miércoles, 13 de abril de 2011

Recuerdos XI

El tiempo desde entonces había pasado demasiado rápido. Sí, comenzaba a conocer la felicidad y aunque Phoenix era una persona bastante misteriosa, no me importaba, con que estuviera a mi lado siempre me era suficiente. Pasaron los años que fueron festejados como nunca antes, siendo cada año diferente al anterior. Jugábamos todo el tiempo, y sentía cada vez más penetrantes las miradas de incertidumbre de mis compañeros. Pero intentaba no hacerles caso.

Recuerdo que una vez le hice a Phoenix un dibujo de nosotros, la verdad es que ahora que lo pienso era bastante feo. Pero era el dibujo de una niña de nueve años, no podía pedir demasiado. Aunque él insistió en que le gustó mucho y se lo guardó. Me resultaba algo incómodo no poder hacerle tantos regalos como él me hacía a mí. No solía dibujar demasiado, tan solo cuando realmente me interesaba porque pensaba que recordaría mejor cada dibujo que había hecho si resultaban ser pocos. Y ese quería recordarlo. Pero en esos años que pasaron no pude regalarle nada más y Phoenix, sin embargo, solía frecuentarme con algún nuevo tesoro que guardar en mis recuerdos. Realmente su compañía ya era el mejor tesoro que podía ofrecerme.

Y llegaron mis doce años. Bueno, como ya he mencionado, los años pasaron rápido y nuestra amistad llevaba creciendo desde hacía cuatro años y un mes. Me resultaba curioso, pues él nunca celebraba su cumpleaños y tampoco sabía que día era. No quería preguntarle, pretendía que algún día el me lo dijese, pues sabía que a algunos adultos no les gustaba que le recordaran su edad. Sin embargo Phoenix era diferente, por lo que me extrañaba aún más, además de que parecía que los años no pasaban igual que para mí. “Serán imaginaciones mías”, pensaba yo.
Me desperté esa mañana de mi doce cumpleaños, el 13 de diciembre, y para variar (hablando de forma irónica) no había sol y la lluvia golpeaba con fuerza los cristales de la habitación. Eso significa que ese día no podría salir a jugar, lo que me entristeció un poco.

-Jo…-Musité. Miré alrededor y no vi a nadie. Mis compañeras se fueron y no se habían molestado en despertarme.

Me levanté y me vestí, yendo tras ello al comedor y contemplando como todos los niños estaban terminando de desayunar. Fui a buscar algo de comer, pero el lugar donde solía estar mi comida estaba vacío. Era extraño pues siempre había un plato de comida ahí. Pensé que tal vez era mi castigo por llegar tarde, así que suspiré y con el estómago gruñéndome, apechugué con ello.

-Vaya día.- Murmuré tras un largo suspiro. Claudia pasó por mi lado después de comer mientras se reía. No sabía si se reía de mí, pero la verdad, ya estaba acostumbrada.

De nuevo volví a mi habitación y encima de mi cama encontré a una muchacha cambiándose de ropa. Parecía haberse manchado de algo e incluso pensé que tal vez Claudia se rió por ese motivo.

-¿Quieres ayuda?- Le propuse pensando en lo mal que sienta que se rían de ti después de mancharte. Pero no me respondió y siguió vistiéndose sin mirarme.- Vale, pues no quieres ayuda.- Gruñí por lo bajini molesta de que no me hiciera caso, mientras iba hacia la ventana.

En ella había sentada una chica dónde Phoenix solía ponerme a mí. Pensé que no era la única que incumplía esa norma y me sentí un poco mejor con mi consciencia. Pero tampoco es que me cargara demasiado. Por lo que salí de la habitación. Me crucé con un montón de gente pero nadie se dignó a mirarme, nadie se dignó a hablarme…
Me asusté mucho, pensé que eran imaginaciones mías, pero era cierto que nadie me hacía caso. Salí corriendo en busca de Phoenix y llegaron las tres de la tarde. Ni rastro de él. Nadie me hablaba, ni siquiera Claudia para meterse conmigo, por lo que fui a buscarla. Estaba cerca, sentada con unas amigas y me acerqué con gesto enfadado, asustado y me puse delante de ella.

-Oye, ¿ya ni siquiera te apetece meterte conmigo? Esta broma no me hace ninguna gracia.

- Pues claro, cuando sea mayor me iré de aquí.-Dijo Claudia.

- ¿De verdad? ¿A dónde?- Continuó una de las chicas.

- Yo también me largaré, nos largaremos todas.- Finalizó la última.

-¡Eh! ¡Te estoy hablando! ¡Maleducada!- Pude reprocharle mientras hice el gesto de agarrarla del brazo. Digo que hice el gesto porque no fue más que eso, ya que mi mano atravesó su brazo. Volví a intentarlo de nuevo y lo atravesó otra vez. El pánico me invadió.

-No puede ser, esto no puede estar pasando… ¿¿Hola?? ¿¿Alguien me oye??- Grité en gesto desesperado. Pero no había respuesta. Ellas se levantaron y se marcharon.

