martes, 17 de enero de 2012

Soñando el pasado



Entró precipitadamente en el baño cerrando la puerta tras de sí y apoyó la espalda contra la madera permitiéndose por fin un momento para pensar en lo que había ocurrido aquella mañana. Hiciera lo que hiciera parecía que acababa siempre metiéndose en problemas o metiendo a los demás… ¡Hasta cuando dormía!

Levantó las manos para mirarse las uñas donde todavía podían adivinarse algunos restos de sangre reseca. Las contempló con una sensación de tristeza e impotencia. Quizá todo aquello no fuera nada, quizá no le afectaría a nadie más que a ella y a su desbocada imaginación. Pero… ¿Y si no fuera así? Se había colado entre sueños en el pasado de alguien y algo dentro de ella le decía que no estaba bien, que podía ser peligroso. ¿Pero cómo evitarlo? Ni siquiera era consciente de cómo hacía esas cosas…

Expulsó el aire de los pulmones en un largo suspiro y se acercó al lavabo. Al girar la manivela del grifo el agua fluyó en un límpido caño transparente, pero al introducir las manos debajo y frotarse las uñas, comenzó a teñirse de color. Emma dejó la vista perdida en el pequeño remolino rojo que se formaba justo en el desagüe.

Las imágenes de aquel sueño se arremolinaban del mismo modo en su cabeza… Los sollozos, la sangre, el camisón roto en tiras, él… Sus ojos. Sintió que las lágrimas se le agolpaban luchando por salir y sacudió enérgicamente la cabeza para desechar aquellos pensamientos. Cerró el grifo y se llevó las manos mojadas a la cara, el agua fresca la alivió en parte, pero no pudo evitar un último y leve estremecimiento.

“Me pregunto si todo aquello que le hicieron tiene que ver con la traición de su padre y de aquella mujer. Ojalá hubiera podido hacer algo más por él… Ojalá aún pueda hacerlo.” Se detuvo ante la puerta un último momento con la mano en el picaporte y, dibujando una sonrisa, volvió a al salón donde la esperaban.

domingo, 8 de enero de 2012

Érase una vez

Durante varias noches había resistido el impulso de bajar a preguntar por ella o a hacerle compañía. Sin embargo, no pudo evitar interesarse por el estado de los pacientes del señor Cheviot en general para poder averiguar, discretamente, cómo se encontraba quien le interesaba en realidad. No obstante, ya no podría seguir haciendo lo mismo, pues el señor Cheviot había partido de viaje recientemente y, a decir verdad, de momento no depositaba demasiada confianza en el nuevo galeno, el señor Jethro di Montalvo.

Había descendido las escaleras hasta llegar a la enfermería de palacio, situada en la planta baja. El lugar era bastante amplio y estaba muy bien aprovechado. Poseía una gran cantidad de camas simples vestidas, todas ellas, con sábanas blancas y acompañadas por una pequeña mesa de madera en cualquiera de sus lados. Las ventanas se encontraban en su mayoría cerradas y siempre cubiertas con largas cortinas, inquietas y oscilantes en caso de estar entreabiertas. Cualquiera que entrase allí podría imaginarse encontrar olor a algún tipo de medicamento, pero muy al contrario que eso, el aire estaba impregnado de un suave aroma a especias que se mezclaba con el perfume de las damas de noche que trepaban por el exterior de las ventanas, trenzando hebras verdes coronadas con hermosas flores blancas.

Él entró en la sala mirando a izquierda y derecha a medida que avanzaba para cerciorarse de que no había nadie más despierto allí. Lanzó un rápido vistazo al escritorio de madera que hasta hacía escasas horas estaba repleto de hojas, dibujos y un montón de textos a los que solo el señor Cheviot parecía encontrar sentido. Tras la mesa, descansaba apoyada sobre la pared una pizarra que aún tenía dibujada la silueta de un hada al lado de la de una sirena.

