miércoles, 26 de enero de 2011

Ushâr




Por cortesía del señor Ardeth Forte y con los aportes de la princesa Drusila, Bufona se complace en presentar el nuevo sello de la Casa Real de Ushâr.

A media noche

Abrió los ojos despacio, recordando con quien estaba y pretendiendo ser sutil incluso con ese nimio movimiento para no despertar a su compañera.
Las cortinas estaban abiertas. Bueno... cortinas, por llamarlas de alguna forma.
La luz de la luna las hacía mágicas, confiriéndole a sus cuerpos un tenue color azulado.
Se incorporó despacio, sin dejar de mirarla a la cara para asegurarse de que seguía durmiendo. Finalmente, posó los pies descalzos en el suelo de madera. Cubrió su desnudez con un fino camisón y se echó sobre los hombros la capa de su compañera. Después, se calzó las pequeñas botas y salió de la habitación con cuidado.
Era una noche fría para salir, pero no conseguía conciliar el sueño, así que descendió casi de puntillas las escaleras de la posada, haciendo a los escalones crujir bajo sus pies.
Cuando bajó el último peldaño advirtió la presencia de alguien que estaba sentado casi al fondo, apoyando la cabeza entre las manos y con un cigarro débilmente sujetado por dos dedos. El olor a opio parecía no querer salir de ese rincón, de hecho, ella no lo percibió hasta que no se encontraba a escasos pasos de él.
- ¿Es... tás bien? - inquirió en voz baja
- ¿Uhm? - el muchacho levantó la cabeza y esbozó una sonrisa al verla – Claro... ¿necesitáis algo?
- No... yo... No podía dormir, iba a dar una vuelta
- No seré yo quien os detenga, pero no deberíais salir de noche – dio una calada al cigarro y expulsó el humo sin apenas separarlo de sus labios, luego le hizo un gesto a ella invitándola a tomar asiento
- Gracias – musitó
- ¿Está durmiendo?
- Sí, duerme como una marmota – rió ella
- No os preocupéis, suele hacerlo a menudo. Solo sabemos diferenciar si está dormida o muerta porque le late el corazón – continuó él y la joven comenzó a reír. La miraba fijamente, intentando escudriñarla - ¿Me permitís una pregunta?
- Claro, por supuesto – asintió
- ¿La queréis? - la miró fijamente a los ojos
- Como nunca había querido a nadie – ella sonrió, risueña y convencida de sus palabras
- Sabéis que no pertenece a éste mundo, ¿no?
- No me importa. Ella pertenece al mío, y donde esté el suyo, estaré yo
El joven dio una larga calada, girando esta vez el rostro para evitar darle a ella con el humo en la nariz.

- Entonces saldrá bien – él sonrió y recostó la cabeza sobre la madera – Debo pediros un favor
- ¿Un... favor? Adelante – lo miró inquisitiva
- No le hagáis daño – desvió los ojos, fijándolos en los de ella y manteniendo el semblante serio
- Podéis estar tranquilo – sonrió
- ¿Una calada? No mata... os lo prometo – bromeó tendiéndole el cigarro

Ella dio un par de caladas, tras las cuales cayó rendida. El chico terminó la colilla y la cogió en brazos, llevándola a la habitación de donde había salido.
“Estos humanos... qué enclenques que son”, reía para sus adentros.
Entró despacio y la acostó junto a su compañera, la cual, como si pudiera ver lo que ocurría, se apresuró a abrazarla, en sueños.
Luego cerró las cortinas y salió sin hacer ni el más mínimo ruido.

“Soñad ahora... ya llegarán las pesadillas”, se perdió en sus pensamientos mientras volvía a su pequeño rincón en la planta de abajo.

sábado, 22 de enero de 2011

¡Hora de pegar el salto!


Inexplicablemente el marco de la realidad comenzó a derretirse pesadamente. El salón estaba desnudo y espeluznatemente amplio. Nunca me había sentido tan aterrado y sin embargo...no hice nada. Llegó un momento en el que solo se veía una de las ventanas y tres personas más: Arthur, el actor, que había abierto mucho más la boca, ahora con expresión de horror; la señorita Emily Wallace, a la que se le habían caído todos los panecillos del susto; y Ethan Williams, el prommetido de la fiesta de compromiso que celebrábamos, que movía los ojos con nerviosismo a ambos lados de la habitación. El resto de los invitados desaparecieron. Creo que por un momento cada uno nos olvidamos denuestros problemas y a mí se me cayeron las máscaras de otras personalidades. Los cuatro decidimos sin decir nada dirigirnos a la ventana.

-Habrá que saltar, no hay otra manera de salir- observó Ethan, manteniendo la compostura.

-¡Está altísimo!- grito Emily, la panadera, asomada.

-Podemos hacer una especie de cuerda con nuestras ropas. nevesitaré todas las prendas que podáis darme. Primero los caballeros. -me miró.


"¿El traje de mi padre? Antes prefiero que te destroces tu culo pomposo contra el suelo"


-¿Mi traje?¿Romperlo?- pregunté indignado- ¡Rompa el suyo, demonios! A mi déjeme el paz.
-Vamos, colabore. Ese traje ni siquiera le queda bien, incluso diría que es de mala calidad.


