viernes, 18 de febrero de 2011

Recuerdos II

Empecé a dejar de ir a la escuela. Mi madre me obligaba a quedarme en casa y no ir, debido a los comentarios que se escuchaban por todas partes sobre mis padres y mis heridas. Yo, a regañadientes, la ayudaba con las tareas del hogar, o más bien, empecé a hacerlas.

Yo quería, más bien, necesitaba ir a la escuela ya que aparte de los libros, mis compañeros de clase y mis profesores me ayudaban a evadirme de mi realidad. Pensaba en uno de mis recuerdos más felices, en el cual estaba en clase, y me sentaba al lado de mi compañera Victoria. Mientras mi profesora favorita daba clases, yo me limitaba a escuchar todo lo que decía, y escribía lo que podía de la explicación. Al terminar la clase, empecé a recoger mi maleta y me dispuse a irme, pero mi profesora, Diana, me pidió un momento para hablar conmigo. Una vez estado la sala vacía, mi profesora me preguntó:

-¿Cómo te has hecho esa herida en el labio, Chrystalle?

Mi madre me tenía dicho que jamás dijera que me lo había provocado ella o mi padre, ya que podrían apartarme de su lado, y yo no quería eso, decía ella.

-Me he caído.-No sabía mentir, por lo que me limitaba a decir frases cortas.

-¿Estás segura? Sabes que puedes contarme lo que quieras, yo no se lo diré a nadie.

-Sí, señorita, y también sé que puedo confiar en vos.

Diana se limitó a sonreír, y aunque crean que los niños no sabíamos lo que sentían los adultos, pude ver perfectamente tristeza en su mirada. Tras ello, acercó su mano lentamente a mi mejilla y con la parte superior de ella, me acarició. Continué soñando con esa caricia durante noches.

Pero cuando mi madre me hubo prohibido ir a la escuela, toda la poca felicidad que tenía desapareció. Mientras, mi madre se dedicó a pasar sus horas, sentada y leyendo mientras yo me encargaba de limpiar y cocinar.

Pasaron los días hasta que por fin llegó mi cumpleaños. Yo estaba muy ilusionada esa mañana, pues me hacía mayor ya que estaba cumpliendo seis años. Me imaginé que como a mis antiguos compañeros de clase, me prepararían el desayuno y me lo traerían a la cama. O que me esperaba una tarta sobre la mesa de la cocina con algún que otro regalo. E incluso me ilusioné pensando que el regalo de mis padres sería una fiesta sorpresa con mis antiguos compañeros del colegio y algunos profesores, y me volverían a dejar estar con ellos en la escuela. Pero en lugar de ello, me levanté y vi lo mismo de siempre. Mis padres ni me miraron esa mañana. Fui a hacerles el desayuno, y al acabar fui a mi habitación y esperé durante horas por si mis padres venían a felicitarme. Mientras tanto, estuve imaginando que todo lo anterior estaba pasando, mientras que en mi vida real, mis pómulos no podían aguantar el peso de todas mis lágrimas. A la tarde, mis padres salieron, y yo ilusionada pensé que iban a comprarme un regalo. Pasó el tiempo, y me quedé sola hasta altas horas de la madrugada. Mis padres regresaron a las tres y media de la noche y escuché a mi padre desde la entrada:

-Chrystalle, ¿dónde estás?

Asustada y con mi sentido del peligro activado, salí de la habitación y fui a dónde mi padre me reclamó. Los vi a los dos, extraños, tambaleándose. Mi madre estaba despeinada, y parecía muy contenta, pues estaba riéndose a carcajada limpia. Mi padre, sin embargo, parecía enfadado. Ambos olían extraños, era un olor fuerte y desagradable.

-¿Qué has estado haciendo, mocosa? La casa está asquerosa.-Mi padre me agarró del brazo, entonces pude sentir desde más cerca ese olor, que provenía de su boca e incluso pude distinguir sus ropajes mojados por aquella sustancia que encimaba tal aroma.

-Es cierto estúpida, hazle caso a tu padre, y a mí.- Se acercó a mí y clavó sus uñas en mi rostro.-Que divertido es esto, por lo menos eres algo útil.

Mi padre la imitó, pero lo que hizo fue tirarme del pelo. Yo descendí hasta el suelo, debido al dolor y la tirantez. Mi madre empezó a reírse aún más mientras me clavaba su zapato en el costado y mi padre me pateaba por la espalda. Continuaron riéndose de mí y dándome patadas, puñetazos, me cogía en brazos y me dejaban descender de nuevo al suelo, con golpes secos. Por suerte, no a mucha altura de él. Los segundos eran horas, cada golpe era mayor al anterior, cada grito de auxilio era más flojo y sabía que nadie los escucharía. Terminaron los golpes, y no sabía cuánto tiempo había pasado. Estaba muy débil, tirada en el suelo y queriendo morir para no sentir tanto dolor. Finalmente, se marcharon a sus habitaciones y no salieron de ahí.

Yo… me quedé tirada en el suelo del salón. Apenas podía moverme y sabía que había perdido mucho esa noche, aunque por suerte, no todo. Cuando por fin pude moverme, me arrastré hacia mi habitación. Al asomarme al espejo no me reconocí; tenía el labio aún peor que la otra vez, me sangraba la nariz, pero sabía que no estaba rota. Por lo menos, no me habían roto nada, y aún sigo intentando explicarme como lo hicieron para no romperme nada interno. Tenía el ojo derecho morado e hinchado y un cardenal que ocupaba toda mi mejilla izquierda. Mi cuerpo estaba lleno de arañazos y moratones, sobre todo por el costado y no quería imaginar cómo estaba mi espalda. Limpié las heridas que pude mientras meditaba en todo lo que me había pasado.

-No…es…justo.-Me limité a decir. Me pareció injusto no tener una vida como la de mis compañeros, o al menos, deseaba no padecer tanto dolor. No entendía porque no podía tener derecho al amor fraternal, no había sido tan mala, ¿no?

Desde entonces, no quise volver a referirme a esas personas como “padres”, estaba segura de que no lo eran, y si lo eran, el destino se había equivocado al unirme a ellos. La Señora Bibi y el Señor Erwin, o los señores Lennon, así los llamaría desde entonces. Pasé todo el día siguiente durmiendo, o intentándolo al menos. Las pesadillas desde ese día comenzaron a visitarme. Recuerdo una de ellas en las que aparecían los señores Lennon ahogándose en un mar oscuro y con el agua tan sucia que tenía el mismo aroma que esa sustancia a la que olían mis padres. Después se hundieron y vi como debajo del agua desaparecían. Ellos me arrastraban consigo pero antes de descender con ellos, desperté. Estaba sudorosa y llorando, pensé que incluso había estado gritando. Por suerte, ellos o no me escucharon o me ignoraron y yo lo agradecí.

2 comentarios:

  1. Que bueno fue dejarlos atrás, cerrar la puerta al pasado y seguir caminando hacia adelante
    Nunca dejes de avanzar

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  2. ¡Seis años, por Dios! ¿Qué clase de persona tiene esa falta de alma para hacerle algo así a una niña? Opino como Beelzenef, lo mejor fue que te separases de ellos...

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