hasta la puerta de palacio.

-Hasta mañana, pues - dijo inclinándose en una profunda reverencia, y ella hizo lo propio, devolviéndole la inclinación. Pero al levantarse, durante una fracción de segundo, la luz de la luna iluminó los ojos de él cuando sus miradas se encontraron y arrancó de ellos un destello azul que ella supo reconocer...

Él sonrió de forma enigmática y se dio la vuelta.

-Hasta mañana - dijo ella observando la silueta que se alejaba con una sonrisa. Supo entonces que el deseo de su sueño realmente se había cumplido y que, aunque quizá las circunstancias externas no eran las más apropiadas, tenían ante ellos la posibilidad de ser felices y comer perdices.



FIN

domingo, 30 de octubre de 2011

A través del vidrio


-Deberíamos volver ya a la fiesta señorita Crowfield, o nos echarán de menos - dijo sonriendo mientras apartaba el pesado cortinaje del balcón.

No sabía muy bien cuanto tiempo habían estado fuera, pero en ese momento sus pies se negaron a moverse del sitio. Sentía un leve cosquilleo en la cabeza, justo donde él había puesto las pequeñas pinzas hacía sólo un momento.

"Yo también tengo algo para vos" - pensó muy fuerte mientras apretaba el pañuelo guardado en su bolsillo, pero sus labios no emitieron sonido alguno. En cambio se quedó un momento mirándolo allí parada como una tonta.

-Er... sí, claro - agachó la cabeza un tanto abatida por su falta de coraje y lo siguió de vuelta a la fiesta.

"¡Eres una tonta Emma Crowfield! Te ha regalado las pinzas para el pelo más bonitas del mundo y tú no te atreves a darle un simple pañuelo ¿Qué pasa contigo?" Se acercó a la mesa para coger una copa mientras lo observaba de reojo; en ese momento se acercaba a ese extraño amigo suyo, el señor Néstore.

"Hum... el flautista de Hamelín" - le adjudicó a Néstore tras observarlo un momento, y reprimió una risita por la ocurrencia. Luego desvió la mirada hasta su amigo, y su mente recreó por algún motivo la última conversación que habían tenido a solas, mientras tomaban el té en su cocina.

-Si hubierais sido libre de elegir, si vuestra madre os hubiera dicho que podíais elegir a quien quisierais para casaros... ¿Qué le habríais contestado?- le había preguntado él.

-Pues... que me casaría con quien ella eligiera para mí - fue su respuesta, la cual provocó la risa de su interlocutor.

"Bueno, no es que le mintiera exactamente... es lo que le habría dicho a mi madre hace unas semanas" - pensó mientras derramaba un poco de ponche por la mesa sin percatarse y alzó la copa para beber un sorbo.

-A vos... -susurró observándolo a través del vidrio tallado - ...os hubiera elegido a vos.

Recuerdos de lo que podría haber sido


-"Hay hombres que no consienten en que sus esposas le llamen “señor….”, sino que desean ser llamados John, Thomas, William o como quiera que se llamen. Pero también los hay que desean ser tratados con respeto con “señor…” y se sienten muy ofendidos si su esposa se dirige a ellos en otros términos. Averigüe que le gusta a su esposo y actúe en consecuencia.
En miles de pequeñas cosas usted encontrará a su hombre (por esto o por aquello), un tanto peculiar, y tendrá que acostumbrarse a eso; puede que con ello adquiera conocimientos importantes que de otra manera no podría alcanzar."
- Emma cerró el pesado volumen con un suspiro y dejó vagar la mirada hacia la calle a través de la ventana.

Su madre había insistido en que leyera todo aquello para que no se le olvidaran los deberes como esposa, que pronto habría de poner en práctica. Pero no estaba muy segura de que todo aquello fuera a servirle de algo... ¿Que "encontraría a su hombre peculiar por esto o aquello"? Seguramente el autor no se refería a un marido que pudiese con un gesto hacer moverse las cosas sin tocarlas, o aparecer en cualquier sitio que se propusiese por arte de magia. Ojalá existiera un libro con consejos específicos para alguien como él, y entonces lo estudiaría de buena gana; en muchos aspectos Athan Kayne seguía siendo un absoluto misterio para ella...

