miércoles, 25 de mayo de 2011

Confesiones

Estaba realmente molesta con la intención esquiva que claramente Phoenix había dado a entender. Ya hacía un tiempo de aquella noche en la cual compartimos algunas preguntas y respuestas y que finalmente concluyó con un beso. Parecía no querer tratar el tema, como un niño pequeño que se escabulle cuando ha hecho algo que cree quizá que ha estado mal. Al menos eso es lo que parecía. Guardé el pétalo en cuestión y practiqué mi capacidad de tratar con el viento con las ramas de un árbol. Para evadirme de todo, supongo. Alguien se acercó por detrás con suavidad, podría decir que sentí el aroma de Phoenix, siempre me agradaba.

-¿No estabas dormido?- Le pregunté.

-Bueno… ¿Estás practicando?

-Sí, mira.-Hice un gesto más fuerte con las manos para que las ramas se movieran con más énfasis. Pero apenas se inmutaron.

-Oh sí, con esa fuerza poco podrás hacer.-Rió.

-¿Ah sí?- Me había picado, estaba segura de que podría hacer más cosas. Me quité uno de mis brazaletes y con esa mano hice un gesto grave. El árbol cedió al lado contrario con una gran fuerza.

-Sí, se nota lo bien que controlas tu poder.

-Lo he hecho a propósito.-“Pobre árbol” pensé.

-Entonces… ¿no hace una noche preciosa?-Me preguntó cambiando de tema.

-Phoenix, ¿vas a hablarme de lo bonito que es el tiempo? De eso se habla cuando no hay nada que decir.

-No, yo solo… Chrystalle… ¿qué querías decirme?- “Ah, pues ahora no te lo digo.”

-Ya he dicho lo que tenía que decir.

-Pero…- Me dio la vuelta para acabar frente a él, muy cerca. Le agarré con suavidad de la cintura.- Creo que no habías terminado.

-Sí, he terminado.

Se hizo un silencio largo.

-Y bueno, ¿cómo era la ninfa?

-Pues… no me la esperaba así, ha resultado ser una ancianita bastante amable que no sabía si quiera que era una ninfa. He tenido que hacer que recupere algo de inocencia para conseguir su sangre.

-¿No sabía que era una ninfa? Qué curioso.

-No, pensé que había subido para nada, y eso que casi muero.

-¿Cómo que casi mueres?- Bueno, supongo que desde fuera no se veía lo mal que lo estaba pasando. En fin, también quería parecer algo dramática.- Deberías dejar de arriesgar así tu vida.

-Tenía que hacerlo, podrían hacerte daño.

-¡Pero si no me ven! Además… ¿por qué te importa tanto?- Había visto a dónde se acercaba esa pregunta y con una sonrisa le conteste.

-Porque me importas.

-… ¡Ah! ¿Es qué no voy a poder sacártelo?- Parecía bastante nervioso, y yo también lo estaba.

-¿Qué quieres que te diga? ¿Tengo que dar yo todos los pasos?- Lancé una mirada pícara, hasta entonces a pesar de todo siempre había sido yo la que le mandaba las señales (y una de la más clara fue el beso, más claro agua).

-Diablos Chrystalle… te quiero.

Me quedé sin aliento. Había dicho esas dos palabras que llevaba tiempo queriendo escuchar o mencionar de mí misma y que no tuve el valor. Ahora debía contestarle, ¿no?

-Yotambiéntequiero.- Ya lo había dicho, ¡y que no me pidiera que lo repitiera!

-¿Qué has dicho?- Lo sabía.

-No voy a repetírtelo.

-Pero espera… ¿en qué sentido me quieres? ¡No debemos dar lugar a malentendidos!

-¡Ah! Sabes a qué me refiero. ¿Y tú a mí?

-Pues… siempre has sido mi niña, pero ahora… es diferente.- Concluyó.

Nos quedamos mirándonos sin saber qué hacer, incluso me lo preguntó: “¿Y ahora qué?”. No podía soportar más tiempo, teníamos que sellar esas palabras con algo, no podía volver a quedarse todo colgando sin respuestas claras. Sin pensarlo, de nuevo emití la vergüenza y besé sus labios. Fugaz y suave, ambos con los nervios a flor de labio, y nunca mejor dicho. Un calor inundó mi pecho, como aquel que sentía cada vez que la flor indicaba un “te quiero”.

viernes, 20 de mayo de 2011

Latiendo



Palpita, como las estrellas.
Lágrimas en mi rostro, sangre en mis manos.
Duele arrancarse el corazón del pecho cuando sigue latiendo al compás de tu sonrisa.

jueves, 19 de mayo de 2011

Efímero

Que efímera es la felicidad, cuán corto es el camino que conduce de la libertad a la cautividad. Confiaba en que solo serían unas preguntas, quizá algún que otro proceso mágico. Aquí nunca se sabe. Bryan y Phoenix permanecían callados, al igual que yo. Mi acompañante susurró algo al oído de McCleod y tras ello dio paso a Phoenix para adentrarse en la prisión.

