jueves, 31 de marzo de 2011

Recuerdos X

Reconocía que estaba dudando un poco de ese muchacho. Era demasiada fortuna el pensar que alguien pretendía venir a verme solo a mí sin ningún motivo aparente. El resto del día pasó, y sin preámbulo llegó la noche. Aunque bueno, se me hizo un poco largo debido a mi curiosidad. Odiaba cuando se hacía de noche en el orfanato, pues en el día era poco cálido, y en la oscuridad lo era menos. Caminé hacia mi habitación con la esperanza de encontrarme al señor Phoenix por el pasillo escondido para venirse conmigo, o que ya estuviera allí. Me imaginé incluso que estaba debajo de mi cama esperándome. Por los pasillos, escuché como en las ventanas algo daba golpes en sus cristales. Me asomé un poco, porque incluso pensé que era un hada que se había perdido e iba a pedirme ayuda. Pero algo chocó con fuerza en el cristal y me sobresalté. Una vez medida la distancia entre la ventana y yo, pude ver como solo se trataba de una rama que podría haber pasado perfectamente por un brazo humano, pero demasiado delgado como para dar escalofríos si de ello se tratase. Era una pena que no fuese un hada, pero de igual modo me asusté. Un poco.

-Que susto.-Susurré en silencio.

-Miedica.-Escuché la voz de Claudia detrás de mí, que casi me sobresaltó de nuevo.

-No soy miedica, tan solo me he sobresaltado.

-Lo dicho, miedica.- Tras ella una ventana se abrió de golpe, y del susto que se llevó se cayó al suelo.- ¡Ah!

-¡Habló!- Solté mientras me reía. Me reconfortó la idea de que el destino era, de alguna manera u otra, algo justo. Pero sin pasarse.

Ella se levantó y antes de irse a la habitación, me sacó la lengua. En ese momento vi como todas las chicas hacían lo mismo, por lo que decidí ir yo también a ella. Al llegar me decepcionó ver que debajo de mi cama no había nadie, tal y como había imaginado. Todas las chicas se estaban acostando y yo iba a hacer lo mismo hasta que me di cuenta de mi pie derecho desnudo. Olvidé que había perdido mi calcetín, y en esa noche tan fría no me hacía ninguna gracia. Suspiré con desgana y lo busqué de nuevo. Cuál fue mi sorpresa al verlo colgado en uno de los cabezales de madera de la cama. Mientras lo cogía, miré alrededor para ver si había algún duendecillo travieso escondido, como en los cuentos. En lugar de ello me fijé en que todas mis compañeras ya estaban dormidas, y que un rayo de la Luna pasaba de forma algo tétrica por una ventana hasta alumbrar mi almohada. Me asomé a ella para poder contemplarla mejor.
Me puse a pensar en aquel muchacho que igual estaría ahora mismo ahí fuera, divirtiéndose de alguna manera y olvidándose por completo de mí. No me extrañaba, pues ¿quién era yo? Solo una… huérfana, a la que igual tan solo descubrió jugando sola y quiso hacerle algo de compañía solidaria. Estaba a punto de llorar cuando escuché a mi espalda la voz que llevaba toda la tarde queriendo escuchar.

-¿La quieres?- Me giré sobresaltada y pude ver de nuevo a aquel muchacho de pelo rizado, con una sonrisa en los labios y unos ojos que observaban la Luna. No sabía que decir, tenía un nudo en la garganta debido al “casi llanto” anterior.

-¿La Luna?- Conseguí decir. Casi no se notó que me costó trabajo, creí.

-Ajá.

-Bueno, me gusta que esté ahí.- “Así todo el mundo puede disfrutar de ella”, pensé.

-Vaya... bueno, pues es un deseo pendiente. Si algún día la quieres más cerca, me lo dices y averiguamos como bajarla de ahí.- En ese momento me miró a mí, manteniendo la sonrisa.

-¿Eso es posible?- Lo miré con los ojos muy abiertos pensando en si sería posible aquello que me proponía. Sería muy curioso.

- Solo son imposibles las cosas que no intentamos, ¿no te parece?

-Supongo que sí...- No dejaba de sorprenderme con cada palabra. Recordé por qué estaba mirando la Luna, y se me escapó una frase.-Pensé que no ibais a venir.

- ¿Dudabas de mi palabra?- Parecía ofendido. Me sentí fatal por haber dicho eso y aún más por haberlo pensado.

-¡No! ¡No! Es que... pensé que igual no se... no tenéis motivos para venir, supongo.

- Yo creo que sí los tengo... ¿me permites?

-Si vos lo decís...

- Oh, no, digo que si me... – Me cogió por debajo de los brazos y me sentó en el quicio de la ventana. Estaba prohibido como otras muchas cosas, pero no me importó. -… permites.

-¡Oh!, vaya... bueno, por una norma mas incumplida creo que no moriré.- le sonreí intentando que mi “chiste” le hiciera algo de gracia. -¿Por qué me colocáis aquí?

- Ya que no quieres bajar la Luna, tendrás que acercarte un poco más a ella - se rió por lo bajini.

-Sería divertido poder volar para acercarnos más, ¿no creéis?- Me imagine, como otras tantas veces que volaba, y me gustó la idea de volar con él. Sería divertido, seguro.

- Oh, me encantaría poder volar, aunque me da algo de miedo, ¿a ti no?

-Bueno, no sabré si me da miedo a menos que lo pruebe- Le volví a sonreír, me gustaba mucho esa idea.- ¿Por qué os daría miedo?

- ¿Y si no quisiera bajar? ¿Y si fuera tan mágico que no quisiera volver a pisar la tierra?- Era una buena forma de verlo, pero yo tenía la respuesta perfecta.

-Todo depende de lo que te espere abajo.-Era una buena respuesta, sí, pero no la forma de darla. Rápidamente rectifiqué.- Disculpe, os espere.

- Eh, eh, eh, por favor, no me hables de vos.

-Pero sois un adulto.- Le miré sorprendida, era el primera adulto que me decía eso.

- ¡Me haces sentir viejo! Un adulto no es más que un niño inflado de edad, recuérdalo.- Desde luego, no era una persona como las demás, me fascinaba su manera de pensar.

-Sois...digo, eres una persona muy curiosa- le sonreí, me sentí muy bien con Phoenix, era muy cálido.- ¿Así?

- Así exactamente, ¿no tienes frío?- Recordé de nuevo el tiempo que hacía y el lugar, lo que me produjo un escalofrío.

- Pues ahora que lo mencionas... un poco si-

- ¡Ale hop! - exclamó en voz baja mientras me bajaba del marco de la ventana. Me sentí como las princesas de los cuentos, pues me cogió como si fuera tal hasta llevarme a la cama, aunque después me soltó como un saco de patatas porque me dejó caer haciéndome dar un leve bote. Me hacían mucha gracia sus cambios.

-Tienes unos cambios muy repentinos de actuar.-Me reí por lo bajini para no hacer ruido.

- ¿Te desagrada? Tápate o vas a coger frío – Me miró pícaro. Le obedecí y me arropé.

-Para nada, pero... no entiendo muy bien por qué haces todo esto.

- ¿Necesito un motivo? - señaló la cama - ¿Puedo?

-Adelante.- Se sentó a la altura de mi vientre.- Bueno, eres la primera persona que me habla y juega conmigo aquí.

- Pues los demás no saben lo que se pierden.- Puso una cara “mosqueada”, pero supuse que bromeaba de nuevo. Me sonrojé, no pensé que dijera eso y me sentí especial por ello.

-Que va... eh... ¿qué vas a hacer si te descubren?- Pensé: cambia de tema Crhystalle.

- ¿Correr? Por suerte creo que correré más que las monjas - se rió y me hizo gracia imaginar la escena en la cual aparecían las monjas corriendo detrás de Phoenix gritándole que parara. No pude evitar volver a reírme.

-Bueno, yo sufriré el castigo por los dos si hace falta- Me puse épica para parecer valiente.

- ¡Dioses! ¡Qué valiente! ¿Tú sola?- “¡Lo conseguí!” Me dije para mis adentros.

- ¡Ajá! Siempre que solo sea chupar el suelo o fregar.- Si eran golpes no me lo tomaría tan bien. No pensé demasiado en ello.

- Y si el castigo fueran... - Empezó a hacerme cosquillas. Hacía mucho tiempo que no me hacían. Tal vez la última persona fue Victoria aquella última vez que la vi. Me contuve la risa como pude, colocándome una mano en la boca e intentando pararle con la otra. No quería hacer ruido, pero tampoco quería que parase.

- ¡Já! ¡Soy más rápido que un rayo, pequeña!

- Nos van a descubrir.- Solté en medio de las risas. Paró de hacerme cosquillas y se colocó un dedo en los labios en señal de silencio.

- No querría que te castigaran.

- No se nota- le miré con broma en la cara para que supiera que no iba en serio.

- Perdón – Puso carita de pena.

- No pasa nada- Sonreí.-Por cierto, ¿trabajas aquí? –Ya iba siendo hora de preguntar que hacía aquí exactamente.

- Sí... y no, supongo que no, no exactamente.- Pero su respuesta no disolvió mis dudas.

- ¿Y tú? ¿Querrías salir de aquí algún día?- Claro, ¿o no?

-Pues sí, la verdad... Pero no sabría a dónde ir después.- Agaché la mirada. No tenía familia, ni amigos, ni nada ahí fuera. El mundo me parecía enorme y mi perspectiva de él no era nada agradable. Me dio miedo.

- ¿No? - Se quedó pensativo. Quise saber que era lo que se le pasaba por la cabeza. Mantuve, sin embargo, la cabeza gacha.

- Entonces tendré que irme cuando te vayas, así seguro que puedo enseñarte algún lugar. Este sitio... no es uno adecuado para soñar.

- ¿Vas a venir conmigo? -Lo miré esperanzada, sería maravilloso que me acompañara.

- Si es lo que quieres.- Me miró fijamente, sin dejar de sonreír. Sentí alegría por todo el cuerpo, las expectativas de ese mundo exterior ya no me parecían tan malas.

-¡Sí! Pero... no entiendo nada.-Aunque parecía maravilloso, no podía ser real todo aquello.-Pareces un sueño o un cuento.-La idea de ello me aterró.

- ¿Por qué dices eso?

-Porque no pareces real, parece que estés aquí solo para estar conmigo.

- Chrystalle... un sueño, un cuento... yo prefiero que algún día, me llames "amigo" – Ahí es donde finalmente tocó mi fibra sensible.
- ¿Amigo?... un amigo...- Lo miré con los ojos llorosos y desvié la mirada hacia abajo. Estaba haciendo el ridículo, seguro. No podía ponerme a llorar delante de él de repente, seguro que pensaría que soy rara.- Perdón

- Eh... - Me levantó la cara desde el mentón, con dulzura - Llora si quieres hacerlo, yo cuidaré de que nunca más lo hagas sola - Su tono era algo más serio, pero igualmente tierno. Me reconfortó la idea de tener un amigo al que poder acudir en cualquier momento, pero me extrañó algo. Lo miré.

-¿Como sabes si he llorado sola o no?

- Todos lo hemos hecho alguna vez.- No quise imaginarlo llorando, aunque pensé que me gustaría que, si algún día necesitaba llorar con alguien, contara conmigo.

-Entiendo...

-De todas formas, no es tristeza lo que siento- Le sonreí mientras cayeron algunas lagrimas por mis mejillas. Solo había llorado dos veces delante de alguien, la vez de mi cumpleaños y esta, pero me guardaba los malos ratos para mí misma.

- Se puede llorar por muchas cosas - Posó un dedo en mi mejilla de forma que la lágrima resbaló hasta él - Nunca sientas vergüenza por ello. Solo los inhumanos no lloran.

-Tienes razón.

- Ahora, deberías dormir, ¿no crees?- Sí, estaba muerta de sueño después de aquel día cargado de, para variar, risas.

-¿Te quedaras?-Pregunté esperanzada, pero caí en algo.-Bueno, el problema es que te pueden pillar.

