lunes, 19 de septiembre de 2011

La Sirena Varada

La puerta de La Sirena Varada no hacía más que abrirse aquella noche. Los hombres de mar y otros viajeros se agolpaban en las mesas y en la barra de madera del fondo. El suelo estaba manchado de vino, cerveza, e incluso algo de pollo que hacía un par de horas se le había caído a un marinero ebrio.
Era consciente de que no se trataba de un buen lugar para encontrarse con alguien, pero con el aspecto de truhán que tenía esa noche estaba convencido de no llamar la atención.
Si todo iba bien se llevaría de aquella posada de mala reputación aquello que había ido a buscar y tanto el paseo como el disfraz no habrían sido en vano.
Tomó aire y dejó su educación en la puerta antes de abrirla (esperando por supuesto recogerla a la vuelta). Dentro le aguardaba todo un espectáculo. Lo primero con lo que se tropezó fue con un hombre corpulento tirado bocabajo en el suelo. A pesar de que su intención era pasar ignorándolo allí tenía que hacer alarde de lo malos que podían ser sus modales, de modo que cruzó, literalmente, por encima de la espalda de aquel tipo. Otros dos parecían haber iniciado una pequeña reyerta al fondo, de esas que se solucionan vertiginosamente con un buen vaso de vino. A su derecha, un muchacho sentado en un banquillo de madera apretaba con fuerza el trasero de una mujer, que subía y bajaba rítmicamente dejando entrever única y casi pudorosamente unas piernas morenas.
Los clientes reían y vociferaban. Con todo ese jaleo sería muy improbable que alguien escuchase la conversación que pretendía mantener.
Recorrió con la mirada la barra del fondo y vio a su objetivo, el cual no parecía haber reparado en él, posiblemente porque no sabía lo que le esperaba en breve. Se esmeró por mezclarse entre la gente mientras avanzaba hacia el marinero, pero un grito entre tantos le hizo girarse.
Varios hombres mal encarados y peor vestidos parecían divertirse de una forma un tanto peculiar. Cambiando su rumbo se acercó a la mesa sobre la que tenían tumbada a una muchacha. Uno de ellos la sujetaba de las muñecas mientras otro se afanaba en separarle las piernas para meterse entre ellas. La chica se revolvía, pero los dedos de aquel hombre se le clavaban en los muslos frustrando su intento de liberarse. Una maraña de pelo largo y castaño le cubría el rostro hasta que en una de las sacudidas él pudo ver, mientras se acercaba, quién era la dama… e incrementó el paso.
En el corto camino que los separaba cogió uno de los banquillos y al llegar a la espalda del “galán” se lo estampó con todas sus fuerzas en la cabeza. El hombre se giró y durante un momento el golpe pareció no haber surtido ningún tipo de efecto, hasta que sus ojos se cruzaron en un solo punto y cayó al suelo.
Por un instante la posada enmudeció, hasta que las risas de un joven que señalaba a la escena rompieron el silencio, devolviendo al establecimiento su habitual ajetreo poco a poco.
El muchacho que la agarraba de las muñecas decidió que había una chica más encantadora a su derecha y cambió su objetivo rápidamente.
- ¿Arthur…? ¿Qué…? – la muchacha, tirada aun sobre la mesa, parecía haber recibido un par de golpes y no era muy consciente de lo que había pasado
- Shh… ya está, estoy aquí – le acarició la frente y la cogió en brazos para acto seguido abandonar la posada

“Esa conversación puede esperar”.

domingo, 18 de septiembre de 2011

¿Cuentos o...realidad?

"Erase una vez que se era un pequeño y joven protagonista que vivía con su pobre familia a las afueras de..." no.

Arranco el papel hecho una furia. Empiezo a colocar cazos para las goteras de la casita del barrio pobre de Londres. Mi compañera y mi amiga londinense Yvaine Winfry me cobija en su casa entre las nieblas de la metrópolis. Quedaban algo lejos ya los días en Francia, la grande mère patrie. París y su noche bohemia se me había quedado pequeña y agradecía estar lejos, en Londres, en busca de mi inspiración (¿pero dónde diables podía encontrar uno en Londres un fumadero de opio?). Mi editor, al verme salir del país, seguramente pensará que he escapado ante la idea de no poder cumplir el plazo de entrega...

Venga, pienso sacando otro papel en blanco, voy a demostrarle lo equivocado que está.

