- No hay muchas cosas que yo vaya a decir de forma desinteresada… Majestad – una voz sibilina salió de entre las sombras y Dracul se giró enarcando una ceja. Sabía bien de quién era esa voz
- Lucio Petrelli… ¿en qué puedo ayudaros? – sonrió. No era la primera vez que hablaba con aquel diablo, y tenía muy claro que entrar a su juego podía ser terriblemente peligroso, a la par que tentador
- Veo, Majestad, que no me escucháis… soy yo quien puede ayudaros
- ¿De veras? – Dracul se apoyó en el alfeizar de la ventana y le hizo un gesto para que continuase hablando – Por favor, iluminadme
- ¿Y si os dijera que se han llevado a vuestra esposa y a vuestro hijo?
- Os respondería que no tentaseis a la suerte, no soy alguien a quién enfadar, señor Petrelli – volvió a incorporarse despacio, esta vez con el ceño fruncido – ¿Qué tipo de broma o acertijo es esta vez?
- No es una broma, no es una amenaza, no es una promesa… es un mal presente, Majestad… - fueron sus últimas palabras antes de desaparecer en un remolino de polvo y tinieblas
No tenía forma de probarlo, pero sabía que decía la verdad. Una decena de escamas empezaron a dibujarse en su piel, sus ojos se tornaron ambarinos y sus músculos se tensaron.
- Majestad… - Ardeth, como si pudiera sentir todo lo que se moviera en el castillo, apareció repentinamente a espaldas de Dracul - ¿Qué ocurre?
- Se los han llevado… - la voz del príncipe parecía romperse por momentos, como si se adornase con un sonido gutural
- ¿A quiénes se han llevado? – el consejero colocó una mano en el hombro de Dracul, que se giró despacio clavando unos ojos reptilianos y dorados sobre los del hombre, que en su compostura no pudo evitar estremecerse
- A mi familia
Se va a liar... ¡me encanta!
ResponderEliminarCon muchas ganas de saber más sobre ese coleccionista.
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