miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ahogado en sus lágrimas


No puede mantener la mirada, y lo que callan sus ojos son gritos en el aire para quien se atreva a escucharlos. Se dibujan las palabras como surcos en la arena antes de que la marea vuelva a ocultarlas... Y la bajamar de sonrisa torida y caricia suave le arrebata cada instante preñando su boca de silencios. Tan cerca y tan lejos. Tan claras las distancias que se hacen insalvables y se presentan como pruebas de fuego para un sólo gesto cómplice. Me tiemblan las manos al pensar en ello. Estúpido y débil. Un necio que no vale para más que recorrer el huerto sembrado y la zancada al campo.

Su silencio arde en sus labios y lo sabes. Necesita gritar su dolor al mundo. Perpetuarse, unos segundos en el abrazo, una eternidad en el alma. Dejar que las lágrimas que le infectan la piel, laman sus heridas. Sentirse humana rodeado de aquellos que finjimos serlo.

Me regala una sonrisa y me noquea su gesto. Busco apresurado como joven imberbe en la mirada cómplice, palabras que hagan justicia a su gesto. Pero no las encuentro, no las tengo, y le devuelvo, torpe, envuelto en el necio temblor del labio, la sonrisa que invento compañera.

No se decirte en palabras, quizás pueda construirlo en gestos. Que el dolor no será eterno. Que la esperanza, nació esta noche con tu sonrisa. Que en el camino, creamos una posibilidad. Que de todos los quizás, las dudas y los miedos, hoy nacen como flores, ramos de nuevos días cargados de olores por descubrir. Que hoy, dejó de ser un día más para ganar su nombre en el calendario, porque hoy cuenta, porque su nombre es destino que abraza tus heridas para dejarlas un poco más lejos.

Supongo...

Misterios de mujer a ojos del campo


Decimos saber qué y cómo es una mujer, pero apenas sabemos más allá de la pregunta. Los hombres creen conocer e  ignoran más allá de lo que sus manos abarcan. Su forma y su tacto.
La sonrisa se pierde en los límites que encierra la boca sin imaginar todo lo que esconde. Inexplorada como el campo, se suponen sus confines, pero no se abarcan.
Repleta de lugares extraños por los que pasamos a diario y jamás reparamos. La mujer es más que arar, más allá del surco en el camino, o la fruta que cae.
Nace de la paciencia, crece en el trabajo, de la mañana a la noche. Semilla que requiere siembra alimento y paciencia...

Supongo...

lunes, 28 de noviembre de 2011

Un triste adiós


Y al encontrarme en esa fría prisión me di cuenta de todo lo que había ocurrido desde que llegamos a este loco y fantástico mundo. Se me hacía tan lejano el día en que nuestros pies pisaron aquella extraña tierra, que parecía que había comenzado a vivir en ese momento. Recordaba a mi abuela y al olor del pan recién hecho; me recordaba tímida y distante con todo el mundo, y no recordaba haber tenido amigos en algún momento. Quizás es por esto que me resultaba tan extraño sentirme unida a mis compañeros de viaje, como si en mi interior tuviese un gran imán que me atrajese hacia ellos, como si nuestra unión ya estuviera predestinada. Lo que no podía entender es como un reino puede llegar a ser tan caótico e injusto; tan triste y cruel. Un país en el que una calle para niños es en realidad el más horrible y oscuro lugar, un lugar donde la gente muere de hambre por las calles. Un país en el que se juzga y tortura injustamente a las personas sin siquiera dejar que se defienda ante un tribunal.. Ya no me parecía un país tan mágico y encantador, cada vez se parecía más a la cruda realidad. Bueno, al menos ahora sé que por muy mágico que pueda ser un lugar, el mal siempre estará allí en alguna parte.
Gracias a mis compañeros pude salir de la prisión, pero de más está decir que ya no miraré aquel castillo ni a las personas que lo gobiernan de la misma forma. Nuestra siguiente y última parada fue en la calle de los niños. Aquella triste despedida me despejó la mente, habíamos pasado demasiado tiempo en aquellas tierras. No me gustan las despedidas, pero aquella en especial fue más que dolorosa. Al ver las caras de los niños me  di cuenta de lo felices que habíamos hecho a todas esas personas, y si por ello tienen que encerrarme y torturarme en una helada prisión, entonces que lo hagan. Pero por ahora debemos continuar con nuestro camino...¡Hay demasiadas personas a las que ayudar!