La gente transitaba la calle, desfilando arriba y abajo: Algunos cruzaban rápidamente, quizá llegaban tarde a una cita, o se apresuraban para hacer sus compras en el mercadillo; otros caminaban de forma pausada, disfrutando del matutino paseo, o conversando con sus acompañantes. Emma observaba a través de la ventana abierta, pero esta vez no prestaba atención a los rostros ni inventaba historias para ellos.

Se preguntó qué es lo que habría turbado a Athan la noche que volvieron a Londres. Quizá no debió haberle contado su pesadilla, era posible que se hubiera asustado más de lo que aparentaba... pero no, aunque eso fuera cierto había algo más, algo de lo que ocurrió en el castillo... y por algún motivo no había querido hablarlo con ella.

Apoyó los codos sobre el alféizar y dejó caer la cabeza entre las manos, un tanto abatida.

Quizá al final había conseguido que la viera como a una chiflada, con todo eso de hablar con los fantasmas. ¿Por qué le ocurrían esas cosas tan extrañas? De nuevo sintió el familiar deseo de ser una dama normal, sencilla y extrovertida, como Abbie Brown.

Se imaginó por un momento como a la Emma que podría haber sido, paseando calle abajo aferrada del brazo de un Athan Kayne sin cicatrices ni guantes de cuero. Conversando animadamente sobre el tiempo o cualquier otra frugalidad de la que podrían hablar dos prometidos normales a los que el deber no impone casarse de inmediato.

Sin prisas, sin miedos, sin enredaderas ni sombras en el fuego... Sin cuentacuentos, sin charlas bajo las estrellas, sin sueños...

"No - pensó con el ceño levemente fruncido -, esa no hubiera sido yo. Y ese no hubiera sido él. No cambiaría mi vida por una así, no hubiera podido ser feliz."



martes, 25 de octubre de 2011

Viejos tiempos


La quietud y un silencio atronador invadían los pasillos de palacio mientras paseaba por ellos. No tenía un rumbo, lo cierto es que nunca lo he tenido así que esa noche no iba a ser menos. Las antorchas en las paredes proyectaban sombras de las finas cortinas que jugaban dentro y fuera de las ventanas dándole a la galería un aspecto fantasmal.
Llevaba la capa sobre los hombros, anudada en torno al cuello para tratar de cubrirme del frío que despedía la piedra del castillo, pero el aliento gélido de la noche ya se había pegado a mis huesos y mis dedos crujían como una puerta vieja.
Me paré en seco ante el dormitorio de la Princesa e hice lo mismo cuando pasé frente al de Elisabeth y Bryan.
Estuve más de dos horas caminando, era hora de tomar un trago.

No tardé demasiado en llegar al pequeño pero acogedor refugio de Helena, que me abrió la puerta sorprendida.
- Zack… - me miró con sus grandes ojos - ¿Está todo bien?

- No podría estar mejor, esperaba llegar antes de que hubierais cerrado, con la esperanza de tomar algo y entrar en calor
- Pasad – se apartó de la puerta y señaló con la mano al interior
- No quisiera molestar – a pesar de mis palabras mi pasos se dirigieron hacia dentro
- No molestáis, decidme lo que os pongo y me iré a dormir, como siempre – sonrió
- Lo de siempre entonces – le devolví el gesto y me senté, con cierta elegancia he de añadir, en una de las sillas y apoyé los codos en la mesa ligeramente
- ¿Algún día vendréis acompañado? – puso una jarra con suavidad delante de mí
- Es posible, cuando encuentre mejor cortejo que yo mismo – reí

- Cerrad cuando salgáis – la sonrisa permanecía en sus labios, pero negaba con la cabeza – Buenas noches, Zack – volvió a meterse tras la barra y escuché como la puerta de su dormitorio se cerraba antes de responderle
- Buenas noches, Helena


El Canto de la Zíngara había enmudecido, y yo con él. Permanecí inmóvil durante mucho tiempo sin mirar a ningún lugar en concreto. Demasiados pensamientos se agolpaban en mi garganta tratando de buscar un aire menos viciado que el de mi cabeza, y tras dar un largo trago decidí dejarlos salir utilizando mi reflejo en la jarra como único confesor.

