miércoles, 11 de abril de 2012

Eran otros tiempos

El silencio, interrumpido solamente por el continuo y rítmico goteo de un hilo de agua que caía desde el techo, haciendo eco en toda la estancia al chocar contra el suelo.El silencio. Sin duda era lo que más odiaba, y a la vez más apreciaba, de aquel lugar.
Había perdido la cuenta de los días que habían pasado desde que fueron a parar allí, así como de los vivos que, encerrados en el mismo cubil que él, habían perecido bajo el frío, el hambre, o las muchas infecciones por heridas infligidas durante el combate.
Tenía las manos entumecidas, el cabello sucio, gris y enmarañado, los labios cortados y los ojos hundidos, ausentes de luz alguna. Respiraba con cierta dificultad, sobretodo al caer la noche, cuando el frío calaba los huesos y atrofiaba la garganta y los sentidos.
El olor a orín, a hambre y a muerte era como una peste oscura y lúgubre, como un mal contagioso capaz de desquiciar a cualquiera de ellos.


Ricardo estaba a su lado, con los dientes castañeando y frotándose, mientras dormía, el pecho con las manos. Más de mil veces su superior le había dicho lo mismo “los brazos se calientan solos, protege el torso”, y él había tomado buena nota de ello.
Alrededor de ellos había otros hombres, algunos de ellos con demasiados años para estar allí… otros con excesivamente pocos.
El día anterior habían tenido a bien sacar de allí a un chico, no contaría más de diecisiete primaveras y su cuerpo llevaba una semana pudriéndose en aquella mugrienta celda.
Algún que otro ronquido quebraba el silencio ocasionalmente, sonando como un trueno en mitad de la noche. Fue en uno de estos leves sobresaltos cuando Ricardo abrió los ojos, observando a Tomás, que tenía la mirada perdida en algún pliego de esa oscuridad que los envolvía.


- ¿Soñando despierto? – preguntó con voz ronca aún tumbado en el suelo
- Algo así – Tomás lo miró de reojo
- Cuando vuelva – esbozó una sonrisa sarcástica – Juro que me casaré
- No blasfemes – le regañó sonriendo ligeramente - ¿Casarte? ¿Tú? – carraspeó para recuperar la voz, que perdía conforme hablaba
- Bueno, a mis treinta y cuatro años va siendo hora, ¿no crees?
- Más vale tarde que nunca, supongo – dijo negando con la cabeza
- Bueno, tú te casaste demasiado pronto, poca mujer pudiste conocer antes de encadenarte a una de semejante forma – rió en voz baja sentándose y recostándose contra la pared
- No quiero conocer más mujer que la mía – sentenció mientras giraba el anillo en su dedo anular
- Saldremos, Tomás, saldremos a tiempo para el nacimiento de tu bast… - comenzó a decir
- Cuidado, Ricardo
- Bueno, de tu hijo, ¡ya sabes! – exclamó en voz baja y tragó saliva para aclarar la garganta
- Eso espero – suspiró – ¿Sabes? – no pudo evitar sonreír – Ella me dijo que tenía que volver… me dijo que era yo quien tenía que elegir un nombre para él, o para ella
- ¿Prefieres un él o una ella?
- Lo único que quiero es llegar a tenerlo en brazos…
- Je – le dio un leve golpecito en el hombro. En otro momento posiblemente le hubiera hecho daño, Ricardo no era conocido precisamente por su sutileza, pero aquellas paredes parecían haberle arrebatado la fuerza – Al menos no podrás decir que no tienes historias que contarle
- Creo que buscaré algún libro de cuentos, los dragones se me antojan más divertidos… - una tos grave y áspera le hizo interrumpirse, llevándose el dorso de la mano a la boca
- Anda que… - carcajeó entre toses, como si se uniera de forma involuntaria a Tomás – Menudo constipao hemos cogido – torció el gesto un momento y escupió a su derecha – Deja descansar el cuerpo, o al menos haz como que lo haces, vas a estar horrible a tu vuelta – rió – No sea que tu mujer ponga los ojos en mí – le dio un par de palmadas leves en la cara antes de volver a hacerse un ovillo en el suelo y cerrar los ojos con un sonoro resoplido
- No tiene tan mal gusto – sonrió Tomás recostándose contra la pared

Justo antes de cerrar los ojos, el joven lanzó un vistazo al lugar donde había escupido Ricardo y no pudo evitar que un horrible pensamiento asaltase su cabeza al contemplar una salpicadura rojiza en el suelo.


“No habrá vuelta a casa.”

1 comentario:

  1. Esas pequeñas grandes cosas a las que nos aferramos a diario para sobrevivir. Esos grandes pero pequeños detalles que pueden cambiar tu vida...

    ... Supongo

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