Su mirada era apagada. Supuse que las cosas no iban tan bien como pensaba que irían. Percibí el matiz claro de que intentaba hacer que me relajara con esa mirada. Pero fue más la angustia que me entró. Un leve roce en el mentón con su mano para despedirse. Como me hubiera gustado lanzarme a sus brazos y llorar, llorar como nunca antes se había escrito en la historia que describe la vida. Por desgracia, mis manos, mis brazos, mis lágrimas… todo mi cuerpo había hecho un pacto para quedarse neutro y paralizado. Y tras ese gesto, se adentró en lo oscuro de aquel infierno. “¡No te vayas! ¿Qué voy a hacer si no vuelves?” Quise gritarte. Como me hubiera gustado no venir, o irme a tiempo. Este lugar no ha traído más que problemas.

-Deberíamos irnos.-Escuché la lejana voz de Bryan.

-Yo me quedo.-Redundé.

Elisabeth entró en la estancia con un hombre algo…magullado. Ya sabía yo que aquí la justicia se la tomaba cada uno por su mano. Cada vez era más angustiante, no quería pensar que ahí dentro iban a hacer daño a Phoenix, pero viendo ese panorama era lo que parecía.

-Os habéis cebado.-Dije a Elisabeth de modo irónico y con desdén.

Explicó algo que la verdad, ignoré. No me apetecía escuchar más idioteces.

-Chrystalle, deberías irte.-Añadió Elisabeth. Estoy cansada de que la gente me diga lo que cree que debería hacer.

-Ya he dicho que me quedo aquí.

-No os lo recomiendo.-Empezó a hablar McCleod.-Aquí tan solo escucharéis gritos y creedme, no os resultará agradable.

-Podría afectarte.-Concluyó Elisabeth con ese tono maternal que realmente me desquiciaba.

-No me voy a mover de aquí, no molesto, ¿no? Y no voy a hacer nada raro, tan solo quiero quedarme.

-No va a salir de ahí de un momento a otro.-Añadió Bryan, lo que me hizo pensar aún peor de todo ello. Me parecía todo una máscara piadosa.

Para fortalecer mi argumento anterior, decidí caminar hacia una de las paredes y me dejé caer en el suelo sentada, con las rodillas flexionadas haciendo un hueco entre mis piernas. Metí la cabeza entre ellas y sin darme cuenta rodeé la misma con mis manos, agarrando con fuerza mi cabello. ¿Qué iba a hacer entonces? Esperar, solo esperar a que saliera. ¿A dónde iría sin él? ¿Cómo podría descansar por las noches si no me abraza? No quiero más pesadillas, y sé que volverán, ¡oh! Sí que lo harán. No puedo, no quiero… aquí me quedo.

Yo también te quiero, Phoenix. Lágrimas amargas se deslizaron veloces por mis mejillas.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Y ahora dime.

¿Qué es aquello que se esconde
tras el brillo de tus ojos?
Labios, sabor a dulce miel.
Cual murmullo el sonido
de tu voz acaricia suave mi piel.

¿Cómo puedo describirte
la locura del corazón?
Que cada vez que siente
tu cercana presencia son
sus latidos quienes dicen
a voces lo que mis labios no.

Y ahora dime como explicar
un sentimiento tan vívido.
Y ahora dime como mirar
que te acercas, sin destino
al camino de mis labios.
Y ahora dime como escuchar
tu voz sin exhalar un suspiro.

Y ahora dime...
Porque si me dices, no solo
escucharé el eco de tu silencio
cuando cese tu vocablo.

martes, 17 de mayo de 2011

Pétalos de flor

“Tranquila, es solo una margarita.” Parecía algo absurdo, y aunque mis propósitos no eran saber la respuesta de aquello estaba, sin duda, bastante nerviosa.
Solo escuchaba mi voz, lejana, mientras el latido de mi corazón cambiaba rítmicamente dependiendo de lo que pronunciaban mis propios labios.

-Me quiere…-El corazón se aceleraba en una sensación agradable, el vientre se llenó de un alarmante cosquilleo que no dejaba de ser ensoñador.

-No me quiere…-Se aceleraron los latidos, la sensación en esa ocasión era desagradable y me producía algún que otro sofoco. Y de mi estómago un nudo ahogante nació.