"¡Rayos! ¡Si mi padre te oyese hablar así de su traje te ponía más derecho que una vela!"


Arthur estaba exasperado

-Déme su traje. -dijo Ethan
-¡¿Cómo?! No, no...- dijo él cubriendose...¿el pecho?- Mira, ¡dejad de discutir! Esto no nos lleva a ninguna parte...-me lanzó una mirada intencionada.-¿no, Mr. Anderson?

Arthur, tras soltar la bomba sobre mi otro nombre a los otros estafados (futuros o no), hizo lo que todos no nos atrevimos a hacer primero. Saltar.
Lanzó un muy agudo para tratarse de un hombre...pero después de lo del maquillaje ya no me sorprendía nada de este señorito.
-¡No es tan dificil!- fue lo que pudimos escuchar mientras caía al vacío. Los tres nos asomamos para ver la fortuna que había corrido el muchacho.

Estaba estampado en un rosal que había en el jardín, justo debajo de la venana. Se movía como una cucaracha panza arriba, con gesto doloroso e incluso podría decirse femenino. Un personaje peculiar este Arthur ¿No les parece?
Pero no me consteste aún. Que ahora viene mi salto. Ethan y yo volvimos a la discusión por el tema de romper ropas, para facilitar a la señortia Emily el descenso. Que por cierto, debía estar tan harta de nosotros, tanto que prefirió lanzase a esperar a la muestra de caballerosidad de Ethan. Me miró fijamente antes de lanzarse, y dijo casi con odio.
- ¡Por el amor de Dios, no es tan difícil! Adiós, Mr Looper
- y saltó. Ya me habían dejado en evidencia dos veces. Ethan me miró con un interrogante en la mirada.
-¿Anderson, Looper? Tío Doyle, ¿por qué demonios le llaman...?

-¡Bueno, la señorita ya ha saltado! ¡No la hagamos esperar!
Salté antes de que pudiera hacer más preguntas. Casi caí encima de la Señorita Wallace, pero me esquivó casi con ira. Cogí mi bastón y mi sombrero, dspuesto a salir por patas y no volver a ver a esas tres personas juntas que sabían (o sospechaban) que les estaba estafando.
-Bueno, caballeros y señorita, fue un placer.- me excusé para irme mientras me sacudía el traje y salía del rosal (que por cierto, tenía espinas ¡auh!) - Me despido y me marcho.¡Adiós!

"¡Já! Seguro que no les veré nunca más"
No podía estar más equivocado.

Si dijeron algo, no les escuché. Me dirigí inmediatamente a mi callejón de Whitechapel. Durante el oscuro trayecto de la Londres nocturna, no me di cuenta de lo extraña y silenciosa que estaban las calles de Londres. Evidentemente, lo que acababa de pasar en casa de los Doyle era una alucinación...¿por qué negais con la cabeza, mi querido lector? Las sombras de Londres se alargaban gélidamente, oprimiendo mi alma. La calzada estaba escalofriante. Los únicos traunseuntes que habían eran las hojas grises de los periódicos, que casi flotaban en pena, mecidos por un viento ausente. Whitechapel no era más esperanzadora, y el callejón de siempre se me antejón más opresivo...estaba derrumbado. De repente me acordé de mi amigo gatuno del callejón.
-¿Mr Gato?¡¿Mr. Gato?!- se escuchó en los callejones. Me puse a apartar escombros para ayudar a mi amigo. Tras tres enormes rocas (y unas enormes agujetas al día siguiente) encontré acurrucado al gato negro. Sus ojos se veían enormes en la noche. Me miraba curiosamente, como si le extrañase que alguien se preocupase por él.
-Para ser un gato negro tienes bastante suerte.- se acurrucó en mis brazos. Quizás te queden ahora seis vidas.
-¡Miau!-fue su respuesta (es que es muy elocuente), seguida de un ronroneo.
Decidí volver a la parte central de Londres, a ver si encontraba a alguien por la calle que me pudiera explicar qué diantres estaba pasando en la ciudad. No sé cómo, pero de repente me encontraba frente la panaderia de la señorita Wallace.

Diario

Mi fortuna acaba de cambiar, y ni siquiera sé si para bien. Acabo de dejar atrás todo lo que conocía por algo de lo que no estaba segura, y que me aseguraría la muerte si salía a la luz. La familia Lawrence era distinguida, refinada y con una reputación impecable. Supongo que no se lamentarían por el pequeño escándalo de ver a su hija menor huyendo de la casa. Si llegaran a saber el verdadero motivo, tal vez preferirían lo que he hecho.
La ropa de uno de los criados había bastado para pasar desapercibida entre el servicio a altas horas de la noche. Gracias al cielo que las velas estaban consumidas, y ocultaron mi rostro.
Una vez fuera, corrí todo lo que pude para alejarme de aquel lugar. Hacía frío y el barro manchaban las calzas que debían servirme hasta... ni siquiera podía asegurar cuando podría volver a comer. Ahora no importaba. Quería alejarme. De mi familia, de mis hermanos, de mi prometido. Éramos unos niños y ya teníamos nuestro destino marcado, y yo ni siquiera podría amar al hombre al que se me había asignado.