Salí corriendo de ahí, gritando lo mismo, pidiendo al menos una mirada o un gesto de desaprobación. Incluso preferí que me castigaran por estar corriendo y gritando por el orfanato. Pero nada. “¿Estaré muerta? Si la muerte es así no quiero pasar la eternidad sola.” Fue un pensamiento que se me cruzó. Me hice a la idea de que era cierto y que estaba muerta. No quería pensar en una eternidad de soledad, era abismal, casi me cortaba la respiración, aunque me dije a mí misma que ya no tenía de eso. Había estado corriendo y traspasando a muchas personas durante un rato, y por fin al final de un pasillo conseguí ver a Phoenix de espaldas.
Me dije a mí misma: “Igual él puede verme y ayudarme, nunca me abandonaría.” Y corrí hacía él mientras lloraba como nunca antes. Tan solo para decepcionarme al ver que se daba la vuelta hacia mí y caminaba, traspasándome como todos los demás.

De nuevo estaba en el dormitorio. La luz del sol me cegó un momento ya que había abierto los ojos demasiado rápido. Sentía un sudor frío por todo el cuerpo y adiviné que había estado llorando mientras dormía. Fue instintivo. Miré alrededor para cerciorarme de que realmente fue una pesadilla y que podían verme.

-¿Estás bien?- Una de mis compañeras me miraba. Fue un verdadero alivio.

-Euh… sí, no pasa nada, gracias.

-Vale.- Me sonrió y se fue.

En efecto era el día de mi doce cumpleaños, y la verdad después de cuatro años, me extrañaba haber tenido una pesadilla ese día. No empezó del todo bien. Me incorporé y me fijé en que ya todas las chicas se habían ido, y a los pies de mí cama, estaba Phoenix sonriéndome.

-¡Phoenix!-Exclamé mientras me acercaba y lo abrazaba.

-¡Eh! ¿Qué te ocurre?

-He tenido una pesadilla…

- Lo sé... – Me abrazó de nuevo. - Y lo siento.

-¿Por qué? bueno... cuando duermes conmigo no las tengo, pero supongo que habrás tenido que hacer algo durante la noche...- Al fin y al cabo aunque él era el remedio contra mis pesadillas no podía exigirle que estuviera siempre conmigo para ayudarme.

- No... – Se sentó a mi lado en la cama - Esa pesadilla era el inicio de mi regalo de cumpleaños... aunque te resulte extraño.-“Y tanto, ni que fuera cosa de él”, pensé.

-¿Cómo?- Lo miré extrañada.- Que gracioso, ni que tú pudieras causarme pesadillas.- Me reí entendiendo su broma realizada para animarme.

- Oh... sí que puedo. ¿Me dejarás explicártelo?

-Eh... claro.-Parecía ir en serio, lo cual me asustaba.

- Mi regalo... es una explicación. La explicación de por qué nadie me hace caso, de por qué juego contigo y los demás te miran raro.- Me quedé observándole con la cara más sorprendida que jamás había puesto nunca.

-Será porque les extraña ver a un adulto jugar con una niña, ¿no?

-No. Es porque solo tú puedes verme.- Me miró muy serio.- Esa pesadilla, que siento haberte provocado, era para que pudieras comprender más fácilmente a qué me refiero.

-¿Cómo? No, espera, no...- En ese momento lo entendía todo, las risas, las miradas de incertidumbre, la gente señalándome. Me puse más seria que nunca encajando piezas.- Estoy loca, ¿verdad?

-No, no lo estás.

-Claro que sí, nadie puede verte salvo yo y eres precisamente lo que busco... lo estoy, estoy chalada.- Aunque no me extrañaba.

- Jaja... no, preciosa.- Me puso la mano en la mejilla.- Lo cierto es que no estás loca. Lo cierto es que a los míos nos llaman "amigos invisibles".

-¿Amigo invisible? Ah, ya, mi subconsciente intenta decirme eso para no hacerme ver que estoy loca.- “Porque un amigo invisible es demasiado bonito en comparación con mis delirios.” Pensé.

- No, tonta.- En ese momento, una niña entró en la habitación y Phoenix se levantó de la cama. Se colocó delante de ella, le habló… y ella ni siquiera se inmutó. Antes de irse la chica me hizo un gesto de despedida.

-Bueno, es obvio que mi imaginación no puede hacerse escuchar por la gente.- Incluso a mí me sorprendía razonar de esa manera. Pero no podía haber otra explicación, ¿no?

-No estás loca, Chrystalle.- Se volvió a acercar y me dio un beso en la mejilla.- ¿Sientes esto?

-Sí…- Claro que lo sentía, eran esos besos y esos abrazos que tanto me reconfortaban. ¿Cómo no iba a sentirlos? Le acaricié el rostro para cerciorarme aún así de que realmente estaba ahí.- Lo cierto es que eres tan real…

-Las sensaciones no se pueden imaginar, existen o no. Y yo existo, estoy aquí. Si prefieres creer que soy un sueño, has de saber que puedo serlo si así lo quieres... pero desde luego seguiré velando los tuyos.- Me miró fijamente y yo escuché con atención cada palabra.

