Llevo
toda la noche dándole vueltas a lo mismo: tengo que salir de aquí.
Por
mucho que trato de convencerme a mí mismo, no nos sacarán por las buenas. No
habrá un intercambio de prisioneros y después de demasiados días (he perdido la
cuenta), tampoco parece que quieran darnos una muerte rápida. En realidad no sé
cuál es el propósito de tenernos aquí encerrados, pero estas paredes se
estrechaban cada vez más, y cada día que pasa somos menos.
Tiene
que terminar esta noche, sea como sea.
Solo se
me ocurre una forma de salir: muerto. ¿Cómo? Supongo que es una buena pregunta
pero he tenido tiempo para pensar, de hecho, es lo único que he podido hacer en
todo este tiempo.
A lo largo de estos días no han sido pocos los compañeros que nos han abandonado, y siempre ocurre lo mismo. Un tipo baja, le propina al cadáver una patada en las costillas para asegurarse de que no queda ni un soplo de vida en su cuerpo, y lo arrastra hacia el exterior.
A lo largo de estos días no han sido pocos los compañeros que nos han abandonado, y siempre ocurre lo mismo. Un tipo baja, le propina al cadáver una patada en las costillas para asegurarse de que no queda ni un soplo de vida en su cuerpo, y lo arrastra hacia el exterior.
Cuando
nos trajeron aquí pude ver una zanja, a no demasiados metros de ese antro,
donde tiran los cadáveres para que no huelan más de lo debido y así evitar a
los carroñeros. Nadie se preocupa por un puñado de muertos, nadie vigila aquel
agujero en el suelo.
No, no
es el mejor plan del mundo, pero es el único que tiene un mínimo de
posibilidades.
Solo
tengo dos alternativas: Arriesgarme a vivir o quedarme a morir.
Comentárselo a Ricardo no es una opción, no es el mejor del mundo mintiendo y si quiero que todos aquí abajo piensen que he muerto, tiene que ser así.
Comentárselo a Ricardo no es una opción, no es el mejor del mundo mintiendo y si quiero que todos aquí abajo piensen que he muerto, tiene que ser así.
Espero
toda la noche bocabajo, por la sencilla razón de que si mi primer saludo va a
ser esa patada en las costillas para voltearme, no sé si podré contener el
gesto en la cara, y de esa forma evitaré que se vea cualquier mueca de dolor.
La
mañana llega, supongo, porque escucho el talón de unas botas bajando los
escalones hasta nosotros. Quien sea comienza a dar voces para despertarnos,
llamándonos cosas agradables como “bastardos”. Tal como espero que ocurra, un
golpe seco en mi costado.
-
Eh, ¡despierta! – otro golpe, esta vez más brusco, consiguiendo
ponerme bocarriba – Este está muerto, ayúdame… - supongo que le dice a otro
compañero
Dos
manos me agarran los brazos, otras dos las piernas y me levantan. Por el bamboleo
deduzco que estamos subiendo las escaleras mientras escucho mi nombre perderse
abajo en voz de Ricardo. Evito suspirar. Supongo que salimos de allí porque
noto la luz del sol en la cara. Llevamos tanto tiempo abajo casi en la
oscuridad que cuando abra los ojos me costará ver bien. Escucho gente a mi
alrededor, hablando, moviendo cosas. Me encantaría abrir los ojos ahora. Sin
previo aviso, las manos dejan de sujetarme y siento mi cuerpo caer y chocar
contra algo nada uniforme y duro. Huele a podrido y mi nariz ha quedado
aplastada contra algo pegajoso. Entreabro los ojos y me cuesta adaptarme a la
luz, pero frente a los míos encuentro otros, abiertos y oscuros, pero muertos.
Contengo el estómago como puedo, no es menester vomitar ahora, aunque estar
tirado sobre una pila de cadáveres no ayuda a mi propósito. Trago saliva y giro
despacio la cabeza, para comprobar que no hay nadie mirando al foso, y en
efecto, nadie observa.
Miro
con detenimiento las paredes a mi alrededor. No es excesivamente profundo y
está excavado en la tierra, así que hay un montón de recovecos que puedo
utilizar para agarrarme. Me muevo despacio, reptando sobre los cuerpos hasta
llegar a una de las paredes y comienzo a trepar muy despacio, con cuidado de no
resbalar ni hacer ruido. No puedo evitar recordar cuando mi superior insistía
en que la calma es mejor amiga que la prisa. Cuánta razón tenía.
Después
de pensarlo unos segundos, asomo ligeramente la cabeza, lo justo para ver qué
tengo cerca. Delante de mí, a pocos pasos hay un tipo vuelto de espaldas. Por
la postura diría que parece tranquilo, aunque claro, un montón de muertos no
son asunto de alterarse, no van a ponerse en pie, ¿no?
No parece demasiado atento a lo que ocurre tras de sí y en su espalda, prendido de un cinto lleva un cuchillo. Quizás con un movimiento rápido… Miro alrededor, no hay más hombres, pasean a distancia pero ninguno lo bastante cerca, al menos, si consigo ser lo bastante ágil.
Apoyo
los brazos y me quedo de rodillas en el suelo, tras él. Me incorporo despacio y
trato de no proyectar sombra que pueda extrañarle. Una mano en su boca, con la
otra desenvaino el cuchillo de su cinturón y su garganta da un paseo rápido por
su filo. Lo dejo tumbado despacio, me hago con los otros dos cuchillos que
lleva encima y sin apartar la vista lo empujo al foso.
“Venga,
Tomás, corre”. Me pongo el cinto y, agachado, espero el instante oportuno para
correr hacia la puerta donde están mis compañeros retenidos.
Creo
que las piernas van a fallarme de un momento a otro, pero llego casi a la
entrada de aquella prisión socavada en la tierra. Dos hombres en la puerta. Dos
armas en mis manos. Tiene que ser visto y no visto. Respiro profundamente y con
el dorso de la mano me seco el sudor que resbala hasta mis ojos. Tengo la
espalda contra la pared, que me da cobertura. Suelto aire y abandono mi
escondite, lanzando dos tajos lo más certeros posible. Uno de los hombres abre
la boca con intención de dar la alarma, pero llego antes a su cuello que su voz,
la sangre salpica en mi cara y él cae desplomado. El otro me apunta con el
mosquete y lanzo el cuchillo, que se clava en su pecho. Me quedo solo con el
silencio, los dos yacen en el suelo.
Suspiro y recupero el arma del pecho del tipo, y ya de paso las llaves que cuelgan de su cinto. Echo un vistazo rápido, nadie parece haberse percatado, pero no es menester perder el tiempo.
Suspiro y recupero el arma del pecho del tipo, y ya de paso las llaves que cuelgan de su cinto. Echo un vistazo rápido, nadie parece haberse percatado, pero no es menester perder el tiempo.
Bajo
los escalones tratando de ser silencioso, pero cuando le llega el turno al
candado no tengo mucha suerte. Cruje el hierro al girar la llave. El ruido ya
está hecho. Me doy prisa en llegar a ellos y los zarandeo.
-
Shhhh – es todo cuanto digo, quiero evitar alboroto
-
¡Maldito bastardo! – alguien me engancha de la camisa, reconozco la
voz de Ricardo y le tapo la boca con rapidez
-
Las explicaciones luego, ahora toca correr – sonrío mientras le aparto
la mano de la boca y él me devuelve la sonrisa
-
Otra vez – me tiende la mano y se la estrecho
-
Otra vez