-Me quiere…

-No me quiere…

Un último pétalo quedaba, aunque desde el anterior ya sabía la respuesta que me daría.

-Me quiere.

Con suavidad desprendí de la flor aquel pétalo esperanzador. Este se solidificó y manteniendo su forma, se volvió de un material cristalizado, aunque espero que resistente. De mi rostro no hubo escapada sonrisa alguna, intenté mantenerme serena.

¿En mi interior? Alegría, emoción, nervios e incertidumbre. Una mezcla de sentimientos.

Tenía que hablar con él.

En el mundo real ajeno a todo aquello que se me cruzaba por la mente, creo que nunca se hubiera notado todo lo que en mi interior se debatía.

lunes, 16 de mayo de 2011

Despierta, inocencia

-Tú ahí no entras.- Dijo Phoenix tras explicarle el por qué tenía que hacer todo aquello. “¿Es qué no lo comprende? Tengo que hacerlo.” Pensé.

-Oh, sí que voy a hacerlo.- Mi voz sonó con un toque de retintín, aunque yo no quería que así fuera.

-No, no vas a entrar.

-Sí.- Y tras aquella palabra corrí hacia el tornado. Pude ver en un momento que intentó seguirme para detenerme, pero fui más rápida que él.

Y empecé a subir.

Fue como si algo te estuviera arrancando la piel a tiras, como si la carne que compone mi cuerpo quisiera estallar y librarse de mis músculos, dejando volar el alma. Pero aún así pude resistirlo, y me pareció extraño ver que, cuando llegué, no tenía ningún rasguño. Algo me decía que podría haberlo perdido todo, pero tenía que arriesgarme, por Phoenix.

Al llegar vi una pequeña casita, bastante bonita y acogedora, he de añadir. En algo que parecía ser un pequeño huerto, había una mujer mayor, de baja estatura (y eso que yo no debería hablar de tamaño) que recogía zanahorias. Supuse que sería la sirvienta o ayudante de la ninfa del aire, pero quise asegurarme.

-Buenas tardes.-Intenté poner la voz más amable que pude.

-Oh, hola.-Respondió con una voz bastante dulce.

-¿Por casualidad… sois la ninfa del aire?

-Sí, lo soy.-Dijo mientras seguía recogiendo zanahorias. Eso fue un shock bastante fuerte. Nunca hubiera imaginado que la ninfa del aire, fuese… bueno, no quiero ser irrespetuosa, pero me la imaginaba más joven.

Después de algún que otro té y escuchar explicaciones de retratos que posee en su casa, intenté explicarle lo que pasó. Cuál fue mi sorpresa cuando al pedirle que me dé un poco de su sangre ya que ella era la ninfa del aire, me confiesa que no es tal cosa. “Que no cunda el pánico, ¡que no lo haga!”.

Elisabeth y Athor me ayudaron, aunque estaba un poco histérica pude explicarles lo que pasaba a través del cristal que Phoenix me dio. La respuesta está en… ¿las galletas? Me fue muy útil.

-Bueno… Margarita, ¿no?- Athor me dio el nombre de la ninfa, y quería convencerla de que la magia si existe, ya que un día perdió su inocencia y… no, la sangre no tendría el efecto esperado sin ella.

-Sí.- Me miró curiosa. Volvió de nuevo su mirada hacia uno de los retratos.- Ay… Mi querida Sarabi. Ella me contaba muchos cuentos.

-Ajá.- La verdad es que no la escuchaba del todo, estaba intentando planear el cómo podría convencerla de que ella era una ninfa. Pensé en contarle algún cuento yo también.- ¿Y qué tipo de cuentos?

-Pues… me contaba uno que trataba sobre un niño que tenía un amigo imaginario.- Mojó una zanahoria en su té. Prefiero no comentar ese hecho.

-Los amigos imaginarios existen.-Le comenté.

-Oh… no existen querida. Si existieran ese niño no habría muerto.- Iba a seguir convenciéndola hasta que poco a poco las piezas comenzaron a encajar. Ella me estaba hablando de Phoenix, y del niño que se murió. No sé exactamente qué cara puse, pero le pedí que me contara con detalle.

[…]

No sabía del todo si se refería a Phoenix o no, pero parecía encajar. Aún así continué con lo mío y me dirigí al cajón que Athor me dijo, dónde estarían las galletas. Y ahí estaban.

-¿Queréis galletas?

-¿Cómo sabías…?- Dijo mientras me cogió el tarro y empezaba a comer galletas.

-Oh, me lo ha contado mi amigo imaginario.-Le sonreí.

-¿Ah, sí? No te creo. Si quieres convencerme tienes que decirme al menos cinco secretos de esta casa.

