miércoles, 8 de agosto de 2012

¿Arriesgarse a vivir o quedarse a morir?


Llevo toda la noche dándole vueltas a lo mismo: tengo que salir de aquí.
Por mucho que trato de convencerme a mí mismo, no nos sacarán por las buenas. No habrá un intercambio de prisioneros y después de demasiados días (he perdido la cuenta), tampoco parece que quieran darnos una muerte rápida. En realidad no sé cuál es el propósito de tenernos aquí encerrados, pero estas paredes se estrechaban cada vez más, y cada día que pasa somos menos.
Tiene que terminar esta noche, sea como sea.
Solo se me ocurre una forma de salir: muerto. ¿Cómo? Supongo que es una buena pregunta pero he tenido tiempo para pensar, de hecho, es lo único que he podido hacer en todo este tiempo.
A lo largo de estos días no han sido pocos los compañeros que nos han abandonado, y siempre ocurre lo mismo. Un tipo baja, le propina al cadáver una patada en las costillas para asegurarse de que no queda ni un soplo de vida en su cuerpo, y lo arrastra hacia el exterior.
Cuando nos trajeron aquí pude ver una zanja, a no demasiados metros de ese antro, donde tiran los cadáveres para que no huelan más de lo debido y así evitar a los carroñeros. Nadie se preocupa por un puñado de muertos, nadie vigila aquel agujero en el suelo.
No, no es el mejor plan del mundo, pero es el único que tiene un mínimo de posibilidades.
Solo tengo dos alternativas: Arriesgarme a vivir o quedarme a morir.

Comentárselo a Ricardo no es una opción, no es el mejor del mundo mintiendo y si quiero que todos aquí abajo piensen que he muerto, tiene que ser así.
Espero toda la noche bocabajo, por la sencilla razón de que si mi primer saludo va a ser esa patada en las costillas para voltearme, no sé si podré contener el gesto en la cara, y de esa forma evitaré que se vea cualquier mueca de dolor.
La mañana llega, supongo, porque escucho el talón de unas botas bajando los escalones hasta nosotros. Quien sea comienza a dar voces para despertarnos, llamándonos cosas agradables como “bastardos”. Tal como espero que ocurra, un golpe seco en mi costado.

-          Eh, ¡despierta! – otro golpe, esta vez más brusco, consiguiendo ponerme bocarriba – Este está muerto, ayúdame… - supongo que le dice a otro compañero

Dos manos me agarran los brazos, otras dos las piernas y me levantan. Por el bamboleo deduzco que estamos subiendo las escaleras mientras escucho mi nombre perderse abajo en voz de Ricardo. Evito suspirar. Supongo que salimos de allí porque noto la luz del sol en la cara. Llevamos tanto tiempo abajo casi en la oscuridad que cuando abra los ojos me costará ver bien. Escucho gente a mi alrededor, hablando, moviendo cosas. Me encantaría abrir los ojos ahora. Sin previo aviso, las manos dejan de sujetarme y siento mi cuerpo caer y chocar contra algo nada uniforme y duro. Huele a podrido y mi nariz ha quedado aplastada contra algo pegajoso. Entreabro los ojos y me cuesta adaptarme a la luz, pero frente a los míos encuentro otros, abiertos y oscuros, pero muertos. Contengo el estómago como puedo, no es menester vomitar ahora, aunque estar tirado sobre una pila de cadáveres no ayuda a mi propósito. Trago saliva y giro despacio la cabeza, para comprobar que no hay nadie mirando al foso, y en efecto, nadie observa.
Miro con detenimiento las paredes a mi alrededor. No es excesivamente profundo y está excavado en la tierra, así que hay un montón de recovecos que puedo utilizar para agarrarme. Me muevo despacio, reptando sobre los cuerpos hasta llegar a una de las paredes y comienzo a trepar muy despacio, con cuidado de no resbalar ni hacer ruido. No puedo evitar recordar cuando mi superior insistía en que la calma es mejor amiga que la prisa. Cuánta razón tenía.
Después de pensarlo unos segundos, asomo ligeramente la cabeza, lo justo para ver qué tengo cerca. Delante de mí, a pocos pasos hay un tipo vuelto de espaldas. Por la postura diría que parece tranquilo, aunque claro, un montón de muertos no son asunto de alterarse, no van a ponerse en pie, ¿no? 

No parece demasiado atento a lo que ocurre tras de sí y en su espalda, prendido de un cinto lleva un cuchillo. Quizás con un movimiento rápido… Miro alrededor, no hay más hombres, pasean a distancia pero ninguno lo bastante cerca, al menos, si consigo ser lo bastante ágil.
Apoyo los brazos y me quedo de rodillas en el suelo, tras él. Me incorporo despacio y trato de no proyectar sombra que pueda extrañarle. Una mano en su boca, con la otra desenvaino el cuchillo de su cinturón y su garganta da un paseo rápido por su filo. Lo dejo tumbado despacio, me hago con los otros dos cuchillos que lleva encima y sin apartar la vista lo empujo al foso.

“Venga, Tomás, corre”. Me pongo el cinto y, agachado, espero el instante oportuno para correr hacia la puerta donde están mis compañeros retenidos.
Creo que las piernas van a fallarme de un momento a otro, pero llego casi a la entrada de aquella prisión socavada en la tierra. Dos hombres en la puerta. Dos armas en mis manos. Tiene que ser visto y no visto. Respiro profundamente y con el dorso de la mano me seco el sudor que resbala hasta mis ojos. Tengo la espalda contra la pared, que me da cobertura. Suelto aire y abandono mi escondite, lanzando dos tajos lo más certeros posible. Uno de los hombres abre la boca con intención de dar la alarma, pero llego antes a su cuello que su voz, la sangre salpica en mi cara y él cae desplomado. El otro me apunta con el mosquete y lanzo el cuchillo, que se clava en su pecho. Me quedo solo con el silencio, los dos yacen en el suelo.
Suspiro y recupero el arma del pecho del tipo, y ya de paso las llaves que cuelgan de su cinto. Echo un vistazo rápido, nadie parece haberse percatado, pero no es menester perder el tiempo.
Bajo los escalones tratando de ser silencioso, pero cuando le llega el turno al candado no tengo mucha suerte. Cruje el hierro al girar la llave. El ruido ya está hecho. Me doy prisa en llegar a ellos y los zarandeo.

-          Shhhh – es todo cuanto digo, quiero evitar alboroto
-          ¡Maldito bastardo! – alguien me engancha de la camisa, reconozco la voz de Ricardo y le tapo la boca con rapidez
-          Las explicaciones luego, ahora toca correr – sonrío mientras le aparto la mano de la boca y él me devuelve la sonrisa
-          Otra vez – me tiende la mano y se la estrecho
-          Otra vez

viernes, 3 de agosto de 2012

Aferrado a la esperanza


¿Vivo?.. Las palabras de la vieja adivina resonaron en su cabeza como las campanas de la mayor de las catedrales . Aun... No puede ser, la sangre de ella, sus piernas... pude ver el sangrado... No entiendo nada, el médico aseguró la pérdida, quizás la mujer se equivoque, quizás. Pero ahora más que nunca quiero creer aunque me aterre, y sólo puedo pensar en su rostro si fuera cierto, en sus caras más allá de toda credulidad, dela felicidad recuperada. Del dolor, por el que han tenido que pasar...

No sé si será , pero se que si existe una posibilidad, debe estar mi mano conseguirla y haré cuanto sea por traerlo de vuelta.

... Supongo