- ¿En qué momento en el camino se han quedado? Tengo que haberme vuelto loco, ¿sabéis? – mi otro yo asintió – Apenas hace… dos años y algo que conocí a esos chicos. Eran como críos abandonados, perdidos en algún lugar. Ninguno de ellos se sentía parte de su propia vida, pero yo confiaba en que juntos podrían hacer grandes cosas – le di a mi silencioso testigo un par de toques en la frente con el dedo – Quizá, después de todo… estaba equivocado… - hice una leve pausa – Los recuerdo en aquel bosquecillo, mirando a todas partes y montando guardia para cubrirse las espaldas. Les he visto retroceder cuando uno de ellos se quedaba atrás. Cualquier alto en el camino era válido para reír, bromear e incluso a veces discutir. Han incendiado iglesias, hundido barcos, tratado de pasar desapercibidos en vano. Les he visto enamorarse, llorar, dudar y levantarse… - tomé aire, y otro trago – ¡Diablos! – señalé a mi alrededor – Aquí mismo estaban hace unos meses… acobardados, pero juntos. No se dan cuenta – mi doble sonrió, irónico – de lo poderosos que eran cuando se batían codo con codo, cuando avanzaban de la mano y no tenían nada más. Sí, tienen poder, poder y la posibilidad de hacer las mismas grandes cosas que al principio, pero su unión se desvanece… y se remueven en mis tripas la tristeza y la decepción – alcé la jarra y amordacé mis palabras un momento – Por los abrazos, las confidencias y promesas, los aciertos y errores, por la lealtad… por la amistad. Que los dioses os guarden, chicos… si decidís caminar solos – nadie brindó conmigo, pero apuré el contenido igualmente. Tras un leve suspiro me incorporé y solté una moneda sobre la mesa - Buenas noches compañero – susurré a mi paciente confidente, que me había escuchado despotricar sin pronunciarse al respecto.

Salí de la posada y me embocé con la noche. Otro día más.

martes, 18 de octubre de 2011

Una nueva casa

Aquello tal vez pudiera convertirse en un hogar. Una casita pequeña, con una inquilina hasta el momento más que extraña, pero en mi imaginación, con la lumbre encendida en mitad de la noche tenía un aspecto acogedor. O quizás fueran las ganas que tenía de estar allí.
Dormir fuera de lo que parecía una cárcel de cristal. La torre de marfil no era el encierro deseado de un autor, al menos no así.

Tal vez lograra así recordar las noches que se quedaron atrás, donde dormir en una posada era una aventura. Esperando encontrar algo nuevo a lo que enfrentarse. En aquellos días luchabamos con el corazón. Verdades a medias y palabras veladas, esa es la nueva arma. Un juego peligroso en el que se nos escapan las reglas

Y por una vida de poder podría perder el motivo por el que había seguido adelante. A menudo la imagen de un cuarto vacío, todavía con su aroma y sus recuerdos prendidos a cada rincón, en mi cabeza. Una visión amable por parte de alguien, tal vez para recordarme que no todo está perdido.

Motivos personales

- ¡¿Qué?! – no pudo evitar alzar ligeramente la voz y el semigigante trató sin éxito de esconderse tras la barra, asustado
- Vinieron cuando cerramos… - respondió con voz temblorosa
- De acuerdo… - suspiró y se pasó la mano por el mentón – No te preocupes, Hermanito
- ¿Qué vamos a hacer? – al notar de nuevo el tono calmado de su amigo salió de su indiscreto escondite
- Voy a palacio – se ajustó el chaleco de un tirón y sonrió – Es mejor que te quedes aquí
- Pero… yo… los guardias… - se retorcía los enormes dedos, nervioso
- Los guardias no me supondrán un problema, ¿recuerdas? Me dejarán entrar – puso su mano sobre la de Hermanito y le dio un leve apretón – No pasa nada, la traeré de vuelta – el semigigante asintió tragando saliva, como si ante la determinación de su amigo no pudiera hacer otra cosa