Finalmente, sus pasos le llevaron hasta el final de la estancia, donde ella descansaba con los ojos cerrados desde hacía días. Estaba tapada hasta el pecho y parecía estar vestida con un camisón ligero de color azul pálido.
El hombre dejó el pesado tomo que llevaba bajo el brazo sobre la mesita, al lado de un recipiente con agua y con un paño ahogado dentro.

- Lamento la tardanza – susurró él a pesar de no esperar respuesta mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba a los pies de la cama

Se arremangó las mangas de la camisa y hundió las manos en el agua hasta alcanzar el paño, el cual sacó y retorció hasta hacerlo gotear en abundancia. Luego, con sumo cuidado, fue pasándolo por la frente de la chica, que ardía de fiebre.
Había visto al galeno hacer lo mismo con sus mejillas y sus brazos mientras le hablaba. Según él eso podría ayudarla a despertar de aquel sueño que la encadenaba a algún otro lugar, manteniendo su sonrisa prisionera tras los párpados.
De esta forma, fue repitiendo el proceso a lo largo de sus brazos, recreándose en sus manos, recorriendo cada línea minuciosamente como si de un mapa se tratase. Una vez hubo terminado su labor, se secó y se sentó en una pequeña silla, cogió el libro que había traído consigo y lo abrió sobre la cama. Echó una última mirada a la habitación antes de volver a susurrar.

- He pensado que quizás… querrías escuchar un cuento – tragó saliva con suavidad – Pero lo cierto es que no sabía cuál te gustaría. Siempre me hablas de que te encantaría tener un tomo del mundo humano y… bueno, cuando despiertes… esta – en sus labios se dibujó un amago de sonrisa – es para ti, así que… deberías volver – suspiró, y de ese suspiro nació un silencio que duró varios minutos hasta que decidió comenzar su lectura de nuevo – Érase una vez, mi dulce Jaquelyn…

lunes, 2 de enero de 2012

Identidades

Se dejó caer hacia atrás, recostando la espalda lentamente en el sofá con un hondo suspiro. Aún no se acostumbraba al hecho de que ese sofá era el suyo y aquella su nueva casa. Todo había ocurrido demasiado rápido; muchos cambios, muchas preguntas... Pensaba que la luna de miel le serviría para asimilar todo aquello, pero claro, no ayudaba el hecho de haber estado inconsciente los dos primeros días.

No entendía cómo acababa siempre metiéndose en líos. ¡Si sólo se había quedado sola un momento! Tan sólo un momento y había acabado huyendo de una enorme y oscura ola gigante imaginaria. Por alguna razón todo lo que le estaba ocurriendo parecía relacionado con aquella enigmática mujer.

-Vivianne Crowfield… - murmuró para sí misma y el nombre le pareció extraño al oírlo en sus propios labios.

“Parece una mujer triste y gris, yo no soy así, no quiero ser así…”

¿Sería posible? ¿Podía ser cierto que compartiesen la misma esencia? Había visto su retrato y era cierto que bien podría tratarse del suyo propio, pero no se sentía identificada con ella. Había intentado no pensar mucho en todo eso, olvidar al hombre de las enredaderas, seguir con su vida de forma normal… (Bueeeno no, no normal, pero sí lo más normal posible) y no había servido de nada, así que iba a tener que intentar investigar todo lo que pudiese sobre ella y sobre la vida que llevó.

Le daba miedo saber más y le aterraba que lo que pudiera descubrir sobre Vivianne pudiese cambiarla a ella de alguna manera, como si el espíritu de aquella desconocida pudiera apropiarse de su vida, modelarla a su antojo…

Miró el espejo del salón de reojo, la superficie pulida permanecía cubierta por una fina sábana blanca, pero era suficiente para hacerla sentirse un poco más a salvo de momento.
“No voy a dejar que esto me cambie – se dijo firmemente a sí misma -, pase lo que pase, descubra lo que descubra. Soy Emma Crowfield, soy Emma Crowfield…”