- Eso no es un problema, soy muy bueno escondiéndome - Me abrazó son suavidad y me dio un beso en la cabeza. Me sentí como nunca antes. - Descansa... yo velaré tus sueños

-¿De verdad? Qué bien... -Cerré los ojos y los abrí de nuevo cayendo en algo que se me pasó por alto.- ¿Y tú no duermes?

- Oh, dormiré por la mañana, así que al amanecer tendrás que disculparme.- Sonrió, de nuevo, pícaro. Me extrañó que durmiera por el día. Manteniendo ese gesto en su rostro continuó.- A menos que prefieras que duerma contigo. Soy poquita cosa, a los pies de la cama quepo.

-Puedes ponerte a mi lado.-Lo dije casi sin pensar.

- ¿En serio? – Me sonrió de forma sesgada.

-Sí, cabemos los dos.

- Oh, genial. Con tu permiso, entonces - Me destapó dejando que el frío pasase por un momento muy breve y se coló dentro haciendo que desapareciera de nuevo. Nos quedamos los dos mirando al techo, durante unos segundos, en silencio.

-Qué raro. -Me reí.

- ¿El qué? – Susurró extrañado.

-Dormir con alguien.

- Pues esto es más raro aún, ¿puedes levantar la cabeza?- Lo hice acto seguido. Coló su brazo por debajo de mi cuerpo y me pegó contra él. Sentí… un calor muy extraño, pero igualmente era agradable. Fue maravillosa aquella sensación.

-Sí... es raro...-Lo abracé.- Pero es una sensación muy agradable.
- Entonces, buenas noches, my lady – susurró muy bajito - Que tengas dulces sueños.

-Buenas noches, Phoenix- Cerré los ojos. Aunque estaba satisfecha con todo lo que me estaba pasando, que era en parte angustiante pues no sabía si despertaría de un momento a otro, y por otra parte era maravilloso, quise aprovechar al máximo la situación por si acaso. - ¿Me puedes dar otro?

Me dio otro beso, esa vez en la frente, y algo más prolongado que el anterior. Nunca nadie me dio un beso así, por lo que supe que no estaba soñando, pues jamás había experimentado eso como para poder soñarlo. Además, siempre tenía pesadillas, era real, y eso me hacía muy feliz. Sonreí y le abracé con fuerza antes de relajarme para caer dormida.
Pero aunque pensé que las pesadillas serían eternas, esa noche dieron su fin llevándome hasta la luz, tan cálida como imaginaba. En ella estaban todas las criaturas que busqué cada noche, y supe que nunca me separaría de ellas si él no se separaba de mí.

martes, 29 de marzo de 2011

Se acabó


Hoy la brújula ha cedido a la locura.

Se terminó la arena del reloj,

se terminó nuestro tiempo.

He llamado a la razón y ha respondido,

su silencio era cruel, me gritaba en los oídos:

“Sabes lo que debes hacer”.

Se acabaron las estrellas,

las noches a oscuras enredado en tu sonrisa.

Elijo quedarme a solas en el camino que recorras a diario,

elijo la fría distancia,

elijo el recuerdo al beso.


[[… elijo que otros ojos iluminen los tuyos.]]

domingo, 27 de marzo de 2011

La sombra

Seré un susurro enloquecedor.

Seré un sueño macabro.

Seré quien apague tu risa.

Seré quien apriete y ahogue.

Te destrozaré con silencios.

Aprenderás lo que es llorar.

No es una amenaza. Es una promesa.

Recuérdalo.

viernes, 25 de marzo de 2011

Ejem... ahora, mi versión

Se revolvía en sueños. Me hubiera gustado saber qué pasaba por esa pequeña cabecita. Cuando despertó comenzó a vestirse. Me encantaba esconderle un calcetín y que se pasara un rato buscándolo por todas partes. Siempre queda la sensación de que unos pequeños duendes lo han utilizado para hacerse un abrigo. Nadie piensa que quizá haya sido uno de nosotros.
Una de las niñas que compartían su habitación se rió. Se reían a cada instante y ella agachaba la cara.
Como cada mañana, salió corriendo hacia el comedor, por una cosa u otra, normalmente llegaba tarde. Me hacía reír.

Supongo que es curioso, llevaba observándola un mes. Sí, tanto tiempo tardé en decidir cuando hacer aparición, pero no era fácil. Tenía que saltar muchos obstáculos y de entre ellos... a mí mismo.


- Chrystalle... Llegas tarde. Siéntate.- Era la madre superiora, y su pose a pesar de tener una avanzada edad, se mantenía recta. Qué mujer tan particular.

-Discúlpeme.- dijo mi pequeña. Una risa, otra vez la cría esa. ¿Qué le hacía tanta gracia?

-¿Qué pasa?- preguntó Chrystalle como leyéndome la mente aun sin saber siquiera mi existencia

-Que eres tonta – narices, que niña tan estúpida

-¿Por qué? Si no he hecho nada.

- Estás sola, siempre estarás sola, porque eres una niñita tonta - ¿ah, sí? Ya verás...

-¡Claudia! – la voz de la madre superiora, reconozco que casi me sobresaltó. Casi.

¡Plato va! Te gusta reír, ¿verdad? Riámonos todos. Lo conseguí al fin, sonrió, aunque bajando la cara para que nadie la viera. Sin embargo no acabo en risas, “lo siento”, pensé sacando la lengua a quien no podía verme.

- ¿Y tú de qué te ríes? Madre, ¿no es pecado reírse de los males ajenos?- ¡menuda cría! ¿de qué manicomio se ha escapado?

-Bueno, yo estaré sola, pero veo que tú te has enamorado del plato de comida, así que os dejo a solas.- ¡esa es mi chica!

- ¡Chrystalle! Ahora mismo, las dos, a la capilla. Vais a fregar el suelo pero antes haréis diez cruces con la lengua sobre él- las miró de forma severa. - ¿Ha quedado claro?

Claudia se levantó y Chrystalle la siguió hasta la capilla.

- ¿Ves lo que has conseguido? Si te hubieras quedado calladita...- le reprochó en el camino.

- ¿Yo? Pero si has sido tú la que se ha puesto a meterse conmigo sin motivos.

- Yo solo me he reído, ¿No está prohibido, no?

- Yo también, así que estamos en las mismas.

- Definitivamente, eres tonta. Supongo que por eso te abandonaron tus padres, ¿no? - ¿alguien le ha explicado a esta mocosa lo que es la educación?

-... Bueno... tú también eres huérfana, no deberías hablar tanto.- Yo no tengo padre, y mi madre murió – lo cual no justifica tu comportamiento, pensé

- Entonces no te importa lo que los míos hicieran.- Desde luego que no me importa – Se puso digna y no dijo nada más hasta que llegaron a la capilla.

Al final llegaron a un acuerdo de supervivencia y ninguna hizo lo de chupar el suelo. Sí, chupar el suelo. Aun le estoy dando vueltas a cuál se supone que es la moraleja de ese castigo.

Reconozco que me había imaginado en cientos de ocasiones diferentes con ella. Me refiero a la forma de presentarme, de aparecer. No sabía muy bien cómo, por eso me mantuve tanto tiempo a su lado como una sombra. Pero ese día me había propuesto dar el paso. ¿Qué? Seré invisible pero también tengo derecho a ser vergonzoso o tener algo de miedo, ¿no?

Dejó la pelota a sus pies y en mi cabeza un diminuto Pepito Grillo me dijo “Corre, cógela. Es el momento”, así que decidí hacerle caso.
Me agaché y la cogí, llevándomela a la altura del pecho. Nunca, excepto cuando dormía, la había visto tan de cerca. Me daba algo de reparo acercarme cuando estaba despierta, a pesar de que no pudiera verme. En su rostro, tristeza y algo de desconcierto. Le sonreí.


-No me gusta jugar solo, ¿y a ti? – sí, se me habían ocurrido muchas formas de dar el paso, ya lo he dicho antes, pero a la hora de la verdad se esfumaron y me dejaron a solas con ella y la pelota.

-Pues…lo hago cada día…pero…- agachó la cabeza

-Pero… - me puse en cuclilla buscando sus ojos, que se perdían por momentos bajo una maraña de pelo negro

-No me gusta…-¡Anda, que coincidencia! - boté una vez la pelota - Aunque... esto es muy aburrido. Personalmente prefiero el escondite.

-¿Cómo se juega?-Te responderé si me contestas tú a algo.

-Vale… - tuve la sensación de que demasiadas preguntas se pasaron por su cabeza en ese momento

-¿Cuál es vuestro nombre? – cambié ligeramente el tono, no sabía muy bien cual adoptar así que me dije “prueba con varios, muchacho”

-Chrystalle, ¿y vos cómo os llamáis?- Levantó un poco más la cabeza

-Phoenix, como el ave. – me reí

-He leído algunos cuentos sobre Phoenix – bien, por fin una sonrisa que además, parecía sincera, ¡ja!

-¿De verdad? ¿Y qué se dice?

-Se consumen y resurgen de sus cenizas

- ¡Exacto! Ojala yo pudiera hacer eso... Bien, debería presentarme adecuadamente.- le tendí la mano e hice una leve inclinación. Ella me tendió la suya mirándome con curiosidad. Llevé su mano a mis labios sin llegar a besarla y levanté mi mirada de nuevo hacia sus ojos - Es un placer conocerla, milady Crhystalle – sus cejas enmarcaron una duda, me pregunto cuál sería

- Igualmente, señor Phoenix

- ¡Bien! - le sostuve la mano - El escondite consiste en lo siguiente: Yo cierro los ojos y cuento hasta veinte y mientras tú te escondes. Tú ganas si eres capaz de volver al punto donde yo he estado contando sin que yo te descubra y vuelva a él. ¿Qué te parece?

-Parece divertido, ¡venga, juguemos! – parecía animada

Comencé a contar con los ojos cerrados. Sin embargo no pude contenerme y cuando iba por el número tres, entreabrí los párpados y la vi tratando de esconderse en... ¿detrás de un árbol? Sí, bueno, si yo hubiera elegido un lugar para esconderme... hubiera sido tan malo como ese. Me reí para mis adentros.
El caso, es que la muy pilla ganó.


- ¡Bien! - se rió a carcajadas. Pensé que después de todo, parecía que no lo estaba haciendo tan mal

-Eres rápida, jovencita – la miré, frunciendo el ceño pero divertido

-O vos sois lento – con que sí, ¿eh?

-¡Mírala que lista! - sonreí

-¿Lista? Claudia dice que soy tonta… - su rostro se ensombreció por un momento

-¿Claudia? ¿Y quién es Claudia? Yo soy Phoenix y digo que eres lista. Al fin y al cabo, no somos más que nombres, ¿no? Y los nombres tienen la importancia que tú les des. ¿Te importa ella? – vamos, mi niña, ella no merece esa pena

No tenía que irme, pero estaría bien lo de crear intriga, así que le dije que sí, que tenía cosas que hacer. Por otra parte necesitaba sentarme y ver si tenía que medir el siguiente paso o simplemente dejarse llevar sería lo adecuado.


- ¿Esta noche quieres que vaya a verte? - le pregunté antes de retirarme

-¿A verme? A las habitaciones no pueden venir chicos

- Esas son las normas... cierto. Pero... ¿no se hicieron las normas para que algún insensato las burlase? No te he preguntado si puedo "según las hermanas"- Puse las manos en posición de rezo, lo más cínico que pude - ir a verte... te he preguntado si quieres que vaya.

- Bueno... acabamos de conocernos. Igual así no me sentiría sola, pero ¿queréis vos venir?

- Desde luego. Acabamos de conocernos pero... tengo la sensación de que muchas cosas cambiarán de ahora en adelante - me puse de rodillas y la miré con broma en la cara.- ¡Si, quiero!- ella me respondió con una sonrisa

-Sois muy extraño, y muy gracioso – añadió mientras continuaba riéndose

- Vaya... lo habéis notado. Suerte la mía - hice una exagerada reverencia - Nos vemos esta noche, milady Chrystalle

-Hasta esta noche, señor Phoenix – imitó mi gesto de despedida y me marché.



Hasta la noche, mi joven damisela. Terminó el tiempo de las pesadillas.

··Phnx··

jueves, 24 de marzo de 2011

-No creo en las...-¡Shhhh! ¡no lo digas!


