sábado, 22 de enero de 2011

¡Hora de pegar el salto!


Inexplicablemente el marco de la realidad comenzó a derretirse pesadamente. El salón estaba desnudo y espeluznatemente amplio. Nunca me había sentido tan aterrado y sin embargo...no hice nada. Llegó un momento en el que solo se veía una de las ventanas y tres personas más: Arthur, el actor, que había abierto mucho más la boca, ahora con expresión de horror; la señorita Emily Wallace, a la que se le habían caído todos los panecillos del susto; y Ethan Williams, el prommetido de la fiesta de compromiso que celebrábamos, que movía los ojos con nerviosismo a ambos lados de la habitación. El resto de los invitados desaparecieron. Creo que por un momento cada uno nos olvidamos denuestros problemas y a mí se me cayeron las máscaras de otras personalidades. Los cuatro decidimos sin decir nada dirigirnos a la ventana.

-Habrá que saltar, no hay otra manera de salir- observó Ethan, manteniendo la compostura.

-¡Está altísimo!- grito Emily, la panadera, asomada.

-Podemos hacer una especie de cuerda con nuestras ropas. nevesitaré todas las prendas que podáis darme. Primero los caballeros. -me miró.


"¿El traje de mi padre? Antes prefiero que te destroces tu culo pomposo contra el suelo"


-¿Mi traje?¿Romperlo?- pregunté indignado- ¡Rompa el suyo, demonios! A mi déjeme el paz.
-Vamos, colabore. Ese traje ni siquiera le queda bien, incluso diría que es de mala calidad.


"¡Rayos! ¡Si mi padre te oyese hablar así de su traje te ponía más derecho que una vela!"


Arthur estaba exasperado

-Déme su traje. -dijo Ethan
-¡¿Cómo?! No, no...- dijo él cubriendose...¿el pecho?- Mira, ¡dejad de discutir! Esto no nos lleva a ninguna parte...-me lanzó una mirada intencionada.-¿no, Mr. Anderson?

Arthur, tras soltar la bomba sobre mi otro nombre a los otros estafados (futuros o no), hizo lo que todos no nos atrevimos a hacer primero. Saltar.
Lanzó un muy agudo para tratarse de un hombre...pero después de lo del maquillaje ya no me sorprendía nada de este señorito.
-¡No es tan dificil!- fue lo que pudimos escuchar mientras caía al vacío. Los tres nos asomamos para ver la fortuna que había corrido el muchacho.

Estaba estampado en un rosal que había en el jardín, justo debajo de la venana. Se movía como una cucaracha panza arriba, con gesto doloroso e incluso podría decirse femenino. Un personaje peculiar este Arthur ¿No les parece?
Pero no me consteste aún. Que ahora viene mi salto. Ethan y yo volvimos a la discusión por el tema de romper ropas, para facilitar a la señortia Emily el descenso. Que por cierto, debía estar tan harta de nosotros, tanto que prefirió lanzase a esperar a la muestra de caballerosidad de Ethan. Me miró fijamente antes de lanzarse, y dijo casi con odio.
- ¡Por el amor de Dios, no es tan difícil! Adiós, Mr Looper
- y saltó. Ya me habían dejado en evidencia dos veces. Ethan me miró con un interrogante en la mirada.
-¿Anderson, Looper? Tío Doyle, ¿por qué demonios le llaman...?

-¡Bueno, la señorita ya ha saltado! ¡No la hagamos esperar!
Salté antes de que pudiera hacer más preguntas. Casi caí encima de la Señorita Wallace, pero me esquivó casi con ira. Cogí mi bastón y mi sombrero, dspuesto a salir por patas y no volver a ver a esas tres personas juntas que sabían (o sospechaban) que les estaba estafando.
-Bueno, caballeros y señorita, fue un placer.- me excusé para irme mientras me sacudía el traje y salía del rosal (que por cierto, tenía espinas ¡auh!) - Me despido y me marcho.¡Adiós!

"¡Já! Seguro que no les veré nunca más"
No podía estar más equivocado.

Si dijeron algo, no les escuché. Me dirigí inmediatamente a mi callejón de Whitechapel. Durante el oscuro trayecto de la Londres nocturna, no me di cuenta de lo extraña y silenciosa que estaban las calles de Londres. Evidentemente, lo que acababa de pasar en casa de los Doyle era una alucinación...¿por qué negais con la cabeza, mi querido lector? Las sombras de Londres se alargaban gélidamente, oprimiendo mi alma. La calzada estaba escalofriante. Los únicos traunseuntes que habían eran las hojas grises de los periódicos, que casi flotaban en pena, mecidos por un viento ausente. Whitechapel no era más esperanzadora, y el callejón de siempre se me antejón más opresivo...estaba derrumbado. De repente me acordé de mi amigo gatuno del callejón.
-¿Mr Gato?¡¿Mr. Gato?!- se escuchó en los callejones. Me puse a apartar escombros para ayudar a mi amigo. Tras tres enormes rocas (y unas enormes agujetas al día siguiente) encontré acurrucado al gato negro. Sus ojos se veían enormes en la noche. Me miraba curiosamente, como si le extrañase que alguien se preocupase por él.
-Para ser un gato negro tienes bastante suerte.- se acurrucó en mis brazos. Quizás te queden ahora seis vidas.
-¡Miau!-fue su respuesta (es que es muy elocuente), seguida de un ronroneo.
Decidí volver a la parte central de Londres, a ver si encontraba a alguien por la calle que me pudiera explicar qué diantres estaba pasando en la ciudad. No sé cómo, pero de repente me encontraba frente la panaderia de la señorita Wallace.

1 comentario:

  1. ¿Quién dice que los gatos negros traen mala suerte? De hecho... ¿alguien puede asegurar que exista el azar?

    Tendremos oportunidad de comprobarlo.

    ··Bufona··

    ResponderEliminar