lunes, 16 de mayo de 2011

Despierta, inocencia

-Tú ahí no entras.- Dijo Phoenix tras explicarle el por qué tenía que hacer todo aquello. “¿Es qué no lo comprende? Tengo que hacerlo.” Pensé.

-Oh, sí que voy a hacerlo.- Mi voz sonó con un toque de retintín, aunque yo no quería que así fuera.

-No, no vas a entrar.

-Sí.- Y tras aquella palabra corrí hacia el tornado. Pude ver en un momento que intentó seguirme para detenerme, pero fui más rápida que él.

Y empecé a subir.

Fue como si algo te estuviera arrancando la piel a tiras, como si la carne que compone mi cuerpo quisiera estallar y librarse de mis músculos, dejando volar el alma. Pero aún así pude resistirlo, y me pareció extraño ver que, cuando llegué, no tenía ningún rasguño. Algo me decía que podría haberlo perdido todo, pero tenía que arriesgarme, por Phoenix.

Al llegar vi una pequeña casita, bastante bonita y acogedora, he de añadir. En algo que parecía ser un pequeño huerto, había una mujer mayor, de baja estatura (y eso que yo no debería hablar de tamaño) que recogía zanahorias. Supuse que sería la sirvienta o ayudante de la ninfa del aire, pero quise asegurarme.

-Buenas tardes.-Intenté poner la voz más amable que pude.

-Oh, hola.-Respondió con una voz bastante dulce.

-¿Por casualidad… sois la ninfa del aire?

-Sí, lo soy.-Dijo mientras seguía recogiendo zanahorias. Eso fue un shock bastante fuerte. Nunca hubiera imaginado que la ninfa del aire, fuese… bueno, no quiero ser irrespetuosa, pero me la imaginaba más joven.

Después de algún que otro té y escuchar explicaciones de retratos que posee en su casa, intenté explicarle lo que pasó. Cuál fue mi sorpresa cuando al pedirle que me dé un poco de su sangre ya que ella era la ninfa del aire, me confiesa que no es tal cosa. “Que no cunda el pánico, ¡que no lo haga!”.

Elisabeth y Athor me ayudaron, aunque estaba un poco histérica pude explicarles lo que pasaba a través del cristal que Phoenix me dio. La respuesta está en… ¿las galletas? Me fue muy útil.

-Bueno… Margarita, ¿no?- Athor me dio el nombre de la ninfa, y quería convencerla de que la magia si existe, ya que un día perdió su inocencia y… no, la sangre no tendría el efecto esperado sin ella.

-Sí.- Me miró curiosa. Volvió de nuevo su mirada hacia uno de los retratos.- Ay… Mi querida Sarabi. Ella me contaba muchos cuentos.

-Ajá.- La verdad es que no la escuchaba del todo, estaba intentando planear el cómo podría convencerla de que ella era una ninfa. Pensé en contarle algún cuento yo también.- ¿Y qué tipo de cuentos?

-Pues… me contaba uno que trataba sobre un niño que tenía un amigo imaginario.- Mojó una zanahoria en su té. Prefiero no comentar ese hecho.

-Los amigos imaginarios existen.-Le comenté.

-Oh… no existen querida. Si existieran ese niño no habría muerto.- Iba a seguir convenciéndola hasta que poco a poco las piezas comenzaron a encajar. Ella me estaba hablando de Phoenix, y del niño que se murió. No sé exactamente qué cara puse, pero le pedí que me contara con detalle.

[…]

No sabía del todo si se refería a Phoenix o no, pero parecía encajar. Aún así continué con lo mío y me dirigí al cajón que Athor me dijo, dónde estarían las galletas. Y ahí estaban.

-¿Queréis galletas?

-¿Cómo sabías…?- Dijo mientras me cogió el tarro y empezaba a comer galletas.

-Oh, me lo ha contado mi amigo imaginario.-Le sonreí.

-¿Ah, sí? No te creo. Si quieres convencerme tienes que decirme al menos cinco secretos de esta casa.

-Lo haré con mucho gusto… voy a preguntarle, en seguida vengo.-Salí de la casa y controlando mi histeria (no me lo creo ni yo) volví a contactar con Athor.

Él me contó otros tres más, y me prometió buscar más en un diario. A saber por qué lo tiene, pero no nos desencaminemos. Volví y le mostré la carta de su marido que estaba detrás del cuadro, la margarita que estaba al fondo del vaso y que te decía si esa persona que quieres, te corresponde o no… eh…

También la fregona que camina sola y me faltaba uno. De nuevo Athor me contó un par de ellos, pero el más curioso era el último. Poseía un frasquito en su mesita de la habitación cuyo contenido era su sangre. Al parecer lo utilizaba como perfume y ni siquiera sabía que se trata de ello. Podría habérmelo ahorrado, la verdad, pero ya quería demostrarle que todo lo que en sus cuentos decía, era real (como que vengo de Üshar, por ejemplo).

Al volver la encontré comiendo lechuga. “Esta mujer no se cansa”.

-Margarita… tenéis unas zapatillas muy curiosas.

-¿Te gustan?-Preguntó sonriendo.

-Oh, claro que sí. Las cosquillas son muy agradables, y con esas zapatillas las tendréis en todo momento.

-Eres lista, niña.-Me fulminó con una mirada, la mirada que estaba esperando. Sus ojos se volvieron transparentes, al igual que como se me ponen a mí. Era una ninfa, de eso no había duda.

-Ah, y además es muy curioso ese frasquito que utilizáis como perfume. Sí, ese que está sobre vuestra mesita.

-De acuerdo. ¿Qué quieres?- Volvió a preguntarme.

-Tan solo quiero un poco de vuestra sangre.

-¿Mi sangre?

-Sí, me es suficiente con el tarrito de perfume que tenéis… ¿desde cuándo lo tenéis?

-Oh… era de mis tiempos de juventud. Puedes llevártelo, no lo uso nunca, todo tuyo.

Me faltó saltar de alegría y gritar. Ahora no recuerdo si la abracé o no, pero en el caso de que no fuera así, debí hacerlo. Creo que ella aún desconoce lo mucho que ha hecho por mí, pero por fin lo he conseguido. Ya falta poco para quitarme este peso de encima. Construiremos la casita que me prometiste, ¿no Phoenix?

2 comentarios:

  1. Para volver a despertar tu inocencia se necesita creer mucho...paradójico,¿no? Sin embargo, siempre habrá alguien que nos haga creer, alguien que nos haga flotar como una ninfa del aire.

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  2. Toda una historia digna de contar, jamás habrías sospechado de que la ninfa del aire fuera así
    El mundo está lleno de sorpresas

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