viernes, 21 de enero de 2011

Dramatis Personae


El carruaje avanzaba solitariamente por el suelo adoquinado de la calzada de Londres. Los cascos de los caballos sonaban huecos con un ritmo allegro moderato. Comenzaba a chispear otra vez y la ciudad se veía siempre gris. Las farolas de gas le daban un alumbrado moribundo que inspiraba poca alegría. Pero me gustaba esa ciudad sombría: sus calles escurridizas, casi musicales, que te podían llevar a cualquier otro país o pueblecito si sabías perderte; y también sus habitantes, los caballeros con el Times, los músicos de la calle, las mujeres tan educadas, muchachas sonrojadas y recatadas, otras sin embargo luchadoras y feministas, manifestándose por sus derechos; muchachos sin preocupaciones jugando a la pelota en los vastos jardines y céspeds; las parejitas de abuelos, los comercios y tiendas, las bicicletas... Aquella era una ciudad que no te dejaba indiferente: o te encandilaba o la odiabas. Inconfundiblemente estábamos ya en lo que se denominaba La City, el centro financiero de Londres, donde estaban todos los peces gordos que podían permitirse limpiarse la comisura de los labios con billetes de 20 libras, por no hacer una exageración. Me relamí, oliendo las riquezas de esa fiesta y la multitud de gente de clase alta con la que me iba a codear mientras ellos me tratarian de señor Doyle, un respetado banquero que está siempre fuera de viaje.


"No olvides tu dramatis personae, Eddy. Ahora eres un respetado señor de negocios, concéntrate" pensé relajandome y asumiendo mi papel como hubiera hecho en los teatros callejeros que hacía de niño para ganarme el pan.


Me asomé por la ventanilla, observando las cristaleras de las oficinas y a los empleados rezagados que se habían quedado hasta tarde trabajando, maldiciendo a su ya acostumbrada lluvia mientras abrían sus negros paragüas. Arthur estaba incómodo y parecía que estaba pálido, pero tampoco sabría asegurarlo con ese...maquillaje que llevaba encima. Su compañero, Stuart, parecía ignorar su incomodidad y sonreía.
"Estos muchachos...así no llegará a actor"


La voz grave del cochero me sacó de mis pensamientos.


-Mansión Doyle. Caballeros, pueden apearse cuando gusten.


Un escalofrío me recorrió por el bolsillo.


"Esto es vida..." me dije saliendo del carruaje, después de que nos la abriera el servidor.

-Vamos, Stuart. - increpé con un chasquido a mi reciente criado de 10 libras, él pareció contrariado.- Te recuerdo que eres mi criado, muchacho.- con un resoplido disgustado se acercó.- ¿Bastón? ¿Chistera?-me las dió acompañado de un bufido que no había pedido. Arthur no dijo nada, parecía que mi trato con él para después de la fiesta y el beso de su compañero le había dejado mudo.


"¿Qué es lo que tiene que ocultar este muchacho con maquillaje?", tenía que resolver ese misterio pero lo dejé en un cajón en mi mente, tenía asuntos más importante. "Bueno, después de la fiesta me tendré que enterar" recapacité animado.

Entramos en la Mansión de los Doyle, después de pasar por el guardarropa. Aquello si que era una fiesta de alta sociedad, daba hasta rabia. Un salón interior con aquella extravagante belleza cargada y recargada, con un estilo colonial, de todo tipo de maderas bellísimas, pero con la solidez que le daba el mármol. El suelo, agobiado por una reconfortante alfombra (en la que se pedía a gritos andar descalzos) se extendía en el centro del salón, donde estarían las personas más distinguidas de la fiesta (es decir, los prometidos y cercanos, como yo). En las largas mesas con aperitivos vi a la señorita Wallace, colocando sus famosos panecillos. La pobre debía estar terriblemente cansada, habría tenido que hacer una nueva horneada de panecillos, después de que arrasara yo con ellos como el señor Looper...


