lunes, 17 de febrero de 2014

Paseos a media noche

Era ya muy tarde, y su mirada no se apartaba de la ventana. No dejaba de dar vueltas en la cama, nerviosa. Normalmente no le costaba en absoluto conciliar el sueño, pero esa noche era distinto. Tenía dentro de sí un extraño sentimiento de inquietud que no podía comprender. Retiró la sábana despacio, como niña que huye en la noche. Se colocó un batín de seda de color rosa pálido sobre el camisón, y abrió la puerta con cuidado, mordiéndose los labios como si aquello pudiera evitar que los goznes chirriaran. Miró a izquierda y derecha y suspiró de alivio al ver el pasillo vacío.
Puso un pie descalzo fuera, y luego otro, y sonrió como si hubiera superado la primera prueba de una gran aventura. Avanzó por el enorme corredor con cuidado, sin hacer el menor ruido. El castillo siempre se le hacía inmenso de noche, se sentía tan pequeña como si estuviera perdida en cualquier calle de la capital. Sus pasos la llevaban sin preguntarle a la cabeza dónde quería ir, hasta que prácticamente se topó con una puerta. Tenía el marco adornado con pequeñas lunas, al igual que la suya, y la abrió sin miedo, sabiendo que se encontraría vacía. Entró y cerró tras de sí, apoyándose sobre la madera y mirando la habitación.
La ventana estaba abierta y algo de brisa mecía las cortinas azuladas hacia adentro, como si fueran espectros asomándose al dormitorio. Avanzó hasta el tocador y abrió el cajón, buscando su tesoro. Aquel dibujo siempre la hacía sonreír, le hacía imaginar partes de su niñez que no recordaba. En él aparecían dos niñas, una más pequeña que otra. La mayor tenía en sus manos un cesto de fresas y la pequeña parecía afanarse por cogerlas. No es que fueran los mejores trazos del mundo, pero sí que eran las mejores sonrisas jamás dibujadas.
Paseó los dedos por las redondas caritas de las niñas y un gesto de melancolía turbó su expresión. Apenas un segundo después, sacudió la cabeza un par de veces, soltó el dibujo rápidamente y cerró el cajón con un sonido sordo de forma repentina. Lanzó un último vistazo a la sala, esperando encontrar a alguien, y salió dando la espalda a aquello, como quien huye asustado de un fantasma.
Cruzó el pasillo de nuevo, esta vez a la carrera y sabiendo muy bien adónde iba. Se detuvo delante de una puerta y tocó cuatro veces. Luego esperó. Mientras aguardaba, miró en todas direcciones, temiendo que alguien la hubiera visto. La puerta se abrió y dos ojos claros y serenos se cruzaron con los suyos, asustados y con promesa de lágrimas.
- ¿Qué os ocurre? – la voz de él era calmada y su mirada trataba de averiguar con premura qué podría pasarle a ella
- Céfiro… ¿puedo dormir con vos? – no había soberbia, no había orden en sus palabras. Era una niña, una niña con corona y pesadillas – Me… me siento sola
- Vos no estáis sola, Majestad – sonrió él tendiéndole la mano e invitándola a pasar