-Pues empieza por... no provocarme pesadillas.-Le dije mirándole con broma y sonriendo, pero en seguida borré la sonrisa.- Espera... entonces... ¿tú te sientes así?

- A veces, hasta que apareces.- Sonrió.

-Entonces intentaré no ignorarte mucho.- Volví a sacar mi sonrisa.- Aunque es difícil hacerlo, destacas demasiado- Lancé una mirada pícara.

- Oh, será un placer que no me ignores.- Y él me la devolvió. Me acerqué de nuevo a él y le di un abrazo.

-Eso quiere decir que nunca te iras de mi lado, ¿verdad?

-¡Por los dioses! ¡Qué niña tan inteligente!- Se burló.

-¡Já!- Yo también seguí burlándome, pero de pronto me enfadé cayendo en algo.- ¡Pero espera! ¿Por qué has tardado tanto en decírmelo? ¡Llevamos siendo amigos cuatro años y un mes!

- Lo sé... pero... ¿sabes? Me daba miedo decírtelo.

-¿Por qué? No ha sido para tanto... bueno, me siento un poco rara, pero me acostumbraré, no sé, ya sabes que puedes contarme lo que sea.

- Bueno, ¡quizá pensabas que yo era el loco y renegabas de mí!

-Yo sí que estaría loca para renegar de un amigo como tú.- Hice un gesto de “mosqueo”.

- Bueno, eso es cierto.- Me hizo cosquillas. Desde luego modesto no era, pero siempre me hizo gracia eso. No pude contener la risa y en venganza también le hice cosquillas yo a él.

-Y ahora señorita... tu otro regalo.- Dijo mientras se levantaba de la cama.

-No tienes por qué regalarme nada.- Continué en mis pensamientos con un: “Después no puedo devolverte el regalo.” Me entregó algo envuelto bastante grande.

-¿Qué será?- Solté mientras lo tocaba por todas partes intentando adivinar lo que era. Estaba muy blando.- Que blandito.- Comencé a abrirlo poco a poco, no me gustaba romper el papel.

Me encontré tras desprenderme de todo el papel con una almohada enorme llena de lunas en sus distintas fases. Me recordó a la primera noche que pasé con Phoenix y además pude observar que estaban pintadas a mano. No sé cuánto tiempo me quedé mirándola con cara de boba hasta que volví en mí.

-¿La has pintado tú?

- Garabateado más bien, pero sí.- Me dedicó media sonrisa. Aparté la almohada y fui a abrazarle.

-Perdona, pero con mi almohada no te metas, que es una obra de arte.- Dije con gesto “amenazador”. El se rió, se separó de mí y me observó fijamente.

-¡Esa sonrisa sí que es una obra de arte!- Siempre sabía darme en mi punto sensible, me daba mucha vergüenza cada vez que me decía algo por el estilo. No sé si me sonrojé o no, pero intente evitarlo.

-No, que va... bueno... muchas gracias, me encanta.

- Llegas tarde a comer, Chrystalle.- Se levantó de la cama de un salto.- Esta noche dormiremos más cómodos, ya verás.- Acercó su boca a mi oído y susurró.- Esta almohada es más grande, para que quepamos los dos mejor.

-¡Bien!- Exclamé mientras sonreía de forma abierta. -Y sí, llego tarde a comer y me van a echar la bronca.- Lo miré con una mirada penetrante haciendo como que maquinaba algo malévolo.

- Pues corre, ¡vamos!- Me dio un leve empujón. Parecía que no adivinó mis intenciones.

-Y... ya que eres invisible, ¿por qué no aprovechamos, coges comida y vamos a comer a otro sitio?- Dije dándome la vuelta para echarle una "mirada tierna". En fin, tenía que acostumbrarme a que era invisible, y además me podría “aprovechar” de ello. Tenía en parte algo bueno y quería que entendiera que no me importaba lo que fuese, siempre que estuviera a mi lado.

Al darme la vuelta ya no estaba y me fijé de pronto en la ventana, que estaba abierta. No, antes no lo estaba.

-¡Ay!- Exclamé del pequeño susto que me di al no verle y encontrarme con eso. Me tendría que acostumbrar a todo ello.

Fui hacia la ventana y me asomé. Entre las ramitas de un pequeño matorral, por fuera, bajo la ventana, pude ver perfectamente un bote de pintura color plata. El mismo color que el que tenían las lunas de la almohada. Me imaginé a Phoenix entre esos matorrales, con la almohada en las piernas y pintando las lunas con gesto de concentración (es decir, el ceño fruncido y mordiéndose levemente la lengua), lo cual me hizo gracia. Comprendí que las cosas cambiarían de nuevo, ya que sabía algo de la identidad de mi amigo. Sonreí de forma sesgada mientras salía de la habitación, en busca de mi desayuno tal vez a solas con Phoenix en algún lugar escondido de ojos ajenos.

1 comentario:

  1. El mejor regalo, su sinceridad y el cariño que te tiene. Amigos así son para no perder

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