viernes, 21 de enero de 2011

Toc, toc... toc.

Toc, toc, toc. Llamó tres veces, con firmeza, como siempre manteniendo la compostura y los modales ante todo. Algunas veces resultaba inquietante su temple, su saber estar era casi escalofriante, como si se sintiera al margen de cualquier cosa que pudiera ocurrir.

- ¿Puedo pasar? - su tono de voz, monótono, precedió a otro mucho más suave
- Por favor...

El hombre tras la puerta la abrió, entrando en una enorme sala invadida por la penumbra. Dio un par de pasos al frente, los suficientes para cerrar la puerta sin dar la espalda a la forma que se ocultaba de la luz, a pocos metros de él.
La figura, embutida en sombras, levantó una mano e hizo una indicación a su visitante de que tomase asiento, a lo cual, él respondió negando cortésmente con la cabeza.

- ¿Ha dado con ellos? – más que voz, parecía un siseo, un puñal rasgando el aire en mitad de la noche – Confío en que...
- Por supuesto. Hago mi trabajo, y si me permitís, lo hago muy bien.
- Oh... desde luego. Ellos se encuentran...
- A salvo. Y así se mantendrán hasta que finalice nuestro trato. Me preguntaba si hay algo en concreto que debiera saber – intentó ver más allá de la siniestra oscuridad que rodeaba a su interlocutor y no fue capaz de distinguir más que un viejo anillo de plata ya gastada por el paso de los años, colocado en su dedo índice, el cual terminaba en una cuidadosamente afilada uña que se clavaba ligeramente en su mejilla derecha mientras dejaba la cabeza descansar sobre la mano.
- No deben sufrir daño. Tengo planes para ellos… - una hebra muy fina, apenas perceptible, de color rojo, resbaló por su mejilla y su lengua la detuvo antes de llegar a la barbilla, luego sonrió y tras una leve pausa añadió - No deben sufrir daño, es todo. Por lo demás, podéis hacer lo que queráis.
- Ignoro si he de conducirlos hacia algún camino o respetar los que ellos elijan – el hombre no pudo evitar mirar el cinto donde llevaba sus armas, y tras cerciorarse de que seguían ahí, comenzó a acariciar con el dedo pulgar la empuñadura. Era lo más parecido a un gesto nervioso que podía tener, y nunca, jamás, había perdido el control. Quizás en todo caso una vez… pero eso fue hace mucho tiempo.
- En absoluto. Quiero ver, quiero ver qué hacen, dónde llegan, cuánto son capaces de correr… - al decir esto su cuerpo se estremeció, como si la idea de una… ¿persecución? Le excitase.
- ¿Entonces, es todo?
- Es todo. Mantenedme informado, joven – la sombra se incorporó y todo cuanto se desveló de ella fueron un par de mechones blancos como los de un anciano que no tardó en retirar de su rostro. Luego se dio la vuelta y simplemente se fundió con la oscuridad.

Una vez se hubo retirado, el joven salió de la habitación y tras una leve caminata, dejó atrás el cuchitril al que había entrado.

- Algo me dice que esto no terminará bien… – dio un suave tirón de la capa que hizo que ésta le cubriera casi por completo y prosiguió su camino, esta vez con un rumbo fijo.

De momento.

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