Mi vida era una obra de teatro, de la que todos conocían el guión excepto yo. ¿Por cuanto tiempo podría llevar la máscara? No quería fingir durante toda mi vida. Aquel hombre era un total desconocido para mí, y aún así no quería hacerle daño. ¿Y en el futuro? ¿Mis hijos? ¿Nuestra familia? ¿Qué sucedería con todo?

Pienso en todo esto mientras me refugio en uno de los sucios callejones más oscuros. Tan solo quiero cerrar los ojos y dormir. Esperando sentirme del todo segura con lo que acabo de hacer

viernes, 21 de enero de 2011

Toc, toc... toc.

Toc, toc, toc. Llamó tres veces, con firmeza, como siempre manteniendo la compostura y los modales ante todo. Algunas veces resultaba inquietante su temple, su saber estar era casi escalofriante, como si se sintiera al margen de cualquier cosa que pudiera ocurrir.

- ¿Puedo pasar? - su tono de voz, monótono, precedió a otro mucho más suave
- Por favor...

El hombre tras la puerta la abrió, entrando en una enorme sala invadida por la penumbra. Dio un par de pasos al frente, los suficientes para cerrar la puerta sin dar la espalda a la forma que se ocultaba de la luz, a pocos metros de él.
La figura, embutida en sombras, levantó una mano e hizo una indicación a su visitante de que tomase asiento, a lo cual, él respondió negando cortésmente con la cabeza.

- ¿Ha dado con ellos? – más que voz, parecía un siseo, un puñal rasgando el aire en mitad de la noche – Confío en que...
- Por supuesto. Hago mi trabajo, y si me permitís, lo hago muy bien.
- Oh... desde luego. Ellos se encuentran...
- A salvo. Y así se mantendrán hasta que finalice nuestro trato. Me preguntaba si hay algo en concreto que debiera saber – intentó ver más allá de la siniestra oscuridad que rodeaba a su interlocutor y no fue capaz de distinguir más que un viejo anillo de plata ya gastada por el paso de los años, colocado en su dedo índice, el cual terminaba en una cuidadosamente afilada uña que se clavaba ligeramente en su mejilla derecha mientras dejaba la cabeza descansar sobre la mano.
- No deben sufrir daño. Tengo planes para ellos… - una hebra muy fina, apenas perceptible, de color rojo, resbaló por su mejilla y su lengua la detuvo antes de llegar a la barbilla, luego sonrió y tras una leve pausa añadió - No deben sufrir daño, es todo. Por lo demás, podéis hacer lo que queráis.
- Ignoro si he de conducirlos hacia algún camino o respetar los que ellos elijan – el hombre no pudo evitar mirar el cinto donde llevaba sus armas, y tras cerciorarse de que seguían ahí, comenzó a acariciar con el dedo pulgar la empuñadura. Era lo más parecido a un gesto nervioso que podía tener, y nunca, jamás, había perdido el control. Quizás en todo caso una vez… pero eso fue hace mucho tiempo.
- En absoluto. Quiero ver, quiero ver qué hacen, dónde llegan, cuánto son capaces de correr… - al decir esto su cuerpo se estremeció, como si la idea de una… ¿persecución? Le excitase.
- ¿Entonces, es todo?
- Es todo. Mantenedme informado, joven – la sombra se incorporó y todo cuanto se desveló de ella fueron un par de mechones blancos como los de un anciano que no tardó en retirar de su rostro. Luego se dio la vuelta y simplemente se fundió con la oscuridad.

Una vez se hubo retirado, el joven salió de la habitación y tras una leve caminata, dejó atrás el cuchitril al que había entrado.

- Algo me dice que esto no terminará bien… – dio un suave tirón de la capa que hizo que ésta le cubriera casi por completo y prosiguió su camino, esta vez con un rumbo fijo.

De momento.

Dramatis Personae


El carruaje avanzaba solitariamente por el suelo adoquinado de la calzada de Londres. Los cascos de los caballos sonaban huecos con un ritmo allegro moderato. Comenzaba a chispear otra vez y la ciudad se veía siempre gris. Las farolas de gas le daban un alumbrado moribundo que inspiraba poca alegría. Pero me gustaba esa ciudad sombría: sus calles escurridizas, casi musicales, que te podían llevar a cualquier otro país o pueblecito si sabías perderte; y también sus habitantes, los caballeros con el Times, los músicos de la calle, las mujeres tan educadas, muchachas sonrojadas y recatadas, otras sin embargo luchadoras y feministas, manifestándose por sus derechos; muchachos sin preocupaciones jugando a la pelota en los vastos jardines y céspeds; las parejitas de abuelos, los comercios y tiendas, las bicicletas... Aquella era una ciudad que no te dejaba indiferente: o te encandilaba o la odiabas. Inconfundiblemente estábamos ya en lo que se denominaba La City, el centro financiero de Londres, donde estaban todos los peces gordos que podían permitirse limpiarse la comisura de los labios con billetes de 20 libras, por no hacer una exageración. Me relamí, oliendo las riquezas de esa fiesta y la multitud de gente de clase alta con la que me iba a codear mientras ellos me tratarian de señor Doyle, un respetado banquero que está siempre fuera de viaje.


"No olvides tu dramatis personae, Eddy. Ahora eres un respetado señor de negocios, concéntrate" pensé relajandome y asumiendo mi papel como hubiera hecho en los teatros callejeros que hacía de niño para ganarme el pan.