"¡Shhhhhh!"

Eso debían haberme dicho antes de que se escapara de mis labios esa maldita negación cuando era un niño. ¿Cómo fue posible que algo tan simple como una rabieta infantil casi nos cuesta la vida años después?
Decían que las hadas morían...¡yo ni siquiera sabía que vivían!

¿Sabéis qué es lo más espantoso de todo esto? ¿No? ¿Os lo digo? De acuerdo. Allá va, luego no me digáis que no pudísteis dormir, ni dejar de vigilar bajo vuestra cama. Culpad a vuestra curiosidad.


Lo más espantoso de todo esto no es que su luz se marchita, ni que sus alas no dejan simplemente de aletear alegremente, ni que dejan de desprender el polvo mágico azucarado de los cuentos. No, todos los niños de este mundo hemos sido engañados por una fábula que ha sido repetida tantas veces durante tanto tiempo que la hemos creido real. Quizás, cuando descubrais que la imaginación puede llegar a ser mucho más siniestra, puede ser demasiado tarde.
Las hadas no mueren cuando las niegas. Se retuercen, se contorsionan espelunznantemente, se vuelven sedientas de los recuerdos felices de los que aún se atreven a soñar, su sonrisa azucarada se ensancha como la de un tiburón con los labios salpicados de brillante sangre, no vuelven a articular palabra nunca más, se estiran como sombras agónicas, sus dedos se convierten en raíces de árboles marchitos y sus uñas tijeras oxidadas. Lo único que no cambia en ellas es que solo les cabe un sentimiento...lo terrible es cuando te das cuenta de que cualquier sentimiento hermoso ha desaparecido con su luz. Aún así, sigue siendo una víctima de un niño cruel o de uno que desconoce. Ese espeluznante arlequín encerró una vez la luz mágica de una hada.

Dejamos de creer en los cuentos porque nos damos cuenta de que los finales felices no existen, pero...¿Y si el mundo de los sueños es tan macabro como el de los despiertos? Entonces su mundo se vuelve espeluznantemente creíble...terriblemente real.


Fui un crío por dejar de creer...


Paradójico, ¿No les parece?

Recuerdos IX

Volveré al punto dónde me quedé antes de comenzar de cero. Los Señores Lennon me abandonaron y el médico que me salvó me llevó a un orfanato dirigido por monjas. No recuerdo bien el momento exacto de mí llegada, pues estaba ida completamente pensando en por qué me hicieron eso después de todo, preguntándome dónde estaba Blake y que sería de él. Pensé que volverían, y no sabía si me aliviaba o atemorizaba esa idea. Opté por la segunda opción e intenté buscarle lo bueno a esta nueva vida.

Llevaba ya unos días en el orfanato, y me sorprendió un día al mirarme al espejo, que mi rostro estaba completamente limpio de heridas y pude verme tal y como era en realidad. Inspeccioné con mis dedos y noté la piel lisa sin postillas o hinchazones y la verdad, fue una sensación agradable tocarme sin que me duela.

Mi habitación era de cinco chicas, incluyéndome y los chicos estaban en otra área y estaba prohibido que vinieran aquí. La relación con los huérfanos… no existía. Me mantuve al margen porque me sentía diferente a ellos, pues era la única niña a la que sus padres habían abandonado. Bueno, y si no lo era, no conocí a otra u otro.

Y pasaron los meses de forma pesada. Aquel lugar estaba más o menos bien, me daban de comer y no me golpeaban a menos que me portara mal, pero nada en comparación con mis padres. O si no me castigaban, simplemente. Pero solía portarme bien, por lo que podría contar con los dedos de una mano las veces que me castigaron. Casi siempre era debido a otro niño que me la jugaba. Algunos se metían conmigo, otros me miraban con pena, y otros tan solo me ignoraban. Me desperté una mañana, después de otra noche de pesadillas como todas, aunque aún me seguían dando miedo. Pero esa noche, pude ver de nuevo la luz que veía anteriormente, y estaba tan cerca que pude sentir que emanaba un calor muy agradable. Aquel mal olor de la habitación que inundaba mis pulmones cada mañana, me despejó. Noté frío en un pie, y vi que estaba fuera de mis sábanas… ¿blancas? Amarillentas, más bien.

Me levanté y me vestí al igual que otras chicas y escuché la pequeña risa de una de ellas, que me miró, habló con otra y ambas se rieron. Miré si tenía algo mal puesto o si tenía algo en la cara, pero todo marchaba bien. Bueno, me faltaba un calcetín y a pesar de buscarlo por todas partes, no di con él. Tan solo encontré una gran pelusa debajo de mi cama. La campana que avisaba de que teníamos que ir a desayunar sonó, por lo que busqué si tenía otro par limpio, y no, no tenía. Por lo que me puse el zapato frío con el pie desnudo y fui a desayunar. Corrí hacia el comedor y vi como todos estaban ya sentados.

- Chrystalle... Llegas tarde. Siéntate.-Era la madre superiora, y su pose a pesar de tener una avanzada edad, se mantenía recta.

-Discúlpeme.-Me limité a decir antes de sentarme. Escuché de nuevo una risa por lo bajini y busqué a la persona que la emitió. De nuevo era mi compañera de habitación, que me miraba riéndose.

-¿Qué pasa?-Pregunté intentando comprender el chiste.

-Que eres tonta.-Me respondió antes de dar una cucharada en su plato y soltar una carcajada. Pude ver cómo le faltaba un diente, lo cual me recordó a mi caja de los recuerdos que se quedó en mi antigua casa. El hecho de que la había perdido, me dolía ya de por sí. Aunque cuando volví a centrarme en lo que me había dicho, me entristecí más.

-¿Por qué? Si no he hecho nada.

- Estás sola, siempre estarás sola, porque eres una niñita tonta.-Y eso me derrumbó. No quería pensar en que estaba sola, era la peor sensación del mundo, y es peor aún cuando te lo confirman. Agaché mi mirada hacia el plato e intenté ignorarla, pero una voz me sobresaltó.

-¡Claudia!

Era la niña que se burlaba de mí. La madre superiora le llamó la atención y volví la mirada hacia ella, viendo como estaba toda embadurnada de… ¿gachas? Ojalá. Más bien caldibache con algo de pan migado. Se había tirado sobre el plato. La miré por lo bajo intentando que la madre superiora no me viese y me reí. Aunque no me reía de su “desgracia” sino más bien me preguntaba que le había pasado para acabar así.

- ¿Y tú de qué te ríes? Madre, ¿no es pecado reírse de los males ajenos?- Me observó con rabia en los ojos. ¡Fue ella quien comenzó a meterse conmigo! No era justo que me culpara a mí.

-Bueno, yo estaré sola, pero veo que tú te has enamorado del plato de comida, así que os dejo a solas.-Dije eso casi sin pensar, aunque sabía lo que venía después.

- ¡Chrystalle! Ahora mismo, las dos, a la capilla. Vais a fregar el suelo pero antes haréis diez cruces con la lengua sobre él- Nos miró de forma severa. - ¿Ha quedado claro?

Claudia se levantó y yo la seguí hasta la capilla.

- ¿Ves lo que has conseguido? Si te hubieras quedado calladita...-Me reprochó en el camino.

- ¿Yo? Pero si has sido tú la que se ha puesto a meterse conmigo sin motivos.

- Yo solo me he reído, ¿No está prohibido, no?

- Yo también, así que estamos en las mismas.

- Definitivamente, eres tonta. Supongo que por eso te abandonaron tus padres, ¿no?- ¿Me abandonaron por qué era tonta? Fue lo primero que se me pasó por la cabeza. Me sentí inútil por no conseguir que los Señores Lennon me quisieran y me planteé la posibilidad de que era porque realmente era tonta.

-... Bueno... tú también eres huérfana, no deberías hablar tanto.

- Yo no tengo padre, y mi madre murió.

- Entonces no te importa lo que los míos hicieran.

- Desde luego que no me importa – Se puso digna y no dijo nada más hasta que llegamos a la capilla.

No la vi muy dispuesta a hacer las cruces en el suelo, y yo tampoco quería hacerlas, porque sabía muy mal y solía haber bichos y polvo en él. Le pregunté y finalmente hicimos un trato en el cual ninguna lo haríamos si callábamos. Terminamos de fregar y llegó la hora de ir al patio a jugar. No me gustaba mucho esa hora, pues la pasaba sola, y aunque era igual que el resto del día, me dolía ver como los niños jugaban entre ellos y no me miraban. Hubiera jugado con ellos si me lo hubieran propuesto, pero nadie me preguntó nunca. Por lo que me veía ahí, sola y botando una pelota. La pelota cayó sobre mis pies y me fijé que las puntas de mis zapatos estaban manchadas de barro de las anteriores lluvias. Cuando me di cuenta de mi pensamiento absurdo, pude ver como dos manos cogieron la pelota y la levantó.

Miré hacia esa persona, y vi a un muchacho de más o menos, diecinueve o veinte años, con el pelo rizado y castaño. Tenía los ojos marrones y una sonrisa en el rostro, cubierto con un poco de barba, pero solo un poco. Me sorprendió ver a un hombre así, que se me acercara e incluso que pretendiera interactuar conmigo y sobretodo sonriendo.

-No me gusta jugar solo, ¿y a ti?- Continúa sonriendo, y me costaba hablar debido a que no lo conocía de nada y me daba vergüenza hablar con desconocidos.

-Pues…lo hago cada día…pero…-Agaché la cabeza pensando en lo mal que lo pasaba día tras día jugando sola.

-Pero…-Él se agachó y buscó mi mirada con sus ojos. Tampoco perdió la sonrisa. Nunca vi antes a alguien tan risueño anteriormente y me inspiraba más seguridad.

-No me gusta…

-¡Anda, que coincidencia! - botó una vez la pelota - Aunque... esto es muy aburrido. Personalmente prefiero el escondite.

-¿Cómo se juega?

-Te responderé si me contestas tú a algo.

-Vale…-Me imaginé un montón de preguntas acerca de por qué estaba sola o algo por el estilo, pero fue más simple, mucho más.

-¿Cuál es vuestro nombre?- Su tono de voz cambió a uno más caballeroso.

-Chrystalle.- Y si me hubiera preguntado apellido no habría contestado.- ¿Y vos cómo os llamáis?- Levanté un poco más la cabeza para poder verle mejor.

-Phoenix, como el ave.-Se rió.

-He leído algunos cuentos sobre Phoenix.-Finalmente se me escapa una pequeña sonrisa que hace mucho no dibujaba mi rostro.

-¿De verdad? ¿Y qué se dice?

-Se consumen y resurgen de sus cenizas.-Recordé aquel libro que leí acerca de ellos, y que tanto me gustó.

- ¡Exacto! Ojala yo pudiera hacer eso... Bien, debería presentarme adecuadamente.- Me tendió la mano e hizo una leve inclinación. Yo le tendí la mía mirándole con curiosidad, preguntándome el por qué hacía todo eso. Llevó mi mano a sus labios sin llegar a besarlos y levantó su mirada de nuevo hacia mis ojos.-Es un placer conocerla, milady Crhystalle.- No entendí del todo sus cambios de forma de hablar, a veces tuteándome y otras refiriéndose a mí de vos.

-Igualmente, señor Phoenix.

-¡Bien!- Me sostuvo la mano.- El escondite consiste en lo siguiente: Yo cierro los ojos y cuento hasta veinte y mientras tú te escondes. Tú ganas si eres capaz de volver al punto donde yo he estado contando sin que yo te descubra y vuelva a él. ¿Qué te parece?

-Parece divertido, ¡venga, juguemos!- Estaba muy animada porque alguien quería jugar conmigo y a un juego que no conocía.

Él comenzó a contar y yo busqué un escondite. Los niños me miraban extrañados y supuse que tendrían envidia porque un muchacho muy simpático estaba jugando solo conmigo. Me escondí tras un árbol y Phoenix comenzó a buscarme. Se acercó a donde yo estaba pero no directamente. Por lo que aproveché el momento y salí corriendo hacia el punto al cual debía ir. Él se dio cuenta y fue detrás de mí, pero fui más rápida y le gané.