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Una cuenta pendiente


El manto de la implacable noche ya se había derramado sobre toda la ciudad. Era el momento para los sueños, para las pesadillas, para la venganza.

Un hombre poseedor de títulos puede jugar con la vida de quien le plazca. Una mirada puede convertirse en un delito y el hecho de respirar en una ofensa grave.
Este “dios” tenía algo más que títulos de nobleza, tenía una corona que le había otorgado poder… y ahora una cuenta pendiente que me disponía a saldar.

Había tenido una semana para llorarles, para desaparecer y rogarles que velaran por mí y por un destino incierto que me llevaba de la mano.

No recuerdo cuánto tiempo llevaba parada en aquel lugar, lo suficientemente lejos pero lo bastante cerca como para ver el torreón donde tendría lugar la reunión aquella noche. Ignoraba a qué hora se celebraría tal concilio, pero él estaría allí y posiblemente el resto de su corte de alimañas.

Mi cuerpo empezó a humear y a deshacerse en lenguas de fuego que se me alimentaban a la par que me consumían. Levanté la mano y la mirada, quería verlo. En la distancia, aquella estructura de piedra parecía estar en mis manos, y así era. Desde sus entrañas, la roca empezó a arder como si de una tea hecha de paja se tratase. Las llamas parecían enredaderas violentas y escurridizas que amenazaban con arrancar incluso las estrellas del cielo de haber llegado hasta él.

Y mientras la rabia se apagaba en mis ojos y el fuego se coronaba rey de la torre… dos lágrimas surcaron mis mejillas y algo gritó muy fuerte dentro de mí.

martes, 22 de noviembre de 2011

El flautista de Hamelín

La melodía comenzó a flotar en el aire rompiendo el silencio, deshaciéndolo lentamente, como se desharía un terrón de azúcar en la lengua de un niño, y a ella se le antojó igual de dulce…

Las primeras notas le parecieron extrañas, disonantes, como si sus oídos no estuviesen acostumbrados a ellas; pero por algún motivo la cautivaban, haciendo que quisiese quedarse, oír lo que aquella embrujante sinfonía tenía que decir.

Poco a poco las notas empezaron a juntarse entre sí, a fluir cada vez más y más rápido, como atrapadas en un vórtice que giraba en torno a su creador.

El flautista movía los dedos enérgicamente, saltando y girando, danzando como si no existiera nada más en el mundo. Como si de aquella forma expusiese sus argumentos ante la vida, defendiéndolos tenaz e implacablemente.

Ella estaba atrapada en aquella extraña danza, incapaz de apartar la mirada, hipnotizada por su belleza. Comenzó a bailar al son de él, giró y giró y la risa se escapó de su garganta, sencilla y espontáneamente, como un homenaje a la Libertad.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

No olvides de dónde vienes

Ocurrió justo después de cruzar el puente levadizo del castillo de Ushâr. Ocurrió también al ver la locura de Ethan. Ocurrió al volver a despertarme junto a esa panda de locos brillantes. Ocurrió cuando empecé a desvariar con teorías cuando lo importante era continuar.

Ocurrió varias veces ese mismo día, después de todas estas cosas. Pero la última y más importante me llegó cuando estaba justo delante de la puerta de nuestras habitaciones en El Baile de la Zíngara. Tenía en mis manos una caja que me obsequió el pequeño y galante Kenney, hijo del único juez de Ushâr, que debe ser una especie de superhéroe porque sólo recae sobre él el ejercer la justicia, ¡como si la ley no hubiera otros puntos de vista! ¡viva la justicia de las dictaduras encubiertas!

Me alegro de que sepáis apreciar el buen humor en tan trágica muerte de la libertad. ¡No es broma! Me alegro de que compartáis mi opinión de mantener el buen humor en las situaciones tan catastróficas.