-Lo haré con mucho gusto… voy a preguntarle, en seguida vengo.-Salí de la casa y controlando mi histeria (no me lo creo ni yo) volví a contactar con Athor.

Él me contó otros tres más, y me prometió buscar más en un diario. A saber por qué lo tiene, pero no nos desencaminemos. Volví y le mostré la carta de su marido que estaba detrás del cuadro, la margarita que estaba al fondo del vaso y que te decía si esa persona que quieres, te corresponde o no… eh…

También la fregona que camina sola y me faltaba uno. De nuevo Athor me contó un par de ellos, pero el más curioso era el último. Poseía un frasquito en su mesita de la habitación cuyo contenido era su sangre. Al parecer lo utilizaba como perfume y ni siquiera sabía que se trata de ello. Podría habérmelo ahorrado, la verdad, pero ya quería demostrarle que todo lo que en sus cuentos decía, era real (como que vengo de Üshar, por ejemplo).

Al volver la encontré comiendo lechuga. “Esta mujer no se cansa”.

-Margarita… tenéis unas zapatillas muy curiosas.

-¿Te gustan?-Preguntó sonriendo.

-Oh, claro que sí. Las cosquillas son muy agradables, y con esas zapatillas las tendréis en todo momento.

-Eres lista, niña.-Me fulminó con una mirada, la mirada que estaba esperando. Sus ojos se volvieron transparentes, al igual que como se me ponen a mí. Era una ninfa, de eso no había duda.

-Ah, y además es muy curioso ese frasquito que utilizáis como perfume. Sí, ese que está sobre vuestra mesita.

-De acuerdo. ¿Qué quieres?- Volvió a preguntarme.

-Tan solo quiero un poco de vuestra sangre.

-¿Mi sangre?

-Sí, me es suficiente con el tarrito de perfume que tenéis… ¿desde cuándo lo tenéis?

-Oh… era de mis tiempos de juventud. Puedes llevártelo, no lo uso nunca, todo tuyo.

Me faltó saltar de alegría y gritar. Ahora no recuerdo si la abracé o no, pero en el caso de que no fuera así, debí hacerlo. Creo que ella aún desconoce lo mucho que ha hecho por mí, pero por fin lo he conseguido. Ya falta poco para quitarme este peso de encima. Construiremos la casita que me prometiste, ¿no Phoenix?

domingo, 15 de mayo de 2011

Diario (IV)

Comienzo a recordar, otra vez. El trabajo en el muelle se acabó por hoy, y mirando al horizonte infinito que es el mar, los pensamientos fluyen con increíble facilidad. Cierro los ojos y me dedico a escuchar, casi puedo oír lo que una vez me deleité en escuchar.
La sonrisa casi surge sola cuando los recuerdos se concentran en un solo

El primer amor

Sus manos no sabían del tacto rudo, solo eran capaces de regalar caricias que llegaban al alma. Era mi maestra en lo que se refería a la educación en el hogar: maestra de canto. Acompañaba el canto mientras tocaba el piano, y aquellas notas lograban desconcertarme de tal manera, que casi olvidaba que se me ponía a prueba

En ocasiones, incluso fallaba adrede para alargas las clases. Jamás pude confesarle aquel afecto que le profesaba, tan profundo y tan difícil de explicar ¡Yo ni siquiera podía saber lo que era o significaba! Pero tuve a bien el guardar todo aquello

Sus manos, y su sonrisa amable que con tanta facilidad regalaba, queda siempre enmarcada en mi recuerdo. Los ojos se cierran poco a poco cuando la noche avanza, extrañando algunas cosas de lo que dejé atrás. En cualquier caso, el camino sigue

El pago



Tras intercambiar una mirada, uno de los soldados que montaban guardia en la pequeña puerta de hierro de la prisión, volvió a pegar la lanza a su cuerpo y dio un leve empujón a la portezuela.
El hombre que cruzó el umbral para entrar tenía un aspecto un tanto inquietante. Sus ojos dorados jugaban a esconderse bajo una capucha que le cubría casi por completo el rostro y no se esforzaba en ocultar una leve pero marcada sonrisa.
No se detuvo a pesar de escudriñar con la mirada a cada celda y prisionero. No tenía prisa, sin embargo, su tarea requería la pausa adecuada, “¿para qué correr hacia un objetivo que se halla emparedado? Muy posiblemente habréis hecho un gran trabajo con él, Mc…”

- Oh, McCleod… - sus pensamientos se vieron interrumpidos y a este saludo añadió una sencilla reverencia a la silueta que se encontraba al final del pasillo de piedra negra
- ¿Qué hacéis aquí? – preguntó sin más, con su habitual tranquilidad
- También yo me alegro de volver a veros – a pesar de su pacífica apariencia, sabía que Vladimir McCleod, torturador y guardián de la prisión del palacio de Ushâr, era un hombre digno de respeto… y temor. Tras un leve silencio, continuó – No os preocupéis, tengo permiso de la señorita Lawrence… ¿o era Fianna? Para estar aquí… Si queréis, podéis comprobarlo