"Erase una vez una niña que todos los días se acercaba al río para pedir que el puente que le permitía ir a la escuela fuera reconstruido pero un día le pidió un deseo a..." ¡No, no, no!

Llevo mi pluma al tintero y rompo otro papel. Me relajo ante el papel en blanco, esperando a que creara un fantástico mundo de fantasía, fantasmas apenados, inanimados siniestros, princesas de cuentos y héroes de justicia.

Por cierto, mi nombre es Matthieu Terlat, y soy escritor de cuentos infantiles en París.

Avant.

"Erase una vez una anciana muy malvada y muy bruja que lanzó una maldición sobre..." ¡Merde!

¡Mon Dieu!

Inspiración, ¿dónde andas? ¿Qué demonios me pasaba? Mis cuentos gustaban en París porque parecían reales más allá de lo fantástico... la clave de mi éxito modesto era que yo mismo me creía mis propios cuentos y que porque las cosas por muy fantásticas que fueran no dejaban de ser reales. ¿Que por qué me creía mis propios cuentos? Porque en el fondo creo en las criaturas imaginarias. No, nunca vi un hada ni nada de eso...pero sí creo en lo fantástico y en que el ojo no es capaz de verlo todo. Sospecho que hay una inteligencia emocional y fantástica que complementa a la racional, algo que hace al humano realmente humano. Yo creo en mis historias y creo en los cuentos. Creo que todos los cuentos infantiles, Caperucita, Pinocho, Blancanieves...tuvo que tener su parte real, un mensaje entre líneas que nos avisan de que la fantasía o las criaturas sobrenaturales existen.

Sí, me dedico a escribir cuentos para la editorial Calmann-Lévy en París. Antes por amor al arte y al mundo imaginario, y porque intentaba contarle al mundo de forma encubierta todo lo que sé sobre criaturas imaginarias. Ahora sólo escribo para comer.

Y por eso sospecho que he perdido la magia...¿acaso ya no creía en los protagonistas ni en las criaturas que creaba? ¿Es que acaso ya no creía en los cuentos?

Eché la cabeza hacia atrás y miré al techo. Las gotas frías de una nueva gotera me reciben de lleno en la cara.

"L´Angleterre, ce pays de merde" pensé mirando las gotas que me caían en el pelo rubio.

Me aflojé los tirantes y me revolví el cabello espeso, mientras cambiaba mi postura en el escritorio enano de mi amiga Yvaine. El quinqué me miraba expectante con su llama oscilante. El ruido de Yvaine tejiendo e hilando en el sofá me relajaba, sistemático, continuo...como la lluvia, solo que esto te dejaba la muda limpia.

Yvaine, una chica extraña. Blanquita, delgaducha, pelo castaño claro recogido y con una carita graciosa orlada de pequitas que me hacen mucha gracia. Trabajaba para una industria que formaban legiones de féminas para hilar. Y no lo hacía mal... el caso era que no sabía si lo hacía por gusto o porque le salía automáticamente. A lo mejor lo hacía por amor al arte y después acabó esclava de sus gustos para poder comer como yo.

Bueno, ¿cómo acabo de París a vivir con esta chica? Bueno, yo vagabundeaba en busca de inspiración, decidido a ver mundo para encontrar algo fantástico que me devolviera la fe en mis cuentos y cumplir mi plazo de entrega con mi editorial. Y lo encontré. Encontré una pista. Esa pista es Yvaine. Se podría decir que ella tenía...un don. El don de la premonición. Estoy casi seguro que ve el futuro en los hilos que teje. Como cuando vio que un macetero durante una ventisca casi me descalabra. ¿Y qué dijo ella después de que llegara a casa con los restos del macetero sobre mi ropa? Sonrió triunfante y dijo "¡te lo dije!"

A partir de ahora somos amigos y aficionados en lo imaginario. Ella es mi primer contacto con lo paranormal y la verdad es que me da ideas vagas sobre lo que escribir. Y bueno...desde que me encontré con ella me pasó algo extraño. Mientras una noche escribía ( o lo intentaba) un pequeño ser de largas orejas (¿un duende?) pisó mi tintero y empezó a andar por mis papeles. Lo achaqué al opio, pero cuando desperté baboso y encorvado sobre mi escritorio vi que las huellas de los zapatitos de la criatura seguían en el papel. Mi amiga también había visto algo raro. Por alguna extraña razón Yvaine y yo estamos muy sincronizados. Hasta el punto de comunicarnos sin hablar.

