domingo, 22 de septiembre de 2013

Cabúm

Es curioso como en la mayoría de las ocasiones las cosas no son lo que parecen. A veces son mucho peor, y otras, si hay suerte, mucho mejor.

“Tiene algo que me escama”. Tu percepción está intacta, Arthur.

De todas las cosas que podíamos pensar que estarían pasando en realidad, supongo que ninguno de nosotros esperaba verle estallar al cruzar la última de las puertas.

“¿Dónde está el truco?”, pensé cuando Emily dijo lo que había visto, pero después de que Aeryn contase su parte… bueno… ¿y si no hubiera truco? No sería ni el primero ni el último que va persiguiendo algo que está perdido desde que comenzó su camino y aun así, engañado y esperanzado, continúa avanzando.

¿Sabes qué, chico? Sigues sin gustarme un pelo, pero al menos ahora tenemos algo en común: gente a la que proteger.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Un amargo regreso

Dos semanas. Apenas habían pasado dos semanas desde que Tomás llegó a tierra, de nuevo a la pesadilla que hacía no tanto había dejado atrás.
El uniforme, las armas. El barro, la pólvora, la sangre. No podía echar de menos nada de eso.
Dieciocho años, esa era la edad exacta del muchacho que desde que desembarcó se le había pegado como una lapa. Su nombre era Fernando, y tenía unas ganas atroces de aprender, aunque Tomás no sabía exactamente qué quería aprender, pero ahí seguía.
Les habían golpeado con dureza la noche anterior y se encontraban descansando el cuerpo y tratando de, no sanar, sino evitar que sus recientes heridas les concedieran un paseo rápido al más allá.
Tomás limpiaba algunos cortes en su brazo derecho, superficiales todos pero no por ello necesitados de menos cuidados. En la guerra, una herida que no se limpia puede ser la última. Permanecía en silencio, haciendo vagar los ojos de un lado a otro del amago de campamento que habían conseguido organizar.
Una sombra que poco a poco tomó la forma de un joven, desaliñado y con una pronunciada cojera, se acercó a él cuadrándose a pocos pasos de su persona.

      - Capitán
      - Relajaos, Fernando – Tomás hizo un gesto con la mano, señalando a su lado
      - Sí, capitán – el muchacho tomó asiento a su lado, no sin mostrar una leve mueca de dolor al hacerlo
      - ¿Qué le ocurre a vuestra pierna?
      - Nada, señor, solo un rasguño – sonrió con franqueza, plegando levemente al hacerlo la que en breve sería una nueva cicatriz en su cara
      - De ser así, no os importará que me asegure – dijo simplemente, manteniéndole la mirada
      - Cla… claro, capitán – suspiró arremangándose la pernera del pantalón

La expresión de Tomás no cambió, aunque su percepción de un “rasguño” debía ser distinta de la del muchacho. No le costó demasiado adivinar de qué se trataba y al presionar levemente alrededor de la herida, un fino hilo de pus se deslizó por la pierna del chico.

      - ¿Una bala?
      - Sí, capitán – el muchacho abrió mucho los ojos, apenas le habían hecho falta un par de minutos para deducirlo y supuso que, ciertamente, los años en el campo de batalla son el mejor de los maestros – Pasó rozando, pero lo suficiente como para que…
      - Está infectándose, si continúa así puede extenderse la infección y en el mejor de los casos habrá que amputaros la pierna – Tomás volvió a alzar la mirada hacia el chico, que había cambiado la expresión de sorpresa por la de pánico
      - Y… y… ¿y en el peor… c-capitán?
      - No creo necesitar explicároslo, ¿cierto? – el chico tragó saliva

Tomás cogió su pequeño petate, una especie de bolso de cuero que le había regalado su cuñado antes de partir con varios frascos dentro. No sabía exactamente qué efecto tendría, pero merecía la pena probar. Cogió uno de los frasquitos, que se había asegurado de etiquetar para poder reconocer y distinguir el uso de cada uno, y lo abrió.

      - ¿Qué es, señor?
      - Medicina, si estoy en lo cierto, es posible que evite que se extienda la infección – el chico asintió y Tomás hundió un par de dedos en el emplasto y lo pasó sobre la herida. Un leve resplandor iluminó durante un instante la zona donde estaba untando la cataplasma
      - ¡Capitán! – el joven dio un rápido tirón de la pierna, y se santiguó un par de veces muy rápidamente para luego susurrar – Eso es brujería, capitán
      - Sea lo que sea, Fernando, podéis aplicároslo y rezar, o no hacerlo y en breve posiblemente os estéis santiguando ante el Altísimo. Ahora decidme – le señaló el tarro – ¿Qué preferís?
      - El… - dijo tragando saliva – El fuego del diablo bien vale contra él, señor
      - Eso dicen – asintió con una leve sonrisa volviendo a aplicar el emplasto


Eso sí, esta vez el muchacho no miró lo que ocurría.