domingo, 18 de agosto de 2013

Muchas preguntas, ninguna respuesta

La sala se queda en silencio, apenas se escuchan los movimientos de Athor, yendo de un lado para otro, sin parar, hablando para sí mismo. Supongo que últimamente escasean los buenos conversadores. Me siento al lado de la cama y suspiro. 
¿Cómo puede ser? Es imposible que esté libre, absolutamente imposible… ¿no? 
Demasiadas guerras, demasiados frentes abiertos, poca gente en quien confiar. 

Emma y Samuel mueven cosas de las que ni siquiera son conscientes, pero al menos se mantienen a la vista. Víctor, por su parte, permanece silencioso, y no sé si la calma me da más miedo que el ruido. 

Su Majestad y los demás siguen jugando a un enorme ajedrez sin tener claro si sus alfiles y sus torres son firmes y de confianza. Hay batallas que no se pueden ganar en solitario. 

Y luego están ellos. Juntos para avanzar, divididos en medio de la nada, arriesgándose a morir para poder seguir con vida. Es una suerte saber que tienen conciencia y buen corazón, aunque el juicio de alguno de ellos no sea muy de fiar…

- Señor… - la voz de Edriel me saca de mis pensamientos, y no sé si sonreír o golpearle 
- Me alegro de verte de vuelta – las manchas de tinta aun de mantienen sobre su piel, desapareciendo muy poco a poco 
- ¿Los demás están…? 
- Vivos – sonrío – Puedes relajarte 
- ¿Y vos? – me mira intentando girar la cabeza lo máximo que el dolor le permite 
- ¿Yo? Me retiro, me estabas retrasando, otros asuntos me reclaman – él se ríe, sabe que no es precisamente un reproche 
- ¿Puedo saber de qué se trata? 
- Ya no, no eres mi pupilo, ¿recuerdas? – me incorporo y me acerco a la puerta 
- Gracias, señor, lo había olvidado… 

Salgo y lo dejo atrás, con una de esas sonrisas que desvelan que está tramando algo. 
Me miro las manos, desnudas de runas y dibujos arcanos.


“Vamos allá, Zack”.

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