sábado, 12 de marzo de 2011

Recuerdos V

Retrocederé de nuevo al principio de mi historia, pues hasta ahora aunque he dicho algunas cosas insignificantes de mi vida que son bonitas, la mayor parte ha sido todo desastre y dolor. Por lo que volveré atrás, cuando estaba a punto de cumplir los cuatro años. Antes de hacerlo, estuve en mi casa sin salir nunca y mis padres me enseñaron a caminar y a hablar.

Mi primera palabra, de la que me avergüenzo, fue bastante vulgar debido a que era la que mis padres estaban casi todo el día pronunciando, y se dice que todo lo malo se pega. “Mierda”. Esa fue mi primera palabra. Yo no lo recuerdo del todo claro, pero ellos me lo contaron como una fábula divertida.

-Estabas en la cuna, balbuceando como siempre. Mientras tu padre y yo nos encargábamos de la casa, fuimos a limpiar la habitación en la que estabas. Y nada más entrar dijiste esa palabra. Supimos entonces que no tenías mucho futuro si empezabas por ahí, aunque eso nos daba exactamente lo mismo.-Me explicó mi madre un día mientras limpiábamos la casa.

-¿Y qué significa esa palabra, madre?-Pregunté.

-Nada bueno, el problema aún así no es el significado, sino que se trata de una palabra muy vulgar y que no se debe decir en público.

Entonces lo decidió. Aparte de para mejorar mi lenguaje, también lo quiso hacer para librarse de mí por las mañanas. Y yo no lo veía mal. Es más, me encantó la idea de ir a la escuela y conocer a niños y niñas. Mi casa empezaba a parecerme un poco incómoda debido a que me portaba mal y me daban algunas bofetadas, por lo que pensé que si iba me portaría mejor.

Preparé una pequeña mochila donde llevé un cuaderno, un lapicero y algo para comer si me entraba hambre. Aunque aún no sabía escribir. Mis padres me indicaron el camino hacia el colegio ya que ellos estaban muy ocupados, por lo que fui sola. No había salido antes a la calle y confundía el concepto de derecha e izquierda, por lo que me perdí.

-¿Te has perdido, pequeña?- Me preguntó una mujer joven, de pelo rubio oscuro y ojos marrones. Yo era (y soy) muy tímida, por lo que simplemente asentí con la cabeza.- ¿Vas a la escuela?

Volví a asentir. Pensé que era adivina, pero después me confesó que lo supo debido a mi pequeña mochila con la libreta. Aún así era muy observadora. Resultó ser una profesora del colegio, cuyo nombre era Diana. Parecía extrañada de verme sola y me preguntó por mis padres. Contesté que estaban ocupados y eso pareció bastarle. Solo pareció. También se convirtió en mi profesora favorita, ya que era muy atenta y amable. Y más aún cuando cumplí los cuatro años.

Cuando había estado asistiendo a clases varios meses, aprendí palabras, e incluso aprendí a leer, cosa que agradecí enormemente. Iba al colegio esa mañana de cumpleaños a las que no di demasiada importancia, y ya me sabía el camino, aunque me costó un poco aprenderlo. Tenía amigos como Victoria, Mike, Hugo, Peter, Lisa, Carlota y… Dylan. De él os hablaré en otro momento. Volviendo al tema, ese día no vi a ninguno de mis amigos en el camino de ida como siempre. Aún iba adormilada pero eso cambió nada más abrir la puerta de mi aula.

-¡Sorpresa!

Mis amigos, y en general mis compañeros de clase. Mi profesora Diana y muchos pastelitos. La clase estaba decorada con dibujos que mis compañeros habían hecho sobre mí y una gran pancarta en la que ponía: “Feliz cumpleaños, Chrystalle”. En las mesitas habían pasteles de todos los sabores que jamás pude imaginar y había incluso una tarta de cumpleaños con cuatro velas encendidas.

Lloré. ¿Qué iba a hacer? Nunca imaginé que un cumpleaños podía significar tanto ni tampoco que se podía celebrar. Ellos pensaron que no me había gustado y se entristecieron.

-¿No te ha gustado?-Preguntó Mike.

-Me… encanta.-Solo pude decir eso. Todo el mundo gritó de alegría.

-Comeremos pronto para dar al menos algo de clase, ¿os parece bien, niños?-Preguntó Diana.

-¡Sí!

-Feliz cumpleaños, Chrystalle.-Diana se agachó poniéndose a mi altura. Parecía contenta y como cada día, examinaba mi rostro. Supuse que ella había organizado todo.

Era maravilloso. Un día con pastelitos, con amigos y con clases. Apagué las velas de la tarta a la primera y deseé con todas mis fuerzas tener algún día otro cumpleaños así. Comí tantos pasteles que después me empezó a doler la barriga. Pero no me importó en absoluto, porque seguí disfrutando, y al terminar de comer y de jugar, dimos un par de horas de clase en la que leímos un cuento muy bonito acerca de un soldadito de plomo que estaba enamorado de una bailarina. Pero en el cual un arlequín se interponía entre ellos y aunque tenía un final muy triste, era mágico. Desde entonces ese fue y es mi cuento favorito.

Al terminar las clases, pude quedarme con todos los dibujos que mis amigos habían hecho sobre mí. El de Victoria era uno en el que aparecíamos leyendo. El de Mike tenía un dragón contra el que luchaba. Todos tenían algún elemento imaginario, hadas, enanos, gigantes… ya que sabían que me gustaban. Pero en el de Dylan aparecía solo yo rodeada de un corazón enorme. Era también muy bonito, como todos.

Y al volver a casa, cogí una cajita de madera que tenía guardada, doblé cuidadosamente los dibujos y los metí en ella. Arriba de todos puse, sin saber por qué, el de Dylan, ya que me parecía el más extraño. Tras ello la escondí en mi armario, el cual tenía un doble fondo secreto que nadie conocía y nunca descubrirían. Finalmente me dormí pensando en mis ganas de volver al día siguiente a la escuela y leer otra historia tan preciosa como “El soldadito de plomo”. En mis sueños una muchacha bailaba con un hombre. Y en esa ocasión no había un arlequín que intentara separarlos.

3 comentarios:

  1. Se pregunta una Bufona dónde fueron a parar esos regalos.

    ¿Guardando sueños para recurrir a ellos en época de pesadillas?


    No parece un mal plan, joven Chrystalle.

    ··Bufona··

    ResponderEliminar
  2. Los pequeños detalles pueden hacernos llorar, como un pequeño cumpleaños.

    PD (Carlos): Increíble que se llame Dylan :P

    ResponderEliminar