Bueno, que se me sube la tensión y me arrugo el traje, y no queremos que eso pase. ¿No? A lo que iba, el pequeño Kenney me había dicho que la caja que me había entregado era un regalo de los niños de la calle, y después de prometerle que no iba a contarle a nadie su aventurilla prohibida, fui a la posada donde estábamos instalados...quizás demasiado tiempo, pensé sacudiendo la cabeza haciendo que casi se me cayera la chistera. Subí las escaleras dándole vueltas a este último pensamiento, reflexionando si quizás llevábamos demasiado tiempo en este lugar. Llegué a la habitación de Aeryn y me puse en condiciones el pelo antes de golpear en la puerta. Estaba plantado con el regalo enigmático en la mano, pero no golpeé en la puerta todavía. Iba a entrar en la habitación y disfrutar de una estancia agradable con mis socios, quizás mientras sonreíamos y bromeábamos agradecidos con lo que nos habían regalado los niños. ¡Sí, iba a ser divertido, caray!

De pronto, mi puño se paró en seco al escuchar risas al otro lado de la puerta y no se produjo la llamada. Presté atención, sonreí al escuchar que mis compañeros reían en carcajadas mientras se atizaban con algo suave. Probablemente los muy inocentes ruidos eran los mismos que una guerra de almohadas, seguían siendo niños en el fondo. Escuché a Arthur quejarse de la almohada en llamas que seguramente empuñaba Emilie. Disfruté anonimamente de la infancia repentina de mis compañeros, pero algo en mi mente resonó más fuerte que sus risas y mi pícara sonrisa (¡que tan atractivo me hacía!) me abandonó.

Entonces volvió a ocurrir. Otra vez la razón y las preguntas:

"Eddy, ¿qué estas haciendo? ¿Acaso olvidaste las normas?"

Y entonces, lentamente, se me borró la sonrisa. Decidí dejar la caja en el suelo, frente a la puerta. En mi mente resonó mi voz cuando tenía 15 años, cuando intentaba memorizar la lista de lo que sería mi vida a partir de ese momento, mientras moría de hambre por los suburbios de York. Mis pies estaban descalzos y doloridos por los adoquines, mi ropa estaba sucia y mis manos ensangrentadas por la rotura del cristal de una panadería, de donde recuerdo haber sacado algún mendrugo. Esa voz mía, que venía de hace tanto tiempo y de tan lejos, resonó claramente en mis pensamientos a pesar de ser adulto y estar en Metáfora. Aquellas eran las normas de Edward Austen.

"Eddy, recuerda las normas...:
1. No pares de caminar..."

Suspiré y me quedé serio, intentando reconocer mi voz infantil en mis recuerdos. Pegué en la puerta de mis compañeros dejando el regalo de los niños junto a la madera de la entrada. Escuché cómo paraban el juego y alguien se acercaba a abrir la puerta. Antes de que eso ocurriera, me di media vuelta y bajé las escaleras sin esperar a que me recibieran. Unos segundos después, alguien abría la puerta y se preguntaba quién había dejado esa caja solitaria enfrente de la puerta. No paré de caminar, era la primera norma.

"2. No mires atrás, allí solo hay dolor o ataduras"

Escuché a Aeryn de fondo llamarme por el pasillo mientras yo ya iba por las escaleras, probablemente me hubiera visto de reojo irme por el pasillo. Pero no miré atrás, así recordaba la segunda norma.

"3. Nunca eches raíces en algún lugar"

Y entonces, mientras salía de la posada, me di cuenta de que debía dejar Ushâr de una vez. ¿Cuántos días habíamos estado allí hablando con las mismas personas y viendo los mismos lugares? ¿Cuántos días levantando sospechas y siendo reconocibles? ¡Claro que estábamos en otro mundo y aquí no me perseguía Scotland Yard! pero quizás el juego fantástico de Metáfora era mucho más mortal, ya se decía públicamente que en el reino se había torturado a alguien. Debíamos acabar la calle de los niños y salir de allí. Estar en el mismo lugar demasiado tiempo era peligroso, siempre lo fue para mi. Había que dejar Ushâr. No echar raíces, así era la tercera norma.