"¡Espera! ¡¿Pero que está ocurriendo aquí?! Si la señorita Wallace me ve...¡adios a la estafa! ¿Y qué hay del actor Arthur? Para él sigo siendo un Mark Anderson, el representante de artistas. ¡Anderson, Doyle y Looper están en la misma fiesta! ¿Cuál es mi dramatis personae?¡No puedo ser tres personas a la vez! ¿O sí?"


-Disculpadme.- me excusé con mis acompañantes para alejarme de ellos e ir al centro de la fiesta. Arthur y Stuart se fueron a las mesas de los canapés, donde se encontraba Emily Wallace, ignorando todos los corros que se habían formado para charlar entre los invitados de la fiesta. En el centro estaba mi "hermano", que se acercó a mi con alegría.


-¡Hermano!- gritó él con alegría abriendo los brazos.


"Este tipo debe ser o muy estúpido o muy ingenuo. Debe hacer tanto tiempo que no ve a su hermano real para explicar que no puede distinguirlo de otra persona. A lo mejor tiene problemas de visión o a lo mejor...me parezco mucho a él. Quizás es todo a la vez. Porque si no no me explico que me haya infiltrado en esta familia tan bien

-Te acordarás de tu sobrina, ¿no, hermano?- me condujo al sofá central, donde se levantaba una joven bellísima.- Aunque hace tantos años que no estás por Inglaterra que ya ni la reconocerás.

-Ni yo a él.- añadió ella con la cabeza ligeramente ladeada frunciendo el ceño, pero con una sonrisa encantadora. -Hola tío.


Su nombre, como dije anteriormente, era Jean Doyle. Su pelo oscuro era ligeramente ondulado y largo; y lo tenía recogido y colocado por encima de uno de sus hombros. Durante mi corta vida me había colado en multitud de fiestas (podría decirse que sin permiso, pero ya me las apañaba con otras identidades) y podía decir con toda seguridad que iba vestida como una perfecta joven victoriana: camisa blanca, con tirantes florales a los lados de los hombros, siguiendo las líneas de las clavículas; un corsé, burdeos, colocado por encima, de cuerdas negras realzaba su figura (espléndida, por cierto) y una larga falda de capas la terminaba de perfilar, con la característica forma que le daba el "bustle" o polisón al vestido por detrás.

-Es extraño que no me acuerde de tí, tío -dijo iniciando una conversación, podría decirse que interesada.- Debe hacer mucho que no me ves, puede ser que desde que era una niña.

-Bueno, es lo que tienen los negocios fuera del país, todo el día arriba y abajo. Ya sabes, el mundo nunca se me hará pequeño- continué rezando para que no preguntaran por mis viajes por Europa o más allá. Si eso ocurría, debería improvisar y pedir a Dios que nadie de los que estuvieran en la fiesta hubieran salido de Inglaterra.

-Ah, que emocionante, seguro que conoces muchos lugares hermosos, eso me recuerda...- giró la cabeza y agarró del brazo a un joven muy bien trajeado que estaba cerca, interrumpiendo su conversación con mi hermano. Él miraba a todos lados como preguntándose quién requería su atención. Ella lo tomó del brazo y lo encaró hacia a mi con una sonrisa espléndida- Tío, este es mi prometido, Etham Williams.

-Encantado.- dijo él estrechándome la mano mientras me examinaba visualmente. Claramente él sabía que algo no encajaba, no podía ser tan estúpido como James Doyle.-¿Decís que sois su tío? Nunca os he visto, ni siquiera por Londres. ¿En qué trabajáis, si no es mucha indiscrección la pregunta?

-Oh, pues soy banquero. Es algo muy común entre nosotros, los Doyle.- Jean asintió con la cabeza con una sonrisa, que esta vez se me antojó algo forzada. Yo sin embargo, reprimí una mueca de horror al ver que detrás de la pareja se había acercado Arthur y lo había escuchado todo. Su boca estaba abierta a más no poder por la sorpresa y la traición, diría que casi se le escapa la mandíbula de la cara. ¿Cómo iba a explicarle que me había declarado a mí mismo banquero y miembro de la familia Doyle y además que también me dedicaba a representar actores con el nombre de Mark Anderson? Arthur me dedicó una cara de odio al descubrir la patraña y siguió clavándome la mirada durante toda la conversación, poniendome nervioso. Ignoré sus gestos e intenté concentrarme en la conversación que estaba teniendo con la pareja comprometida. Ethan parecía extrañado ante mi sorprendente aparición en su vidas sin nunca habernos visto en la vida.