Hacía ya varias horas que el sol se había ido a dormir y su compañera montaba guardia en su lugar. El silencio en las calles era abrumador, las ventanas estaban cerradas y las puertas se sabían apuntaladas. Un par de soldados fingían vigilar cuando él pasó cerca y al alejarse uno de ellos sacó una bota de vino guardada con premura.
Sus ojos estaban fijos en un solo punto: el castillo. Si se cruzó con alguien o no, no podría recordarlo. Traspasó el puesto de guardia y la entrada principal, subió las escaleras y llegó ante las puertas de la sala del trono. En otras circunstancias se hubiera aclarado levemente la voz, hubiera golpeado tres veces con los nudillos y esperado una respuesta para entrar, pero no era momento para pantomimas, de modo que en lugar de eso abrió sin más preámbulos.
Había dos personas en el salón separadas entre sí algunos metros. Uno de ellos era perfectamente reconocible, sentado en el trono de la forma menos decorosa posible, con una capa exageradamente adornada sobre los hombros y con una corona que más que investirle respeto te hacía dudar sobre si se trataba de un hombre o de un pavo real. El otro vestía los colores negro y rojo borgoña y el pelo, recogido con un lazo oscuro, le caía hasta media espalda. Su porte denotaba cierta autoridad y despedía elegancia en cada leve ademán que hacía con los dedos.
El muchacho del trono abrió desmesuradamente los ojos con una mezcla entre la sorpresa y la ofensa que le producía semejante entrada. Por otra parte, el hombre que estaba de pie y casi de espaldas se tomó su tiempo en girar ligeramente el rostro para encontrar su mirada con la del intruso y tras hacerlo esbozó una leve sonrisa.

- Majestad – el recién llegado hizo una cortés pero frívola inclinación
- ¿A qué se debe tu intromisión? – el Rey parecía realmente disgustado con todo aquello
- Su Majestad ha cometido un error, vengo a ofreceros mi ayuda para solventarlo
- Un… ¿error? – el muchacho se levantó y comenzó a caminar por la sala, divagando, probablemente preguntándose en qué podía haber fallado ÉL
- Céfiro – el joven le tendió la mano al hombre de rojo, que había retrocedido un par de pasos manteniéndose en cauteloso silencio
- Johel – recibió su gesto con un apretón amistoso disfrazado de diplomacia y tras separarse ambos posaron sus ojos sobre el monarca
- ¿Qué error puedo haber cometido, Johel Zor? – se había quedado parado y lo miraba fijamente con la incomprensión y la indignación dibujadas en su rostro
- Habéis mandado arrestar, imagino que para gustos y placeres personales, a una joven del pueblo – afirmó
- Oh… no vamos a volver con eso, ¿verdad? Es mi derec…
- No pretendo discutir vuestros derechos – esa palabra se le atragantaba refiriéndose a semejante patán
- ¿Entonces qué?
- Es sencillo, Majestad. Todo cuanto tenéis que hacer para solucionar ese desliz es dejar libre a la chica
- ¿Por qué habría de hacer semejante cosa? – rió el joven monarca
- Esa muchacha es mi prometida, señor… - hizo una leve pausa para buscar los ojos de su interlocutor – Así que permitidme recomendaros que lo hagáis
- ¿Me amenazáis, Johel? ¿A mí?
- En absoluto, Majestad, os aconsejo a favor de vuestro beneficio, ya que me parece que no os convienen ciertas consecuencias que puedan ocurrir
- Sois un hombre de paz, Johel
- Para hacer la paz hay que conocer la guerra, Majestad

Durante unos segundos que se hicieron eternos, ambos se mantuvieron la mirada mientras otros ojos no perdían detalle de ambos varios pasos atrás. Finalmente el gobernante bajó la vista apretando los puños y simplemente anunció:

- La mandaré traer de inmediato
- Muy sensato, Majestad

lunes, 10 de octubre de 2011

¿Quién soy?

Es una pregunta que me he planteado miles de veces y siempre es una respuesta diferente, en una situación diferente y frente a una persona diferente.

Ahora esa persona estaba frente la mesa de un despacho La persona era...¿Lawrence se apellidaba?. Cuando se presentó solo dijo su título así que no estoy seguro... ¡oh! ¿para qué iba a decirnos su nombre a nosotros los pequeños mortales?

Oh sí, Lawrence es persona de título. Oh no, no, tranquilo querido lector, no es falta de educación por mi parte el no acompañar el nombre de este personaje seguido de su título de Senescal, Edward Austen es educado siempre que puede. Simplemente no me dejo impresionar ni arrodillar ante la gente por un simple título que han ganado por la simpatía de alguien poderoso, por dinero o simplemente por haber nacido. Bueno, Lawrence, una...mujer...hombre...¿mujer varonil? (¿?¿?¿?) se encontraba dispuesta a recibirnos a Aeryn y a mí. Es una sorpresa después de casi ser apresados por querer ir a una biblioteca pública. ¡Qué descaro por el amor de Dios! ¡Somos horribles y somos lo peor!

Bueno, a lo que iba. Nos presentamos en el despacho de Lawrence y, evidentemente, con nuestras personalidades cambiadas tal y como habíamos establecidos en mi plan (ya lo echaba de menos, snif)


En algún momento de la reunión, lógicamente, nos preguntaron quiénes éramos.