Me asomé por la ventanilla, observando las cristaleras de las oficinas y a los empleados rezagados que se habían quedado hasta tarde trabajando, maldiciendo a su ya acostumbrada lluvia mientras abrían sus negros paragüas. Arthur estaba incómodo y parecía que estaba pálido, pero tampoco sabría asegurarlo con ese...maquillaje que llevaba encima. Su compañero, Stuart, parecía ignorar su incomodidad y sonreía.
"Estos muchachos...así no llegará a actor"


La voz grave del cochero me sacó de mis pensamientos.


-Mansión Doyle. Caballeros, pueden apearse cuando gusten.


Un escalofrío me recorrió por el bolsillo.


"Esto es vida..." me dije saliendo del carruaje, después de que nos la abriera el servidor.

-Vamos, Stuart. - increpé con un chasquido a mi reciente criado de 10 libras, él pareció contrariado.- Te recuerdo que eres mi criado, muchacho.- con un resoplido disgustado se acercó.- ¿Bastón? ¿Chistera?-me las dió acompañado de un bufido que no había pedido. Arthur no dijo nada, parecía que mi trato con él para después de la fiesta y el beso de su compañero le había dejado mudo.


"¿Qué es lo que tiene que ocultar este muchacho con maquillaje?", tenía que resolver ese misterio pero lo dejé en un cajón en mi mente, tenía asuntos más importante. "Bueno, después de la fiesta me tendré que enterar" recapacité animado.

Entramos en la Mansión de los Doyle, después de pasar por el guardarropa. Aquello si que era una fiesta de alta sociedad, daba hasta rabia. Un salón interior con aquella extravagante belleza cargada y recargada, con un estilo colonial, de todo tipo de maderas bellísimas, pero con la solidez que le daba el mármol. El suelo, agobiado por una reconfortante alfombra (en la que se pedía a gritos andar descalzos) se extendía en el centro del salón, donde estarían las personas más distinguidas de la fiesta (es decir, los prometidos y cercanos, como yo). En las largas mesas con aperitivos vi a la señorita Wallace, colocando sus famosos panecillos. La pobre debía estar terriblemente cansada, habría tenido que hacer una nueva horneada de panecillos, después de que arrasara yo con ellos como el señor Looper...


"¡Espera! ¡¿Pero que está ocurriendo aquí?! Si la señorita Wallace me ve...¡adios a la estafa! ¿Y qué hay del actor Arthur? Para él sigo siendo un Mark Anderson, el representante de artistas. ¡Anderson, Doyle y Looper están en la misma fiesta! ¿Cuál es mi dramatis personae?¡No puedo ser tres personas a la vez! ¿O sí?"


-Disculpadme.- me excusé con mis acompañantes para alejarme de ellos e ir al centro de la fiesta. Arthur y Stuart se fueron a las mesas de los canapés, donde se encontraba Emily Wallace, ignorando todos los corros que se habían formado para charlar entre los invitados de la fiesta. En el centro estaba mi "hermano", que se acercó a mi con alegría.


-¡Hermano!- gritó él con alegría abriendo los brazos.


"Este tipo debe ser o muy estúpido o muy ingenuo. Debe hacer tanto tiempo que no ve a su hermano real para explicar que no puede distinguirlo de otra persona. A lo mejor tiene problemas de visión o a lo mejor...me parezco mucho a él. Quizás es todo a la vez. Porque si no no me explico que me haya infiltrado en esta familia tan bien

-Te acordarás de tu sobrina, ¿no, hermano?- me condujo al sofá central, donde se levantaba una joven bellísima.- Aunque hace tantos años que no estás por Inglaterra que ya ni la reconocerás.

-Ni yo a él.- añadió ella con la cabeza ligeramente ladeada frunciendo el ceño, pero con una sonrisa encantadora. -Hola tío.


Su nombre, como dije anteriormente, era Jean Doyle. Su pelo oscuro era ligeramente ondulado y largo; y lo tenía recogido y colocado por encima de uno de sus hombros. Durante mi corta vida me había colado en multitud de fiestas (podría decirse que sin permiso, pero ya me las apañaba con otras identidades) y podía decir con toda seguridad que iba vestida como una perfecta joven victoriana: camisa blanca, con tirantes florales a los lados de los hombros, siguiendo las líneas de las clavículas; un corsé, burdeos, colocado por encima, de cuerdas negras realzaba su figura (espléndida, por cierto) y una larga falda de capas la terminaba de perfilar, con la característica forma que le daba el "bustle" o polisón al vestido por detrás.

-Es extraño que no me acuerde de tí, tío -dijo iniciando una conversación, podría decirse que interesada.- Debe hacer mucho que no me ves, puede ser que desde que era una niña.

-Bueno, es lo que tienen los negocios fuera del país, todo el día arriba y abajo. Ya sabes, el mundo nunca se me hará pequeño- continué rezando para que no preguntaran por mis viajes por Europa o más allá. Si eso ocurría, debería improvisar y pedir a Dios que nadie de los que estuvieran en la fiesta hubieran salido de Inglaterra.