Sin mediar palabra, la figura que hasta entonces se había mantenido quieta, avanzó unos cuantos pasos hasta el encapuchado y extendió la palma de la mano a la altura de su frente. Un breve destello de una luz muy tenue le bastó para afirmar, más que preguntar:

- Habéis venido a ver a Straussen – su voz no reflejaba nada, ni siquiera indiferencia
- En efecto, mi buen señor, pero como habréis podido ver, no es necesario que sepáis mis motivos
- Acompañadme – McCleod se dio media vuelta y comenzó a descender las escaleras de la prisión planta por planta hasta llegar a la última, la quinta.

Al fondo del pasillo una única puerta, más gruesa que las anteriores y sin ningún tipo de candado o cerradura, parecía invitar a los curiosos a pasar y a los cautos a pensárselo dos veces. El torturador acercó la mano a la madera y ésta crujió levemente para luego abrirse.

- Todo vuestro – durante un momento en su rostro se dibujó una mueca de desprecio que nadie sabría decir muy bien a quién iba dirigida, luego se giró y salió de la sala de piedra cerrando la puerta tras de sí

Ni frío, ni calor, ni siquiera la humedad propia de los lugares como este. Bajo tierra, como se encontraba la prisión, nuestro visitante no esperaba encontrar más que incomodidades de ese estilo, y sin embargo ni rastro de ellas. Sus ojos se posaron sobre algo mucho más interesante que las paredes del calabozo: aquel a quien había venido a ver. Al fondo del habitáculo, una figura que hasta hace no demasiado se erguía con arrogancia, ahora no era más que una maraña de pelo pajizo que se derramaba sobre su rostro y, abrazado a sus propias piernas, ni siquiera se había inmutado cuando su carcelero había hecho entrar a aquel hombre.

- Su… graciosa Majestad – el encapuchado al fin dejó caer la caperuza e hizo una reverencia que no estaba falta de cierta burla – ¿O debería decir “Su penosa Majestad”?
- Tú… - el muchacho levantó la cara con una mueca de incredulidad dibujada en ella – De todas las personas que podían venir a visitarme… me encuentro contigo – sonrió mientras se apoyaba en la pared para levantarse con dificultad. Le temblaban las piernas y sin embargo no parecía estar herido
- Oh, no os molestéis, podéis permanecer sentado, o tirado, como prefiráis – no excesivamente cortas, pero sus extremidades estaban sujetas por cadenas al suelo. Las recorrió rápidamente con la mirada para tratar de calcular una distancia segura a la que pudiera acercarse
- ¿Qué quieres de mí? – de pronto, como si se le ocurriese algo, sus ojos brillaron – Has de saber que si pretendes que te facilite algo, mi pago es que me liberes de presidio
- ¿Vuestro pago es…? - no pudo evitar una leve pero irónica risa – No, su Bajeza, vos sois el pago de alguien, el pago que me corresponde
- ¿Qué dices? – retrocedió hasta pegar su espalda a la pared
- Tranquilo, no será doloroso. No debéis verme como un enemigo
- Tampoco como un amigo – le reprochó
- Desde luego, jamás como un amigo… solo como un posible aliado, pero en este caso no el vuestro – concluyó cerrando los ojos

Pasaron breves segundos y el joven no podía apartar la vista de su interlocutor, esperando a que, como si de un cazador se tratase, se abalanzara sobre él de un momento a otro. Un súbito escalofrío recorrió a Zarnitz al contemplar como el tatuaje en el rostro del hombre comenzaba a retorcerse, y más aún cuando, al abrir los párpados, sus ojos dorados se habían tornado negros y profundos, como el silencio. Sin previo aviso el chico cayó al suelo, como si estuviera dormido pero sin el sosiego propio del sueño.
No podría decir el tiempo que se mantuvieron, uno tumbado y el otro en pie, inmóviles. Un leve tambaleo y el hombre recuperó el color de sus ojos y la calma en su rostro.

- Interesante… - esbozó una sonrisa, se acercó al muchacho y se agachó a su lado – Os reconozco que no ha sido fácil, estabais bien protegido a cualquier intruso pero… Una victoria difícil es mucho más excitante – le retiró el cabello de la cara con un gesto que llevaba algo parecido a la dulzura – Pobre crío – se incorporó de nuevo y avanzó hasta la puerta – Mi buen McCleod, cuando queráis – alzó la voz lo suficiente para que el carcelero lo escuchara
- Petrelli… ¿qué sabes...? – el joven levantó la cabeza sin apenas fuerzas y clavó los ojos en los del hombre hasta que éstos volvieron a desaparecer bajo la capucha
- Todo

En ese momento la puerta se abrió y él salió de la prisión, casi relamiéndose y sin mirar atrás.

