domingo, 8 de enero de 2012

Érase una vez

Durante varias noches había resistido el impulso de bajar a preguntar por ella o a hacerle compañía. Sin embargo, no pudo evitar interesarse por el estado de los pacientes del señor Cheviot en general para poder averiguar, discretamente, cómo se encontraba quien le interesaba en realidad. No obstante, ya no podría seguir haciendo lo mismo, pues el señor Cheviot había partido de viaje recientemente y, a decir verdad, de momento no depositaba demasiada confianza en el nuevo galeno, el señor Jethro di Montalvo.

Había descendido las escaleras hasta llegar a la enfermería de palacio, situada en la planta baja. El lugar era bastante amplio y estaba muy bien aprovechado. Poseía una gran cantidad de camas simples vestidas, todas ellas, con sábanas blancas y acompañadas por una pequeña mesa de madera en cualquiera de sus lados. Las ventanas se encontraban en su mayoría cerradas y siempre cubiertas con largas cortinas, inquietas y oscilantes en caso de estar entreabiertas. Cualquiera que entrase allí podría imaginarse encontrar olor a algún tipo de medicamento, pero muy al contrario que eso, el aire estaba impregnado de un suave aroma a especias que se mezclaba con el perfume de las damas de noche que trepaban por el exterior de las ventanas, trenzando hebras verdes coronadas con hermosas flores blancas.

Él entró en la sala mirando a izquierda y derecha a medida que avanzaba para cerciorarse de que no había nadie más despierto allí. Lanzó un rápido vistazo al escritorio de madera que hasta hacía escasas horas estaba repleto de hojas, dibujos y un montón de textos a los que solo el señor Cheviot parecía encontrar sentido. Tras la mesa, descansaba apoyada sobre la pared una pizarra que aún tenía dibujada la silueta de un hada al lado de la de una sirena.

Finalmente, sus pasos le llevaron hasta el final de la estancia, donde ella descansaba con los ojos cerrados desde hacía días. Estaba tapada hasta el pecho y parecía estar vestida con un camisón ligero de color azul pálido.
El hombre dejó el pesado tomo que llevaba bajo el brazo sobre la mesita, al lado de un recipiente con agua y con un paño ahogado dentro.

- Lamento la tardanza – susurró él a pesar de no esperar respuesta mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba a los pies de la cama

Se arremangó las mangas de la camisa y hundió las manos en el agua hasta alcanzar el paño, el cual sacó y retorció hasta hacerlo gotear en abundancia. Luego, con sumo cuidado, fue pasándolo por la frente de la chica, que ardía de fiebre.
Había visto al galeno hacer lo mismo con sus mejillas y sus brazos mientras le hablaba. Según él eso podría ayudarla a despertar de aquel sueño que la encadenaba a algún otro lugar, manteniendo su sonrisa prisionera tras los párpados.
De esta forma, fue repitiendo el proceso a lo largo de sus brazos, recreándose en sus manos, recorriendo cada línea minuciosamente como si de un mapa se tratase. Una vez hubo terminado su labor, se secó y se sentó en una pequeña silla, cogió el libro que había traído consigo y lo abrió sobre la cama. Echó una última mirada a la habitación antes de volver a susurrar.

- He pensado que quizás… querrías escuchar un cuento – tragó saliva con suavidad – Pero lo cierto es que no sabía cuál te gustaría. Siempre me hablas de que te encantaría tener un tomo del mundo humano y… bueno, cuando despiertes… esta – en sus labios se dibujó un amago de sonrisa – es para ti, así que… deberías volver – suspiró, y de ese suspiro nació un silencio que duró varios minutos hasta que decidió comenzar su lectura de nuevo – Érase una vez, mi dulce Jaquelyn…

1 comentario:

  1. ¿Los cuentos que hacen dormir a los niños podría hacer despertar a los adultos? Quizás...nunca he creído en ellos. ¿Será cuestión de creer?- Eddy

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