-Ah, que emocionante, seguro que conoces muchos lugares hermosos, eso me recuerda...- giró la cabeza y agarró del brazo a un joven muy bien trajeado que estaba cerca, interrumpiendo su conversación con mi hermano. Él miraba a todos lados como preguntándose quién requería su atención. Ella lo tomó del brazo y lo encaró hacia a mi con una sonrisa espléndida- Tío, este es mi prometido, Etham Williams.

-Encantado.- dijo él estrechándome la mano mientras me examinaba visualmente. Claramente él sabía que algo no encajaba, no podía ser tan estúpido como James Doyle.-¿Decís que sois su tío? Nunca os he visto, ni siquiera por Londres. ¿En qué trabajáis, si no es mucha indiscrección la pregunta?

-Oh, pues soy banquero. Es algo muy común entre nosotros, los Doyle.- Jean asintió con la cabeza con una sonrisa, que esta vez se me antojó algo forzada. Yo sin embargo, reprimí una mueca de horror al ver que detrás de la pareja se había acercado Arthur y lo había escuchado todo. Su boca estaba abierta a más no poder por la sorpresa y la traición, diría que casi se le escapa la mandíbula de la cara. ¿Cómo iba a explicarle que me había declarado a mí mismo banquero y miembro de la familia Doyle y además que también me dedicaba a representar actores con el nombre de Mark Anderson? Arthur me dedicó una cara de odio al descubrir la patraña y siguió clavándome la mirada durante toda la conversación, poniendome nervioso. Ignoré sus gestos e intenté concentrarme en la conversación que estaba teniendo con la pareja comprometida. Ethan parecía extrañado ante mi sorprendente aparición en su vidas sin nunca habernos visto en la vida.

-Pero si nunca os he visto por aquí y créame, pensaba que conocía a la mayoría de los banqueros y empresarios de Londres.

-Oh, bueno. Es que me llevo el trabajo al extanjero. Ya sabe, en las colonias de la India y en...-pensé en otro lugar pero no podía concentrarme con el careto indescriptible de Arthur detrás, me estaba desquiciando.-...muchos lugares.

Ethan miró a su prometida con una interrogación en su expresión, pero ella le ignoró y siguió sonriendo. Jean le dió un apretón en el brazo a su prometido.

- Y ya que conoces el extranjero, tío ¿dónde nos aconsejarías ir a nuestra Luna de Miel? Algún lugar bonito.- preguntó apoyando su cabeza en el hombro de Ethan.

-Oh pues...

"Piensa piensa piensa, tiene que haber algo más que las colonias de las Indias...¡claro, el museo británico!"

-¡El Cairo! El Cairo es precioso, tiene una luna que no se ve en ninguna parte. Y los paseos por el Nilo son bellísimos.- dije con seguridad, aunque no estaba del todo seguro si el Nilo pasaba por el Cairo.

-¿Has oído Ethan? ¡El Nilo!-exclamó entusiasmada.

-Sí, lo he oído.- dijo él sin mucho entusiasmo.

James interrumpió la conversación y se dirigió a su hija.

-Jean, ven un momento, aquí hay alguien que quiere saludarte.

-Disculpadme.- se despidió ella alzando levemente la copa y obsequiándonos con una sonrisa.

Me quedé a solas con el señor Williams. Él parecía desconfiar y arqueaba una ceja. Arthur rondaba cerca aún con la misma cara de pasmado.

"¡Arthur, lárgate! Maldita sea, solo falta que tuviera a Emily detrás."


-Y...bueno.- continuó Ethan.- Si ha estado en el Cairo, entonces debe conocer las cuatro pirámides egipcias ¿no?

"No me gusta nada ese tono de superioridad. ¿Acaso...?"

De repente me acordé de aquel guardia que me echó del Museo Británico, donde intentaba hacerme pasar por profesor de arqueología para guiar a los turistas (y cobrarles, de paso)

-Lo siento, debe confundirse, señorito Williams. Debe referirse a las tres pirámides, no cuatro.

Jean atravesó el salón elegantemente para volver a coger del brazo a su prometido.

-Ethan, ven conmigo, hay un grupo de gente muy interesante que quiero presentarte.

Él se acercó a su oído mientras se giraban para marcharse.


-Hay algo que no encaja en tu tío, Jean. ¿Has visto lo delgado que está para ser de alta alcurnia como nosotros? No le queda ni bien ese traje.- le intentó explicar discretamente, pero les oí.


"Hora de salir por patas" pensé mientras me tropezaba con Arthur y casi se me caía la copa. Tenía cara de pedir explicaciones y ya.

Y entonces pasó algo que nunca podríamos creer. Las paredes...¡No! Los invitados ¡Tampoco! Sino... ¡toda la realidad se comenzó a derretir! ¡Sí, la realidad!

Todos acabaron desapareciendo junto al salón. Todos los invitados...excepto la señorita Wallace, el actor Arthur y el señorito Williams.

¿Qué estaba pasando? Esto no formaba parte del plan.

Como siempre...habrá que improvisar.

jueves, 20 de enero de 2011

Bienvenidos


Las viejas historias nos hablan de grandes héroes y heroínas, de valientes caballeros y audaces doncellas.

Algunos libros se encuentran a rebosar de palabras que se deslizan entre sus páginas y se escapan al mundo, convirtiendo la fantasía en realidad. Otros, sin embargo, aun no han sido escritos, ni siquiera tienen títulos, pero sí nombres sus protagonistas.


