martes, 13 de septiembre de 2011

Un cuento improvisado


Había una vez, una buena familia que vivía en el campo. El joven matrimonio tenía un hijo al que amaban muchísimo. El niño era bueno y obediente, siempre ayudaba a sus padres y lo que más le gustaba en el mundo era mirar las estrellas desde su ventana cuando anochecía.

-Mamá, quiero salir a ver las estrellas, no puedo verlas todas desde aquí -le decía siempre a su madre.

-Hijo mío, no puedes salir por la noche, porque te perderás. Y en el campo hay muchos peligros. -contestaba ella, y él obedecía cada noche y se dormía sin rechistar.

Pero un día, después de haberse acostado ya sus padres, se levantó y salió en silencio de casa. "Sólo saldré un momento para ver las estrellas y luego volveré, no me pasará nada" -se dijo.

Salió a fuera y miró al cielo, pero los árboles de las cercanías le tapaban parte de la visión, así que se alejó un poco buscando un claro en el bosque. Anduvo un rato, siempre mirando a las estrellas. Tan contento estaba al ver cumplido su sueño, que perdió la noción del tiempo y cuado se quiso dar cuenta, se hallaba en mitad del campo y no recordaba el camino de vuelta a su casa.

Sintiéndose asustado y triste, se sentó en una roca a llorar, lamentándose por haber desobedecido a su madre. De repente escuchó un ruido tras él, y al volverse vió un cuervo que acababa de posarse a unos pocos metros de él.

-¿Por qué lloras niño? - Le preguntó el cuervo.

-Porque me he perdido y no sé volver a mi casa - contestó el niño, aún con lágrimas en los ojos.

-Tal vez mis hermanos y yo podamos ayudarte a encontrar el camino - le dijo el cuervo, apiadándose de él.

-¿De verdad? ¿Me ayudareis? - preguntó esperanzado.

-Te ayudaremos - prometió el cuervo - pero tendrás que hacer algo por nosotros, pues los humanos han puesto en los campos unas extrañas figuras que nos dan mucho miedo y no podemos acercarnos.

Así pues, el niño accedió y fue andando por los campos, quitando a su paso todos los espantapájaros que veía. Al primer cuervo se le fueron uniendo poco a poco muchos más, tantos que al final formaron casi un ejército que los seguía como una enorme nube negra.

-¡Viva el niño humano! - coreaban los cuervos a su héroe. Cuando no quedó en pie ningún espantapájaros, los cuervos se dispersaron formando una larga estela que guió al niño sano y salvo hasta su casa.


-Y ésta, querido sobrino - dijo tocando con el índice la naricilla de su único oyente, gesto que provocó una aguda risita - es la que pudo haber sido la historia de nuestro primer antepasado Crowfield.

2 comentarios:

  1. - Tía Emma... si el niño se hubiera convertido en espantapájaros, podría haber visto siempre las estrellas, ¿no?

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  2. -Sí cariño, siempre. Pero entonces se hubiera sentido muy sólo, y además no hubiera tenido la oprtunidad años más tarde, de conocer a la estrella más brillante de todas. Otro día te contaré esa historia ;)

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