¡Bien!- Me reí a carcajadas después de mucho sin hacerlo. Estaba muy contenta no por el hecho de ganar, sino por motivos obvios. No estaba sola, al menos ese día.

-Eres rápida, jovencita.- Me “fulminó” con la mirada.

-O vos sois lento.

-¡Mírala que lista!- Sonrió de forma pícara y recordé el episodio de antes.

-¿Lista? Claudia dice que soy tonta…

-¿Claudia? ¿Y quién es Claudia? Yo soy Phoenix y digo que eres lista.- sonrió - Al fin y al cabo, no somos más que nombres, ¿no? Y los nombres tienen la importancia que tú les des. ¿Te importa ella?

No, la verdad es que no me importaba, y me animó que él pensara que era lista. Le pregunté si tenía cosas más importantes que hacer y por desgracia así era. Aunque me causó curiosidad el saber que iba a hacer, pues no parecía que viniera a ver a las hermanas.

-¿Esta noche quieres que vaya a verte?- Me preguntó antes de irse.

-¿A verme? A las habitaciones no pueden venir chicos.

- Esas son las normas... cierto. Pero... ¿no se hicieron las normas para que algún insensato las burlase? No te he preguntado si puedo "según las hermanas"- Puso las manos en posición de rezo, cínico - ir a verte... te he preguntado si quieres que vaya.

- Bueno... acabamos de conocernos. Igual así no me sentiría sola, pero ¿queréis vos venir?-Deseé que dijera que sí, aunque en el fondo me parecía disparatado y llegué a pensar que estaba bromeando.

- Desde luego. Acabamos de conocernos pero... tengo la sensación de que muchas cosas cambiarán de ahora en adelante - se puso de rodillas y me miró con broma en la cara.- ¡Si, quiero!- Me reí, parecía que le estuviera pidiendo en matrimonio como en los libros y además me alegró ver que no estaba bromeando y que igual si que iba a venir. Si lo veían me castigarían, pero como él me dijo: “Hay que burlar las normas.”

-Sois muy extraño, y muy gracioso.-Añadí mientras continuaba riéndome.

- Vaya... lo habéis notado. Suerte la mía - hizo una exagerada reverencia - Nos vemos esta noche, milady Chrystalle.

-Hasta esta noche, señor Phoenix.-Imité su reverencia y se marchó. Me quedé pensando en lo extraño que era y esperé impaciente a que la noche cayera, preguntándome si volvería.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Diario (III)

Una noche me atreví a culminar uno de los miles de planes que había en mi cabeza.

Taylor me había alojado consigo, en el puerto. Sí, era aquel viejo que había descubierto mi pequeño hurto. Como castigo me exigía trabajar en el puerto, y así poder ganarme mi propia comida. Obedecí gustosa, no me gustaba nada tener aquel acto sobre mi historial. También así evitaba pensar en otras cosas.
Fue en una de esas noches cuando conseguí un poco de pergamino y tinta. Una vela hizo de confesor y testigo del largo tiempo que pasé, reflexionando acerca de lo que escribir.

"No tengo gran explicación para lo que he hecho, no tendría un buen efecto en estas palabras. Desconozco qué es exactamente lo que debo decir, o como decirlo. Pero sí lo que no tengo ni quiero decir. No voy a pedir disculpas por haber huído de casa, no quiero someterme a un futuro que promete infelicidad para todos los implicados. Es demasiada responsabilidad sobre mis hombros, no podría soportarla, ni siquiera puedo imaginarla.
Conmigo me llevo el calor del hogar, jamás desaparecerá de mi memoria. Ojalá que el pesar de mi marcha se cure pronto"

Sin quererlo había mojado el pergamino. El miedo había salido gracias a aquella carta, y se escapaba en forma de lágrimas. Me dormí entre llantos, y la carta en mi bolsillo. Jamás llegaron a leerla

Recuerdos VIII

El peor año de mi vida llegó cuando cumplí los seis años. En esa parte de ella no tengo ningún recuerdo feliz que pueda explicar, todo estaba negro para mí hasta que nació él. Blake, tan pequeño y dulce que nunca conseguí acostumbrarme a cogerlo en brazos por miedo a que se rompiera. Aunque yo me encargaba de cuidarlo, no me quejaba, pues así evitaba que los señores Lennon le hicieran daño. En ese tiempo estuve muy irascible con ese tema, no quería que nadie se acercara a él.

-¿Sabes Blake? Algún día nos iremos lejos y viviremos muchas aventuras como en los cuentos que te narro nada noche.

Parecía entenderme, pues sonreía de forma amplia y dejaba ver sus encías desnudas de dientes. Una vez le hice un dibujo en el que salíamos los dos, pero lo guardé en mi caja de los recuerdos con el pensamiento de enseñárselo algún día al igual que mis otros recuerdos. También me guardé uno de sus calcetines. Era muy pequeño y me pareció tierno tenerlo, y nadie lamentaría la pérdida de un calcetín habiendo más.

Un día decidí llevarlo de paseo, los señores Lennon no nos hicieron caso. Me imaginé que llevaba una bolsa enorme con todas mis cosas y las de Blake, y que nos marchábamos para siempre. Pensé que ahí comenzaba nuestra aventura, pero tuve que admitir que no podría alimentarle y abrigarle, por lo que omití esa idea. Tan solo quería que estuviera bien y fuese feliz. Incluso estaba pensando en cómo celebrar su primer cumpleaños.

En el camino que hicimos, llegamos a un campo bastante feo, pues Londres no destaca por su bella naturaleza. Había un río que estaba sucio debido a una fábrica que había cerca. El humo que respiraba cada día, era en ese momento más espeso. Deseaba poder darle a Blake lo que le prometía. Busqué la parte más limpia de aquel campo y puse una manta en el suelo. Cogí a Blake del carrito y lo dejé encima. Jugué con él, le hice cosquillas, pedorretas, le comí a besos y abrazos hasta que cayó dormido debido al cansancio. Me hizo muy feliz el hecho de conseguir que él lo fuese, aún más porque yo podía darle esa felicidad. Me alegró aprovechar ese día en el que no nos llovió, y había no un sol radiante, pero algo de claridad en el cielo.

-Blake, te prometo que algún día volaremos juntos por el cielo. ¿Sabes? Sería bonito volar, y en el caso de que yo pudiera y tú no, te llevaría en brazos. Espero que tú también me llevaras a mí si yo no puedo. Pero con lo pequeñito que eres lo dudo.- Susurré para no despertarlo con la esperanza de que me escuchara en sus sueños.


Él se despertó y me sentí culpable por haberle interrumpido su sueño. Me daba un poco de envidia el hecho de que él no tenía pesadillas, pues no parecía sufrir mientras soñaba. Pero me gustaba porque así Blake no lo pasaba mal cada noche al igual que yo. A veces me despertaba al lado de su cuna, tirada en el suelo sin saber cómo había llegado. La luz de mis sueños aún estaba lejos, pero cada mañana él era mi luz.

Por suerte no se despertó llorando, es más, tenía una amplia sonrisa en el rostro. Y sin borrarla nos señaló a nosotros y al cielo. Pensé que me había escuchado y que había soñado que volábamos, y ese gesto me enterneció. Lo cogí en brazos y lo abracé, pues vi que el tiempo estaba empeorando. Me lo llevé al carrito y lo abrigué con la manta y de nuevo se durmió con esa sonrisa dibujada.

-Algún día, te lo prometo.

Y volvimos a casa.

Igual enfermé debido al frío que cogí en ese momento, pero jamás me arrepentí de haberlo vivido con Blake. Continué con mi diario durante mi enfermedad, hasta que conseguí terminarlo y lo guardé en mi caja de los recuerdos.

Pero no sabía lo que el destino tenía pensado para mí aquella noche fatídica. Resistí todo lo que pude para seguir cuidando de él, pero finalmente no pude aguantar más y aquella noche fue la última vez que lo vi. Jamás me arrepentí tanto como esa vez, pues pude haberme ido antes de que ellos se fueran, y pude haberlo protegido de ellos. Se llevaron lo más bonito que me pasó y a mí me llevaron lejos de esa vida catastrófica para empezar una nueva en un orfanato. Y todos mis recuerdos acumulados en mi caja, se quedaron allí, al igual que mi consciencia durante un tiempo que recuerdo gris en mi memoria.

martes, 22 de marzo de 2011

Recuerdos VII

Después de que Dylan se fuera, no pasó nada interesante en la escuela, y antes de poder saber si me volverían a hacer una fiesta por mi cumpleaños, dejé de ir. Durante mi quinto cumpleaños estuve revisando las cosas que llevaba guardando en mi cajita. Ya tenía:

-Una muñequita de trapo que encontré en el porche de mi casa con dos años, que tenía con hilos gruesos el cabello castaño y un vestido verde. Supuse que se le perdió a alguna niña.

-El primer diente de leche que se me cayó con tres años, evidentemente de un tortazo. Lo guardaba en un tubito pequeño.

-Los dibujos que me hicieron mis amigos, en total, nueve, pues no éramos mucho en la escuela.

-El libro del Soldadito de Plomo un poco roto debido al uso que le daba cada día.

-La carta de Dylan la cual aún no sabía si me la dejó en la mano o se le cayó, y dejé de leerla al mes de irse, pues me hacía daño.

-El anillo que él me regaló, escondido en otra cajita más pequeña para que no se me perdiera. Aún me quedaba grande, mucho.

-Y un dibujo que hice de mi familia, en el que mis padres estaban sonriendo y yo me encontraba en medio, agarrándoles de las manos.

Me gustaba soñar con que algún día eso podría pasar, pero sabía en el fondo, que jamás sucedería. Lo que hice en esa parte de mi vida no fue tan bonito como en la anterior. Un día me encontré con Victoria mientras iba a hacer algunas compras. Ella parecía más mayor a pesar de haberla visto meses atrás. Iba con su madre de la mano y parecía muy contenta.

-¡Chrystalle!-Gritó cuando me vio aparecer.

-Hola Victoria. Buenas tardes, señora Frank.-Intenté saludar con educación a la madre de Victoria y ella me devolvió el saludo con una sonrisa.

-Madre, ¿Puedo quedarme jugando un rato con Chrystalle?

-Bueno, pero solo un rato, tenemos que volver pronto para hacer la cena.-Ella se marchó a hacer más compras antes de dejarle claro a Victoria que nos quedáramos aquí y que volvería en media hora. Me preguntó por mis heridas, y le expliqué que me había caído.

-Sigues igual de torpe.-Victoria me miró con una sonrisa.

-Lo sé…

-Oye, ¿vamos a otra parte? Hay un parque por aquí cerca.

-Pero tu madre ha dicho que no nos moviéramos de aquí.

-No pasa nada, va a tardar, además está aquí al lado y seguro que no se enfada.

Fuimos al parque que, como dijo Victoria, estaba muy cerca. Podíamos ver el lugar donde la señora Frank estaba comprando y si salía volveríamos corriendo.

-¿Por qué te fuiste de la escuela? ¿No te gustamos?

-Sí, mucho, pero… mis padres dicen que es muy cara y que no necesito ir.-Esa frase se me escapó, ellos me dijeron que inventase cualquier cosa.

-Pero la escuela es buena, se aprende mucho, y además se hacen amigos.

-Eso lo sé. Pero no puedo hacer nada.

-Es una pena, ya estábamos pensando en cómo celebrar tu cumpleaños.-Eso me dolió mucho, pensé en lo que me había perdido ese día en el cual me quedé en casa mirando una caja que solo contenía recuerdos, pero no nuevas experiencias.

Jugamos a un montón de cosas. Me enseñó lo que era el corre que te pillo y estuvimos jugando un rato. Como nos cansamos, decidimos jugar a que éramos mayores e íbamos juntas a hacer las compras. Era un juego raro, pero igual de divertido. La media hora voló al igual que volaron Victoria y su madre cuando volvió.