Entonces en mis pensamientos volvió a resonar.

¿Quién soy?
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-¡Guaau!- exclamó el niño corriendo entre las butacas de rojo terciopelo de la sala de teatro, esquivando a los señores que celebraban el final de la actuación que acababan de presenciar.

-Eddy, por favor, ten cuidado con nuestros queridos amigos. - le dijo su madre, Evelyn Austen, mientras seguía rodeada de sus colegas actores, comentando las interpretaciones y los más y menos de sus propias actuaciones-. Si no estás atento te chocarás con alguno y a papá no le gustará.- le advirtió finalmente.

El chico, vestido demasiado elegantemente para su propio gusto y comodidad (se había aflojado la pajarita que su madre le había obligado a llevar para ir al teatro), tragó saliva ante lo que eso suponía. Y eso era otro sermón de su padre sobre que debería madurar y crecer. ¿Por qué demonios estaba tan empeñado en que creciera tan deprisa?

El grupo, formado por Evelyn y dos señores: uno que se había quitado el traje y había aflojado corbata y otro bastante más mayor que vestía ostentosamente un traje y sombrero hongo, luciendo un mostacho señorial.

-¿Así que ese es el escandaloso e imparable Eddy?- dijo uno de los colegas de su madre con una sonrisa. Se llamaba Mathew y era uno de los actores. Era de mediana edad, mata de pelo rubia y ojos claros. Su sonrisa era tranquilizadora. - Veo que eres uno de los míos y te has quitado la chaqueta y pajarita.

-Es que es incómodo.- protestó el niño ante la mirada de su madre.

-¡Y pica como mil demonios!- añadió Mathew.

-¡Sí!- se entusiasmó el niño al ver que un adulto le comprendía-. Y además hace mucha calor...

Los presentes soltaron una risita.

-Dime, Eddy: ¿es la primera vez que vienes al teatro a ver a tu madre?

-No, la verdad...-comenzó a responder su madre, pero Eddy le dio un tirón a la falda de su madre en señal de desacuerdo. Odiaba cuando su madre respondía por él. ¡Como si no tuviera boca! Su madre entendió el gesto y le dejó hablar a él con una sonrisa.

-No... ya la he visto haciendo en muchos teatros trucos de magia, ilusionismo y escapismo.- dijo el muchacho muy orgulloso-. Pero es la primera vez que la veo hacer una obra de teatro.

-Entonces es la primera vez que ves el teatro Vaudeville ¿no?

-Sí...claro.- preguntó el niño receloso por tanta atención recibida por parte del grupo de adultos. Parece que se divertían con él aunque no parecía haber malicia.

-Éste ha sido un día importante para tu madre, ¿sabes?-prosiguió Mathew, Evelyn sonreía, había visto a su marido, Maximilian Blair, en la entrada hablando con unos caballeros en la entrada-. Es la primera vez que pisa un escenario para ser actriz, oficialmente, claro.

-¿Por qué?

-Bueno- empezó a explicar su madre ya prestando atención a la conversación-. Digamos que a las mujeres no se nos permite demasiado estar sobre las tablas. Pero tu padre quiso hacerme este regalo. Con su influencia ha sido posible.

El hombre bigotudo que hasta ahora había estado callado y aburrido añadió:

-Y fue un gran acierto. Hemos recaudado bastante dinero. Más del que esperábamos, la verdad. Si me lo permitís, señora y caballeros, me dispongo a hacer contabilidad de lo recaudado.

-Claro, Anderson. -respondió Evelyn con una sonrisa.

Cuando se marchó, Mathew tomó la palabra.

-No sé si es un acierto esto de tener a un manager. Nunca me gustó la gente que se mete en el mundo del espectáculo por dinero. Por mucho que Mark Anderson sea bueno en su profesión.

-Oh, te preocupas demasiado Mathew- de pronto Evelyn dio cuenta de la aún presencia de su hijo-. ¿Te gustó la obra, Eddy?

El chico asintió con la cabeza. Ella se acercó confidencialmente.

-¿Te gustaría subir al escenario?

Ahora asintió con energía.

-¡Vamos!- susurró la mujer con energía.

Eddy subió cogido de la mano de su madre, detrás de Mathew, que vigilaba que nadie se quejara de la aventurilla del chico. El actor Mathew a su vez hacía de guía turístico mientras andaba detrás de madre e hijo.