El caso es que el vislumbrar un retazo del mundo fantástico hizo que la llamada Sociedad de Cuentacuentos contactara con nosotros y nos dio un simpático ultimatum. U olvidavamos lo que habíamos visto, o intentábamos colaborar con ellos.

Era la oportunidad que esperaba. Por fin había contactado con ese mundo sobre el que tanto he trabajado.

Hoy día para los incrédulos soy un escritor de novelas. Pero para los inocentes, soy un erudito sobre el mundo mágico. Ahora realizo trabajos de documentación del mundo imaginario para la Sociedad de Cuentacuentos, aunque vosotros identificaréis mis trabajos no como recopilación de información, sino como cuentos infantiles.

Matthieu Terlat

martes, 13 de septiembre de 2011

Un cuento improvisado


Había una vez, una buena familia que vivía en el campo. El joven matrimonio tenía un hijo al que amaban muchísimo. El niño era bueno y obediente, siempre ayudaba a sus padres y lo que más le gustaba en el mundo era mirar las estrellas desde su ventana cuando anochecía.

-Mamá, quiero salir a ver las estrellas, no puedo verlas todas desde aquí -le decía siempre a su madre.

-Hijo mío, no puedes salir por la noche, porque te perderás. Y en el campo hay muchos peligros. -contestaba ella, y él obedecía cada noche y se dormía sin rechistar.

Pero un día, después de haberse acostado ya sus padres, se levantó y salió en silencio de casa. "Sólo saldré un momento para ver las estrellas y luego volveré, no me pasará nada" -se dijo.

Salió a fuera y miró al cielo, pero los árboles de las cercanías le tapaban parte de la visión, así que se alejó un poco buscando un claro en el bosque. Anduvo un rato, siempre mirando a las estrellas. Tan contento estaba al ver cumplido su sueño, que perdió la noción del tiempo y cuado se quiso dar cuenta, se hallaba en mitad del campo y no recordaba el camino de vuelta a su casa.

Sintiéndose asustado y triste, se sentó en una roca a llorar, lamentándose por haber desobedecido a su madre. De repente escuchó un ruido tras él, y al volverse vió un cuervo que acababa de posarse a unos pocos metros de él.

-¿Por qué lloras niño? - Le preguntó el cuervo.

-Porque me he perdido y no sé volver a mi casa - contestó el niño, aún con lágrimas en los ojos.

-Tal vez mis hermanos y yo podamos ayudarte a encontrar el camino - le dijo el cuervo, apiadándose de él.

-¿De verdad? ¿Me ayudareis? - preguntó esperanzado.

-Te ayudaremos - prometió el cuervo - pero tendrás que hacer algo por nosotros, pues los humanos han puesto en los campos unas extrañas figuras que nos dan mucho miedo y no podemos acercarnos.

Así pues, el niño accedió y fue andando por los campos, quitando a su paso todos los espantapájaros que veía. Al primer cuervo se le fueron uniendo poco a poco muchos más, tantos que al final formaron casi un ejército que los seguía como una enorme nube negra.

-¡Viva el niño humano! - coreaban los cuervos a su héroe. Cuando no quedó en pie ningún espantapájaros, los cuervos se dispersaron formando una larga estela que guió al niño sano y salvo hasta su casa.


-Y ésta, querido sobrino - dijo tocando con el índice la naricilla de su único oyente, gesto que provocó una aguda risita - es la que pudo haber sido la historia de nuestro primer antepasado Crowfield.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Enredaderas

Ceo le esperaba en la entrada como si fuera un guardián o una gárgola silenciosa con forma felina. Cuando subió el par de escalones y abrió la puerta, él entró delante del joven, que cerró tras de sí.
Por suerte, la oscuridad de Londres era mucho más inquietante que la de su hogar y sus ojos no tardaron en acostumbrarse a ella. Avanzó por el pasillo hasta las escaleras y las subió despacio, haciendo crujir levemente los peldaños. Luego, entró en su habitación, dejó el sombrero de copa sobre el escritorio de madera y encendió una pequeña vela que arrojó algo de luz sobre la cama.