No quise pensar que esa sería la última vez que vería a Victoria.

domingo, 20 de marzo de 2011

Rayo de esperanza

La espera comienza. Las gotas de la sangre están ya en su garganta, con toda nuestra fe y esperanza para que surtan efecto. Quisiera sentarme y esperar a su mejoría, olvidandome de todos los problemas que atenazan al reino y a mi corazón. Una pesada carga, no pensé que costaría tanto llevarla adelante. Todo tiene un precio, y se paga tarde o temprano.

Un poco de estabilidad, una pequeña mirada que de aliento. Una mínima esperanza que permita ver que el reino pueda salir adelante

¿Queda esperanza para todos nosotros? ¿Quién apostaría por nuestras acciones y sacrificios?

sábado, 19 de marzo de 2011

Regreso

Y aquí estamos de nuevo en Londres. Tan mugriento como lo recordaba, con el aire tan cargado que casi había olvidado que no se podía apenas respirar, todo lo contrario a Metáfora. Aunque me fui hace poco, me vienen muchos recuerdos a la cabeza. Desde luego hasta ahora no me había dado cuenta de las muchas ganas que tenía de irme de aquí y ahora de las muchas ganas que tengo de regresar a Metáfora. Voy con prisas, lo reconozco, quiero acabar esta misión cuanto antes y poder olvidarla. Tengo que acabarla porque se lo debo a Elisabeth… porque por mi causa Caroline desapareció y debo encontrarla para llevarla de nuevo a su lado.

No me importa cuánto me zarandeen y me lancen por los aires, ni tampoco que mis ojos se estén volviendo transparentes. ¿La causa? Será aquello que me bebí, y si no ya he mencionado que no me importa. Volveremos a encontrar a Julianna, aunque a Phoenix, que corrió detrás de ella, se le escapó… pero la hallaremos y venceremos. Recuperaremos a Caroline y podré volver y no regresar jamás a esta apestosa ciudad. ¿Verdad?

Barcos de papel

No sé el por qué pero me siento pesada. Phoenix tiene razón, hicieran lo que hicieran era mi familia. Y no me importa, en parte, por los señores Lennon, sino más bien por Blake. Tal y como lo recuerdo era la criatura más indefensa que jamás he conocido. Suave, rosado y con la risa más bonita del mundo, aunque se escuchara poco.

-¿Quieres despedirlos?

Phoenix me pregunta, y yo asiento. Nos dirigimos hacia nuestro lugar que ya pintamos una vez, y que parece más cercano ahora. Deduzco que lo que hizo fue darme vueltas y evidentemente acierto. Me explica la forma en la que despiden aquí a las personas difuntas. Y me ofrece tres barquitos de papel, uno para cada uno. Suelto en el lago los de mis padres y veo como si ardiera en llamas azules, pero no queman.

-Puedes decirles algo. Será lo último que escuchen.

¿Qué decirles? Gracias por nada, bueno, por haberme tratado como hicieron. ¿Desearles el infierno? Ni allí los querrían. Pero que recibieran algún castigo, o que al menos logren darse cuenta del enorme error que cometieron. Y aunque desear mal a alguien es un acto despreciable, no es mucho menos que lo que ellos me causaron a mí.

-Adiós.-Porque no merecéis más palabras que suenen de mis labios. Es neutral, no quiero daros más porque aunque quiero que ardáis, jamás lo admitiría en voz alta.

-¿Solo eso?-Phoenix me pregunta. Lleva todo el evento serio, lo cual no me extraña.

-¿Y mi hermano?-Me tiende el barquito de Blake. A ti, hermanito… te deseo lo mejor. Si existen los ángeles espero que tú seas uno de ellos. Y no tengas miedo si el cielo te parece demasiado oscuro, yo sé que te ocultas tras las nubes y tras el brillo del Sol. Aunque no pueda verte y no quieras estar ahí, pronto te veré.

-No sé qué decirle.-Aunque se me cruzan miles de palabras para él no soy capaz de pronunciarlas.

-¿Le gustaban los cuentos?

-No lo sé…

-Cuéntale el del Soldadito de Plomo.

-¿Cómo sabes…?

-Venga, luego te respondo.

Y comienzo a contárselo. No de la forma en la cual la leí, fue más torpe y menos bonita, pero la idea quedó. Con esto, espero que descanses en paz. Suelto el barquito en el agua y ocurre lo mismo que con los otros dos. El agua se lo lleva, y con él lo último que podré decirle.

-Si te soy sincero no me lamento de que hayan muertos.-Confiesa Phoenix. Dos palabras se cruzan en mi mente, aunque con excepción de mi hermano. “Yo tampoco”. Y entonces sé que aunque ya lo era antes, soy definitivamente libre.

jueves, 17 de marzo de 2011

Recuerdos VI

Estaba tirada sobre la cama, pensando después de un par de meses en aquel día de mi cumpleaños. Cada día iba con la esperanza de encontrar otra fiesta, pero después me consolaba pensar que en mi próximo cumpleaños, quizá habría otra fiesta o tal vez más dibujos para mí. Quería guardar muchas cosas en mi cajita, ya llevaba los anteriores dibujos, el libro del soldadito de plomo que mi profesora finalmente me regaló, y que se podría decir que es mi bien más preciado, y en cuanto terminara el diario que estaba escribiendo día tras día, también lo guardaría ahí antes de comenzar otro. Me encantaba escribir y me desahogaba contar a “alguien” todo lo que me pasaba cada día. El diario era de color morado oscuro y era muy grueso. Pensaba que me duraría años, y así fue.

Esos dibujos que miraba muchas veces para ver si continuaban en el doble fondo del armario. Y ese en especial, el de Dylan, que tanta curiosidad me daba. Cada día que lo veía me alegraba mucho más y añadía más ganas incluso de ir a la escuela. Yo me sentaba junto con Victoria y él al lado de Mike. Ella me decía que yo le gustaba, y yo le respondía que él a mi también, al igual que todos mis amigos. Pero lo que me quería explicar es que era otra forma diferente de gustar, algo que su madre le explicó, una cosa que se llama “amor”. Bueno, yo había leído muchas veces esa palabra pero no sabía del todo lo que significaba.

-Ya sabes, el amor… es como lo que los padres sienten hacia sus hijos. ¿Lo entiendes ya?

-Bueno… -en realidad eso me hizo un lio. Si el amor era eso la verdad, me parecía mejor no amar a nadie. Por su bien.

Pero supe que no podría librarme de ese sentimiento. Ella fue a hablar después de la escuela con Dylan, y a mí no me dio tiempo a marcharme. Había muchos padres que fueron a recoger a sus hijos, y por desgracia los de ellos dos aún no habían llegado.

Ambos se acercaron a mí y justo en ese momento, apareció la madre de Victoria, por lo que se fue con ella. Entonces nos quedamos solos, bueno, más o menos. Me cogió de la mano y tiró de mí para que le siguiera detrás de un árbol en el cual nosotros podríamos ver a las personas, por si llegaba la madre de Dylan, pero que no podrían vernos a nosotros.

-Oye Chrystalle… tu eres una chica, ¿no?

-¡Claro! ¿Es qué no lo ves?-La cosa empezó rara.

-Sí… es que bueno, mi madre dice que las chicas y los chicos se enamoran.

-Ah… ¿y los chicos no pueden amar a los chicos, y las chicas a las chicas?

-Pues no lo sé, sería raro, pero a mí me gusta más una chica.

-¿Una chica?-Pensé que diría las chicas, pero me sorprendió que dijera solo una.

-Sí, me gusta tú.

-¿Yo? Pero…-La timidez aumentó, me sentía en parte bien y en parte mal, pues no sabía qué hacer, pero sentía un cosquilleo dentro de mí.

-¿No te gusto?-Parecía que iba a llorar.

-Sí, me gustas, pero ¿te refieres a qué estás enamorado de mí?

-Bueno… puede.

-Eso es malo, el amor, quiero decir.

-No, no es malo. En los libros salva a muchas personas.

-Y en otros mucho las mata.-Pensé en algunos cuentos trágicos que nos explicó en clase Diana, como Romeo y Julieta, y dijo que lo leyéramos cuando fuésemos mayores, pues aún no lo entenderíamos.

Dylan se acercó a mí y me dio un beso en los labios. Fue fugaz, como cuando parpadeas, que no lo notas mucho pero sabes que lo has hecho. Yo me quedé paralizada. Su madre llegó y antes de irse, me agarró de la mano y acerco sus labios a ella en gesto caballeros.. Siempre fue un caballero, lo decía Diana. Antes de irse pude ver como sonreía.

Los días pasaron. Se podría decir que nos acercamos más y de vez en cuando nos dábamos algunos besos furtivos detrás de aquel árbol. Incluso escribimos nuestras iniciales: “C&D” rodeadas de un corazón. Fue una época agradable, mucho. Nuestros compañeros se fueron dando cuenta de nuestra pequeña relación y se “burlaban”. Victoria me preguntaba que se sentía al besar a un chico y yo no sabía responderle.

Meses que pasaron demasiado rápidos y a pesar de haber estado mucho tiempo con Dylan, no pude conocerlo demasiado. Éramos demasiado pequeños como para comprender que el “amor” no iba solo de besos, sino que también iba de comunicación y demás cosas. Pero nos gustaba así. Quiero decir que no lo conocí demasiado porque llegó el día.

Sus padres decidieron que llegó el momento de marcharse de Londres, debido a que habían encontrado trabajo en el extranjero. Él me explicó eso el mismo día que se iba, detrás de nuestro árbol.

-Tengo que irme.-Me dijo muy serio.

-Bueno, nos vemos mañana.

-No, Chrystalle… me voy de Londres.

-¿Vacaciones?

-Mis padres han encontrado un trabajo, me han explicado que tenemos que irnos de aquí y no podremos volver.-El mundo se derrumbó para mí. -¿Sabes? En todo este tiempo he querido ver como es tu rostro sin heridas, y me hubiera gustado ayudarte para que no fueras tan torpe y no te las hicieras.

-Yo…-Ojala fuera simple torpeza, pero sabía perfectamente que no lo era. No lo supe hasta que me dio un último beso fugaz en los labios y se marchó, que mis mejillas estaban inundadas en lágrimas. Antes de marcharse dejó algo en mi mano, pero no me di cuenta.

No supe cuanto tiempo permanecí ahí de pie sin hacer nada más que llorar y mirar como aquel lugar se quedaba sin personas y me quedaba sola detrás de aquel árbol.

Volví en mí. Preferí olvidar que se había ido y mantuve la esperanza de que al día siguiente lo vería de nuevo, y que solo fue una broma suya. Por fin me fijé en lo que me dejó en la mano. Era un anillo. Me quedaba enorme en mis pequeños dedos. Era plateado y fino. Se formaba un camino alrededor de todo el anillo con piedras blancas grisáceas que brillaban mucho. Desde luego, era precioso. Después me fijé en el suelo y pude ver que, había una carta que podría haberla dejado él ahí, o se me había caído a mí mientras lloraba. La cogí y la abrí.

“Querida Chrystalle:

Siento darte esta noticia tan pronto antes de irme y aunque te la habré dicho en persona, me voy. Mis padres dicen que no volveremos, pero yo guardo la esperanza de que sí que lo haremos. Si no, te volveré a ver, seguro. Algún día nos veremos. Te dejo este anillo que cogí a mi madre de una cajita que tenía guardada. Ella decía que es muy valioso porque tiene diamantes o algo así. La verdad es que no sé qué es eso, pero es valioso porque cuando lo vi me recordó a ti, ya que tiene piedrecitas que parecen cristales, y tú te llamas Chrystalle. Espero que lo guardes y que cuando nos volvamos a ver lo sigas teniendo. También espero verte antes de que te quede bien, si no, significará que nos hemos hecho mayores. Aunque crezcamos te seguiré amando, lo prometo. Cuídate mucho de tus caídas y también espero que la próxima vez que te vea tengas el rostro limpio de heridas, aunque no tengas el anillo.

Con cariño, tu novio Dylan.”

Simplemente me fui a casa, y tras guardar la carta y el anillo en mi cajita de los recuerdos, me fui a dormir con el rostro empapado. Y vi en sueños como se iba, dejándome sola de nuevo.

martes, 15 de marzo de 2011

Están muertos

-No.