"4. Estafa a los ricos y dáselo a los que lo necesiten"
Esa nunca la olvidé. Ya fuera en la posada caminé por las calles mientras seguía recordando. La norma me recordó a los niños moribundos de Ushâr. Decidí ir a la calle de los niños, para ver cómo iban las obras y si se iban gestionando tal y como habíamos establecido y ayudado. Después de la estafa en el castillo de Ushâr teníamos más dinero para financiar la calle. Mis pisadas por las calles de la Ushâr nocturna resonaban en el empedrado y sentí nostalgia ¡Después de todo lo que había pasado y no podía echar de menos Londres! El mágico Londres... Aquí ya no había más que estafar. La norma estaba cumplida en Ushâr: estafar inocentemente al reino y dárselo a los niños hambrientos. Ésa fue la cuarta norma, gratamente cumplida, debo decir. ¿No lo piensa así? ¡Claro que sí!

"5. Quédate siempre un tanto por ciento, por las molestias, claro está"
Sonreí mientras aferraba el maletín de mi padre, que tanto dinero guardaba. Pero no tenía mucho más valor que los objetos personales que siempre estuvieron encerrados allí. Me pareció curioso: realmente lo que llevaba en el maletín no tenía ningún valor. ¡No era más que papel y un montón de piezas metálicas! Qué gracioso era ver a una loca mayoría que piensan que lo que llevaba encima tenía valor alguno. Necios, ¡el dinero era la mayor estafa de todos los tiempos jamás inventada! Pero aún así si la mayoría está loca, la locura es normalidad. Necesitaba vivir y por lo tanto, el dinero. Esa es la quinta norma, y está más que cumplida. No nos faltaba de nada, no como cuando malvivíamos en Londres.

"6. Si ayudas a alguien con dinero, cóbrale hasta por respirar"
Ésta norma no era demasiado importante, pero sí me permitió vivir por las calles de York durante mi adolescencia. ¡Pero ojo querido lector! Ésta norma de Edward Austen no es más que para autofinanciarse la subsistencia y nada más. ¡Solo en caso de extrema necesidad! Así es la sexta norma.

"7. Trabaja solo, pero gana aliados y socios"
¡Ésta era una norma que siempre me da jaqueca! ¡¿Quiénes son esa panda de pirados con los que viajo ahora mismo?! Habíamos compartido muchas risas, sobre todo bromas y eso ya era demasiado. Nos encantaba picarnos los unos a los otros, pero lo más gracioso, es que no permitíamos que alguien ajeno se metieran con nosotros. Era como si nadie pudiera comprender nuestro extraño juego o como si quisiéramos decirnos algo entre las bromas y los insultos inofensivos. Ellos fueron mis socios en la estafa de Londres y mis grandes aliados. La séptima norma es así.

Seguí caminando y entré en la calle de los niños. Miré cómo andaban las obras mientras los niños dormían. La calle de los niños ya contaban con puertas y ventanas. Ningún niño se resfriaría los veranos ni moriría congelado en invierno por los helados vientos de la calle. Al menos no por culpa de Edward Austen. Seguí caminando a la par que recordaba, la lista era mucho más larga.

"8. Después de cada estafa, reparte el dinero y separa los caminos. Nunca vuelvas a ver a tus socios y cambia de ciudad."
Aquí es donde se me está yendo la cabeza últimamente ¡Ésta regla era la que más había roto y destrozado el infame Edwar Austen! ¿En qué demonios estaría pensando? En Londres tenía que haber repartido el dinero y haberme ido a Francia y seguir tu ruta establecida por España, Italia, Grecia... ¡En los planes no estaba acabar en un mundo de fantasía! Maldita sea, ¿alguna vez dejaré de improvisar y a ceñirme al plan? ¿Por qué seguía viajando con ellos? ¿Por qué seguían conmigo? Además, si ahora no había ningún timo entre manos...¿de qué éramos socios entonces Aeryn, Emilie y Ethan? ¿Qué se suponía que era todo aquello? ¡Qué cosa tan confusa! Hay que mantener las distancias, así es la octava norma.

"9. Que tu ánimo nunca decaiga. Sé siempre tú y a la misma vez nunca lo seas."
Admito que esta norma también la he roto últimamente. Lo de Luna ha sido un golpe duro y a Ethan se le ha ido la chaveta totalmente. Y yo solo puedo hacer bromas...¡es que no sé hacer otra cosa! Las palabras de ánimo y esperanza no me acompañan, solo la lástima por la vida destrozada de una muchacha inocente. Además...¡se supone que todo esto me importa un bledo! No me pasó a mi, ¿no? Pues entonces así va la novena regla.