-Pero si nunca os he visto por aquí y créame, pensaba que conocía a la mayoría de los banqueros y empresarios de Londres.

-Oh, bueno. Es que me llevo el trabajo al extanjero. Ya sabe, en las colonias de la India y en...-pensé en otro lugar pero no podía concentrarme con el careto indescriptible de Arthur detrás, me estaba desquiciando.-...muchos lugares.

Ethan miró a su prometida con una interrogación en su expresión, pero ella le ignoró y siguió sonriendo. Jean le dió un apretón en el brazo a su prometido.

- Y ya que conoces el extranjero, tío ¿dónde nos aconsejarías ir a nuestra Luna de Miel? Algún lugar bonito.- preguntó apoyando su cabeza en el hombro de Ethan.

-Oh pues...

"Piensa piensa piensa, tiene que haber algo más que las colonias de las Indias...¡claro, el museo británico!"

-¡El Cairo! El Cairo es precioso, tiene una luna que no se ve en ninguna parte. Y los paseos por el Nilo son bellísimos.- dije con seguridad, aunque no estaba del todo seguro si el Nilo pasaba por el Cairo.

-¿Has oído Ethan? ¡El Nilo!-exclamó entusiasmada.

-Sí, lo he oído.- dijo él sin mucho entusiasmo.

James interrumpió la conversación y se dirigió a su hija.

-Jean, ven un momento, aquí hay alguien que quiere saludarte.

-Disculpadme.- se despidió ella alzando levemente la copa y obsequiándonos con una sonrisa.

Me quedé a solas con el señor Williams. Él parecía desconfiar y arqueaba una ceja. Arthur rondaba cerca aún con la misma cara de pasmado.

"¡Arthur, lárgate! Maldita sea, solo falta que tuviera a Emily detrás."


-Y...bueno.- continuó Ethan.- Si ha estado en el Cairo, entonces debe conocer las cuatro pirámides egipcias ¿no?

"No me gusta nada ese tono de superioridad. ¿Acaso...?"

De repente me acordé de aquel guardia que me echó del Museo Británico, donde intentaba hacerme pasar por profesor de arqueología para guiar a los turistas (y cobrarles, de paso)

-Lo siento, debe confundirse, señorito Williams. Debe referirse a las tres pirámides, no cuatro.

Jean atravesó el salón elegantemente para volver a coger del brazo a su prometido.

-Ethan, ven conmigo, hay un grupo de gente muy interesante que quiero presentarte.

Él se acercó a su oído mientras se giraban para marcharse.


-Hay algo que no encaja en tu tío, Jean. ¿Has visto lo delgado que está para ser de alta alcurnia como nosotros? No le queda ni bien ese traje.- le intentó explicar discretamente, pero les oí.


"Hora de salir por patas" pensé mientras me tropezaba con Arthur y casi se me caía la copa. Tenía cara de pedir explicaciones y ya.

Y entonces pasó algo que nunca podríamos creer. Las paredes...¡No! Los invitados ¡Tampoco! Sino... ¡toda la realidad se comenzó a derretir! ¡Sí, la realidad!

Todos acabaron desapareciendo junto al salón. Todos los invitados...excepto la señorita Wallace, el actor Arthur y el señorito Williams.

¿Qué estaba pasando? Esto no formaba parte del plan.

Como siempre...habrá que improvisar.

2 comentarios:

  1. ¿Por qué tengo la sensación de que no será la última vez que improviséis, señor Austen?

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  2. Tantos personajes y un mismo escenario... La verdad tenía que salir a la luz

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