Esa palabra me atraviesa como la fría hoja de una espada. La negativa a la pregunta de si mis padres y mi hermano continuaba con vida a pesar de todo no era agradable. Finjo que no me duele para que Phoenix no se preocupe, aunque no he visto su expresión aún. Elisabeth me pregunta si estoy bien, y le contesto que sí, debido a que en estos momentos no sé exactamente como me siento.

Muertos. Están muertos. Ellos, los que me maltrataron durante casi ocho años, los que jamás me dieron una muestra de afecto, aquellos que se divertían más golpeándome que jugando conmigo y después me abandonaron para dejarme morir. Y él, a quien cuidé antes de aquella fatídica noche, tan frágil, tierno y dulce. Con demasiadas lágrimas en sus pequeñas mejillas siempre sonrojadas y pocas sonrisas que intentaba sacarle yo. Me duele más la pérdida definitiva de Blake que la de los señores Lennon, ya que nunca debí dejarlo solo con ellos. La culpa siempre me ha perseguido y ahora que sé que está muerto hace más peso sobre mis hombros.

Lo que no entiendo es lo que pudo pasar. Por muerte natural es imposible que mueran tres personas de la misma familia. ¿Un accidente? ¿Una enfermedad grave que los ha contagiado? ¿Les contagié antes de abandonarme? ¿Un asesinato? En este último caso si resulta certero, maldigo a quién haya despojado del derecho a la vida a mi hermano e incluso a los señores Lennon, pues aunque eran personas detestables, nadie tiene el derecho de arrebatar la vida a una persona. Nadie. Y menos a tres.

domingo, 13 de marzo de 2011

Cuidando mi luz

Avanzaba hacia mí con un gesto burlón en la cara. Ese aire arrogante era superior a mis fuerzas. Siempre tan estúpido, siempre tan lejos de ser un caballero a pesar de pretenderlo.

- No sabes porqué te he hecho llamar, ¿verdad pequeño? – se refería a mí de esa forma cada vez que tenía que sermonearme por algo. Poco podía él suponer que sabía perfectamente los detalles de la próxima conversación. Poco podía él sospechar qué final dibujaríamos.
- No. Lo cierto es que lo ignoro, señor.
- Bien, bien, bien... Como sabes, soy el encargado de revisar las relaciones entre cada uno de vosotros y los niños... y no he podido evitar ver en tu trato hacia ella algo más que simple amistad o afecto... no sé si me comprendéis
- Iluminadme
- A lo que me refiero, es a que ella es más que alguien a quien proteger para ti y me atrevería – se llevó la mano a la boca y soltó una risita idiota – a asegurar que también es algo más que amistad
- No habláis claro
- Amor, pequeño – de nuevo esa palabreja – Hablo de... ¿amor? Es posible incluso que aun no lo sientas pero de igual modo es posible que sí que se lo profeses dentro de poco así que he decidido retirarla de tu protección.
- ¿Por qué? – apreté los puños con fuerza
- Sabes que no está permitido estrechar más de la cuenta los lazos entre un niño y su guardián, por eso tomé esta determinación. Pensé que deberías saberlo antes de que se lo comunicase a... bueno, ya me entiendes...
- Lo sé. Lo comprendo... – yo también había tomado una decisión – Y agradezco que me lo hayáis dicho antes a mí...

Todo fue muy rápido. Terror en sus ojos y furia en mis manos. No temblaba, pero él sí. Su cuerpo se apagó como el de un muñeco al que se le acabó la cuerda. Estúpido. No me separaría de ella.

Solo me iría de su lado... si ella me lo pidiese.


··Phnx··

sábado, 12 de marzo de 2011

Recuerdos V

Retrocederé de nuevo al principio de mi historia, pues hasta ahora aunque he dicho algunas cosas insignificantes de mi vida que son bonitas, la mayor parte ha sido todo desastre y dolor. Por lo que volveré atrás, cuando estaba a punto de cumplir los cuatro años. Antes de hacerlo, estuve en mi casa sin salir nunca y mis padres me enseñaron a caminar y a hablar.

Mi primera palabra, de la que me avergüenzo, fue bastante vulgar debido a que era la que mis padres estaban casi todo el día pronunciando, y se dice que todo lo malo se pega. “Mierda”. Esa fue mi primera palabra. Yo no lo recuerdo del todo claro, pero ellos me lo contaron como una fábula divertida.

-Estabas en la cuna, balbuceando como siempre. Mientras tu padre y yo nos encargábamos de la casa, fuimos a limpiar la habitación en la que estabas. Y nada más entrar dijiste esa palabra. Supimos entonces que no tenías mucho futuro si empezabas por ahí, aunque eso nos daba exactamente lo mismo.-Me explicó mi madre un día mientras limpiábamos la casa.

-¿Y qué significa esa palabra, madre?-Pregunté.

-Nada bueno, el problema aún así no es el significado, sino que se trata de una palabra muy vulgar y que no se debe decir en público.

Entonces lo decidió. Aparte de para mejorar mi lenguaje, también lo quiso hacer para librarse de mí por las mañanas. Y yo no lo veía mal. Es más, me encantó la idea de ir a la escuela y conocer a niños y niñas. Mi casa empezaba a parecerme un poco incómoda debido a que me portaba mal y me daban algunas bofetadas, por lo que pensé que si iba me portaría mejor.

Preparé una pequeña mochila donde llevé un cuaderno, un lapicero y algo para comer si me entraba hambre. Aunque aún no sabía escribir. Mis padres me indicaron el camino hacia el colegio ya que ellos estaban muy ocupados, por lo que fui sola. No había salido antes a la calle y confundía el concepto de derecha e izquierda, por lo que me perdí.

-¿Te has perdido, pequeña?- Me preguntó una mujer joven, de pelo rubio oscuro y ojos marrones. Yo era (y soy) muy tímida, por lo que simplemente asentí con la cabeza.- ¿Vas a la escuela?

Volví a asentir. Pensé que era adivina, pero después me confesó que lo supo debido a mi pequeña mochila con la libreta. Aún así era muy observadora. Resultó ser una profesora del colegio, cuyo nombre era Diana. Parecía extrañada de verme sola y me preguntó por mis padres. Contesté que estaban ocupados y eso pareció bastarle. Solo pareció. También se convirtió en mi profesora favorita, ya que era muy atenta y amable. Y más aún cuando cumplí los cuatro años.

Cuando había estado asistiendo a clases varios meses, aprendí palabras, e incluso aprendí a leer, cosa que agradecí enormemente. Iba al colegio esa mañana de cumpleaños a las que no di demasiada importancia, y ya me sabía el camino, aunque me costó un poco aprenderlo. Tenía amigos como Victoria, Mike, Hugo, Peter, Lisa, Carlota y… Dylan. De él os hablaré en otro momento. Volviendo al tema, ese día no vi a ninguno de mis amigos en el camino de ida como siempre. Aún iba adormilada pero eso cambió nada más abrir la puerta de mi aula.

-¡Sorpresa!

Mis amigos, y en general mis compañeros de clase. Mi profesora Diana y muchos pastelitos. La clase estaba decorada con dibujos que mis compañeros habían hecho sobre mí y una gran pancarta en la que ponía: “Feliz cumpleaños, Chrystalle”. En las mesitas habían pasteles de todos los sabores que jamás pude imaginar y había incluso una tarta de cumpleaños con cuatro velas encendidas.

Lloré. ¿Qué iba a hacer? Nunca imaginé que un cumpleaños podía significar tanto ni tampoco que se podía celebrar. Ellos pensaron que no me había gustado y se entristecieron.

-¿No te ha gustado?-Preguntó Mike.

-Me… encanta.-Solo pude decir eso. Todo el mundo gritó de alegría.

-Comeremos pronto para dar al menos algo de clase, ¿os parece bien, niños?-Preguntó Diana.

-¡Sí!

-Feliz cumpleaños, Chrystalle.-Diana se agachó poniéndose a mi altura. Parecía contenta y como cada día, examinaba mi rostro. Supuse que ella había organizado todo.

Era maravilloso. Un día con pastelitos, con amigos y con clases. Apagué las velas de la tarta a la primera y deseé con todas mis fuerzas tener algún día otro cumpleaños así. Comí tantos pasteles que después me empezó a doler la barriga. Pero no me importó en absoluto, porque seguí disfrutando, y al terminar de comer y de jugar, dimos un par de horas de clase en la que leímos un cuento muy bonito acerca de un soldadito de plomo que estaba enamorado de una bailarina. Pero en el cual un arlequín se interponía entre ellos y aunque tenía un final muy triste, era mágico. Desde entonces ese fue y es mi cuento favorito.

Al terminar las clases, pude quedarme con todos los dibujos que mis amigos habían hecho sobre mí. El de Victoria era uno en el que aparecíamos leyendo. El de Mike tenía un dragón contra el que luchaba. Todos tenían algún elemento imaginario, hadas, enanos, gigantes… ya que sabían que me gustaban. Pero en el de Dylan aparecía solo yo rodeada de un corazón enorme. Era también muy bonito, como todos.

Y al volver a casa, cogí una cajita de madera que tenía guardada, doblé cuidadosamente los dibujos y los metí en ella. Arriba de todos puse, sin saber por qué, el de Dylan, ya que me parecía el más extraño. Tras ello la escondí en mi armario, el cual tenía un doble fondo secreto que nadie conocía y nunca descubrirían. Finalmente me dormí pensando en mis ganas de volver al día siguiente a la escuela y leer otra historia tan preciosa como “El soldadito de plomo”. En mis sueños una muchacha bailaba con un hombre. Y en esa ocasión no había un arlequín que intentara separarlos.

viernes, 4 de marzo de 2011

Recuerdos IV

Los meses pasaron lentamente. Ya había cumplido los siete años y en ese cumpleaños preferí no hacerme ilusiones e hice lo mismo que todos los días. Al menos, aunque recibí algunos golpes como cada día, no me dieron una brutal paliza como el año pasado. El vientre de la señora Lennon parecía que iba a explotar, y así ocurrió cinco días después de mi cumpleaños.

Era una madrugada fría, pues el mes de diciembre suele estar cargado de helor. El dieciocho de diciembre, como estaba explicando, la señora Bibi empezó a gritar por la noche. El señor Erwin la cogió en brazos y por petición de ella, la llevó al cuarto de baño. Me explicaron anteriormente que mi parto también fue ahí, y que no necesita la atención de médicos inútiles que nunca han traído un bebé al mundo.

No quise mirar, pero el señor Lennon me pidió que le trajera agua caliente y algún trapo, por lo que no tuve más remedio que entrar y ver a la señora Bibi con las piernas abiertas, con la cara roja y gritando de dolor dentro de la bañera. No supe muy bien cómo se las habían apañado para que los dos cupieran dentro, estando él al otro lado de ella esperando ver algo.

Las horas pasaron y yo seguía escuchando sus gritos. Escuché al señor Lennon decir que estaba asomando la cabeza y me entró una gran curiosidad. Me acerqué de nuevo al baño y pude ver como del cuerpo de ella salía una pequeña cabeza. Después continuó saliendo el cuerpo entero con una larga cuerda pegada en el ombligo.

-Trae un cuchillo.

Obedecí, pero ¿qué iba a hacerle? Con miedo se lo entregué y cortó esa cuerda ya mencionada. Ella estaba inconsciente y él sostenía una pequeña criatura cubierta de sangre y que transmitía un irritante llanto.

-Es un niño.-Me informa el señor Erwin. –Entonces estudiará y será un hombre de provecho.

Tras limpiarle la sangre, me dio al bebe, que seguía revolviéndose. No supe exactamente como agarrarlo, pero por suerte no se me cayó. Él cogió a la señora Lennon y la llevó al dormitorio. Me quedé allí, esperando a que volviera con el miedo de que si caminaba, se me resbalaría. Pero no volvió, por lo que no tuve más remedio que llevarlo. Lo coloqué sobre un sillón y busqué algo para cubrirlo, ya que estaba desnudo y hacía mucho frío. Él se calmó poco a poco hasta que por fin se quedó dormido.

Estuve con él toda la noche, esperando a que volvieran a llevárselo. Amaneció y fue entonces cuando volvió después de haber estado durmiendo, supuse, debido a su rostro descansado con legañas y a más que nada, su exagerada forma de desperezarse. Cogió a la criatura y la llevó a su dormitorio, y yo fui con ellos.

