¿Cómo puede ser? Es imposible que esté libre, absolutamente imposible… ¿no?
Demasiadas guerras, demasiados frentes abiertos, poca gente en quien confiar.
Emma y Samuel mueven cosas de las que ni siquiera son conscientes, pero al menos se mantienen a la vista. Víctor, por su parte, permanece silencioso, y no sé si la calma me da más miedo que el ruido.
Su Majestad y los demás siguen jugando a un enorme ajedrez sin tener claro si sus alfiles y sus torres son firmes y de confianza. Hay batallas que no se pueden ganar en solitario.
Y luego están ellos. Juntos para avanzar, divididos en medio de la nada, arriesgándose a morir para poder seguir con vida. Es una suerte saber que tienen conciencia y buen corazón, aunque el juicio de alguno de ellos no sea muy de fiar…
- Señor… - la voz de Edriel me saca de mis pensamientos, y no sé si sonreír o golpearle
- Me alegro de verte de vuelta – las manchas de tinta aun de mantienen sobre su piel, desapareciendo muy poco a poco
- ¿Los demás están…?
- Vivos – sonrío – Puedes relajarte
- ¿Y vos? – me mira intentando girar la cabeza lo máximo que el dolor le permite
- ¿Yo? Me retiro, me estabas retrasando, otros asuntos me reclaman – él se ríe, sabe que no es precisamente un reproche
- ¿Puedo saber de qué se trata?
- Ya no, no eres mi pupilo, ¿recuerdas? – me incorporo y me acerco a la puerta
- Gracias, señor, lo había olvidado…
Salgo y lo dejo atrás, con una de esas sonrisas que desvelan que está tramando algo.
Me miro las manos, desnudas de runas y dibujos arcanos.
“Vamos allá, Zack”.
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