Ya tenía lo que quería.

jueves, 12 de mayo de 2011

Recuerdos XII

Tormenta y lluvia golpeando los cristales. No era una buena combinación y menos para una miedica como yo. El viento soplaba y aullaba espantando todo amago de calma. Era casi como si un ser superior, estuviera enfadado y quisiera pagarla conmigo. La noche era oscura ya de por sí, pero entre la tormenta y mi cabeza metida debajo de las sabanas lo era más aún.

Yo lloraba y temblaba como cada vez que había tormenta. Antes de haberme metido debajo de las mantas pude ver como mis compañeras se iban acostando, quizá también intentando cobijarse de aquello, y fue la luz tétrica de un relámpago lo que hizo que estuviera metida ahí dentro. Al poco rato, sentí una mano apoyarse en mi cabeza sobre las mantas que al principio me asustó e hizo que me encogiera, pero al instante me asomé sabiendo de quien se trataba. Lo primero que vi fue sus ojos y como siempre me tranquilizaban.

-¿Tenéis miedo?- Me preguntó. Y yo al mismo tiempo me pregunté: “¿Por qué me habla de vos?

-Sí…-Me limité a decirle.

-¿No os gustan las tormentas?

-Traen cosas malas.- Al fin y al cabo, a mi me trajo el abandono y una casi muerte. Pero aún no entendía por qué me hablaba así, pensé que tal vez estaba enfadado conmigo.- ¿Por qué me hablas de vos?

-Oh… he pensado que…bueno… Quiero tratar de quitaros el miedo.- Entonces sonrió, y a mí su respuesta y su gesto me tranquilizó.

-Bueno, es una tarea complicada, me aliviaría si me dieras un abrazo.-Le sonreí de forma sesgada, en ese momento era la mejor sonrisa que podía ofrecerle.

-Ah… Esperaba a que me lo pidieras.- Me abrazó con fuerza y me dio un beso en la cabeza. Yo le devolví el abrazo con más fuerza aún.

-Ya sabes que puedes… bueno, más bien debes abrazarme cuando quieras o veas que yo quiero.- Sonreí con un poco más de… ¿sustancia?

-Pero algunas veces me gusta hacerme de rogar… un poquito.- Sonrió de forma pícara.

-Claro, como no.- Me gustaba eso de él, bueno, me gustaba (y me gusta) todo. No dejaba de acordarme de lo que sucedió aquella noche, y quise asegurarme.- No vas a abandonarme, ¿verdad?

-Jamás.- Dijo de forma segura mientras me cogía en brazos como una princesa estando todavía liada entre las sábanas. Me daba un calor especial y seguro.

-Es un verdadero alivio, de verdad…- Empezó a caminar.- ¿A dónde me llevas?

-Fuera.- Esa palabra contundente me hubiera gustado en otra circunstancia, con el día soleado o simplemente nublado. Con lluvia incluso, pero sin tormenta. El pánico me invadió.

-¿¿Qué?? ¡No, ni hablar!- Quería bajarme y volver a mi cómoda camita e incluso enfadarme con Phoenix.

-Shh… Confía en mí.- Frenó en el pasillo.- ¿Te he fallado alguna vez?- “No, lo cierto es que no” Pensé. Y sabía que no debía enfadarme, sabía que él controlaba la situación y nunca me lo haría pasar mal.

-No, pero no quiero ir.- Aún así, lo miré con miedo.

- Cierra los ojos, Chrystalle.- Seguía parado. Yo le hice caso y los cerré, quizá demasiado fuerte, pero bueno, lo hice.

- Erase una vez una niña.- Comenzó a caminar.- Una niña muy pequeña que vivía en una ciudad muy, muy oscura...

- ¿Cómo se llamaba?

- Se llamaba Luna.

- Que bonito.

- No tanto como ella... pero déjame que te siga contando.

-Pues no te calles, que me asusto más- Sonreí mientras seguía apretando los ojos.

- Pasaba los días escondida tras las nubes... pero al caer la noche tenía que salir a iluminar el cielo... pero todo estaba tan oscuro... tan silencioso... que la niña tenía mucho, mucho miedo, y a veces, reunía el valor suficiente para asomar la cabeza entera, pero otras solo dejaba ver una curva sonrisa que bastaba para dar algo de luz

- ¡Ah! Por eso solo vemos esa parte de la Luna... que valiente es.