La señora Bibi estaba despierta, pero a pesar de haber estado durmiendo, parecía muy cansada. Él le entregó al bebé.

-Un niño… por lo menos será más útil que la otra.

Sus palabras hirientes me dolieron, pero supuse que no podía esperarme nada nuevo. El bebé me dio envidia, debido a que por lo menos, estaba en los brazos de una madre, aunque fuera ella y sabía que no sería así mucho tiempo.

-Madre, ¿cómo lo llamará?

-Se llamará Blake… Blake Lennon. Suena muy bien. Esperemos que haga honor a nuestro apellido.

Blake… era un nombre bonito, pero me apenaba que continuase con Lennon. La verdad, hubiera deseado que naciera en otra familia, aparte de porque aquí no sabría lo que es el amor fraternal, me tendría que ocupar yo de él. Supe que fue un pensamiento muy egoísta, pero la vida había sido egoísta conmigo.

Pasaron los días y el bebé estaba llorando todo el rato. Yo empecé a extrañarme debido a que en algunas ocasiones, me despertaba en la sala de estar, o en el baño o en el suelo del pasillo. Incluso un día desperté fuera de la casa, y no sabía el por qué. Por otro lado, los señores Lennon seguían sentados hablando de sus cosas mientras yo me encargaba de las tareas y de Blake. Pero un día enfermé con altas fiebres, tos y mucosidad. Me sorprendió que los señores Lennon llamaran a un médico, aunque escuché que era más bien porque “si se muere, no se casará con un hombre rico y fastidiará nuestros planes”.

El médico dijo que era un resfriado bastante fuerte y me recomendó unas medicinas y mucho reposo. Las medicinas eran muy caras por lo que solo pudieron comprar unas pocas. Por lo menos me compraron y no me dejaron morir. Del reposo tuve que olvidarme.

Una noche, el bebé comenzó a llorar muy fuerte. Me puse en pie, pero caí al suelo de un mareo. Sin embargo, intenté levantarme de nuevo y me coloqué la mascarilla para no contagiarlo. Había una tormenta impresionante. Me acerqué a Blake que seguía llorando. Se escuchó un gran trueno y lloró más fuerte aún. También escuché gritos de mis padres diciéndome que callara a “ese mocoso”. Pero entre el llanto, la tormenta, los gritos, los nervios y la enfermedad, me desmayé.

No supe cuanto tiempo estuve inconsciente, pero sabía que estaba viva debido a que las pesadillas aún me acosaban. Soñé con la tormenta sabiendo que me producía un profundo pánico. Un rayo caía fuertemente sobre mí y un gran estruendo me remataba los tímpanos.

Tuve otro sueño en el cuál yo estaba enterrada a muchos metros bajo la tierra, y supe que la gente pensaba que había muerto y me había enterrado viva. Fue agobiante, y golpeaba el ataúd con fuerza, lo arañaba, lo pateaba... El aire faltaba y el espacio era cada vez más pequeño hasta que por suerte, el sueño cambió y de nuevo, vi la luz que hacía tiempo no veía.

Desperté. Abrí lentamente los ojos y pude ver al médico que me atendió la otra vez, observándome con curiosidad y con un tono de pena en su mirada.

-Increíble… es un milagro que hayas sobrevivido.

En una mesita cerca de mi cama, vi muchos tarros de medicina que al parecer llevaban tiempo suministrándome. Y tenía una bolsa de hielo sobre la frente.

-No he podido transportarte debido a tu estado, pero ya va siendo hora de irnos, llevas cuatro meses inconsciente, la verdad es que no tenía esperanzas, pero eres una niña muy fuerte y valiente.

¿Cuatro meses? Un momento, ¿a dónde quería llevarme? No entiendo nada, absolutamente nada.

-¿Ir…?-Me costaba hablar como nunca antes me había costado, sentía la boca como si la tuviera llena de alguna masa que me impedía hablar, aún así, hice un esfuerzo.- ¿Irnos a dónde?

-Te lo explicaré, pero antes descansa un poco más.

-No, quiero saberlo.

El hombre tenía cada vez más pena encima, y aunque me costó convencerle, finalmente me lo explicó.

-Tus padres se han ido, y se han llevado también a tu hermano.

-Pero… ¿y yo qué?-Me mareé más aún, me habían abandonado.

-Volví a traerte algunas medicinas más, debido a tu temprana edad y al mal aspecto que tenías. Quería proponerles un plan de pago diferente a los demás que no les costara tanto. Pero al llegar, la puerta estaba abierta de par en par y había muchas cosas revueltas. Te encontré tirada en el suelo, cerca de la cuna de tu hermano y una nota mal escrita sobre ti que ponía: “Enterrad el cadáver con el nombre de Chrys Lennon.”-Dicho esto, me entregó la nota y sin ninguna duda era la letra de la Señora Bibi.

¿Chrys?... Si un día muero, que me entierren con el nombre de Chrystalle, simplemente… pensé. La verdad, no me extrañó en absoluto. Tuve mucho miedo pues no sabía lo que sería de mí a partir de entonces, pero también alivio, debido a que a partir de entonces, quizá mi vida mejoraría. Pero cuando el médico me preguntó por mi situación en casa anteriormente, callé. Pasé semanas sin poder dejar de llorar, porque aunque me habían tratado mal, era mi única familia y… no me entraba en la cabeza que me dejaran morir sin más. Mientras tanto el médico me conducía hacia una nueva vida y me prometía estudios y amigos. Nueva vida, nuevo lugar, llamado por el nombre de “Orfanato”.

jueves, 3 de marzo de 2011

Recuerdos III

Corrí por un túnel oscuro, en el cual se escuchaban gritos y amenazas contra mí. Era muy largo y no conseguía ver nada, absolutamente nada. Por fin, hallé una luz al final del túnel. Estaba muy lejos y aunque cada vez parecía aún más lejos, por lo menos no desaparecía. Oí la voz de un hombre proceder desde allí, diciendo mi nombre y murmurando algunas cosas más.

Desperté. Ya llevaba meses teniendo pesadillas por doquier. En esa ocasión, no fue tan terrible y al menos había habido una luz de esperanza. Pero solo era un sueño, aunque los sueños dicen mucho. Me levanté de la cama y me preparé para hacer el desayuno y las demás tareas que me concernían. Antes, observé mi imagen en el espejo, con nuevos moratones y arañazos de la última vez, aunque ya me estaba acostumbrando. Mentía, dudaba que lograra acostumbrarme a ello. A veces me preguntaba si algún día podría ver mi rostro sin heridas, si sabría como es la verdadera Chrystalle que se ocultaba detrás de la sangre.

-¡Chrys! ¿Vienes ya?-No sabía de donde se habían sacado esa nueva costumbre de acortar mi nombre. Ellos decían que era para gastar menos saliva, y que se estaban planteando llamarme simplemente C. Me gusta mi nombre, pero solo mi nombre. Pues hacía poco, el apellido Lennon me hizo bastante mal. Decidí llamar a los señores Lennon de esa forma, pero por desgracia, la primera vez que lo hice me gané una paliza peor a la primera. Por lo que esos seudónimos los guardaba para mí misma.

Me dirigí hacia la cocina y preparé el desayuno. De nuevo se quejaron de lo tardona que soy, de lo asqueroso que estaba, que si Chrys esto, Chrys lo otro. Limpié la casa, fregué los platos, hice todo lo que pude, como cada día, mientras ellos se limitaban a hablar y a discutir sobre mi futuro.

Decían que querían casarme con un hombre rico, “asquerosamente rico”, definían. Así ellos vivirían con lujos y con gente que les hicieran las tareas.

-Aunque para eso nos quedamos con Chrys.-Se rieron con su chiste poco gracioso. Pero insistían que sería una vida maravillosa, mi marido sería uno cualquiera que tuviera más billetes que canas, aunque en su cabeza abundaran.-Cuando cumplas dieciocho, Crhys, nuestros sueños se cumplirán.

Desde luego, mis planes de futuro eran otros. Según leía en mis libros, las personas y seres que se casaban lo hacían por amor. Y yo dudaba que fuera capaz de amar a un hombre con canas, con dinero y sin amor que ofrecerme. No, no pensaba casarme sin ese mínimo requisito, aunque al final resultase según sus planes. Ellos seguían conspirando con eso, y parecía ir en serio.

Continué con las cosas y al terminar, me fui a descansar. En breve tenía que preparar la comida por lo que en esa media hora de estar tranquila, me limité a soñar despierta, ya que dormida no podía. Imaginé que estaba en el cielo, volando y que bajo mis pies podía ver una gran ciudad. Los pájaros, hadas, dragones, y todo tipo de criaturas voladoras, me acompañaban. Oh… ¿ya?

Fui hacia la cocina, de nuevo, y comencé a preparar el almuerzo. Al servirlo, se me cayó una cuchara al suelo y fui a recogerla. Recibí una patada en la boca de mi madre.

-Eres una torpe.

En ocasiones, creía que simplemente me golpeaban sin ningún motivo. Aunque había tirado la cuchara al suelo, supongo que me lo merecía, pensé.

-Lo siento.-Me limité a decir.

Lo días siguieron, transcurriendo muy lentamente. Pasaron algunos meses más y yo continué con mi rutina de día a día. Seguía teniendo pesadillas con los Señores Lennon, la soledad, la pérdida de un lugar al que ir e incluso la mía misma. Pero por suerte, la luz que comencé a ver un día estaba cada vez más cerca. Y no me importaba esperar mucho tiempo más para descubrir de qué se trataba, ni tampoco me importaba si resultaba que no iba a definir un cambio en mi vida. Estaba segura de que, al menos cuando llegara a esa luz, las pesadillas dejarían de perseguirme y podría descansar por las noches y evadirme de la realidad un poquito más.

Un día me percaté de que la señora Lennon estaba un poco más gorda que hacía unos meses, y se solía encontrar peor por algunos problemas de estómago que le hacían vomitar. También comía mucho.

Yo preferí no preguntar si estaba bien, porque sabía que era capaz de enfadarse si le mencionaba que se estaba poniendo gorda, aunque decía que saltar en la cama hacía que no engordase y lo hacía la mayoría de las noches en su habitación con el señor Lennon. Bueno, más bien es lo que me decían ellos, porque al preguntarles y decirme eso, se rieron a carcajada limpia. La verdad, no le veía la gracia a eso de saltar en la cama por la noche, no lo entendía. Un día, me llamaron y asustada, aunque sin malos presentimientos, acudí a ellos y me explicaron.

-¿Sabes Chrys? Por desgracia hay algo que nos ha maldecido en el cielo.-Dijo la señora Bibi.

-¿A qué os referís, madre?

-Dentro de poco, tendré un bebé.

-Oh… ¿y cómo lo sabéis?

-Porque cuando estás embarazada, vomitas y te encuentras mal, además te crece la barriga, por si te pensabas que me estaba poniendo gorda debido a que soy tan vaga como tú.

-No pensaba eso… ¿y por qué le crece la barriga?

-Porque la cosa esta, está dentro de ella y crece como mi barriga.

-¿Y cómo ha entrado ahí dentro?

Ellos se empiezan a reir.

-Porque saltamos en la cama, según tú crees.-Se rieron aún con más ganas. Pues yo no le veía la gracia, ¿y si yo saltaba en la cama y tenía un bebé? Decidí que no saltaría en la cama nunca.-El caso es, que cuando el bebé nazca tendrás que hacer todo lo que has estado haciendo hasta ahora y también encargarte de él.

En el fondo, lo imaginaba. ¿Pero cómo se cuida a un bebé? Me daba mucha pena la idea de tener un hermano o hermana que fuera sometido también día tras día a esta vida. Siguieron hablando de lo que harían si fuera niño, en ese caso se encargarían de hacerle estudiar mucho hasta ser un hombre de provecho con mucho dinero. Y si resultaba ser una niña harían como conmigo, casarla con un hombre rico. Solo les importaba el dinero, y la verdad, al escuchar eso deseé ser un niño para poder seguir estudiando.

