Algunas
estrellas parpadeaban, otras estaban demasiado nerviosas por lo que iban a
contemplar, supongo que no querían perderse ni un solo instante de lo que, al
amparo de la noche y haciendo cómplice a la luna, iba a ocurrir en aquel lugar.
La suave brisa mecía las hojas, haciéndolas crujir en su sueño en las ramas, o
bailar alzándolas del suelo con ligereza.
Bajo
una capa, solo la sonrisa inquieta de una mujer se asomaba. La dama se retorcía
los dedos, su pecho se hinchaba y deshinchaba visiblemente, hay quien diría que
por la fuerza con la que tomaba aire, pero yo… yo me inclino a pensar que era
el corazón, palpitante de júbilo e impaciencia, desbocado e indiscreto.
El
sonido de unas pisadas lentas pero firmes casi le paró la respiración. La
doncella alzó la vista, pronunciando aún más la sonrisa y su nerviosismo. Los
pasos se detuvieron a poca distancia de ella, sacando de las sombras a otra
figura, masculina esta vez, pero igualmente encapuchada e incluso levemente
sonriente.
Pasaron
así… veinte segundos, quizás, un breve instante que pudo prolongarse días, y un
silencio parlanchín que no parecía querer callar.
-
Según la ley, debería mataros – el caballero decidió romper esa calma,
hablando despacio y bajito
-
Y no habría de poner impedimento alguno, mi señor – su voz, la de
ella, era suave y serena a pesar de su agitación
El
hombre avanzó y ella hizo una inclinación bajando la cabeza aun cubierta por la
capa. Él permaneció quieto un momento, sin saber muy bien qué hacer. Ninguna
estrella parpadeó entonces. Su mano derecha se posó con suavidad en el mentón
de ella, haciéndole alzar la cabeza, y la izquierda retiró con cuidado su
capucha hacia detrás, dejando ver por fin a la mujer que se escondía en su
sombra.
-
¿Qué hacéis aquí? – preguntó él, tragando saliva, aun con el rostro de
ella sujeto y la mano sobre su cabello
-
Nunca pude despedirme – sonrió
-
Nunca quise que lo hicierais – susurró a la par que ella le descubría
la cara
-
Pero así debe ser… ¿he de llamaros Majestad?
-
No si la noche me guarda el secreto – él hizo descender sus manos, buscando
las de ella y apretándolas levemente entre las suyas
-
Confiemos en ella entonces, Ion…
-
¿Dónde iréis ahora?
-
¿Dónde? No lo sé… - suspiró negando con la cabeza – Pero no es
importante, creedme, es lo que menos me quita el sueño ahora mismo
-
Lejos de la corte, al fin – sonrió él – Os dije que llegaría el
momento, Evelyn
-
Se ha hecho de rogar, desde luego – se rió – Pero al fin soy libre
-
Desearía poder ofreceros asilo, pero bien sabéis que… - la mujer puso
un dedo sobre sus labios y sonrió con ternura
-
Ion… no vengo a pediros refugio, sólo a deciros que allá donde vaya,
por lejos que sea, mi lealtad siempre estará con Drakooner… - y poniendo una
mano sobre el pecho de él, como si de un extraño secreto del pasado se tratase,
ambos cerraron la frase en un susurro – Y mi corazón con vos
Despedidas que son difíciles de dar. Sobre todo cuando una gran parte de ti habita en la otra persona.
ResponderEliminarVayáis a donde vayáis, os acompañará en vuestro camino.
Buen viaje.
~Chrystalle~
Uuuuuuufff menudo pasteleo. ¿Por qué los sentimientos no paran de interferir en los grandes planes?- Eddy
ResponderEliminarQuizás porque a menudo con ellos empiezan los grandes planes ^^
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