miércoles, 26 de enero de 2011

A media noche

Abrió los ojos despacio, recordando con quien estaba y pretendiendo ser sutil incluso con ese nimio movimiento para no despertar a su compañera.
Las cortinas estaban abiertas. Bueno... cortinas, por llamarlas de alguna forma.
La luz de la luna las hacía mágicas, confiriéndole a sus cuerpos un tenue color azulado.
Se incorporó despacio, sin dejar de mirarla a la cara para asegurarse de que seguía durmiendo. Finalmente, posó los pies descalzos en el suelo de madera. Cubrió su desnudez con un fino camisón y se echó sobre los hombros la capa de su compañera. Después, se calzó las pequeñas botas y salió de la habitación con cuidado.
Era una noche fría para salir, pero no conseguía conciliar el sueño, así que descendió casi de puntillas las escaleras de la posada, haciendo a los escalones crujir bajo sus pies.
Cuando bajó el último peldaño advirtió la presencia de alguien que estaba sentado casi al fondo, apoyando la cabeza entre las manos y con un cigarro débilmente sujetado por dos dedos. El olor a opio parecía no querer salir de ese rincón, de hecho, ella no lo percibió hasta que no se encontraba a escasos pasos de él.
- ¿Es... tás bien? - inquirió en voz baja
- ¿Uhm? - el muchacho levantó la cabeza y esbozó una sonrisa al verla – Claro... ¿necesitáis algo?
- No... yo... No podía dormir, iba a dar una vuelta
- No seré yo quien os detenga, pero no deberíais salir de noche – dio una calada al cigarro y expulsó el humo sin apenas separarlo de sus labios, luego le hizo un gesto a ella invitándola a tomar asiento
- Gracias – musitó
- ¿Está durmiendo?
- Sí, duerme como una marmota – rió ella
- No os preocupéis, suele hacerlo a menudo. Solo sabemos diferenciar si está dormida o muerta porque le late el corazón – continuó él y la joven comenzó a reír. La miraba fijamente, intentando escudriñarla - ¿Me permitís una pregunta?
- Claro, por supuesto – asintió
- ¿La queréis? - la miró fijamente a los ojos
- Como nunca había querido a nadie – ella sonrió, risueña y convencida de sus palabras
- Sabéis que no pertenece a éste mundo, ¿no?
- No me importa. Ella pertenece al mío, y donde esté el suyo, estaré yo
El joven dio una larga calada, girando esta vez el rostro para evitar darle a ella con el humo en la nariz.

- Entonces saldrá bien – él sonrió y recostó la cabeza sobre la madera – Debo pediros un favor
- ¿Un... favor? Adelante – lo miró inquisitiva
- No le hagáis daño – desvió los ojos, fijándolos en los de ella y manteniendo el semblante serio
- Podéis estar tranquilo – sonrió
- ¿Una calada? No mata... os lo prometo – bromeó tendiéndole el cigarro

Ella dio un par de caladas, tras las cuales cayó rendida. El chico terminó la colilla y la cogió en brazos, llevándola a la habitación de donde había salido.
“Estos humanos... qué enclenques que son”, reía para sus adentros.
Entró despacio y la acostó junto a su compañera, la cual, como si pudiera ver lo que ocurría, se apresuró a abrazarla, en sueños.
Luego cerró las cortinas y salió sin hacer ni el más mínimo ruido.

“Soñad ahora... ya llegarán las pesadillas”, se perdió en sus pensamientos mientras volvía a su pequeño rincón en la planta de abajo.

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