Los meses pasaron y la luz estaba cada vez más cerca en mis sueños, pero en algunos momentos se alejaba de nuevo. La barriga de la señora Lennon parecía que iba a explotar y el día se estaba acercando para que él o ella, naciera.

Damas y caballeros ¡colóquense las máscaras!

Por fin esa sensación de antes de salir a escena. ¡Qué nervios! Mañana será la boda y nada puede salir mal, pero tendremos que improvisar, ante tantos cambios e inesperadas sorpresas. La verdad es que desde que dimos el último golpe en York con mis amigos a los de North Eastern Railway y sus empresas afiliadas, no me esperaba tener que trabajar con nadie más. El señor Mathew y los demás decidimos separarnos, yo volvería a Londres con mi parte de la estafa y el resto de los actores a otras partes de Inglaterra. El dinero que ganamos se me acabó en seguida, sobre todo en arreglar mi valioso vestuario, pero eso sí, quedó impecable. Como decía, trabajé sólo en Londres, me las ingenié, aún no sé cómo, no me preguntéis querido lector, para suplantarle la identidad a uno de los banqueros de los Doyle. Una gran gran estafa me recorría el bolsillo, pero desde luego, en mis planes no contaba con la señorita Emily Wallace.

¿Qué decir de esta panadera que parece constantemente malhumorada, que va dejando cuchillos panaderos en comisarías, que guarda hadas en pendientes y consigue seis visados de salidas al extranjero de un día para otro?

Pues que en el fondo, es bastante simpática la muchacha, ¿no les parece? Emily Wallace es una humilde panadera de Londres, pero me atrevería a decir que sus panecillos no son nada humildes, ¡están para comérselos! (y nunca mejor dicho) Me atrevería a decir que a Emily Wallace le caigo algo mal, pero en el fondo todos la comprendemos, soy algo difícil de digerir, por no decir de que estuve engañándola un período de tiempo bastante considerable. Pero aún así, sigo viviendo en su panadería con su simpática abuelita y no sabría decir por qué no me ha echado todavía. Lo más sorprendente de esta señorita es que tiene una apariencia legal y humilde, pero no dudó a la hora de querer participar en la función que pretendo orquestar en la boda. ¿Querrá el dinero para jubilar a su abuelita? ¿O es avaricia? ¿Que piensa usted, querido lector? Si a mi me preguntara, le diría que me inclino por lo primero. La quiere mucho, a pesar de que sus libros de cuentas estén en un idioma que no existe.

Bien, ¿quéreis que siga con el reparto de este peculiar grupo? ¿Sí? Pues vamos allá. Agarráos fuerte.

Sigamos con otra señorita, Aeryn Gray. ¿Qué decir de esta muchacha que se me presentó como un hombre? Le encanta el teatro, ¿no es genial? En ese aspecto es una de las mías, pero ella no renunció a su sueño como yo. Ella aún no está frustrada y piensa subirse a un escenario...a pesar de ser una mujer. Qué le vamos a hacer, aún no está bien visto esto de la feminidad sobre las tablas. Está bastante loca y creo que es hiperactiva, pero sobre todo hay que tener cuidado cuando se pone las manos en las caderas...eso es que trama algo o está mintiendo (o sobreactuando) Y como yo, se lleva el teatro a todos los aspectos de la vida (pero ella lo hace todavía por amor al arte), incluso aceptó el papel del novio en la estafa...leéis bien, ¡del novio! ¿Cómo iba a ser posible tal cosa? Todos se darían cuenta...pero para eso está morfo y espero que las grandes cualidades de interpretación de la señorita Gray. Normalmente va acompañada de un tal Arthur, mi criado, y no lo digo por presumir (bueno, un poco sí, nunca tuve uno). Este chico miente horriblemente mal, así que tendré que tenerlo vigilado en la boda.

Aquí tenemos al último de los actores, pero no por ello menos importantes, así que dadle un aplauso. ¡No os oigo! Así me gusta.

Pues este caballero, se llama Ethan Williams, y es el verdadero (o debería) protagonista de la boda. Pero hubo un cambio de papeles a última hora y no interpretará al novio, de eso se encargará la señorita Gray (menudo embrollo, ¿no?) Por lo visto quiere casarse solo una vez y con alguien a la que ame. Pf, ¿a estas alturas romanticismo? Todos sabemos que el matrimonio es un negocio. En cuanto a él, es un tipo muy estirado, quizás demasiado. Pero no le culpo, su educación habrá sido la de un aburrido caballero. Este hombre parece que siempre esta tenso, necesita una mujer para relajarse por el amor de Dios (una mujer que no le estrese tanto). Siempre que habla uno piensa que intenta jugártela o pillarte desprevenido, pero no acaba consiguiéndolo porque parece que no entiende todavía de qué va el juego. A veces, miro a sus espaldas para ver si hay alguien apuntándole con una pistola...este hombre tiene que relajarse. Y dejar de parafrasear e ir al grano. Estos nobles...


En fin, querido lector, ¿Creeis que tenemos los ingredientes para una gran función?

Una boda, ricachones limpiándose la comisura de los labios con billetes, champán, jolgorio, avaricia, negocios...

Tememos el escenario, la situación, las víctimas y ahora a los actores.

Este será otro gran golpe de Edward Austen. Y lo mejor es que no está solo.

¡Coloquense las máscaras damas y caballeros! La farsa debe continuar.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Encuentros

No sabía dónde estaba Dante, y Phoenix no iba a acompañarme a buscarlo. Al parecer no le importa demasiado, ya sé que lo conocemos de poco, pero aún así, nos ha ayudado en algunas cosas y ha sido amable. Puede estar perdido por ahí sin saber dónde está y a que lugar debe ir. Busco por todo el palacio y nada. Busco fuera, pasan las horas y empieza a oscurecer. Acabo algo lejos del palacio. Siento detrás de mí algo que respira muy fuerte y me acaricia el pelo. Ojos color ambar al darme la vuelta veo. Corro, simplemente.

Encuentro a Elisabeth y le cuento lo sucedido con mucha calma... vale, era irónico. Estaba atacada de los nervios. La llevo al lugar. Mala idea, una mujer "yace" muerta en la calle. Cuando digo yace entre comillas, quiero decir que está de pie apoyada contra la pared. Sí, pero muerta. Elisabeth me dice que me vaya, pero me escondo por si ocurre algo. Un hombre sin sombra aparece y conversa con ella.

-Dile a tu amiguita que puede unirse a la conversación.-Ni siquiera me mira. Me acerco.

-Mi nombre es Petrelli.-Me tiende la mano.

-Crhystalle.-Me limito a decir.

-Chrystalle Lennon.-Increíble, ¿como diantres sabe mi nombre completo? ¿Y como se atreve a llamarme por él?-¿Cómo está Phoenix?

-Que no te extrañe, es normal.-Elisabeth me informa de ello, pero sigo sin creerlo.

¿Su oficio? Uno normalito. Traficar con recuerdos y preguntas a cambio de recuerdos y otras cosas que no logro entender. Elisabeth parece querer saber alguna pregunta a cambio de un recuerdo que parece ser muy importante. Le ofrezco ser yo quien pregunte, pero se niega. En el fondo, es un alivio que me lo impida.

-¿Sabes? Puedo ofrecerte recuerdos de él.

-¿De Phoenix? Él me lo cuenta todo.

-Recuerdos que nunca te contaría. A cambio ¿sabes lo que pido? Yo cambio respuestas por sueños, recuerdos, inocencia...

Elisabeth rechaza la oferta y yo simplemente prefiero ignorar lo que dice. Aunque es difícil. Finalmente nos vamos.

Vuelvo a la enfermería, ya que Dante podría haber vuelto. Encuentro un hombre extraño. Lo que más me llama la atención en un anillo enorme en el dedo con las iniciales "JV" y que parece perdido, ido.

-¿Estáis bien?-Le pregunto.

-Oh, si, estoy un poco mareado y busco unas hierbas.

En efecto, busca unas hierbas, y se marcha. Yo... no puedo evitarlo, por lo que le sigo. Acabamos lejos del palacio y observo escondida como se encuentra con una mujer de pelo rizado y rubio. Le quita el anillo al hombre. Ella acerca su mano al rostro de él, que comienza a cambiar. Es Dante. No lo entiendo.

-No sirves para nada.-Dice la mujer. Al instante, saca un cuchillo y se dispone a matar a Dante.

-¡No!-El cuchillo cambia de dirección y se acerca a gran velocidad a mí. Por suerte consigo esquivarlo. Ella se acerca a mí.

-Y tú ¿quién eres?-Me sostiene con fuerza la barbilla.

-Déjalo en paz.

-¿Y por qué debería hacerlo?

-No le ha hecho daño a nadie.-Ella se rie.

-Que inocente eres, pequeña... te propongo un trato, ¿te parece? Tú me haces un favor y yo no lo mato. No te aseguro que salgas con vida de esto.-Si es mi vida... a cambio de la de otra persona, tendré que asumir los riesgos...-¿Trato hecho?

-Primero dime de que se trata.

-Oh, tan solo es que dejes este anillo en la enfermería del palacio.-Me da el anillo. ¿Solo eso? La verdad, creía que me pediría que me enfrentara contra algo o cualquier cosa más peligrosa. Aún así, no parece ser tan fácil, ¿y si el anillo está embrujado? o peor, le puede pasar algo a alguien ajeno...

-¿Solo eso? es fácil.

Aunque algo me dice que no. Corro hacia el castillo como nunca antes había corrido y voy a la enfermería. Para evitar que alguien vea el anillo, lo dejo bajo una de las camillas. Al instante, desaparece, y con él, Caroline. No puede ser, sabía que algo iba a pasar... De nuevo voy hacia el lugar donde estaba esa mujer, y solo veo a Dante, atado y amordazado. Lo libero y consigo despertarle.

-¿Qué ha pasado?-Está aturdido.

-Eso deberías decirmelo tú.

Al parecer, no sabe nada, tan solo recuerda cuando despertó. Cuando volvemos al palacio, también me dice que acabó en aquel lugar de Venecia, porque fue arrastrado por unos niños. Le explico que está en Metáfora y que no está en Europa. Parece aún más mareado, por lo que le llevo a mi habitación y le doy agua. También dice de recordar a un hombre con muchos anillos en los dedos, cosa que me recuerda a algo que me dijo Phoenix. Él se queda ahí, mientras yo salgo para buscarlo, para que me diga con más detalles ese dato.

Me cruzo con Elisabeth. Ella, según veo, no se ha dado cuenta aún de que Caroline no está ahí. Intento pasar de largo.

-¿Estás bien?

-Sí.-Me limito a decir, e intento irme.

No tarda demasiado, y antes de poder encontrar a Phoenix, Elisabeth aparece de nuevo y se abalanza contra mí, dejándome arrinconada contra una pared, sosteniéndome fuertemente los brazos. No, no, esta sensación otra vez no, encierro... dolor, violencia. Sueltame...

-¿Dónde está?

-Ella... yo...-Tengo demasiado miedo, pero si se lo cuento, me soltará.-Buscaba a Dante y miré de nuevo en la enfermería. Vi a un hombre extraño que iba como ido y tenía un anillo con las iniciales "JV". Observé que era extraño, por lo que tras tomarse unas hierbas para el mareo, le seguí hasta muy lejos del palacio. Allí, se encontró con una mujer de pelo rubio y rizado.-Ella aprieta con más fuerza mis brazos. Por favor, que pare. Yo inconscientemente no me había dado cuenta de que también la tenia sujeta, pero sin hacer nada de fuerza.

-Continúa.-Me ordena.

-Ella hizo que el rostro del hombre cambiara, y resultó ser Dante. Iba a... matarlo, por lo que me puse en medio. Pero ella me ofreció su vida a cambio de dejar el anillo en la enfermería. Tuve que hacerlo, por lo que vine y dejé el anillo debajo de una de las camas... pero al dejarlo desapareció y con él, Caroline...

Parece que va a hacerme algo más, yo me preparo para recibir algún que otro golpe o grito. Afortunadamente, me suelta. Solo se va, y yo recuerdo de nuevo lo que siempre, cada noche y día, deseo olvidar.