sábado, 18 de junio de 2011

Sobre la prudencia...

- Shhh… tranquila - acaricia con el dorso de la mano la fría piel de su compañera - Esta noche tenemos un pequeño trabajo… después, podrás descansar - la eleva a la altura de su rostro y la besa dulcemente en la frente. Ella responde sacándole la lengua, casi juguetona y luego desvía su mirada, inclinando la cabeza hacia un lado - Lo sé… a veces yo también me canso de esto

Se incorpora y la suelta con cuidado sobre el lecho, observándola mientras se desliza entre las sábanas hasta quedar casi prácticamente oculta por ellas.

Fuera, la maleza gruñe durante un momento. Su movimiento es casi instintivo, como un parpadeo, escapa a su control. Lleva la mano, enguantada, a su cinturón y la posa sobre la empuñadura de un arma que aparentemente no medirá más de un palmo y se acerca a la puerta, moviéndose tan rápido y silencioso como una sombra. Aguza el oído aún más si cabe y con la mano que le queda libre, oculta su rostro con la tela del hiyab de forma tal que solo unos ojos extremadamente claros le quedan al descubierto.

Al otro lado de la puerta unos pasos se detienen, vacilantes.
Él no está nervioso, más bien cansado. “Que irrumpa o que se vaya... pero ya.”

Pasados un par de minutos esos mismos pasos se alejan, empezando una marcha lenta e incrementándola hasta perderse de nuevo.

Garsiv suspira.
- Muy inteligente por su parte... - retira la mano del arma y relaja el cuerpo – Seas quien seas, quien te haya mandado aquí... te quiere muy poco – casi de forma irónica, sonríe bajo la tela

Corona de flores

Siempre quedaba fascinado por las dos damas de piedra que presidían la entrada del lugar. Tallados a sus cuerpos, tétricos vestidos ondulantes, y en sus ojos una tristeza que no se desvanecía con los años.
La niebla nunca abandonaba aquel desesperanzador paraje, acariciaba las lápidas dejando lágrimas sobre ellas e incluso a veces llamaba al viento para que cantase una canción que los muertos no pueden escuchar.

Atravesó el camposanto despacio. Las botas se le hundían en el barro y hacían el único ruido que se oía alrededor. Los nombres se amontonaban a su paso y no podía evitar que más de un recuerdo le asaltara la memoria.
Tras recorrer el camino de siempre, llegó hasta donde se encontraba ella, dormida y callada, sombría, ausente, demasiado lejos. Se puso de rodillas frente a la losa de piedra y de una forma casi ceremonial desató el broche de la capa dejándola caer a su espalda y desabrochó el cinto con sus dos armas y lo hizo a un lado. Para terminar, se quitó los guantes y la sonrisa, y colocó con cuidado catorce flores moradas a los pies de su nombre. Retiró las manos arañando suavemente la tierra con los dedos y apretó levemente los puños.

- Te echo de menos – hizo una pausa – Te gustaría ver cómo está cambiando esto. Va despacio, pero han vuelto a crecer esas flores que tanto te gustan, las doradas que tienen forma de corona y que tantas veces trencé para adornar tu pelo… Te prometo que la próxima vez te traeré una, con pétalos que brillen como rayos de sol – suspiró. Retiró con la punta de los dedos algo de tierra que cubría el grabado “Fioled Bane” – Necesito pedirte un favor. Necesito que cuides de alguien que acaba de irse del lado de un buen amigo. Su nombre es Victoria Kenney. Estoy seguro de que estará bien en tu compañía – algo parecido a una sonrisa asomó a sus labios – No conozco a nadie que no lo estuviera

- ¡Señor Bane! – una voz tras de sí a varios pasos de distancia le hizo girarse

- Mycah… habéis vuelto. Iré en seguida a daros instrucciones. Retírate – volvió a darle la espalda al joven soldado y lo escuchó alejarse.

Dejó pasar unos minutos en silencio y se incorporó. Volvió a atar sus espadas a la cintura y a colocarse los guantes. Se agachó a recoger la capa y la colocó sobre sus hombros con un giro rápido.

- Te quiero – susurró antes de perderse de nuevo en la niebla, esta vez, hacia la salida.

lunes, 6 de junio de 2011

Pérdida

Su piel estaba fría

No imaginaba peor castigo, peor encuentro para aquellos días en los que parecía que el cielo se nos caía encima. La sensación se acrecentó todavía más. Un rostro sin vida que antes contenía vida, calor, sonrisas.

Comencé a temblar de pies a cabeza. Mi primer pensamiento fue hacia Bryan, y la voz de Drusila me confirmó que ya lo sabía. Lo último que querría ahora sería compañía, una presencia que estuviera constantemente al lado
¿O tal vez era el sentimiento que yo misma tenía?

Derramar lágrimas sería como arrebatarselas al propio Bryan, o incluso a su hijo. ¿Y el pequeño? Como explicarle, como ayudarle a seguir adelante
Sería lo más difícil

Y como dice un buen amigo, estos son los momentos en los que parece que todo lo que has hecho, no vale nada. Apenas has dado un paso en el largo camino que nos queda por recorrer