Es el momento de contar vuestra historia, de que dibujéis vuestro camino.

Es el momento, vuestro momento.




Bienvenidos a Fábulas, el lugar donde siempre acechan sombras de otro mundo.

¡Que empiece la función!


¡Ah, Londres, principios de siglo XIX! Qué mejor lugar lugar donde vivir que no sea la polifacética Londres. Vuelvo a amenecer en mi callejón de Whitechapel, de momento no lo comparto con nadie. Es una lástima dormir solo, pero es mejor que no tener que responder por qué un tipo caramente trajeado con sombrero, bastón de puño de plata y maletín duerme en un callejón en un distrito de mala muerte aferrado a una cajita de música. Me sacudo el traje, está manchado, así no llegaré lejos. Guardo la cajita en mi maletín, el cuál tiene más telarañas que otra cosa. Me limpio la cara y me arreglo. Me coloco correctamente el sombrero. Están lloviendo a perros y gatos. Veo unos ojos brillante debajo de una tapa de un cubo de basura.

-¿Estoy presentable, Mr Gato?- le digo saludándole quitándome el sombrero.


Espero paciente una respuesta de mi amigo gatuno. No responde, solo me vigila moviendo los bigotes. Miro si me responde por pestañeos, pero algo me dice que los gatos no suelen pestañear.

-Me lo tomaré como que tengo tanto estilo que no puedes ni quitarme el ojo de encima.


Me dispongo a salir del callejón. Sigue lloviendo, no es raro, es un tiempo típicamente británico. Alzo el bastón, asomo la cabeza, hay demasiada gente en la calle. Espero a que se vacíe para no llamar la atención. La gente corre a ponerse a cubierto, así que aprovecho la ocasión. Me sacudo las mangas de la chaqueta.


"¡Eddy, comienza la función!"


Salgo a la calle y me dispongo a desayunar. Por suerte hacía tiempo que no me pasaba por la panadería de la señora Wallace. Bueno, señora y señorita, ya que su nieta la ayuda con el horno e incluso a veces la lleva ella sola.

"Bien bien, creo que el señor Looper, supervisor del gremio de panaderos y confiteros les hará una visita"

Salí de Whitechapel y me dirigí hacia allí. Pegué a la puerta con el bastón después de estar allí un rato, para que vieran mi figura desde fuera. Entré y escuché los cristalinos sonidos característicos de cuando se abre la puerta de un establecimiento.

-Oh, suenan como siempre. Eso está bien.- dije a modo de saludo mirando los tubitos del techo.

Estaba la nieta de la Madame Wallace. Emily Wallace. Bueno, no pasaba nada. Así sería más fácil. Ella me miró desde el otro lado de la tienda con cara de haber visto a un fantasma. Solo acertó unas palabras.

-Señor James Looper.- Saludó sin entusiasmo, era evidente que no se alegraba de verme.
-Señorita Wallace. Vengo, como siempre, a ver cómo va el negocio. Parece que le va bien.
-Sí...
-A ver cuando habla con el gremio, algún día querrá pertenecer a él, ¿no?
-No me interesa.
-Yo solo soy un mandado. Ahh-suspiré sentándome.- Estoy desfallecido. ¿Huele a pan recién hecho?
-¿Quiere tomar algo?- preguntó.
-No por Dios.- dije negando lo evidente.- Pero bueno, si insiste, degustaré el pan como supervisor que soy. El gremio debe saber si mantienen su buena calidad.
-Por supuesto- dijo Emily, que en cuanto fue hacia el horno comenzó a mascullar maldiciones sobre mi falso nombre. Pero bueno, era algo a lo que estaba acostumbrado.

Comí a cuerpo de rey, incluso me las apañé para que me añilara el pan en aceite. ¡Aceite! En fin. Me fui después de inspeccionar el horno, me hice el interesante, aunque no tenía ni idea de como funcionaba aquello. Hacía un calor de mil demonios, así que supuse que estaba en perfecto estado. Vi unos bollitos pequeños recién hechos que olían de maravilla.

-Perfecto, esto marcha. ¿Y estos bollitos? Son demasiados para una mañana, ¿no? Al gremio le encantan esta clase de cosas. Pequeños panecillos riquísimos con nombres raros de los que sacan una buena pasta. ¿Me puedo llevar algunos para que lo degusten? Estará juntos con los de las otras panaderías que le hacen la competencia. Es una buena promoción para su panadería, Emily.-dije mientras metía alocadamente esos panecillos en mi maletín, a la vez que intentaba que no viera la dependienta que estaba casi vacío.

-No...pero, lo pagará, ¿no?
-Ay, que sucia está esta mesa.
-Aquí tiene.-respondió harta.

"No está horno para bollos" sonreí divertido debido a mi ocurrencia..
Me fuí alegremente con el estómago lleno, no era menos, había comido gratis. Emily Wallace, la mujercita, me despidió con la misma frialdad con la que me saludó.

Comencé a pasearme por Londres satisfecho al notar en mi maletín esos panecillos y el aceite (¡casi oro!) en mi maletín . Me encontré con un muchacho callejero.
-¿Señor Doyle?- dijo entregandome un sobre con una carta.
-Soy yo.- dije después de acordarme de que era otra de mis identidades.
"Señor Doyle, el banquero, casi se me olvida"

-Aqui tiene.-alargó un sobre.