"10. Procura no conocerte a ti mismo, es la mejor manera de que no te conozcan."
Estupendo. No voy a pensar demasiado, últimamente solo hago eso. Creo que de momento los tengo a todos más mareados que una perdiz sobre quién soy en realidad. O quizás a nadie le interesa. Espero que a usted sí, querido amigo, pues está leyendo estas palabras y ha soportado tanta palabrería barata de mi persona. Tanto he mareado la perdiz sobre quien soy que ya no lo sé ni yo. Aquí acaba la décima norma.

"11. No te ates a nadie, solo te traerán buenos sentimientos que impedirán continuar tu venganza fría y personal."
¡Ah! La onceava norma me decía que debía andar muy lejos y dejar atrás a mis compañeros, eso es. Nada de volver a ver a Aeryn, Ethan, Emilie, Arthur, Korvash y así seguir mi propósito en la vida, pero...¿por qué no las dos cosas? ¡No! ¿Ves? ¡Ésto te pasa por incumplir todas las normas anteriores! ¡Estás empezando a dudar! ¡No estás cumpliendo bien esta norma! Nadie te va a seguir a una prisión que hay en los cielos. ¡A nadie le interesa! ¡Ni a ti te interesa salvar el mundo ni Metáfora! No eres un héroe ni quieres serlo, amigo. ¡Ah, mi querido lector, la onceava norma es dura! ¿No estáis de acuerdo? Pero, Eddy, recuerda que también fue aquella que de tantas lágrimas te salvó cuando malvivías en Inglaterra. ¿Así es como se lo agradeces?

"12. Nunca preguntes sobre el pasado de los demás, no quieres que pregunten por el tuyo"
Éste punto está roto muy en parte. Aeryn consiguió romper algo de la máscara. Sin embargo, en mi favor, debo decir que yo conseguí ver parte de ella misma. Un trueque de recuerdos y personalidades mientras limpiábamos la calle de los niños, en la que estoy ahora ¡Fue un buen negocio, debo decir! No des si no quieres recibir. Así es la norma número doce.

Ya era de noche. Debía volver a dormir. Me giré para darme la vuelta y volver a la posada. Pero, de repente me acordé de la última norma. ¡Y me atrevería a decir que la más importante!

"13. Nunca...NUNCA, olvides de dónde vienes."

No lo hago...ésta norma nunca la he incumplido ¡Jamás! Iba a salir de la calle de los niños, pero la norma número trece me paralizó. Me di la vuelta y vi la calle oscura, fría y desértica, aunque después de nuestro trabajo ya no apestaba a muerte. Aquello era incluso peor que de donde yo venía. Aquí ni siquiera se sueña con salir de la infancia. Mi frío callejón de los suburbios, que tantas veces me arropó con sus sombras y donde los gatos negros me cantaron nanas maulladas para que me durmiera junto a mi cajita de música. No, hoy recordaría de donde vengo una vez más. Por no acostumbrarme demasiado a lo bueno. Me eché en la calle entre los adoquines y memoricé las normas de nuevo. Morfo se convirtió en una almohada con ojos...bueno, un pequeño capricho no me hará olvidar la pobreza de la que vengo.

Pensé en que debía sacar conclusiones de la vida que llevaba y mis normas. Debía, como se suele decir, consultarlo con la almohada. ¡Aunque mi almohada era Morfo! ¿Debía consultar mis dudas con Morfo, pues? No...él ya estaba en el séptimo sueño y no creo que entendiera demasiado la complicada psicología humana. ¡Seguramente piensa que somos complicados de narices!

Entonces, mientras me acurrucaba en el suelo frío, pensé que debía retomar las normas con las que había sobrevivido tiempo atrás: debía dejar atrás a mis nuevos compañeros. Mañana mismo haría las maletas y seguiría solo mi camino para no olvidar todo lo que había aprendido hasta ahora. Dejaría atrás todo: a la avispada Aeryn y a nuestra complicidad en el escenario de la vida diaria; a la impaciente y olvidadiza Emlie, cuya inocencia no le permite engañar a la gente con nombres falsos; a Ethan, el enfermizo enamorado de una mujer a la que está destinado a no conocer; al avispado Arthur, que se maneja como una culebra por las calles como si fuera su elemento, pero cuya lengua no tiene el veneno de la mentira; al duro y paciente Korvash, de enigmática presencia, su edad anónima y el peculiar brillo de sus ojos cuando ve que le tratamos como un amigo en vez de como un guardaespaldas; A la dulce Luna, pobre...ni siquiera ella pudo decidir cuál iba a ser su fatal destino.