-Este es el teatro Vaudeville, abierto este año y diseñado por C.J. Phipps. Se nota que es nuevo ¿eh? Aunque su diseñador aún no está convencido con el diseño, sobre todo con la fachada.

-¿Qué significa Vaudeville?-preguntó el niño subiendo por el escenario, subiendo cada vez más en altura. Vio como ya solo quedaban esparcidos por las butacas señores que querían comentar la obra y felicitar al autor y director. El resto de espectadores ya se habían marchado.

Su madre se lo explicó.

-Vaudeville, Eddy, es una burla y satírica política o a piezas dramáticas. Nos burlamos de políticos absurdos o expresamos indignación de una situación de forma cómica, a través de bromas que traen verdades como puños. Moralizamos, intentamos abrir los ojos a la gente siendo pícaros, astutos y elocuentes.

-¿Os burláis de los poderosos delante de sus narices?- preguntó el muchacho pensando que eso debía ser terriblemente peligroso.

-Sí, pero no somos nosotros, son nuestros personajes.- ya llegaron a las tablas del escenario, el chico se impresionó y se agobió a la misma vez de ser visto por miles de butacas vacías.- Éste es el escenario, es nuestra pecera, donde podemos nadar libremente, respirar y quitarnos la máscara, aunque los de abajo crean que nos la ponemos. Aquí, Eddy, puedes ser quien quieras.

-¿Quien yo quiera?

-Serás quien quieras. Sólo tienes que creértelo. Saldrá de ti una voz nueva, unos recuerdos diferentes, te olvidarás de tus problemas para relevarlos con las de tu personaje, la gente te creerá y lo mejor de todo es que no les engañas. Realmente eres ese personaje. ¿Quién eres, Eddy?

El muchacho se quedó impresionado y estupefacto por las palabras de su madre. Estaba agobiado por toda esos butacones que esperaban que Eddy eligiera una identidad ahora mismo.

-¿Quién soy?
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"¿Quién soy?"

Elisabeth Lawrence seguía esperando a nuestra respuesta sobre nuestra identidad.

-Soy... Alexandros- dije con una voz áspera de soldado curtido en miles de batallas-, oficial de la guardia de aquí mi señora de Terrain. Venimos a tratar un asunto de diplomacia.

-Bien, tomad asiento. -fue la respuesta de nuestro interlocutor.

Aeryn y yo nos sentamos con nuestra nueva identidad. Nos miramos de forma cómplice y de forma imperceptible. Si todo salía bien, la calle de los niños tendría un poquito más de dinero. Huele a estafa...

Pero ahora no era Edward Austen, sino Alexandros, no debía pensar en dinero.
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-Soy Alexandros, mamá.- dijo el chico.

Evelyn rió.

-¿Y quién es Alexandros?- preguntó intrigada su madre.

La imaginación de Eddy comenzó a trabajar.

-Un soldado curtido de un mundo de fantasía. Protege a los suyos y acaba con los malos.- Eddy fingía pegar mandobles a un monstruo invisible con su espada.

-Bien...¡bien!- aplaudió su madre con una risa dulce, aunque poco estruendosa, no quería molestar a los caballeros de abajo.

Maximilian Blake se acercó al escenario. Venía impecable con su chaqué, su chistera en mano y su bastón.

-Evelyn. Edward. ¿Nos marchamos?

-Sí...claro, vamos Eddy. Bajemos del escenario.

Edward bajó del escenario junto con su madre, que era ayudada a bajar por su padre, el cuál le tendía una mano de forma cordial y elegante. Cuando llegaron abajo Maximilian le dio un beso suave y poco sonoro en la mejilla.

-Estáis preciosa. Y vuestra actuación sublime.- le dijo aprovechando la cercanía de su mejilla en sus labios-. Edward.

-¿Sí...padre?- preguntó el chaval esperando un sermón.

-Te has portado correctamente. Mis felicitaciones.

-Gracias, padre.- dijo con una sonrisa el chico. Adoraba los momentos en los que su padre no estaba desacuerdo con él.- Con vuestro permiso avanzaré delante vuestra.

-Permiso concedido.- dijo Maximilian Blair con una media sonrisa.

Cuando salieron del teatro, los caballeros despidieron cordialmente a la pareja.

-Buenas noches, Conde Blair. Y a su esposa, Evelyn Austen.

-Buenas noches caballeros.

