domingo, 23 de diciembre de 2012

Handûr

Cuentan que hace mucho tiempo, en un lugar extraño en medio de ninguna parte, moraba un espíritu de la tierra. El nombre de aquella mujer se perdió entre las páginas del tiempo, más allá del sonido del viento y el agua. Dicen que sus cabellos eran tan largos que penetraban como raíces en la tierra, que de las puntas de sus dedos brotaban pequeñas y verdes hojas, que su risa era como el leve trino de las aves azules y en sus ojos se podían ver tantos caminos como destinos buscase el hombre. Campaba por doquier a su antojo, haciendo florecer los campos, reflejando su imagen en cada arroyo, velando los sueños de los arboles… hasta que estalló la guerra. El verdor se tiñó de sangre, la tierra, empapada de oscuridad era incapaz de preñar su vientre de frutos, el agua fresca ardía en la garganta… y su hermosura y su poder se marchitaron. Tanto lloró la dama que se secaron los ríos en su nombre, y llorando la encontró un joven soldado herido, con el alma deshilachada y los ojos cansados, y le dio tanta pena ver algo tan hermoso destrozado que la tomó en brazos y se la llevó de aquel lugar. 
Caminaron durante horas, días, semanas… hasta que llegaron al pie de una montaña, justo al lugar donde la piedra entraba en la tierra. Y en la entrada, quizá como un recibimiento, una flor roja había conseguido sobrevivir al mal que asolaba aquellos tiempos. Abandonando la fuerza de la roca que le había hecho resistir, el guerrero se dejó caer de rodillas dejando a la doncella acurrucada al lado de la flor. Su respiración comenzó a menguar y sus ojos a cerrarse mientras la joven inspiraba el suave aroma de aquel diamante rojo. La dama se acercó a los labios de él y tomó su último aliento como regalo. 
Dicen que se levantó un fuerte viento, como si el aire volviera a los pulmones del muchacho, y que a un gesto de ella, tomó la forma de un enorme gigante de piedra, con la fortaleza que bien había probado. 
Nadie sabe qué pasó después, pero los más ancianos aseguran que ambos viven bajo la montaña, y que la guerra no conoce aquel recóndito lugar, pues Handûr, el Gigante de Piedra, lo protege en compañía de su dama.

1 comentario:

  1. Hay quien dice que uno recoge lo que siembra en la tierra. Lo malo es que nos empeñamos siempre en sembrar la guerra y luego nos quejamos de recoger sólo muerte y destrucción- Eddy

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