Debía dejarlos atrás y no decir nada. Quitarme sus ataduras y seguir caminando solo. No volvería a recordar a Aeryn y a mi jugando a desenmascararnos mientras limpiábamos la calle de los niños, su manera de maquillarme antes de que yo pudiera salir a escena ni su predisposición a entrar en acción. Tampoco tendría que recordar la extraña danza marcial de Emilie, la lanzadora de espadas, ni la imprudencia me metió de lleno en la casa de la bruja del pantano, pero de la que después recordamos con bromas. Tampoco volvería a recordar a Ethan, cuya boda falsificamos y con el que podía teorizar hasta el fin de los tiempos y con el que podía tratar los pormenores más estúpidos de mis planes.

No, ellos tienen que quedarse atrás, para que yo pueda seguir adelante en mi venganza personal contra el mundo.


Era duro, pero tenía que cumplir las reglas. Después de todo, las normas están para cumplirlas...¿no?
No pares de caminar. No mires atrás. Nunca eches raíces. Estafa a los ricos. Ayuda a los pobres. Vive del cuento. Trabaja solo. Reparte el dinero y separa los caminos. Nunca te desanimes. Sé siempre tú y a la misma vez nunca lo seas. Procura que no te conozcan. No te ates a nadie. Alimenta tus recuerdos. Nunca perdones. Nunca preguntes. NUNCA olvides de dónde vienes.

Estaba decidido.

¿O no?

De repente, en vez de quedarme dormido, me sorprendí sonriendo mientra miraba las estrellas desde la calle de los niños. Una extraña ocurrencia vino a mi.

Es curioso. Ellos tres, Emilie, Aeryn y Ethan, no eran más que tres estafas cuando les conocí. Tres estafas fallidas, debo decir. Para Emilie era el supervisor de confiterías James Looper, a Aeryn me presenté como el manager de actores Mark Anderson y para Ethan primeramente fui James Doyle, tío de su prometida.

Normalmente mis planes no salen mal. Pero curiosamente esas tres estafas fueron un fracaso. No gané su dinero, pero sí que me llevé algo de valor de ellos... su presencia y quizás, solo quizás...algo de amistad

Supongo que los planes no salen como uno espera. ¿Por qué éste sí? Por muchas reglas y normas que tuviera...todo iba a salir improvisado. Como todas mis actuaciones. Como toda mi vida.

Sonreí y miré las estrellas. Le hice un guiño a las constelaciones del cielo nocturno, que ahora sabía que eran los dioses a los que se les podía pedir deseos. Hice una promesa silenciosa.

Solté una carcajada en la soledad de la calle.

Definitivamente, era un buen momento para empezar a romper las normas.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Apariencias


La noche se había destilado entre sábanas escurridizas y largos suspiros. Las palabras habían dado paso a las miradas, a los besos y a todo tipo de galanteos que con el transcurrir de los minutos se tornaron más y más íntimos.
La habitación se encontraba sumida en el más profundo silencio, quebrado únicamente por la respiración de ambos. Ella estaba recostada sobre el pecho de su compañero jugueteando con un mechón de su cabello y preguntándose cómo arrebatar de los labios de él los secretos que había venido a buscar.

- Estáis muy callado, señor – susurró
- Supongo que os complacería más si hablase – era precisamente el momento que había esperado – Aunque me pregunto qué deseáis escuchar… - respondió en el mismo tono de voz

Había pasado horas besándola, enterrado entre sus piernas, poseyéndola. Pero sería un completo error pensar que había amor escondido en sus caricias o promesas en sus silencios. Sabía muy bien lo que ella buscaba en su lecho, lo que pretendía al entregarse de semejante forma. Había tenido a bien informarse sobre la serpiente con la que iba a empezar la partida. Persuasiva y manipuladora, dama de varios rostros, asesina, orgullosa y ególatra… y dónde muchos habrían encontrado el peligro en varias de esas virtudes, él encontró una fisura, un punto débil.