La pareja anduvo detrás de su hijo. Evelyn tomaba a su marido de su brazo y él marcaba ritmo con el bastón por los adoquines de la calle de West End. Su hijo seguía jugando a que era un espadachín.

-Evelyn, es casi seguro que van a abolir ya los privilegios de los títulos nobiliarios.

-Oh...Max, ahora no. Disfrutemos del paseo.

-Es importante. Quieren quitarnos los privilegios, pero no es eso lo que me preocupa. Lo que me preocupa es que escucho rumores sobre que van a acabar con el condado de Merseyside, dado lo pequeño que es. Si lo que me temo es cierto van a ir a por nosotros y a repartirse nuestras posesiones como si fueran buitres. Así te sugiero que dejaras de meterle pájaros en la cabeza a Edward y le dejes que madure cuanto antes. Lo agradecerá cuando nuestro condado haya sido destruido, así como nuestra casa... y quién sabe. Tenemos que andarnos con ojo con estos burgueses.

-¿Piensas que lo que le enseño no sirve para nada?- preguntó ella, pero no estaba dolida. Todos excepto sus colegas de tabla pensaban igual.

-Al menos para el mundo real.- respondió sombrío.

-Quien sabe. A lo mejor son mis enseñanzas las que le ayuda a sobrevivir en un futuro. Es pícaro, gracioso, educado cuando se lo propone y le encanta el ilusionismo. Max, Eddy no ha nacido para ser un noble como nosotros.

-Sí...quien sabe.


Ella tenía razón...papá.

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Salimos del castillo de Ushar, había salido todo según el plan establecido. Seguía mi venganza personal contra los nobles déspotas y asquerosamente ricos. Seguramente les había quitado más dinero de la cuenta pero eso aún estaba por ver. Parte del dinero se lo merecían los más necesitados, pero obviamente Edward Austen era un poco egocéntrico también, así que tendría mis propios intereses. Alexandros y su señora cogieron un carruaje de caballos y salieron del escenario con una ovación silenciosa que resonaba en mi mente. Sentía que mi madre me felicitaba por mi actuación.

"Bien hecho...Eddy"

Se hacia llamar... Lennon.

El tiempo se paraliza, los recuerdos llegan a mí como una ola furiosa. Su llanto incansable retumba en mi cabeza, y las pocas sonrisas aparecen una a una. Un pequeño bebé que no llegó a cumplir el año murió ya hace tiempo… o eso pensaba.

Mantengo la esperanza de que la nueva información me conduzca hacia esa realidad, encontrarlo algún día y cumplir mi promesa de hacerle volar. Por eso tengo que ser el mejor pájaro que abarque el cielo a su lado. El pequeño Blake que a día de hoy será un muchachito de no más de doce años… ¿Nos pareceremos? ¿Será feliz? Y… ¿Me recordará después de todo?

Tiempo de preguntas y ninguna respuesta, tan solo la esperanza de que su vida nunca se haya apagado.

¡Al abordaje!

Nunca pensé que acabaría a bordo de un barco pirata. ¡Es fantástico! Sí, sí, reconozco que al principio me dio un poco de miedo, pero fueron unos segundos al recordar la cálida bienvenida que me han dado. He conocido a alguien que quizá llegue a ser mi amiga... está chiflada, ¿pero quién no lo está aquí? Niobe parece una muchacha muy agradable, ojalá no sea una impresión equivocada.

También está Lobo, que me sorprende con su habilidad con los cabos del barco. Después de lo que he visto en Ushar… un poco de picardía se agradece con creces. El capitán ha sido muy amable conmigo, ¡incluso me ha dado vestimenta de auténtica pirata! Me quedan Stefan y Florian, que también me han ayudado a ubicarme aquí.

Estuve bromeando con el tema de abordar un barco, pero mi corazón se detuvo durante unos segundos cuando escuché un verdadero ¡al abordaje!

¡Increíble, estaba “luchando” contra verdaderos piratas! Digo "luchando" porque realmente no sé hacer eso, pero mi poder me ayudaba mucho. Vi la “U” que simbolizaba a Ushar, en aquel barco de nobles que estaba siendo asaltado por nosotros. “Pobres…” pensé irónicamente, mientras seguía mirando el botín.

Todo esto, piratas, el mar, un enorme barco, aventuras con espadas y tesoros reales… como si estuviera dentro de un cuento. Ahora es cuando realmente me siento en Metáfora.