- Exacto. ¿Sabes qué hizo para no sentirse tan sola?- Al decir eso, escuché truenos y sentí el frío del exterior. Estaba demasiado cerca y me encogí de miedo soltando un leve grito y comenzando al mismo tiempo a llorar. Pero quise saber más.

-¿Qué?

- ¡Gritar! Gritó tanto que lanzó destellos de luz que rompían la oscuridad, gritó tanto que su voz se escuchó abajo en la tierra y descubrió que algunas veces... tener miedo no es tan malo. Apuesto a que no sabías que de ahí surgieron los truenos y relámpagos. Por eso la lluvia coincide con las tormentas, porque llora, a veces de alegría, y a veces porque se asusta de sí misma... hasta que se da cuenta de que es su peor enemigo, de que se pueden sacar cosas buenas del silencio y la oscuridad.

- Pero yo no puedo, yo no soy tan valiente como ella.

- Por supuesto que lo eres.-Me soltó en el suelo dejándome sentada. La hierba estaba bajo mi cuerpo y aunque hacía mucho frío, él me abrazaba con tanta fuerza que parecía que quería fundirme con su pecho. Y quise abrir los ojos.


Estaba en mitad de una loma enorme, todo era hierba, pero no parecía en absoluto Londres. El cielo negro se iluminó de repente con un destello amarillo. Y aunque el miedo empezó a apoderarse de mí, era mayor mi curiosidad.

-¿Dónde estamos?

- En Escocia... pensé que te gustaría dar un paseo. También llueve aquí, y el cielo grita de la misma forma. Te propongo un juego.- Sonrió.

- ¿¿Pero cómo hemos llegado??

- Algún día te lo explicaré, mientras... ¿jugamos?- En ese momento un trueno retumbó y me hizo gritar.

-Sí.- Pude decir.

- ¡Eso es! ¡Gritar! ¡Cada vez que veas un relámpago, quiero que cuentes hasta seis y grites bien alto! ¡Como nuestra querida Luna!

-¿No era más fácil llevarme a un lugar soleado y jugar al escondite?- Le dije de forma irónica, pero bromeando.- Vale, pero no quiero gritar sola.

- Gritaré contigo entonces.- Se levantó y me tendió la mano. Tenía el pelo chorreando pero no dejó ni un momento de sonreír.

- Vamos a enfermar- Le sonreí intentando reírme de mi propio miedo a eso mismo. -Pero bueno, que mas da...- Aunque me importaba mucho. Esperé a que apareciera un relámpago. Y pronto uno iluminó el cielo. Estaba tan asustada que enmudecí.

- Uno.-Comenzó él.

-Dos…- Seguí.

- Tres.

-Cuatro.

-Cinco.

-Seis…

-¡Ahora!- Y fue instintivo. Ambos soltamos un grito colosal (aunque he de admitir que lo mío soné más bien como un ¡ay! que como el ¡ah! que él soltaba) Pero no escuché el trueno. La lluvia me golpeaba en la cara y hacía que me sintiera mejor. Phoenix empezó a reírse.

-¡Vamos, mandemos a callar al cielo, pequeña!-Me cogió de la mano. Parecía que era él quién tenía que superar su miedo, pero nunca sabré si se trataba o no de ello.

-¡Sí!- Le agarré con fuerza. Y al instante vimos otro relámpago.

-¡Uno!- Empezó él de nuevo.

- ¡Dos!

- ¡Tres!

-¡Cuatro!

-¡Cinco!

-¡Seis!

- ¡Ahora!

Gritamos a la vez que sonó el trueno, durante un momento me dio la sensación de eso exactamente, de estar mandando a callar al cielo. Me di cuenta de que, como si nos hubiera hecho caso, el trueno duró menos que nuestro grito y la lluvia apretó… como si hubierais asustado a alguien allá arriba.

- A lo mejor asustamos a la Luna.- Me daba pena pensar que la había asustado.

-Ahora igual, pero corriendo cuesta abajo, ¿te parece?- La idea era genial, y a pesar de estar empapados ambos, no me importaba en absoluto.

-¡Bueno, ya estamos empapados, creo que no importa nada más, venga!- Me sorprendí a mi misma al verme tan animada con ese juego, Phoenix me estaba ayudando a superar mi miedo.

- ¡Vamos!- Empezó a correr cuesta abajo cogido de mi mano. Y yo corrí a su lado sin soltarme de ella. Pronto vimos un nuevo relámpago.

- ¡UNO!

-¡DOS!

- ¡TRES!

-¡CUATRO!

- ¡CINCO!

-¡SEIS!