-Gracias pequeñó, puedes marcharte.-le despedí con un gesto de desdén, aunque en realidad el muchacho me recordó mucho a mi.

La carta se resumía en una invitación de mi "hermano", un banquero riquísimo (o al menos eso aparentaba) llamado James Doyle. El tipo no era un lumbreras precisamente, pues con el tiempo llegué a sumplantar la identidad de un hermano suyo al que no veía desde hace mucho tiempo, debido a sus innumerables viajes de negocios. Tras un encadenamiento de memorables malentendidos y coincidencias, conseguí que me "recordara" como su hermano desparecido en negocios. La invitación era...¿un compromiso? ¡Vaya, era mejor de lo que esperaba! No hay nada mejor que tener "afortunadas ventajas" (como ponía en una parte de la invitación) para hacer "negocios". Lo típico de un farsante (oh, sé que no lo dije, pero seguro que usted, avispado lector, os imaginaríais que era un farsante, aunque me gusta más denominarlo como actor frustrado), hacer que ancianitas sin herederos te deje una herencia, enlaces matrimoniales, malentendidos...mucho ajetreo, ¿verdad? Bueno, por lo visto se casaba la hija de mi hermanito, una belleza llamada Jean Doyle (lástima que sea mi "sobrina") con un tipo de alta alcurnia llamado Etham Williams. Bien, la cosa promete.

Un sobre se mecía sobre mis narices. Un muchacho me abanicaba con un sobre intentando sacarme de mis ensoñaciones. Era evidente que me lo quería entregar. Tenía mejor aspecto que el recadero anterior, era más mayor, y parecía que habia intentado arreglarse.

-¿Qué queréis?

-¿Señor Anderson?

-Soy yo. -alcé mi sombrero con la mano del bastón y me pasé la otra mano por el pelo, aquel muchacho había invocado al manager artísitico Mark Anderson.

-Para usted.-alargó una mano mostrando el mismo sobre de antes.

"Otra carta" pensé tomando el sobre.

-Veamos, ¿cuál es tu nombre?.-suspiré mientras abría el sobre.

-Stuart, señor.

La carta empezaba más o menos así:"Queridísimo señor manager, ha llegado a mis oidos que representa compañías de teatro y célebres actores..."

Cuando acabaron los cumplidos dejé de prestar atención. Supongo que el desgraciado que había caído en mi red, el cuál se llamaba Arthur, quería mis servicios.

-Huele a pan. - dijo el mensajero, evidentemente, se le hacía la boca agua y miraba mi maletín casi con odio.

-Y tú hueles como un pordiosero.- su mirada de odio creció tanto, que decidí regalarle uno de los buenísimos panes de la señorita Wallace, no era plan de hacer más enemigos- En cuanto a lo de tu amo, no sé, necesitaré mucho papeleo y tendré que ver si me vale. Ya sabes, la burocracia y...

-10 libras.

-No habrá problema. Pero aún así tengo que verle.

-¿Esta noche?

-Esta noche estoy ocupado.

-¿Por qué?

-Porque estoy invitado a la fiesta de los Doyle muchacho, gente con clase.-añadí ignorando la impertinente pregunta para tirarme flores.

-No habrá problema, estamos invitados.

"¿En serio? ¿Qué relación tendrá el amo de este muchacho con los Doyle?"

-En ese caso, nos encontraremos en un par de horas en la torre del reloj. Mmm...necesitaré un criado.-el muchacho me echó una mirada aveeriguando mis intenciones. Me acerqué a él y le saqué las diez libras (las que él me dió, por supuesto) detrás de la oreja y luego se la lancé.

-Lo siento señor, no me esta permitido aceptar su dinero, pero lo haré.-dijo a la par que apresaba el billete enrollado en el aire y lo arrojaba por detrás de su hombro. Él era bueno, pero yo sabía de predistigitación como había demostrado. Percibí que su otra mano, colocada en la espalda, había recuperado el dinero diestramente y sin mirar antes de que cayera al suelo.

-Es una pena.- dije mientras me daba la vuelta y me despedía con la mano.

Para estar presentable debía arreglarme. Y hacía días que no me daba un baño. No había tiempo para engañar a nadie para que me dejara asearme en su casa con otra identidad. Una tienda de perfumes cuyas muestras eran gratis debía ser suficiente. Había muchas señoras, así que aproveché y me eché casi media colonia de hombre. Me percaté de que mi boca olía a rayos, así...que me eché en la boca.

Os podéis imaginar el resto.

Después del incidente, fuí a la torre del reloj con la boca abrasada de perfume. Allí me encontré con el tal Arthur, o me imaginé que era él. Un tipo con una apariencia extraña, casi artificial, más joven de lo que creía.

"Más te vale tener dinero"

-¿Señor Arhur?-dije alargando la palma de la mano.- Soy el manager Mark Anderson. Usted me escribió, ¿no es cierto?

-Así es.- dijo un poco forzado respondiendo al saludo.

"Una peculiar voz, eso es bueno, veamos que tal tus perfiles, Arthur"

Empecé a dar vueltas como un buitre sobre el tal Arthur, él se quedó paralizado, pero no dijo nada. Me acerqué y con unos dedos le alcé el mentón, como si tasara un trozo de carne en un mercado. Le tomé de las mejillas y le giré la cara. Abrió los ojos como platos casi horrorizado ahogando un grito.