Se había dejado embaucar y seducir como lo haría el más inocente e impetuoso de los galanes. Le gustaba tener el control, sentirse poderosa y deseada, y él había accedido de la forma más creíble posible a sus apetencias.

- Bueno, estoy segura de que tenéis tras de vos un trabajo abrumador… - soltó su mechón de cabello y se incorporó ligeramente sobre él, dejando entrever su desnudez
- ¿Qué os invita a pensar eso, señora? – le respondió mientras paseaba descuidadamente sus dedos por la espalda de la mujer
- Vuestra fogosidad me revela vuestro exceso de trabajo – se dejó caer sobre él y le besó, luego se separó despacio de sus labios – Quizá pueda ayudaros – no podía negar que le estaba costando hacerle hablar, pero tal cosa le suponía un reto aun mayor que a los que estaba acostumbrada y eso la excitaba
- Y para eso tendría que poneros al día sobre mis asuntos – volvió a besarla, mordiéndole el labio inferior con suavidad y pronunció una sonrisa - ¿No?
- Sois bueno – suspiró ella tras una leve pausa
- Es mi trabajo – la sonrisa desapareció y se incorporó para levantarse de la cama y comenzar a vestirse
- ¿Os retiráis? – la mujer se deslizó hasta el borde del lecho, quedándose tumbada bocarriba y dejando que la cabeza y la melena castaña colgaran levemente
- Eso me temo

Apenas pasaron unos minutos hasta que terminó de arreglarse, mientras ella le observaba. Se ajustó la chaqueta con un leve tirón del cuello y se acercó de nuevo a sus labios, inclinándose.

- Ha sido una noche encantadora, Evelyn – cogió una de las manos de la dama y la cerró en torno a un pequeño objeto
- ¿Qué es? – sonrió
- El pago por vuestros servicios – a pesar de devolverle la sonrisa, su mirada se había vuelto fría y el tono de su voz serio. Se giró y con paso firme abandonó la habitación

Ella suspiró y abrió la mano, encontrándose una moneda. Durante un momento la rabia se dibujó en su rostro al encontrarse con semejante insulto. Pero era persistente, y confiaba en la posibilidad de otro asalto.

- Buena jugada, Céfiro

domingo, 6 de noviembre de 2011

Entre espejos

Caminó despacio por entre cientos de reflejos de sí misma, demasiado consciente de su semi-desnudez, de sus pies descalzos, de su cabellos sueltos. Hubiera deseado ser lo suficientemente lista como para haberse vestido debidamente antes de tomar la decisión, pero era muy tarde, demasiado tarde... Vislumbró por el rabillo del ojo una oscura mancha a su lado, moviéndose entre los espejos con tanta naturalidad como quien pasea por el parque. El miedo la paralizó durante un momento al ver la negra silueta salir del espejo ante ella. Una larga enredadera se acercó muy lentamente, sin llegar a tocarla, como si pidiera su mano...

Olvidó el camisón, olvidó donde se encontraba, se olvidó casi de quién era ella y qué hacía allí; pero tragó saliva, levantó la temblorosa mano y la posó sobre la planta, rozándola apenas. La enredadera la guió suavemente hasta él, que la esperó sin moverse hasta que estuvo muy cerca. Avanzó con la respiración entrecortada, sintiendo a cada paso que el corazón iba a salírsele del pecho. Si sonreía o no, no podía saberlo, todo él era oscuro, como si estuviese completamente envuelto en sombras. Emma se soltó para tomar la mano que él le ofrecía... Nadie hubiera dicho por sus impecables modales que había estado apunto de matar a un hombre hacía sólo un momento.

La silueta se movió hacia atrás en ese momento, entrando lentamente en el espejo del que había salido, y tirando de ella suavemente. Todos los sentidos de la joven se pusieron alerta. "Emma Crowfield ¿¿¿Estás loca??? ¡No puedes ir con él!" (le dijo una vocecilla en su cabeza). Se detuvo dudosa frente a la lisa superficie, y cientos de reflejos de sí misma dudaron con ella al mismo tiempo. Pero se obligó a recordar por qué estaba allí, necesitaba negociar con él... Aspirando profundamente movió los pies, y se adentró en lo desconocido. Unos ojos grises la recibieron al otro lado.