- Es curiosa, ¿no te parece? En todos los sentidos. Algo me dice que no es una dama común. Cualquier persona no hubiera sido capaz de vislumbrar sirenas con tanta claridad, ni se hubiera percatado de los sueños en la niebla. Ha de tener una inocencia desbordante… y eso puede ser excepcional, o terrible
- Miau… - Ceo parecía tener algo que decir
- Lástima no poder entenderte amigo mío – sonrió Athan colocando el gabán sobre el respaldo de la silla e hizo una pausa - ¿Recuerdas el sueño del que te hablé? Aquel que no hacía más que asaltarme cada noche… También había enredaderas, estaban sobre el marco de la puerta, y se retorcían en torno a…

sábado, 3 de septiembre de 2011

Dibujo de Juanma


Otro para la sartén!^^

Dibujo de Elena


Oooootro dibu, marchando. Esta vez de Beelzenef

Dibujos de Estefanía

















Me pareció buena idea (alentada por una jugadora) subir los dibujos que se han ido haciendo de partida en este tiempo ^^

Divagando a la luz del fuego


Bordaba tranquilamente, con el bastidor asido un poco por encima de su regazo. Su cabeza vagaba, como era habitual en ella, por recovecos escondidos en algún lugar entre sus recuerdos y su imaginación, y la cambiante luz del fuego de la chimenea dibujaba sombras danzantes a su espalda.

La aguja aparecía y desaparecía rítmicamente entre la tela tensa del pañuelo. Por una vez había iniciado aquella labor por propia voluntad y no como un "auto-castigo" por el que debía pasar para contentar a la señora Crowfield. "Vaya idea Emma... -se reprochó a sí misma, cambiando de repente el rumbo de sus pensamientos- tu prometido decora su casa a tu gusto y a tí sólo se te ocurre regalarle un pañuelo... ¿No había nada menos impersonal?"

Como si su misma mano se hubiera revelado en ese momento contra ella, calculó mal la distancia de la aguja y se pinchó el dedo índice con el que sujetaba el bastidor. Un par de diminutas gotas oscuras salpicaron el limpio suelo antes de que ella tuviera tiempo de llevarse el dedo magullado a la boca. El sabor a hierro le provocó una leve mueca de desagrado.

Observó las dos rojizas manchas en el suelo y reprimió una risita. "Las gemelas" -pensó refiriéndose a las dos estrellas gemelas de la nebulosa de Orión. Luego se fijó de nuevo en el bordado que estaba aún a medio terminar. Sin saber muy bien por qué se sacó el dedo de la boca y manchó levemente el hilo rojo con el que estaba bordando la "K".

Contempló de nuevo su obra, y le pareció que al menos ahora sí tenía un toque más personal.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Sueños de niño 1

- Allen, ¿qué le ha pasado al “maestro”? – su madre coge el pequeño muñeco de trapo con cuidado, acariciando con la punta del índice el par de hebras de lana que el niño había colocado a modo de cabello sobre su cabeza
- Es que… he pensado que no va a ser maestro, sino maestra, y se llama Aeryn, Sir Aeryn
- Aeryn eh – ella le sonríe y vuelve a colocarlo en la repisa – Es hora de ir a dormir – su tono de voz es determinante pero igualmente dulce. Coge a Allen en brazos y lo lleva hasta un lecho algo más que modesto.
Él repta por la cama como si fuera algún tipo de gusano extraño y enorme y se cuela debajo de una sábana plagada de agujeros. El niño saca la cabeza fuera y coge el pliegue con las manitas, luego hace asomar el dedo pulgar del pie a través de uno de los boquetes. Ella lo mira y sonríe.
- Buenas noches – le da un beso en la frente y avanza hasta la puerta del austero dormitorio
- Mamá – ella se gira y lo encuentra incorporado, mirando a ninguna parte y rizando un mechón de cabello - ¿Tú crees que se quedarán?
- ¿Quiénes, cariño? – Anya se sienta en la cama, a su lado
- Aeryn... y sus amigos – musita en voz muy baja
- ¿Tú quieres que se queden?
- ¡Por favor, por favor, por favor! – Allen la mira fijamente, como si la mujer le hubiera hecho esa pregunta porque pudiera concederle un deseo
- ¿Por qué no pruebas a pedírselo a Criphon?
- ¿Ahora? ¿No estará dormido? – él la mira, extrañado
- Las estrellas no duermen, mi amor – Anya le retira un par de mechones de cabello – Solo juegan al escondite de vez en cuando, pero siempre escuchan, y observan
- Seguro que Criphon tiene muchos deseos que cumplir…
- Entonces corre, ¡pon el tuyo en la lista de sueños pendientes!

El niño salta de la cama y sale corriendo a descorrer una de las cortinas. Apoya los labios sobre los puños cerrados, como si estuviera gritando un secreto silencioso, y permanece allí hasta que queda dormido.
- Ojalá él te escuche, ojalá, mi niño…