-Tranquilo hombre, no te voy a hacer nada...¿qué demonios?

Mis manos estaban pringosas de algo que reconocía en las mujeres...¿maquillaje?

Un coche de caballos paró frente a la torre del reloj y de él bajó mi nuevo criado, el anteriormente mencionado Stuart. Bueno, y el de Arthur, pero esa noche me pertenecía a mi.

-¿Por qué demonios un hombre como usted se maquilla?-dije limpiándome en mi manga, y después la manga en el pantalón, y después del pantalón de nuevo a mi mano, y de mi mano a Arthur, que seguía con los ojos abiertos como platos anodadado e intentando explicarse.

Stuart se unió a nosotros, miró a Arthur, su amo. Él lo miró, miraron al suelo, y se volvieron a mirar nerviosos.

-Verás...-comenzó a explicar Stuart-Mi amo, es tan guapo, que necesita ocultar su extrema belleza tras capas de maquillaje, para no llamar la atención y que no le reconozcan.

"¿Desde cuando es una desventaja ser guapo en el mundo del espectáculo?"

-Pero tengo que verle sin maquillaje, ¿no cree? Tengo que ver sus puntos fuertes y débiles en su apariencia. De todas formas, si es un cardo escocés, mmm...¿puedes simular que eres hindú? ¿o egipcio? A la burguesía le encanta lo exótico...

-¿Ves?-dijo Stuart alegre dándole un codazo a su colega (porque su actitud no era propia de un criado, al menos con el señorito Arthur)-Te lo dije, ¡Él sabe!

-Venga, quitáos el maquillaje, señor Arthur.

Se volvieron a mirar.

-Eh...después de la fiesta, es que si no, no me dejarán tranquilo.-dijo Arthur.

-¡De acuerdo!¡Después de la fiesta!-le señalé con el dedo indicando que tenía su palabra. Me dirigí hacia el asfalto entrando en el coche de caballos-¿Habéis venido en esto? Los he montado mejores.

"Ni en sueños, Eddy"

Escuché una maldición ahogada sobre mi falso nombre por parte de Stuart, lo que me recordó a la panadera Emily Wallace.

-Y bien...necesito una prueba de que sois un gran actor.- le dije mientras avanzaba el vehículo por la calle rumbo a la casa de los Doyle.

-De acuerdo.-respondió enérgicamente el actor.

Silencio.

-Eh...bueno, decidme que queréis que haga, ¿no?

-Ah...esperaba que lo hicieseis por vuestra cuenta, pero si insistís.

-Diga lo que quiera, soy un gran actor.

-Bien...lo que sea ¿eh? Bésale.-señalé a Stuart, Arthur pareció contrariado.- Eres un actor, haces lo que sea según lo que diga tu papel. Pues bien, besáos.

-¡Vale!- dijo Stuart sin darle una oportunidad de responder a Arthur.

Me quedé anonadado, atónito...

"¿Besar a un hombre? Así... ¿Tan fácil? O son muy buenos actores o... Bueno, si es un hombre que se maquilla...a lo mejor son...Bah, lo averiguaré después de la fiesta"

Nuestro carruaje se perdió rumbo a la fiesta de los Doyle, por las nieblas de la noche de Londres.

¡Pu!

Por fín llegamos a nuestra habitación. En un solo día he visto demasiadas caras y escuchado demasiados nombres, y a este ritmo voy a acabar llamando a Phoenix por el nombre de Dante. No sé si me odiaría por ello.
Y aquí estamos, jugando y bromeando sobre la cama, bueno, a los pies de la cama. Parecemos un rollito de carne y mantas.
Empezamos a pelearnos con las almohadas, ¿y qué pasa?, lógicamente nos caemos al suelo y nos quedamos atrapados entre las mantas. Al subir a la cama, y montar una buena con las mantas, acabamos cara a cara, y...

-¡Pu!-Digo mientras toco mi nariz contra la suya.

¿¿Pu?? ¿¿Cómo qué Pu?? ¡Pero Crhystalle, mira que cara se le ha quedado! ¡Deja de hacer el ridículo por una vez!
Lo que no entiendo es por qué hago el ridículo, si solo hago lo de siempre, ¿no? Entonces... ¿Por qué me parecen tan... suaves y tiernos sus labios? No lo entiendo, es el mismo de siempre, el mismo pamplinas de siempre. Pero es mi pamplinas.

-Buenas noches.-Le oigo decir.

-Buenas noches.-Le contesto.

Trás ello cierro los ojos, mientras susurramos algunas cosas antes de caer dormidos tan cerca y a la vez, tan lejos.

Perdida encontrada

Recuerdo el momento anterior a toda este sangriento espectáculo. Un amanecer, bromas, risas y un hermoso baile, en el cual todos me miraban extrañados bailar a solas. Pero no lo estaba. Ahora se encuentra atrapado, mientras intento deshacerme de ese carnicero al que ya ví en otra ocasión.

Todo se vuelve borroso en mi mente, pero sé que ahora está a salvo. Me aterra la idea de que se aleje de mi lado una vez más.

[¿Qué es este sentimiento?]