[No saben lo que se están perdiendo.]

miércoles, 5 de octubre de 2011

Estrellas de tiza


Aquella noche la lluvia caía como un manto sobre Londres. Cada cierto tiempo un relámpago iluminaba el cielo y proyectaba sombras dentro de la habitación. Pero a Emma no le daba miedo la tormenta, era una de las pocas cosas que asustaban a su hermana y a ella no, y se sentía orgullosa de ello.

Le gustaban los días como hoy. A veces su aya les contaba historias a la luz del fuego, otras veces su padre la obsequiaba con alguna historia sobre aquellos héroes mitológicos que aparecían dibujados en el cielo. Aquella noche en concreto había sido una "noche de estrellas", su padre le había contado la historia de Cáncer, constelación que la regía a ella por su fecha de nacimiento.

Llevaba un rato dando vueltas en la cama, incapaz de dormirse. El fuego de la chimenea ardía y bailaba tan alegremente que a la niña le pareció casi una invitación, así que se levantó de la cama y removió el contenido de una pequeña cajita de madera situada en su mesita de noche, hasta dar con el objeto que buscaba. Contempló el desgastado trozo de tiza con una sonrisa pícara; sabía que si su madre veía todo aquello no iba a gustarle, pero seguiría disfrutando de aquella pequeña travesura hasta que alguna criada la descubriera...

Se colocó en un extremo de la enorme y pesada alfombra que reposaba junto a la chimenea y comenzó a enrollarla (no sin cierta dificultad) hasta formar un enorme rollo apartado en uno de los extremos de la habitación. Cuando hubo terminado se volvió mirando al suelo desde arriba para contemplar su "obra". A esas alturas las manchas de tiza se habían ido emborronando cada vez más, y lo que habían sido diagramas del mapa celeste formaban ahora una mancha blanca casi uniforme en el castigado suelo. Las constelaciones que habían sido dibujadas hacía más tiempo eran apenas perceptibles para casi cualquier ojo, pero no para los de Emma.

Asintió satisfecha tras un momento y se puso de rodillas para buscar un lugar en el que situar al cangrejo que había sido hoy el protagonista de la historia. Sin embargo algo captó su atención antes de que la tiza tocase el suelo, un leve sonido a su espalda que quizá fuera fruto de su imaginación, pero ella no iba a correr ese riesgo. Comenzó a girar la cabeza muy despacio, mirando hacia atrás de reojo, y luego en un intento de pillar in fraganti al culpable, terminó de girarse rápidamente.

Nada.

Se quedó quieta un momento, contemplando la zona no iluminada de la habitación con el ceño fruncido. Tras unos segundos, aún no muy convencida, se dió la vuelta de nuevo para seguir con su tarea. Comenzó a marcar con la tiza la primera estrella del signo, pero justo al lado de su mano había una marca un poco extraña... ¡No, había más de una! Como si alguien se hubiera entretenido en ir marcando con un dedo un "camino" que destacaba el color del suelo al haberse borrado la tiza en cada punto. La extraña hilera de "dedos marcados" llevaba hasta la chimenea, y la niña la siguió con la mirada completamente atónita. Hubiera jurado escuchar una aguda risita a su espalda, pero antes de poder volverse para comprobarlo una segunda risita la secundó, y esta vez captó un movimiento extraño entre las llamas. Una diminuta mujer alada asomó la cabeza entre el fuego y la observó con curiosidad.

Emma dió un respingo. Trepó de un salto hasta su cama y se cubrió por completo con la colcha en un rápido movimiento, con la absoluta certeza que tienen todos los niños de que "¡Si yo no las veo, ellas no me ven!"


Ceniza


Mis cadenas están rotas, mis ataduras han desaparecido pero las marcas de los grilletes me acompañarán de por vida. Sigo anclado a ninguna parte. Permanezco en las sombras como un fantasma asustadizo, como un recuerdo pasajero y nada más. Ceniza, somos ceniza. Nuestras palabras, nuestras promesas, cada paso no es más que una huella sobre el barro que nos mancha los zapatos.

Nuestra historia será como esa canción que se pierde con los años. Quizá hemos tratado de hacer música con un piano al que le faltaban teclas. No supimos componer la melodía adecuada, no supimos escuchar las notas que retumbaban en nuestro cuerpo.

Y sin embargo, esa partitura fallida, inacabada y trágica será la canción de cuna más dulce que mi corazón tararee jamás.