miércoles, 16 de febrero de 2011

Recuerdos I

Me sentía pequeña, frágil. En silencio, volvía a casa después de un día largo en el colegio, dónde algunos de mi compañeros contaban lo que el día anterior sus padres les habían hecho. A unos los sacaban a pasear por la calle, cogidos de la mano los tres y mi compañero Nicolás en medio descolgándose de vez en cuando en sus brazos. A otros la noche anterior les contaron un cuento, que hablaban sobre lugares mágicos, sobre hadas, duendes, gigantes, enanos, unicornios… Yo ya conocía todos esos cuentos, pero no tenía la suerte de que mis padres me los contaran. Siempre me ha gustado leerlos, aunque fuera pequeña, eran mi rincón secreto donde me evadía del mundo real. A mis compañeros, sus padres iban a recogerles a la salida del colegio y les preguntaban cómo han pasado el día. Pero mis padres, cada vez que les preguntaba por qué no venían a por mí me respondían:

- El colegio está cerca, al menos tendrás un poco de inteligencia como para no perderte en esa pequeña ruta, ¿no Chrystalle?

-No, padre.-Le contestaba yo, cabizbaja y mirando de reojo el rostro burlón de mi madre.

En mi camino hacia casa imaginaba que iba paseando por un bosque lleno de hadas, que me ponían flores sobre la cabeza y me lanzaban polvos mágicos para que volara con ellas. La realidad me sorprendió al chocarme de bruces con mi madre, que me estaba esperando en la puerta de pie y con los brazos cruzados.

-¿Otra vez te has retrasado? Siempre con ese aire soñador, a saber en qué cosas piensas. Te tengo dicho que vengas directamente a casa y pensando únicamente en volver. Siempre tenemos que esperarte para comer, y ya sabes que a tu padre no le gusta comerse la sopa fría.- En definitiva, me soltó de nuevo ese discurso de que era una egoísta por pensar solo en mí, pero aunque fuera muy repetido, aún se me saltaban las lágrimas.

Me agarró del brazo, haciéndome un nuevo cardenal, y me metió en la casa, llevándome al comedor, quitándome la mochila y dejándola en el suelo, y sentándome en la silla.

-Me tienes harto.- Se limitó a decirme mi padre, sin mirarme, mientras comenzaba a comer de su plato.

Empecé a comer sin decir palabra. Tenía tantas ganas de que me preguntaran por mi día, que me pidieran que les enseñara el trabajo de arte que había estado preparando toda la semana, reconocía que era uno de los más bonitos, ya que era una figura con forma de pegaso, con unas alas inmensas. Me puse a buscar plumas de pájaros por el suelo para que no fueran simplemente de cartón, y las pegué una por una en un orden específico para que quedaran más bonitas. Y mi profesora me dio un trozo de terciopelo blanco, para poder hacer el cuerpo con esa textura. Para la crin utilicé hilo plateado, que tenía mi madre guardado para sus costuras “más finas”, o eso decía ella.
Terminé de comer y fui a mi habitación. Busqué algún libro con el cuál entretenerme. Y pasé parte de la tarde leyendo.

-¡Chrystalle!- Gritó mi madre en el salón, desviándome de la lectura.

Salí de mi habitación con un mal presentimiento. Era una sensación extraña, como si se me activara una alarma de peligro en mi mente y me dijera “no vayas”, en ocasiones aún la percibo.

-¿Sí, madre?- Antes de mirar que estaba haciendo, recibí de lleno un tortazo en la cara, de esos que me desgarraban por dentro y por fuera al mismo tiempo.

-¿Eres tonta o qué? Siempre igual, ¿pero quién te crees para gastarme todo el hilo de seda plateado para hacer una mierda de caballo?- Dicho esto, empezó a desmenuzarlo, quitándole las plumas, arrancándole las alas y partiéndolo en dos, finalmente, lo tiró al suelo.

Por mi parte, yo me quedé callada, mirando lo que hacía con mi pegaso, mientras ella lo recogía y lo tiraba a la chimenea. Me agarró del pelo, y me llevó a mi habitación, quejándose de los disgustos que le doy y de lo inútil que era.

Pasaron las horas y se hizo de noche. Mientras, permanecí en mi habitación, tirada en la cama en posición fetal. Me levanté y me miré al espejo, y tras ello, fui a por un paño y lo mojé ligeramente por el borde, colocándomelo sobre los dedos y limpiando la herida de mi labio superior. Durante la cena procuré estar callada. Mis padres no me miraron y yo me limité a masticar y tragar. Al terminar limpié mis platos y volví de nuevo a mi habitación. No existían esos besos de buenas noches que me cuentan mis compañeros, ni esas formas de arropar a los hijos que hacían las madres antes de irse a dormir. Ni siquiera existía una apertura de la puerta abierta en la que se asomaban los padres para ver que el hijo está bien. “Mienten, no existe nada.” Me decía para mí misma.

De nuevo continué con la lectura, hasta que el sueño de apoderó de mí.

3 comentarios:

  1. ¿Por eso es que a día de hoy tienes miedo de contradecir a la gente o darles negativas, joven Chrystalle?

    ··Bufona··

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  2. Las caricias llegarán, tarde o temprano

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  3. Los padres, sean cuales sean, nos marcan durante al menos una larga etapa de nuestra vida. Debemos intentar crear nuestra propia personalidad, Crhystalle. Sacar fuerza de tus seres queridos.

    - Bryan

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