sábado, 24 de agosto de 2013

Decir adiós

Algunas estrellas parpadeaban, otras estaban demasiado nerviosas por lo que iban a contemplar, supongo que no querían perderse ni un solo instante de lo que, al amparo de la noche y haciendo cómplice a la luna, iba a ocurrir en aquel lugar. La suave brisa mecía las hojas, haciéndolas crujir en su sueño en las ramas, o bailar alzándolas del suelo con ligereza.
Bajo una capa, solo la sonrisa inquieta de una mujer se asomaba. La dama se retorcía los dedos, su pecho se hinchaba y deshinchaba visiblemente, hay quien diría que por la fuerza con la que tomaba aire, pero yo… yo me inclino a pensar que era el corazón, palpitante de júbilo e impaciencia, desbocado e indiscreto.
El sonido de unas pisadas lentas pero firmes casi le paró la respiración. La doncella alzó la vista, pronunciando aún más la sonrisa y su nerviosismo. Los pasos se detuvieron a poca distancia de ella, sacando de las sombras a otra figura, masculina esta vez, pero igualmente encapuchada e incluso levemente sonriente.
Pasaron así… veinte segundos, quizás, un breve instante que pudo prolongarse días, y un silencio parlanchín que no parecía querer callar.

-          Según la ley, debería mataros – el caballero decidió romper esa calma, hablando despacio y bajito
-          Y no habría de poner impedimento alguno, mi señor – su voz, la de ella, era suave y serena a pesar de su agitación

El hombre avanzó y ella hizo una inclinación bajando la cabeza aun cubierta por la capa. Él permaneció quieto un momento, sin saber muy bien qué hacer. Ninguna estrella parpadeó entonces. Su mano derecha se posó con suavidad en el mentón de ella, haciéndole alzar la cabeza, y la izquierda retiró con cuidado su capucha hacia detrás, dejando ver por fin a la mujer que se escondía en su sombra.

-          ¿Qué hacéis aquí? – preguntó él, tragando saliva, aun con el rostro de ella sujeto y la mano sobre su cabello
-          Nunca pude despedirme – sonrió
-          Nunca quise que lo hicierais – susurró a la par que ella le descubría la cara
-          Pero así debe ser… ¿he de llamaros Majestad?
-          No si la noche me guarda el secreto – él hizo descender sus manos, buscando las de ella y apretándolas levemente entre las suyas
-          Confiemos en ella entonces, Ion…
-          ¿Dónde iréis ahora?
-          ¿Dónde? No lo sé… - suspiró negando con la cabeza – Pero no es importante, creedme, es lo que menos me quita el sueño ahora mismo
-          Lejos de la corte, al fin – sonrió él – Os dije que llegaría el momento, Evelyn
-          Se ha hecho de rogar, desde luego – se rió – Pero al fin soy libre
-          Desearía poder ofreceros asilo, pero bien sabéis que… - la mujer puso un dedo sobre sus labios y sonrió con ternura

-          Ion… no vengo a pediros refugio, sólo a deciros que allá donde vaya, por lejos que sea, mi lealtad siempre estará con Drakooner… - y poniendo una mano sobre el pecho de él, como si de un extraño secreto del pasado se tratase, ambos cerraron la frase en un susurro – Y mi corazón con vos

3 comentarios:

  1. Despedidas que son difíciles de dar. Sobre todo cuando una gran parte de ti habita en la otra persona.
    Vayáis a donde vayáis, os acompañará en vuestro camino.
    Buen viaje.

    ~Chrystalle~

    ResponderEliminar
  2. Uuuuuuufff menudo pasteleo. ¿Por qué los sentimientos no paran de interferir en los grandes planes?- Eddy

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Quizás porque a menudo con ellos empiezan los grandes planes ^^

      Eliminar