miércoles, 16 de febrero de 2011

Otros tiempos

- Sánale – no parece un ruego. No lo es.
- ¿Señor? – le miro, incrédulo
- ¿Sí, Athor? ¿Hay algún problema? – la voz de este crío es de las pocas cosas que consigue irritarme
- Está destrozado, señor. Tardará tiempo en sanar.
- Sí – se ríe – Destrozado, McCleod ha hecho muy bien su trabajo. Estabilízalo, luego volverá a las mazmorras.
- Lo lamento, señor, pero no puedo sanarle para devolverlo después a ese infierno. No lo haré – es una de las pocas veces en mi larga vida en la que se me pasa por la cabeza acabar con el sufrimiento del hombre que hay en el suelo, ahora más parecido a un trozo de trapo, mugriento y destrozado.
- No lo harás… ¿sabes?, yo creo que sí lo harás y, ¿sabes por qué lo creo? Porque hay personas bajo tu cuidado en un estado de salud… lamentable, muy frágil, y no queremos que sufran ninguna desgracia, ¿verdad? – se pasea por la sala marcando cada paso, pero no con más elegancia que la de un perro con zapatos
- Señor, este hombre no debe saber nada más. McCleod es un maestro en su arte, si no ha confesado hasta ahora lo que sea que guarda, no lo hará por mucho que volváis a hacerle bajar allí – intento apelar a su… ¿conciencia? ¿De qué hablo? Me sorprende que sepa enlazar una palabra con la siguiente. Valiente hijo de puta…
- En un rato un par de estos señores – señala a dos guardias a su espalda y hace caso omiso de lo que le digo – Lo llevarán a sus aposentos. Espero que cumpla con su trabajo, doctor - sale de la sala y dos brazos me levantan del suelo de malas maneras – Algún día... – murmuro.

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