De nuevo gritamos más fuerte que la primera vez e incluso que la segunda. Seguimos corriendo unos cuantos metros más y paramos. Estábamos chorreando y él se estaba riendo a carcajadas. Me encantaba verlo así, y por inercia yo también comencé a reírme a carcajadas, a reírme de la lluvia, de la tormenta, de mis miedos, de mi misma por tener miedo y simplemente me dejé llevar.

-¿¡Lo ves, preciosa!? – Casi tenía que gritarme para poder escucharlo, al igual que yo.

-¡Sí! ¡Tenías razón! Se me ha pasado el miedo, aunque como entenderás aun queda, ¡pero es muy poco!- Volví a reírme de nuevo, cada vez sentía menos miedo.

-Siempre queda el miedo... si no lo tuviéramos seríamos unos inconscientes... pero recuerda siempre esto... cuando tengas miedo, cuenta hasta seis y grita, luego la tormenta se quedará sorda.- Era una buena idea, seguro que así jamás sentiría miedo de nuevo. Me levantó la cara desde el mentón.

-¿Y tú? ¿A qué tienes miedo?- Él sabía tanto de mí y yo tan poco de él, que quería saber sus miedo para ayudarle también a superarlos.

-¿Te parece si te lo cuento a la vuelta?

-Estaría bien, deberíamos cambiarnos.

-Cierra los ojos.- Me abrazó.

-¡No, que si no me lo pierdo!- Quería saber el misterio de cómo me había llevado hasta ahí.

-Bien, pues te marearás.

El mundo empezó a derretirse a mí alrededor y todo comenzó a dar vueltas, cada vez más rápido. Daba la sensación de que éramos parte de un cuadro confuso de colores oscuros... y de repente, estábamos bajo la ventana desde donde solía mirar la Luna, que esa noche estaba tapada por las nubes. Todo daba vueltas a mí alrededor y, obviando el miedo que me había dado ver aquello, conté mentalmente hasta seis para pensar en otra cosa y no saber cómo había hecho eso Phoenix.

-Dame un momento.

-Jajaja, te lo dije.- Se burló él. Imité su pequeña burla y me levanté. Cogió un camisón seco de la cama y me lo lanzó. Se dio la vuelta, siempre lo hacía cada vez que me tenía que vestir. Suponía que era lo normal.

-Mejor voy al baño a secarme.

- Bien... te veo por la mañana entonces, yo también necesitaría cambiarme.

-Entonces... ¿no te quedas a dormir?- Ya no tenía tanto miedo, pero no quería pasar la noche sola.

-Depende, ¿quieres que me quede?

-Si, además tienes que contarme tus miedos.- Caí en la cuenta de que tal vez quería escabullirse de ello.

-Vaya, no voy a poder librarme.

-Tengo buena memoria.- Le sonreí con picardía antes de irme a cambiarme. Al volver, Phoenix estaba sentado a la altura de la almohada con el pelo algo húmedo y con ropa seca. Llevaba una camisa muy extraña que no parecía de nuestra época, nunca antes se la había visto.

-Que camisa más extraña.- Pensé que había sido maleducada e intenté arreglarlo.- ¡Te sienta bien!

-Gracias.- Le había ofendido, seguro.

-Vaya... bueno, ¿quieres contarme?

-Es simple... a mí me da miedo desaparecer.

-¿A quién no le da miedo eso?- Recordé el sueño que tuve cuando cumplí los doce años y que él mismo me provocó. En ese entonces, a mis trece años y poco me seguía angustiando.- En el caso de que creas que no puedo verte, entonces grita tras contar seis y seguro que te hago caso.- Le sonreí intentando animarle y ayudarle como él me ayudó a mí.

-Lo tendré en cuenta.- Sonrío. Era algo.- Ahora, ¡a dormir!

-Seguro que me he puesto mala.- Tosí de broma.

-Pero has vencido a la tormenta, pocos lo hacen.- Se echó a mi lado y cerró los ojos.

-Bueno, moriré feliz.- Cerré los ojos. Quería animarle, algo le pasaba, o eso parecía.

-Que exagerada eres.- Susurró.

-Lo sé- Reí.-Gracias por ayudarme a superarlo, Phoenix.

-Yo no he hecho nada... tú has asustado a los pobres truenos, que eres muy bruta.- Se rió por lo bajini.

-Todos me temen.- Solté una risa épica bajita.- Espero que me lleves a Escocia estando soleada.

-Algún día te llevaré a un lugar que es mejor que Escocia.

-Mientras estés conmigo, me da igual a donde ir.- Sonreí pensando en lo que haría cuando saliera del orfanato y recorriera el mundo con él.- Buenas noches Phoenix.

-Dulces sueños, Luna...